LAS MESAS REDONDAS
No resulta sorprendente que casi todos los invitados a la reunión de París fueran miembros de la Round Table o «Mesa Redonda» y de la Sociedad Fabiana.
El germen de ambos colectivos estaba en la figura de Cecil Rhodes, un empresario británico que hizo fortuna en África (Rhodesia se llama así porque él fue el fundador de ese país) gracias al negocio del diamante y que había dado forma a su ideario político, gracias al cual ocuparía cargos de relevancia en la Universidad de Oxford, en donde se hizo discípulo de John Ruskin, un londinense que estaba convencido de que el único futuro era el capitalismo, y que dicho futuro pasaba por las manos de financieros comprometidos y de «sabios» académicos que planificaran cómo alcanzar el objetivo final.
Los planteamientos de Ruskin eran tan siniestros como apetecibles para el Poder. Sostenía que era necesario eternizar la alianza entre Estados Unidos y Reino Unido. Para él, los anglosajones eran una raza superior que tenía la cuasi divina misión de conquistar el mundo y extender su forma de entender el gobierno. Lograrlo implicaba que estuvieran siempre unidos.
La Mesa Redonda fue fundada en 1909. De por sí, su nombre ya incorpora reminiscencias míticas que nos evocan a la leyenda del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda. Ese aire esotérico y ritual estuvo presente en este grupo, que manifestaba no pocas características propias de la sociedades secretas. Su objetivo no era otro que ejecutar los mandamientos ideológicos de Cecil Rhodes, para lo cual las grandes fortunas planetarias no escatimaron en suministrar fondos para financiar las reuniones del club y apoyar el plan de extender, a tantos países como fuera posible, la política económica que defendían.