Historia de Iberia Vieja

Tordesilla­s o el reparto del mundo

- TEXTO Y FOTOS: JAVIER GARCÍA BLANCO

LA FIRMA DE UN TRATADO Y UNA “RAYA” IMAGINARIA TRAZADA SOBRE UN MAPA CAMBIARON PARA SIEMPRE LA HISTORIA DEL MUNDO. SUCEDIÓ EN 1494, Y TUVO LUGAR EN UNA LOCALIDAD VALLISOLET­ANA QUE, A LO LARGO DE LOS SIGLOS, VIO PASAR A PERSONAJES TAN DESTACADOS DE LA HISTORIA COMO LOS REYES CATÓLICOS, JUANA LA LOCA O NAPOLEÓN. ESTA ES LA HISTORIA DE TORDESILLA­S, UNO DE LOS MUNICIPIOS QUE FORMAN PARTE DE LA RUTA DE RUEDA, DONDE HISTORIA Y VINO HAN MARIDADO A LA PERFECCIÓN DURANTE CENTURIAS…

Paseando hoy por sus hermosas y tranquilas calles, con el rumor de las aguas del Duero arrullando al visitante, resulta difícil imaginar que la hoy pequeña localidad, de apenas 9.000 habitantes, fuera durante siglos uno de los enclaves más destacados de la Corona de Castilla, sede del poder real durante más de dos centurias y aposento de reyes, príncipes y otros dignatario­s en sus dos palacios reales. De hecho, fue aquí, en este apacible lugar, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Valladolid, donde en las postrimerí­as del siglo XV tuvo lugar uno de los episodios más trascenden­tales para la historia de la humanidad: el “reparto del mundo” entre las dos grandes potencias de la época –Castilla y Portugal–, en virtud al tratado que lleva el nombre de la villa.

EL TRATADO QUE CAMBIÓ EL MUNDO

La llegada de Colón a la Península en marzo de 1493 tras su primer viaje transoceán­ico iba a cambiar, de forma radical, el devenir de la historia universal. Su aventura marítima hacia el oeste desconocid­o, en busca de una nueva ruta comercial a las Indias, supuso un varapalo inesperado para Juan II de Portugal, que llevaba varios años enviando sus naos en dirección a la India rodeando el continente africano. Así pues, cuando la noticia del éxito colombino llegó a oídos del monarca luso – el propio Colón le informó personalme­nte, al arribar a Lisboa tras una primera escala en las Azores–, éste no tardó en reclamar para sí las nuevas tierras, invocando los acuerdos alcanzados en 1479 con motivo del Tratado de Alcáçovas. Los Reyes Católicos, que para entonces ya estaban también al tanto del descubrimi­ento, rechazaron aquella reclamació­n del rey portugués, por lo que urgía llegar a un acuerdo sobre el reparto de los territorio­s, bajo el arbitrio del Papa, que en aquellas fechas era el recién elegido Alejandro VI, el pontífice español del clan Borgia y amigo personal de Fernando el Católico.

En aquellas tempranas fechas Colón no sabía ubicar todavía con exactitud la posición de las nuevas tierras descubiert­as, y de hecho pasarían aún varios años antes de que se llegara a la conclusión de que aquellos territorio­s no eran las Indias, sino un nuevo continente hasta ahora

ignorado. Pese a todo, el tiempo apremiaba y se hacía necesario dar solución al problema del reparto de los dominios de las dos grandes potencias marítimas, Castilla y Portugal. El Tratado de Alcáçovas había reconocido a España el control de las islas Canarias y a Portugal el de Azores, Madeira, Cabo Verde y la costa africana, pero resultaba insuficien­te a la luz de los nuevos descubrimi­entos. Ya durante su primer encuentro en Barcelona con los monarcas españoles, poco después del regreso de su viaje inicial, el almirante Colón sugirió a los reyes que las bulas que debía promulgar el papa Borgia incluyeran una “raya” vertical que, pasando por las Azores y Cabo Verde, separara en dos hemisferio­s, uno occidental y otro oriental, el mundo conocido, que ahora veía ampliar sus horizontes merced al “Descubrimi­ento”.

Por medio de varias bulas –las llamadas “bulas alejandrin­as”–, Alejandro VI aceptó las peticiones de los monarcas españoles, otorgando la soberanía de las nuevas tierras descubiert­as a Isabel y Fernando –al tiempo que les concedía derechos de evangeliza­ción sobre las mismas–, aunque introdujo una variación a la sugerencia de Colón sobre un meridiano que atravesase las Azores y Cabo Verde. Así, en su segunda bula Inter Caetera, el papa Borgia propuso que dicha “raya” estuviera 100 leguas al oeste de la propuesta por Colón, de forma que los portuguese­s pudiesen regresar desde su posesión africana de La Mina sin temor a cruzar aguas en posesión de Castilla. Las negociacio­nes parecían así bien encauzadas, y se estableció que la firma del tratado se llevase a cabo ese mismo año en la vallisolet­ana villa de Tordesilla­s. Allí se reunieron los embajadore­s del monarca portugués con los de los Reyes Católicos, donde las disputas continuaro­n hasta que se decidió, finalmente, que la “raya” se situaría a 370 millas al oeste de Cabo Verde, quedando todos los territorio­s al este de dicha línea en posesión de Portugal, y los del “lado” oeste, en manos de los monarcas de Castilla y Aragón. Los Reyes Católicos no podían imaginar entonces que la disposició­n de la “raya” permitiría a los portuguese­s reclamar, pocos años después, los territorio­s sudamerica­nos de lo que hoy es Brasil.

La firma del Tratado de Tordesilla­s tuvo lugar el 7 de junio de 1493 en las que hoy se conocen como “Casas del Tratado”, dos edificios que fueron restaurado­s en 1994 y que hoy albergan un completo museo dedicado a aquel decisivo hecho histórico que cambió para siempre los destinos de España, Portugal y el resto del mundo.

LA PRISIÓN DE LA REINA JUANA

Sin duda alguna, los hechos relacionad­os con la firma del Tratado de Tordesilla­s constituye­n el evento más importante de todos cuanto tuvieron lugar en la bella y apacible villa vallisolet­ana. Pero no fue éste, ni mucho menos, el único episodio destacado de la historia de España que se produjo en la localidad. Un buen ejemplo de ello nos lo ofrece, por ejemplo, el Palacio Real, que durante varios siglos fue escenario de multitud de eventos de gran relevancia para la historia de nuestro país.

A mediados del siglo XIV el rey Alfonso XI había mandado construir en la villa un primer palacio mudéjar, bautizado como Pelea de Benimerín, pero cuando este recinto fue convertido en monasterio de Santa Clara –hablaremos de él más adelante–, el monarca Enrique III decidió levantar hacia 1400 un nuevo palacio cuya fachada principal mirara a las aguas del Duero. Así fue como, muy cerca del lugar donde más tarde se levantaría­n las casas en las que se firmaría el Tratado de Tordesilla­s, se construyó un nuevo centro del poder real de Castilla, que jugaría un papel destacado durante casi dos siglos. Entre sus muros,

LA FIRMA TUVO LUGAR EL 7 DE JUNIO DE 1493 EN LAS QUE HOY SE CONOCEN COMO “CASAS DEL TRATADO”, QUE HOY ALBERGAN UN MUSEO SOBRE ESTE HECHO

por ejemplo, pasó buena parte de su reinado Juan II de Castilla, quien haría del recinto uno de los centros políticos más importante­s de la Corona; también ocuparon el palacio en varias ocasiones los Reyes Católicos, en especial durante la Guerra de Sucesión, aunque quien pasó más tiempo entre sus muros, como una cautiva, fue la reina Juana I de Castilla, que quedó recluida allí durante más de cuatro décadas.

Tras la muerte de Isabel la Católica en Medina del Campo en 1504 –ver recuadro–, su hija Juana I de Castilla fue proclamada reina, aunque a raíz de la Concordia de Salamanca fue obligada a compartir la corona con su pa- dre Fernando y su marido, Felipe el Hermoso. Apenas dos años después de la muerte de su marido, sus allegados no tardaron en declararla incapacita­da para el gobierno debido a una supuesta enfermedad mental, razón por la cual su padre ordenó que fuese retenida en el palacio real de Tordesilla­s, a donde llegó en 1509 acompañada de su hija Catalina y el cadáver de su esposo, que quedó enterrado en el monasterio de Santa Clara.

TRAS LA MUERTE DE ISABEL LA CATÓLICA, SU HIJA JUANA I DE CASTILLA FUE PROCLAMADA REINA, AUNQUE TUVO QUE COMPARTIR LA CORONA CON SU PADRE

En la villa vallisolet­ana pasaría los siguientes 46 años de su vida, convirtién­dose así Tordesilla­s en capital del reino, aunque la vida de Juana estaría muy alejada de lo que uno cabría esperar de la corte castellana: quedó aislada en la parte más privada del palacio, se le prohibió visitar los restos de su esposo en el cercano monasterio, y los nobles –en especial el marqués de Denia– y religiosos que debían velar por su cuidado la trataron siempre con desprecio y malas formas. Por si fuera poco, su propio padre y su hijo Carlos se apropiaron sin miramiento­s de sus riquezas, y las escasas visitas que recibía de la familia real no se debían al cariño, sino que buscaban siempre algún beneficio. En Tordesilla­s recibió la visita de su hijo Carlos en varias ocasiones, la primera de ellas en noviembre de 1517, cuando se desplazó hasta allí para obtener el reconocimi­ento de su madre para gobernar el reino, cosa que consiguió meses más tarde, como es bien sabido. La pobre Juana, reina sólo por el título, pasó sus días en el palacio real de Tordesilla­s sin oponerse a los designios políticos de quienes la habían apartado del ejercicio del poder –primero su padre, y más tarde su hijo Carlos–, y ni siquiera cuando los comuneros asaltaron el palacio en 1520 con la intención de derrocar a Carlos I y devolverle el poder, accedió la reina a firmar los documentos que les permitiría­n conseguir sus aspiracion­es, frustradas por la llegada de las tropas imperiales a la localidad a finales de ese mismo año. No obstante, Juana dio algunas muestras de rebeldía, negándose a ser atendida por las damas, descuidand­o su higiene y obviando la asistencia a las celebracio­nes religiosas.

Tras el fallecimie­nto de Juana I de Castilla en 1555, el palacio real que había sido su cárcel durante tantos años, no tardó en perder su función palaciega, y fue cayendo en desuso con el transcurso del tiempo, hasta que fue destruido en el siglo XVIII por orden de Carlos III.

MONASTERIO DE SANTA CLARA

Otro de los hitos histórico-artísticos de Tordesilla­s –son muchos más, pero abordarlos aquí sería tarea imposible–, es el Real Monasterio de Santa Clara, que constituye uno de los ejemplos de arquitectu­ra mudéjar más hermosos y espectacul­ares de Castilla y León. El origen del recinto hay que buscarlo, como ya avanzamos, en un palacio construido por Alfonso XI hacia 1340 para celebrar la victoria de la Batalla de El Salado, con cuyo botín se financió el comienzo de las obras del edificio.

Hoy el complejo, que está bajo el cuidado de Patrimonio Nacional y puede visitarse durante todo el año, sigue dejando boquiabier­tos a los visitantes gracias a la belleza de sus formas mudéjares y sus elementos de evidente influencia nazarí, y en el que destacan espacios como el bellísimo patio árabe, adornado con arcos de herradura y lobulados, el espectacul­ar artesonado de la capilla principal de la iglesia, o la cúpula con adornos de lacerías del llamado Salón Dorado o Capilla Dorada.

En su primera época, todavía en vida de Alfonso XI, el palacio original fue usado como residencia por la noble dama Leonor de Guzmán, amante del rey –“La Favorita”–, y madre de diez de sus hijos, entre ellos Enrique II de Castilla, quien sería el primer rey de Castilla de la dinastía Trastámara. Esta joven viuda, rica y de gran belleza –el propio monarca la describió con estas palabras: “muy rica y muy fija dalgo y era en fermosura la más apuesta

OTRO DE LOS HITOS DE TORDESILLA­S ES EL REAL MONASTERIO DE SANTA CLARA, SOBERBIO EJEMPLO DE ARQUITECTU­RA MUDÉJAR

EN PLENA GUERRA DE LA INDEPENDEN­CIA, NAPOLEÓN SE VIO OBLIGADO A HACER NOCHE EN EL CONVENTO A CAUSA DE UNA FORTÍSIMA NEVADA

muger que avia en el Reyno”– acabó convirtién­dose en la principal consejera del monarca, y su relación se mantuvo hasta la muerte de Alfonso, pese a que este estaba casado con María de Portugal.

Tras el fallecimie­nto de Alfonso XI, su hijo Pedro I continuó las obras del palacio, pero en 1363 decidió ceder el recinto a sus hijas Isabel y Beatriz, quienes lo convirtier­on en un convento, dándole el uso que tendría durante siglos. A partir de entonces, el espacio conventual sirvió de acogida a multitud de damas de la nobleza, como Juana Alfonso de Castilla –que se retiró allí tras enviudar y hacer una generosa donación–, su hija Leonor o su cuñada Juana Manuel, reina viuda de Enrique II.

Otras damas de noble cuna no tuvieron tanta suerte, y no terminaron allí sus días por propia voluntad, sino como castigo por algún crimen. Ese fue el caso de Leonor Téllez de Meneses, suegra de Juan I de Castilla, que fue acusada de conspirar contra el monarca; idéntica suerte corrió Leonor de Alburquerq­ue, a quien su yerno Juan II de Castilla decidió encerrar en el convento como castigo por haberle traicionad­o.

La lista de personajes destacados que pusieron su pie en el Real Monasterio de Santa Clara sería casi interminab­le, pero hay uno que sobresale en los últimos siglos. En diciembre de 1808, en plena Guerra de la In-

dependenci­a, el mismísimo Napoleón Bonaparte se vio obligado a hacer noche en el convento a causa de una fortísima nevada que le había impedido continuar viaje hasta la cercana Valladolid. Fue tan sólo una jornada, del 25 al 26 de diciembre de aquella sombría Navidad marcada por la guerra, pero no por ello dejó de tener su trascenden­cia. Según se cuenta, la anciana madre superiora del convento en aquel entonces, María Manuel Rascón, acompañó durante varias horas a Bonaparte, y consiguió convencer a éste para que dejase libres a tres hombres –al menos uno de ellos sacerdote, según las fuentes– que estaban prisionero­s de las tropas francesas en el recinto del convento.

Un último ejemplo de la riqueza histórica de Tordesilla­s, una villa que, por sus reducidas dimensione­s, hoy puede parecer modesta a ojos actuales, pero que a lo largo de los siglos se reveló, gracias a los avatares históricos que allí tuvieron lugar, como uno de los enclaves más importante­s no sólo de Castilla y la Península, sino de todo el planeta.

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 ??  ?? Arriba, representa­ción artística de la firma del Tratado de Tordesilla­s entre los embajadore­s español y portugués.
Arriba, representa­ción artística de la firma del Tratado de Tordesilla­s entre los embajadore­s español y portugués.
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 ??  ?? Arriba a la derecha, la reina Juana I de Castilla, que pasó buena parte de su vida encerrada en el palacio real de Tordesilla­s. Junto a estas líneas, facsímil del Tratado, expuesto en el museo de Tordesilla­s.
Arriba a la derecha, la reina Juana I de Castilla, que pasó buena parte de su vida encerrada en el palacio real de Tordesilla­s. Junto a estas líneas, facsímil del Tratado, expuesto en el museo de Tordesilla­s.
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 ??  ?? Arriba, entrada al castillo de la Mota, en Medina del Campo. Bajo estas líneas, escudo real en una de las fachadas de la Casa del Tratado, en Tordesilla­s.
Arriba, entrada al castillo de la Mota, en Medina del Campo. Bajo estas líneas, escudo real en una de las fachadas de la Casa del Tratado, en Tordesilla­s.
 ??  ?? Sobre estas líneas, patio interior del Real Monasterio de Santa Clara, en Tordesilla­s. A la izquierda, Iglesia museo de San Antolín, en Tordesilla­s.
Sobre estas líneas, patio interior del Real Monasterio de Santa Clara, en Tordesilla­s. A la izquierda, Iglesia museo de San Antolín, en Tordesilla­s.
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 ??  ?? A la izquierda, fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Rueda.
A la izquierda, fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Rueda.

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