El séptimo arte Silvio y los otros
PAOLO SORRENTINO ES UNO DE LOS DIRECTORES MÁS LÚCIDOS DE EUROPA. SILVIO Y LOS OTROS, SU NUEVA OBRA, ES UN RETRATO VITRIÓLICO DE BERLUSCONI Y SU “CORTE DE LOS MILAGROS”, UN ABIGARRADO FRESCO DE LA DECADENCIA PROTAGONIZADO POR EL INMENSO ACTOR TONI SERVILLO
Silvio (y los otros), la nueva obra de Paolo Sorrentino, no defrauda. Aunque hay que reconocer que esta vez el intento es todavía más arriesgado. En realidad, hay más de una película dentro de ella: al menos, dos; o quizá tres o cuatro… Entre la primera secuencia, absolutamente surrealista, en la que una oveja muere por congelación a las puertas de una mansión campestre, y la última, con la exhibición de los rostros abatidos de los damnificados del terremoto de L’Aquila, transcurren dos horas y media de cine explosivo en más de un sentido.
En toda una larga primera parte, la pantalla desmenuza los afanes de Sergio Morra, un avispado –y bastante indecente– hombre de negocios, cuyo único interés es conseguir llegar hasta Silvio Berlusconi y medrar a su lado. Y ese afán se plasma en emular al magnate, entregándose a fiestas interminables plagadas de alcohol, drogas y sexo, protagonizadas por decenas de jóvenes –como las famosas “velinas” de Berlusconi– que exhiben sus cuerpos en danzas desenfrenadas y lascivas. Es una manifestación carnal de tal magnitud que llega a resultar obscena; y esa es su intención. Recuerda, por supuesto, a los bailes de La gran belleza, pero lo que allí había de parodia es aquí sátira despiadada, lo que entonces era caricatura es ahora brochazo brutal, y si aquello eran salvas, esto son cañonazos.
IL CAVALIERE
Y por fin el gran ausente se hace presente. Aparece Silvio Berlusconi, un hombre ahora amargado, porque ha per-
dido el gobierno y siente que su influencia mengua. Esta es, efectivamente, otra película. La figura del político, el hombre a ratos más rico y más poderoso de Italia, el que colma en solitario una parte de la historia de su país, se agiganta en la pantalla y se explaya, se explica, se justifica y se proyecta aun hacia el futuro. Sorrentino no teme darle voz, y su guion respira verdad, tanto como descaro, cinismo y corrupción en cada palabra. Y tampoco duda en entregarle el personaje a su actor inseparable: Toni Servillo. Un intérprete enorme, de proporciones gigantescas: puede ser gánster o fraile, un dandi descreído o un hombre de fe; y puede ser igualmente Giulio Andreotti o Silvio Berlusconi y hacer creíble y veraz cada caracterización.
La efigie rampante de “Il Cavaliere” –su apodo más querido– ocupa ahora buena parte del metraje. Pasea, intriga, babea con las jóvenes vestales, suelta su odio en el dormitorio, su indiferencia en los salones, su falsedad y su desprecio en el Quirinal. El Berlusconi de Sorrentino-Servillo, aun en horas bajas, da miedo, de tan cercano. No solo por los inclementes primeros planos con los que fustiga al espectador, sino también por la certeza de que los individuos de su especie abundan en cualquier ecosistema político; también fuera de Italia: mentirosos, traicioneros, capaces de componendas y alianzas sin cuento con tal de conseguir recuperar o perpetuarse en el poder.
SIN PIEDAD
De hecho, el título de la película es bastante explícito. Silvio y los otros, sí, pero mejor aun el original: Loro. Ellos. Todos esos personajes de cartón piedra a los que Paolo Sorrentino golpea sin piedad hasta desearles la destrucción como la que asoló el desgraciado pueblo de L’Aquila. Ellos, todos –políticos, negociantes, proxenetas–, bajo el punto de mira de este cineasta vitriólico, capaz de componer un apabullante fresco de la decadencia y la perversión que señala y disecciona un periodo de la historia de Europa que debería servir de lección para el futuro.