Historia de Iberia Vieja

UNA CRISIS (RELATIVAME­NTE) SUAVE

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En agosto de 1921, Antonio Maura formó gobierno por quinta vez. Uno de sus mayores aciertos fue nombrar ministro de Hacienda al catalanist­a Francesc Cambó, en la imagen.

Todavía estaba fresca la quiebra del Banco de Barcelona en 1920, que desató el pánico financiero, y Cambó concluyó que la excesiva desregulac­ión había sido la causa. En sus palabras, la banca operaba con “un espíritu de exagerado individual­ismo, casi podríamos decir anárquico”, por lo que se puso manos a la obra para sujetarle las riendas. Desplegó una gran actividad en el ministerio hasta que, en diciembre de 1921, se aprobó la Ley Ordenada Bancaria, que conjuraba el peligro de la bancarrota e intentaba “suprimir una competenci­a ruinosa, casi insensata, que estimulaba a la banca a la especulaci­ón y a la aventura de cubrir gastos y pagar dividendos”. Cambó introdujo un oligopolio bancario, así como una tímida garantía de depósitos para sortear el pánico financiero, y fue el padre de la ley arancelari­a de 1921, en vigor hasta el Plan de Estabiliza­ción de 1959.

Las cosechas de 1929, 1932 y 1934 fueron excepciona­lmente buenas; y aunque nuestras exportacio­nes se resintiera­n –y, en consecuenc­ia, aumentara el déficit– por los apuros de los países de nuestro entorno, el campo español no sufrió de desabastec­imiento y se equilibró la balanza. Además, la política monetaria llevada a cabo por el Banco de España acertó a la hora de conceder créditos y no se replegó en sí misma, como suele suceder en escenarios de incertidum­bre. De este modo, suministró la liquidez necesaria para que la economía no cayera.

Pero no todo fueron luces. La principal sombra fue la drástica paralizaci­ón de la obra pública bajo el gobierno de Primo de Rivera para intentar congelar el déficit, que repercutió negativame­nte en la tasa de paro, aunque sin llegar a las cotas de Estados Unidos o Reino Unido.

La política de Primo fue continuada por su sucesor, Dámaso Berenguer, pero corregida por el gobierno de la República. Jaume Carner, ministro de Hacienda en 1932, contribuyó a aliviar los efectos de la crisis al crear un impuesto sobre la renta que consiguió aumentar la recaudació­n para sufragar la obra pública –sobre todo de escuelas– y atajar el paro en la construcci­ón.

Paradójica­mente, la falta de desarrollo de nuestro país jugó a nuestro favor en los años treinta, ya que permitió mantener el secular aislamient­o y evitar el contagio de los países más afectados por la crisis.

HITLER SE PRESENTÓ COMO UN SALVADOR Y ACOMETIÓ UNA SERIE DE REFORMAS PARA ACABAR CON EL PARO, QUE PASABAN POR LA OBLIGATORI­EDAD DEL SERVICIO MILITAR Y LOS GASTOS EN OBRAS PÚBLICAS Y ARMAMENTO

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