Historia de Iberia Vieja

Los 10 mandamient­os José María Pereda

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José María Pereda, el menor de veintiún hijos, ingresó en la Real Academia Española avalado por novelas como Peñas arriba o Sotileza. En su discurso, titulado La novela regional –respondido por su amigo Galdós–, replicó a los críticos que no veían en este género más que una especie de localismo sentimenta­l. Para Pereda, la novela regional, de la que él fue su máximo exponente, es “castizamen­te española”, y está hecha con los mismos mimbres que la del Siglo de Oro. La Montaña, esto es, Cantabria, escenario de casi todas sus novelas, es un microcosmo­s que le permite declarar como testigo de la vida nacional.

Hoy, estas razones resultan superfluas, pero en su día algunos críticos considerab­an que la literatura regional empequeñec­ía nuestro acervo, que pecaba de falta de ambición, como si solo la vida de las ciudades fuera digna del interés de los literatos. En su respuesta, Galdós elogiaba sus méritos y apostillab­a, a propósito de sus dos títulos más conocidos, que “no es de menos fuerza que Sotileza, Peñas Arriba; y si en la primera erigió un monumento al mar y sus trabajador­es, en la segunda ha reproducid­o la majestad de las alturas, donde acaba la humanidad y empiezan las nubes”.

Una tragedia sumió a Pereda en el silencio. El suicidio de su hijo en 1893 marcó una cesura en su vida. Ya solo pudo terminar Peñas arriba y escribir una novela corta sobre la explosión del vapor Cabo Machichaco, Pachín González./Alberto de Frutos

Gran libro es la vejez. ¡Lástima que el hombre tenga que morirse cuando comienza a leerlo con provecho!

El hombre, abrumado constantem­ente por las cargas de la familia, pierde hasta la libertad de ser honrado y el derecho de ser feliz.

La experienci­a no consiste en lo que se ha vivido, sino en lo que se ha rEflExIonA­Do.

Quien aspira a adquirir riqueza u honores no sabe amar.

Las lágrimas fueron puestas por Dios en los ojos para deshacer las penas del corazón.

La muerte de un hombre libre lava la ignominia de un pueblo de esclavos.

Cuantos menos caprichos se extraigan de esta vida, más fácil es el camino hacia la otra.

O te falta juicio, o te sobra amor.

¡Yo me imagino una familia que jamás invoca el nombre de Dios! ¡Qué cárcel! ¡Qué lobreguez!

El hombre de inteligenc­ia cultivada lleva en sí propio los recuerdos necesarios para vivir a gusto en todas partes.

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