Los 10 mandamientos Concepción Arenal
Nacida en Ferrol en 1820, Concepción Arenal pudo hacer cerrado los ojos a las miserias de su tiempo –pertenecía a la nobleza rural–, pero no lo hizo. Al igual que su padre se comprometió contra el régimen absolutista de Fernando VII, ella empeñó su vida en la defensa de los más desfavorecidos, los parias de una sociedad a los que nadie quería ver.
No lo tuvo fácil para estudiar Derecho, pero ningún obstáculo podía detenerla. Asistió a sus primeras clases disfrazada de hombre y escamoteó su identidad en las tertulias literarias que le vedaban el paso. Casada con un abogado que falleció tempranamente de tuberculosis, sus intereses sociales se acrecentaron tras conocer a un miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl, quien le mostró los múltiples frutos de la caridad y la beneficencia.
Su obra ensayística fue el resultado de su experiencia, no de un estéril soliloquio en una torre de marfil. La publicación de su Manual del visitador del pobre llamó la atención de las autoridades y, en 1864, fue nombrada inspectora de cárceles de mujeres. Sus trabajos y artículos se contaron por decenas y en todos ellos dejó la impronta de su catolicismo social y de un feminismo tan osado como pionero (no en vano, la especialista Sandra Ferrer sostiene que fue “la madre del feminismo español”).
Gracias a su labor, se reformó el sistema penitenciario español y se humanizaron las condiciones de vida de los reclusos, en línea con la filosofía krausista en boga en aquel tiempo. Con el apoyo de la condesa Espoz y Mina, impulsó diversas organizaciones y patronatos y colaboró con la rama femenina de la Cruz Roja.
Tras retirarse de la vida pública, compuso obras como el Ensayo histórico sobre el derecho de gentes o La instrucción del pueblo, y colaboró con un sinfín de periódicos. Falleció en Vigo el 4 de febrero de 1893./A.F.D.
Abrid escuelas y se cerrarán cárceles.
Odia el delito y compadece al delincuente.
Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.
El hombre que se levanta no es menos grande que el que no ha caído.
El mejor homenaje que puede tributarse a las personas buenas es imitarlas.
Hay tanta justicia en la caridad y tanta caridad en la justicia que no parece loca la esperanza de que llegue el día en que se confundan.
Absurdo sería pedir al cálculo lo que puede dar la abnegación.
Sustituir el amor propio por el amor a los demás es cambiar un tirano insufrible por un buen amigo.
El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro.
Un hombre aislado se siente débil, y lo es.