SU OBSESIÓN POR LAS JOYAS
María Cristina y Muñoz practicaron el amiguismo, el nepotismo, la evasión de capitales, el cobro de comisiones indebidas, la especulación y el agio, toda una serie de actuaciones que hoy se considerarían corruptas, pero que en esos momentos “eran aceptadas con cierta normalidad”. En relación con sus hijos, falsearon los apellidos de las partidas de bautismo y los nombres de sus progenitores, utilizando en ocasiones nombres de personajes reales y, en otros, los empleados en su correspondencia personal. La obsesión de María Cristina por las joyas y las repercusiones que ello tuvo en las crisis revolucionarias de 1854 y 1868, así como en las discusiones que se produjeron en las Cortes con ese motivo, pero sin mayor repercusión efectiva, merecen una atención especial, tal y como puede apreciarse en el libro que Encarna y Carmen García Monerris dedicaron a Las cosas del rey. María Cristina no distinguió nunca demasiado bien entre el patrimonio de la Corona y sus bienes personales. Ello dio como resultado la desaparición de joyas y todo tipo de objetos. La volatilización u ocultación del inventario realizado por Fernando VII, en el que se establecía la división entre aquellas joyas que eran transmisibles y aquellas con las que se podía actuar con absoluta libertad, es un ejemplo de la impunidad con la que pudo actuar la regente.