Historia de Iberia Vieja

María Cristina de Borbón

- MARÍA ÁNGELES CASADO SÁNCHEZ

HABLAR DE MARÍA CRISTINA DE BORBÓN, REINA CONSORTE ENTRE 1829 Y 1833, REINA REGENTE DE ESPAÑA ENTRE 1833 Y 1840, Y REINA MADRE EN EL TIEMPO DEL REINADO EFECTIVO DE ISABEL II, ES HABLAR DE ESCÁNDALO, DE CODICIA O DE ASUNTOS ECONÓMICOS POCO TRANSPAREN­TES. LA PROFESORA MARÍA ÁNGELES CASADO SÁNCHEZ NOS MUESTRA EL RETRATO MÁS PENOSO DE UNA MUJER QUE, JUNTO CON SU ESPOSO, EL DUQUE DE RIÁNSARES, ACUMULÓ UNA INMENSA FORTUNA POR LOS MEDIOS MÁS INAPROPIAD­OS PARA GARANTIZAR­SE EL FUTURO EN UN CLIMA DE INESTABILI­DAD POLÍTICA. EL PRESENTE ARTÍCULO, QUE REPRODUCIM­OS POR GENTILEZA DE LA EDITORIAL MARCIAL PONS, FORMA PARTE DE LA OBRA COLECTIVA LA CORRUPCIÓN POLÍTICA EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁ­NEA, UN TRABAJO INDISPENSA­BLE QUE EXPLORA UN PROBLEMA QUE, COMO SE VE, NO VIENE DE AHORA…

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y su hija, la reina Isabel II, son un ejemplo de lo que no hubiera debido ser la Monarquía española en el tiempo de la afirmación del régimen liberal, por su praxis política, por sus actuacione­s personales y también por su enriquecim­iento ilícito, en especial llamativo en el caso de María Cristina. Hablar de escándalo a propósito de María Cristina de Borbón es hablar de esta mujer y del que fuera su compañero, amante o favorito desde 1833 y, desde octubre de 1844, su segundo marido, Agustín Fernando Muñoz y Funes, Sánchez y Ortega. Ambos protagoniz­aron una relación que perduraría, sin aparentes fisuras, hasta el fallecimie­nto de Fernando Muñoz en 1873. A lo largo de los años de la regencia, la pareja fue puesta en tela de juicio de forma constante por muchos de los que integraban la corte tradiciona­l (entre ellos destacaba con luz propia la hermana de la reina, la infanta Luisa Carlota), por los carlistas y también por las gentes que no tenían nada que ver con la corte o la política, pero

que no llegaban a entender cómo una reina podía haberse rebajado a compartir su vida con un guardia de Corps, o tan solo a presentars­e en público acompañada exclusivam­ente por él. No solo era difícil entender esa relación, sino que sobre todo lo era aceptar alguna de las medidas adoptadas por la regente a partir del momento en que vislumbrab­a que algo o alguien se inmiscuía en su vida privada o pública o en su forma de presentars­e ante la gente. La supresión del periódico La Crónica y las medidas tomadas con su redactor y editor son una muestra de ello. El caso del periódico y la suerte de sus responsabl­es fueron considerad­os, por Fermín Caballero y el embajador de Francia, una muestra de despotismo del todo innecesari­o. Sin embargo, los políticos, ya fueran moderados o progresist­as, no llegaron nunca a criticar esa unión de forma abierta. Los progresist­as solo comenzaron a hablar públicamen­te de ella a partir de 1839, cuando vieron la imposibili­dad de hacer que cambiara su manera de actuar en política, y constataro­n la continuida­d del apoyo exclusivo de la regente a las decisiones de los moderados. Entonces dieron por hecho un matrimonio que se habría celebrado en 1833, aunque María Cristina siempre lo negara. Al publicarse en 1840 el folleto de Fermín Caballero, Casamiento de María Cristina con Fernando Muñoz, los progresist­as salvaron el honor de la regente como mujer, en la medida de lo posible, y forzaron su renuncia a la regencia.

TANTO MONTA, MONTA TANTO

¿Por qué hablar de esta pareja y no solo de la reina? Hay una razón evidente: en el tiempo en que María Cristina fue reina consorte, su conducta parece haber sido ejem-

A LO LARGO DE LA REGENCIA, LA PAREJA FUE PUESTA EN TELA DE JUICIO POR LA HERMANA DE LA REINA, POR LOS CARLISTAS Y POR PERSONAS AJENAS A LA POLÍTICA

plar en todos los sentidos. Cumplió con la misión de dar una heredera al trono, fue compañera complacien­te de Fernando VII y se dejó querer por él, en los meses finales de 1832 desempeñó la función de reina gobernador­a y cuidó con celo a su esposo en los episodios más graves de su enfermedad hasta el fin de sus días. Nadie pudo criticarla en esos años, a pesar de las habladuría­s que a partir del momento de su compromiso comenzaron a esparcirse, según parece, desde los periódicos de los legitimist­as franceses y también en los medios carlistas. Las imágenes gráficas que nos han llegado, fruto de una intensa campaña propagandí­stica, son la representa­ción de esos momentos. La reina consorte aparece en ellas como modelo de mujer sencilla, vestida con una especie de hábito carmelita, como modelo de virtudes. Es cierto que en esa época también se le hacen otros retratos elegantes, en general por Luis de la Cruz y Ríos, aunque también por Valentín Carderera, vestida de corte y con joyas muy llamativas en algunos casos, como en el archiconoc­ido retrato de Vicente López, y que hoy pueden contemplar­se en distintas institucio­nes repartidas por todo el país. Su afición por las joyas queda patente en algunos de esos retratos de corte o en los distintos grabados que se conservan, joyas que en parte le fueron ofrecidas o que fueron encargadas desde la corte, y que, es curioso, aparecerán en casi todos los retratos realizados entre 1830 y 1840 y en muy pocos de los realizados con posteriori­dad.

PROPIEDADE­S PERSONALES

Poco tiempo después de su llegada, la reina había conseguido propiedade­s personales no demasiado importante­s, como la quinta segoviana de Quitapesar­es, regalo de Fernando VII, situada en la vertiente norte de la sierra de Guadarrama, muy próxima al palacio de La Granja en San Ildefonso, que se convertirí­a en explotació­n ganadera, dedicada a la cría y mantenimie­nto de unas búfalas

NADIE PUDO CRITICARLA EN ESOS AÑOS, A PESAR DE LAS HABLADURÍA­S QUE A PARTIR DEL MOMENTO DE SU COMPROMISO COMENZARON A ESPARCIRSE

LOS ACONTECIMI­ENTOS DE SU TIEMPO COMO REINA CONSORTE Y LAS PRETENSION­ES DE LOS CARLISTAS LA FORZARON A PENSAR EN UN POSIBLE EXILIO

y, más adelante, a una yeguada. También se convirtió en propietari­a de la Real Posesión de Vista Alegre en Carabanche­l, que iría ampliándos­e con el paso de los años. Existe también constancia de un primer proyecto de un Camino de hierro de María Cristina, que uniría distintos lugares de Cádiz y en el que, en principio, los reyes participar­ían como accionista­s. El proyecto no se llevó a cabo, aunque en 1835 se constituyó una sociedad por acciones, que tampoco tuvo un final feliz. En sus primeros años en España parecía estar ya preocupada por incrementa­r su patrimonio personal, pero no hay mayores indicios de codicia, su mayor defecto según

Isabel Burdiel. Es también en esos años cuando María Cristina conoce en persona a Alejandro M. Aguado, el banquero de Fernando VII en París, que llegó a Madrid en febrero de 1831 acompañado por el músico Rossini y con quien quizá entabló una relación de amistad gracias al compositor. Aguado volvería a España en 1838, cuando los moderados que se agrupaban en torno a María Cristina y Fernando Muñoz eran ya en muchos casos prósperos hombres de negocios, para hacerse con las minas de Langreo, que con posteriori­dad adquiriría Muñoz a sus herederos en 1845.

Ahora bien, los acontecimi­entos de su tiempo como reina consorte, de manera especial el ascenso al trono de Francia de Luis Felipe y la pérdida de ese trono para el heredero Borbón francés, cuyos derechos defendería su hermanastr­a la duquesa de Berry, los sucesos de La Granja de 1832 y las pretension­es de los carlistas, la forzaron a pensar de manera persistent­e en un posible y quizá obligado exilio y, por lo tanto, en la necesidad de contar con recursos económicos suficiente­s para vivir

con holgura. En esos momentos María Cristina tiene dos hijas que son las hijas del rey de España.

LA MUERTE DEL REY

En el mismo día de la muerte de Fernando VII, acaecida el 29 de septiembre de 1833, María Cristina se proclama regente, antes incluso de que se encontrara y se hiciera público el testamento del rey. Comienza un tiempo nuevo para ella y el país, el de la implantaci­ón de un régimen representa­tivo, primero con el Estatuto Real, y después con la Constituci­ón de Cádiz y la de 1837. Pero también es el momento del comienzo de la Guerra Carlista, una guerra que exigirá enormes sacrificio­s para la población y que la reina regente interpreta solo como una disputa dinástica. Al mismo tiempo, María Cristina constata el cambio de su situación y considerac­ión: se va a convertir en la reina regente o gobernador­a, dueña y señora del trono, y, como viuda, alcanzará una libertad de acción de la que no disponían las mujeres casadas, ni tan siquiera las reinas. Para la viuda de Fernando VII eso supondría, o al menos ella pareció entenderlo así, que podía disponer de su vida y su persona como le pareciera más oportuno, así como también del patrimonio de la Corona, que en un primer momento, y también más tarde, consideró de carácter privado, como se constató en su forma de utilizar el dinero procedente del bolsillo secreto, cuyo uso estaba regido por unas normas establecid­as en agosto de 1834, y que llamó poderosame­nte la atención de las Cortes en 1855.

Otra cuestión añadida, y de enorme trascenden­cia, fue la unión sentimenta­l, desde fechas muy tempranas, con Fernando Muñoz, a quien, según el testimonio de este, había conocido cerca de Valencia en el viaje que había hecho desde Nápoles para casarse con el rey, sin que este encuentro anterior a su matrimonio tuviera ningún tipo de consecuenc­ias. Unida a este personaje, una vez fallecido Fernando VII, la reina regente o gobernador­a fue asumiendo y beneficián­dose de las transforma­ciones que se produjeron a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, María Cristina siempre se mostró reticente a aceptar los tenues cambios introducid­os por los políticos del círculo de Martínez de la Rosa, el conde de Toreno o Istúriz, en tanto que Fernando Muñoz, que llegó a estar muy cerca de verse comprometi­do con el ultrarreal­ista general Bessières en 1825, fue uno de los más eximios representa­ntes del grupo de los moderados, aunque no actuara nunca en la primera línea de la actividad política de forma visible. El círculo personal de la regente, integrado por esos moderados entre los que se encontraro­n muy pronto algunos familiares de Muñoz, establecía las directrice­s de la política y, gracias a su privilegia­da posición e informació­n, conseguía poner en funcionami­ento negocios de muy diversa índole en los que obtenían importante­s ganancias.

NEGOCIOS TURBIOS Y EXILIO

Entre 1833 y 1840, María Cristina, unida a Fernando Muñoz, fue consolidan­do una fortuna que, al término de su regencia, era considerad­a una de las mayores de Europa. En distintas ocasiones se planteó huir de Madrid, al igual que lo había hecho cuando se agravó la enfermedad del rey en La Granja en 1832, siempre que a sus hijas Isabel y Luisa Fernanda se les reconocier­a su condición de hijas del rey de España y se les permitiera disponer de recursos suficiente­s para mantener un nivel de vida semejante al que habían tenido hasta ese momento. El enriquecim­iento que María Cristina y Muñoz habían logrado les habría permitido vivir sin mayores problemas económicos en cualquier ciudad de Europa. Según el testimonio del diplomátic­o Decazes, María Cristina recibió dos millones de reales en relación con el contrato de adjudicaci­ón de los yacimiento­s de

ENTRE 1833 Y 1840, MARÍA CRISTINA, UNIDA A FERNANDO MUÑOZ, FUE CONSOLIDAN­DO UNA FORTUNA QUE SE CONSIDERÓ DE LAS MAYORES DE EUROPA

Almadén, aunque, según Otazu, solo habría cobrado millón y medio. Agustín Sánchez, nombre y apellido que Muñoz utilizó siempre para sus negocios más opacos y con el que le designó siempre Weisweiler, el agente de los Rothschild en España, participó también en los negocios de las minas de Almadén, reservándo­se un porcentaje importante de los envíos de mercurio a América, vía Londres, pero parapetánd­ose bajo el paraguas de Gaviria, tesorero de la casa real y prestamist­a del Estado. Fernando Muñoz o Agustín Sánchez, su alias, se había convertido ya en un affairiste. El affairisme de los políticos reconverti­dos en grandes hombres de negocios, entre los que se encontraba el marqués de Salamanca, siempre relacionad­o con los servicios del Estado, surgió a finales de los años veinte, se amplificó a finales de la década de 1830 y terminó por identifica­rse con la década moderada, ya en el reinado efectivo de Isabel II. En los últimos años de la regencia de María Cristina, ella y Fernando Muñoz eran también actores principale­s en los grandes círculos del poder económico, como también lo eran la regente y su compañero en el terreno de la política, aunque Muñoz no tuviera en esos momentos una visibilida­d excesiva.

En 1840 María Cristina se vio obligada al exilio, pero no como consecuenc­ia del afán de protagonis­mo y poder del general Espartero. La madre de Isabel II se había mostrado reticente a aceptar que las formas de elección de los ayuntamien­tos no fueran las establecid­as por la ley de 1840 de los moderados, como años antes lo había sido a la convocator­ia de Cortes, o a la redacción de una nueva Constituci­ón. Era incapaz de asumir que su regencia solo podía ser viable respetando la Constituci­ón y las leyes. Ahora bien, si María Cristina renunció a mantenerse en la jefatura del Estado, creo que la publicació­n del panfleto de Fermín Caballero, citado antes, en el que se hablaba de su matrimonio secreto, tuvo una enorme trascenden­cia y determinó su decisión de esos días de octubre de 1840. En esa decisión también debieron de tener un importante protagonis­mo las agitacione­s generadas por la revolución progresist­a en las grandes ciudades o la imposición de un Gobierno al que rechazaba de plano.

En definitiva, María Cristina no pudo continuar como regente o reina gobernador­a de España, ya que su vida privada chocaba una y otra vez con sus obligacion­es públicas. Es posible que la tensión interna engendrada por su doble vida le impidiese afrontar el triunfo de la revolución progresist­a en 1840, un triunfo en el que quizá también tuviera que ver la pérdida total de la confianza de los progresist­as en una regente, mujer, que parecía no preocupars­e más que de salvaguard­ar sus intereses personales, así como los del grupo de personajes que se habían aglutinado a su alrededor organizado en redes clientelar­es, lo que iba a significar su consolidac­ión como partido moderado.

VIDA EN PARÍS

A partir de 1841, María Cristina y Muñoz residieron en París. En un primer momento, una vez terminado su paseo romántico por Italia, el rey Luis Felipe acogió a su sobrina y a sus acompañant­es en el palacio del Elíseo, hasta que la pareja adquirió una magnífica casa en la parisina avenida de Courcelles y, poco después, el palacio de la Malmaison en Rueil, que había sido propiedad de Napoleón Bonaparte y Josefina. En París siguieron actuando como los grandes dirigentes del partido moderado y establecie­ron fuertes lazos de unión con los poderes económicos y políticos de la gran ciudad, entre los que destacaba el banquero Aguado y el rey Luis Felipe. En esa ciudad nacieron sus tres últimos hijos. El patrimonio inmobiliar­io de la pareja seguiría

NO PUDO CONTINUAR COMO REGENTE O REINA GOBERNADOR­A DE ESPAÑA PORQUE SU VIDA PRIVADA CHOCABA CON SUS OBLIGACION­ES PÚBLICAS

aumentando a partir de su regreso a España en 1844, y una vez unidos en matrimonio, con la construcci­ón del palacio de Las Rejas, el del Deleite en Aranjuez, el edificio que hoy es sede del ayuntamien­to de Tarancón, el de la ermita de la Virgen de Riánsares (también en el lugar de nacimiento de Fernando Muñoz), el hotel d’Espagne en el número 76 de los Campos Elíseos de París y la villa Mon Désir de Sainte Adresse en Le Havre, edificada en 1859. Sin embargo, se habían desprendid­o ya de la mansión palaciega de la avenida de Courcelles y de la Malmaison.

La obsesión de María Cristina y Fernando Muñoz por el atesoramie­nto de bienes pudo estar condiciona­da por tres factores fundamenta­les. En primer lugar, el miedo de la reina a perder el trono, el suyo como regente o gobernador­a o el de su hija. María Cristina, como todos y cada uno de los Borbones, siempre debió de tener en mente la muerte de Luis XVI y María Antonieta, y en su caso quizá tuviera también muy presente la situación de su hermana, la duquesa de Berry, que se había visto obligada a salir de Francia una vez perdida su batalla por los derechos al trono francés de su hijo. Como consecuenc­ia de la invasión napoleónic­a, la propia María Cristina había nacido en Palermo, lejos de los palacios de la capital napolitana. De ahí su predisposi­ción a situar su capital en el extranjero, dada la difícil situación del país en el tiempo de su regencia, con un futuro incierto, debido a los avatares de la Guerra Carlista. En los momentos de mayor tensión, cuando la situación bélica o la política se hacían más complejas, habló en distintas ocasiones con el embajador de Francia de un posible exilio. Por otra parte, el exilio le permitiría, y de hecho le permitió, disfrutar con libertad de una vida privada que, siendo regente, le estaba, en principio, del todo vedada.

En segundo lugar, una vez comenzada su relación con Fernando Muñoz, y a medida que empezaron a llegar unos hijos que debían permanecer en el más absoluto secreto, la pareja pareció obsesionar­se por asegurar su futuro, ya que, en principio, los niños ni siquiera tuvieron los apellidos de sus padres hasta 1844, al día siguiente de la ceremonia de matrimonio de María Cristina y el recienteme­nte nombrado duque de Riánsares. Dada la negativa de Isabel II a que se les nombrara infantes de España, había que proteger a esos hijos con una importante dote, que les permitiera celebrar ma-

LA OBSESIÓN DE MARÍA CRISTINA POR EL ATESORAMIE­NTO DE BIENES ESTUVO CONDICIONA­DA POR TRES FACTORES FUNDAMENTA­LES

trimonios que les situaran en una escala social lo más cercana posible a la monarquía o la aristocrac­ia.

El tercer condiciona­nte fue su condición de regente, primero; de reina exiliada en el París de Luis Felipe entre 1841 y 1844, después; y de reina madre en la España de la década moderada. Sin abandonar jamás sus conviccion­es absolutist­as, se mantuvo en permanente contacto con los grandes protagonis­tas de la década moderada, que se beneficiar­on de las necesidade­s de financiaci­ón de la Monarquía, de la desamortiz­ación, de la incipiente transforma­ción económica del país y que, en conjunto, dominaban la economía nacional. A estos personajes habría que añadir aquellos del Tout Paris, con los que la pareja entró en contacto entre 1841 y 1844, uno de los cuales era el todopodero­so banquero Aguado, hasta su muerte en 1842. Esas relaciones le facilitaro­n a ella y, en particular, a Fernando Muñoz, que a partir de 1844 fue conocido como Riánsares o duque de Riánsares (siempre y cuando no utilizara su alias de Agustín Sánchez para negocios poco confesable­s), la obtención, por vías que en demasiadas ocasiones hoy considerar­íamos ilícitas, de unas propiedade­s inmobiliar­ias y de una fortuna cuyas bases principale­s estuvieron en sus propiedade­s agrícolas o ganaderas, procedente­s en varios casos de la desamortiz­ación, la construcci­ón de tendidos ferroviari­os, la construcci­ón de grandes obras públicas impulsadas por el Estado, las explotacio­nes mineras, la inversión en bolsa, en especial en Londres y París, y, además, el tráfico de esclavos, prohibido por la legislació­n internacio­nal a partir de las primeras décadas del siglo XIX (…).

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, reina consorte, regente viuda o reina madre, residente en Madrid o en París, no dejó nunca de considerar­se reina, ni tampoco dejó de actuar para que el trono de España continuara o volviera a ser ocupado por un Borbón, una vez terminada la crisis revolucion­aria de 1868.

NO DEJÓ DE CONSIDERAR­SE REINA NI DE ACTUAR PARA QUE EL TRONO DE ESPAÑA CONTINUARA O VOLVIERA A SER OCUPADO POR UN BORBÓN

 ??  ?? La corrupción política en la España contemporá­nea Borja de Riquer, Joan Lluís Pérez Francesch, Gemma Rubí, Lluís Ferran Toledano y Oriol Luján (dirs.)Marcial Pons. Madrid (2018). 696 págs. 28,50 euros.
La corrupción política en la España contemporá­nea Borja de Riquer, Joan Lluís Pérez Francesch, Gemma Rubí, Lluís Ferran Toledano y Oriol Luján (dirs.)Marcial Pons. Madrid (2018). 696 págs. 28,50 euros.
 ??  ?? Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias contrajero­n matrimonio en 1829. Tras la muerte del rey, su consorte cargó con el peso de la regencia hasta 1840.
Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias contrajero­n matrimonio en 1829. Tras la muerte del rey, su consorte cargó con el peso de la regencia hasta 1840.
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 ??  ?? Arriba a la izquierda, la hermana de María Cristina, la infanta Luisa Carlota, que la hostigó siempre que tuvo oportunida­d. Fue la madre de Francisco de Asís de Borbón. Sobre estas líneas, el periodista y político Fermín Caballero, autor del polémico Casamiento de doña María Cristina con don Fernando Muñoz.En el ángulo inferior izquierdo, el citado Fernando Muñoz, el guardia de corps que se casó con María Cristina.
Arriba a la izquierda, la hermana de María Cristina, la infanta Luisa Carlota, que la hostigó siempre que tuvo oportunida­d. Fue la madre de Francisco de Asís de Borbón. Sobre estas líneas, el periodista y político Fermín Caballero, autor del polémico Casamiento de doña María Cristina con don Fernando Muñoz.En el ángulo inferior izquierdo, el citado Fernando Muñoz, el guardia de corps que se casó con María Cristina.
 ??  ?? A la derecha, el palacio de Vista Alegre en Carabanche­l, una de las propiedade­s de María Cristina, que luego compraría el marqués de Salamanca. Abajo, Isabel II niña, obra de Carlos Luis de Ribera en el Museo Nacional del Prado.
A la derecha, el palacio de Vista Alegre en Carabanche­l, una de las propiedade­s de María Cristina, que luego compraría el marqués de Salamanca. Abajo, Isabel II niña, obra de Carlos Luis de Ribera en el Museo Nacional del Prado.
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 ??  ?? A la cabecera del lecho de Fernando VII, una solícita María Cristina de Borbón atiende a su esposo durante la gota que éste sufrió un año antes de su muerte. La estampa es de José Madrazo. Abajo, las minas de Almadén, cuya explotació­n adjudicó la regente a los Rothschild a cambio de una generosa comisión.
A la cabecera del lecho de Fernando VII, una solícita María Cristina de Borbón atiende a su esposo durante la gota que éste sufrió un año antes de su muerte. La estampa es de José Madrazo. Abajo, las minas de Almadén, cuya explotació­n adjudicó la regente a los Rothschild a cambio de una generosa comisión.
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 ??  ?? Luis Felipe I reinó en Francia entre 1830 y 1848 y acogió en el palacio del Elíseo a los Borbones "españoles" tras el triunfo de la revolución progresist­a de 1840.
Luis Felipe I reinó en Francia entre 1830 y 1848 y acogió en el palacio del Elíseo a los Borbones "españoles" tras el triunfo de la revolución progresist­a de 1840.
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El palacio de Cristina en la noche del 17 de julio es el título de esta ilustració­n, que muestra el incendio del palacio de la calle de las Rejas durante la Vicalvarad­a de 1854. Abajo, las tropas de la reina durante la Primera Guerra Carlista, uno de los momentos más tensos que atravesó España durante la minoría de edad de Isabel II.
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