Y EL HECHIZO DE UNA INTRIGA PALACIEGA
POCOS MONARCAS ESPAÑOLES HAN SUFRIDO UNA DEFORMACIÓN HISTÓRICA TAN APABULLANTE COMO CARLOS II “EL HECHIZADO”. SU EXORCISMO NO OBEDECIÓ A NINGÚN INDICIO FIRME DE EMPONZOÑAMIENTO DIABÓLICO SINO, MÁS BIEN, AL JUEGO DE INTRIGAS Y AMBICIONES QUE DOMINABA LA CORTE. EL ALMA DÉBIL DEL REY FUE CAMPO DE BATALLA INTERNACIONAL DONDE APLICAR TODA SUERTE DE MALAS ARTES NOBILIARIAS SIN NINGÚN ESCRÚPULO, UTILIZANDO LOS MIEDOS RELIGIOSOS DEL MOMENTO PARA HACER POLÍTICA DE ESTADO.
Carlos II nació el 6 de noviembre de 1661, pocos días después de fallecer su hermano Felipe. Era, por tanto, el último heredero del monarca Felipe IV y en él recaía la presión de sucederle en el reino. Sin embargo, desde el primer momento, la debilidad física del recién nacido no pudo disimularse. La Gaceta de Madrid difundió una descripción propagandística e irreal del bebé, presentándolo ante la opinión pública como robusto y proporcionado. Pero, mientras esas noticias alentadoras se divulgaban para el pueblo, las cancillerías extranjeras en España transmitían a sus respectivos mandatarios la terrible verdad.
EL CUERPO DEL REY: ENFERMO Y ENDEBLE
Cuando cuatro años después, Carlos II accedió al trono por la muerte de su padre, el embajador francés envió a Luis XIV el siguiente despacho muy esclarecedor: “Pare- ce extremadamente débil, con esas mejillas pálidas y la boca muy abierta, un síntoma, de acuerdo con la opinión unánime de los doctores, de alguna anomalía gástrica, y aunque dicen que camina por sí solo y que las correas con que la menina lo ayuda y lo guía sirven únicamente para que no se caiga si se tropieza, a mí me parece dudoso, puesto que lo he visto coger la mano de su aya para sujetarse cuando le quitan las correas. Sea como fuere, los doctores no le auguran una larga vida, y parece que esto se da por seguro en todos los pronósticos aquí”.
Siempre caminando sobre el alambre entre la vida y la muerte, lo cierto es que fueron trascurriendo los años por la existencia de Carlos II mientras capeaba como podía los problemas de salud. La infancia pasó repleta de dificultades en el andar, comer y hablar. También sufrió cierto retraso en el aprendizaje intelectual, una clara predisposición hacia el ocio, la caza y el arte y un total desinterés por los asuntos de Estado. Precisamente, el aspecto físico con el que aparece en sus retratos delata la fragilidad que arrastró toda su vida, aguijoneada permanentemente por las enfermedades, estallidos de cólera y depresión. Al cumplir Carlos II los 25 años, el nuncio papal envió al Vaticano el siguiente informe: “No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia”.
EL ALMA DEL REY: CAMPO DE BATALLA INTERNACIONAL
Pero, por encima de la salud física del monarca, permanecía en vilo el futuro del reino. En un mundo donde las relaciones de parentesco constituían uno de los pilares fundamentales del poder político, no tener
descendencia directa suponía un verdadero quebradero de cabeza para la corona española. El horizonte a muy corto plazo del país despuntaba de lo más negro e inquietante, especialmente si tenemos en cuenta que los enemigos internacionales estaban al acecho, esperando el menor síntoma de debilidad para saltar sobre la corona española y repartirse la presa.
Por un lado estaba Luis XIV de Francia, quién postulaba ciertos derechos al reino de España por haberse casado en 1660 con una hija de Felipe IV. Además, Carlos II contrajo un primer matrimonio con una sobrina del monarca francés, lo que venía a estrechar aún más los lazos sanguíneos entre las dos casas reales. A raíz de este último casamiento, en la corte española desembarcó un nutrido grupo de simpatizantes borbónicos muy influyentes. Entre ellos, el embajador Harcourt con abundantes fondos económicos suministrados por Luis XIV para generar un poderoso núcleo de poder francófilo en palacio.
No obstante, por otro lado, estaban los germanófilos. Simpatizantes de la casa de Austria que se vieron reforzados con el segundo matrimonio entre Carlos II y Mariana de Neoburgo tras la muerte de la reina María Luisa de Orleans. También aquí el papel desempeñado por el embajador imperial Ferdinand Harrach, atrayendo voluntades y maniobrando entre las sombras de la corte madrileña, resultó determinante durante muchos acontecimientos del reinado.
Lo peor de todo es que, definitivamente, Carlos II nunca dio muestras de ser capaz de concebir un hijo. Contrajo dos matrimonios y sus esposas fueran seleccionadas con el máximo cuidado para dicho fin, pero ni aun con semejante esmero hubo manera. Los médicos y su segunda mujer manifestaron que el rey no padecía dificultades de erección y, justamente al descartarse la impotencia, comenzó a abrirse paso la idea de que el problema quizás fuera de otra índole: la ausencia de un mal biológico evidente avisaba que la esterilidad del rey no sería tanto una enfermedad de su cuerpo, sino
EL REY NO FUE CAPAZ DE CONCEBIR UN HIJO, A PESAR DE QUE SUS DOS ESPOSAS FUERAN SELECCIONADAS CON TAL FIN
LA SUCESIÓN PASÓ A CONVERTIRSE EN UNA URGENTE CUESTIÓN DE ESTADO EN LA CUAL TODAS LAS CAMARILLAS INTRIGANTES DE LA CORTE QUISIERON JUGAR SUS BAZAS
tal vez de su alma y por ahí asomaron las primeras sospechas de brujería.
Hubo una primera tentativa de abrir causa ante la Inquisición para afrontar canónicamente el posible hechizo del rey, pero enseguida se descartó por falta de pruebas. Sin embargo, las circunstancias cambiaron radicalmente en 1698. A aquellas alturas del reinado, a nadie pasaba desapercibido el deterioro paulatino del monarca y la necesidad de influir en su testamento. La sucesión pasó a convertirse en una urgente cuestión de Estado en la cual todas las camarillas intrigantes de la Corte quisieron jugar sus bazas. El partido francés, encabezado por el cardenal Portocarrero dio un primer golpe maestro al situar a uno de sus fieles, el padre Froilán Díaz, como confesor del monarca.
Carlos II tuvo once confesores a lo largo su vida y la causa de tan amplio número e inestabilidad en el cargo no fue motivada porque los religiosos fallecieran o enfermaran sino porque se trataba de uno de los puestos más cotizados y sujetos a confabulaciones de la corte. El confesor accedía a la intimidad del monarca y este ponía en manos de aquel su conciencia, preocupaciones, proyectos y pe- cados. Es decir, una información y confianza tan valiosa como decisiva. Por consiguiente, el ascendiente directo de Froilán Díaz sobre Carlos II y su capacidad para influirlo, dotó a la opción borbónica de una ventaja inicial notable de la que enseguida se intentó sacar mayor provecho.
El cardenal Portocarrero y el recientemente designado Inquisidor General Juan Tomás de Rocaberti consiguieron convencer al rey de que se sometiera a un exorcismo administrado por su confesor Froilán. Hasta aquí podríamos aceptar que todos los implicados obraron con buena voluntad y sinceramente animados por el deseo de resolver la esterilidad que afectaba a Carlos II. Al fin y al cabo, eliminar el mal del monarca, implicaba eliminar el mal del reino y entraba dentro de la lógica de aquellos tiempos explorar todas las posibilidades para dar con un remedio definitivo. Dada la urgencia, ya poco importaba que la solución fuera natural o divina. Pero cuando contemplamos la manera en que se llevó a cabo el exorcismo, atisbamos un cúmulo de maniobras interesadas donde no solo se pretendía curar al enfermo, sino deshacerse también de varios rivales políticos muy incómodos e influyentes dentro de la corte y la familia real.
Una de las mejores maneras de demostrar la acción de un sortilegio sobre un posible embrujado era obtener la confirmación de los labios del propio demonio. Quien mejor que el causante sobrenatural del problema para dar cuenta del hechizo, reconocer su autoría y la forma en que había sido consumado. Pues bien, el confesor del rey quiso tirar de ese hilo, sobre todo, al enterarse de que había unas monjas endemoniadas en Cangas de Onís que estaban siendo atendidas espiritualmente por fray
EL DIABLO JURÓ POR DIOS TODOPODEROSO QUE ERA VERDAD QUE EL REY HABÍA SIDO HECHIZADO MEDIANTE UN BEBEDIZO PONZOÑOSO
Antonio Álvarez Argüelles. Aprovechando la coyuntura, Froilán solicitó a dicho fraile que durante su lucha contra el demonio en Asturias, obtuviera del maligno alguna información acerca del estado del monarca. Este peculiar interrogatorio contó con la aprobación del Inquisidor General Rocaberti puesto que se estaba caminando por terrenos religiosamente comprometidos. El propio Rocaberti detalló el procedimiento a seguir: Álvarez Argüelles debía escribir los nombres del rey y la reina en una cédula; colocarla en el pecho de la religiosa poseída; conjurar al demonio y preguntarle si alguna de las personas citadas padecía maleficio. El desenlace de aquella prueba resultó de lo más sorprendente.
El diablo habló por boca de las monjas con claridad, “juró por Dios Todopoderoso que era verdad que el rey había sido hechizado mediante un bebedizo ponzoñoso” y dio claros detalles de su composición: “Sesos para anularle la voluntad, intestinos para arruinarle la salud, y riñones para esquilmarle la virilidad”. Lo ingirió Carlos II cuando tenía 14 años, disuelto en un choco- late y desde entonces operaba dentro de su organismo, especialmente, durante las lunas nuevas. Pero las palabras más escandalosas del demonio afloraron a la hora de señalar a la persona responsable de la pócima. Ni más ni menos que la madre del rey, Mariana de Austria, quién también habría matado con un brebaje similar al hermano bastardo de Carlos II, Juan José de Austria y gran adversario de la regente en Madrid. Otro de los implicados en la brujería habría sido el Marqués de Villasierra y Primer Ministro Fernando de Valenzuela, quien actuó como correo. Finalmente, el cadáver humano necesario para la receta lo había proporcionado una viuda madrileña residente en la calle de los Herreros. Al señalarle al demonio que tal calle no existía en la capital del reino, el maligno rectificó la dirección y la cambió por la de Cuchilleros.
Froilán dirigía aquellos interrogatorios con el diablo en la distancia, formulando preguntas incisivas desde Madrid en las que ponía dentro del punto de mira a determinados cortesanos con nombres y apellidos, posibles culpables del maleficio. Obviamente, el elenco de sospechosos apuntaba muy alto, dentro del entorno más cercano al monarca y vinculado al círculo nobiliario rival del confesor.
Pero las entrevistas demoníacas terminaron de repente cuando el Inquisidor General empezó a ver con recelo aquellos resultados. La locuacidad acusatoria de Satanás estaba sobrepasando una línea roja de consecuencias imprevisibles y además el diablo parecía disfrutar enredando las cosas. Álvarez Argüelles remitió desde Asturias una misiva informando de que “he hallado mucha
AQUELLA RETRACTACIÓN DEMONÍACA PARÓ EL TEMA DE LOS HECHIZOS DURANTE UN TIEMPO. SIN EMBARGO, EL CONFESOR PERSONAL DE CARLOS II VOLVIÓ A LA CARGA
y demasiada rebelión en los demonios, y poniendo las manos sobre el ara consagrada, juró lucifer que todo lo que había dicho era mentira y que no tenía nada el rey. Yo pasé adelante conjurando desde las cuatro hasta las seis, que era fuerza dejarlo; y entonces, después de tanta rebelión de los demonios, prorrumpieron en decir no me fatigase, que había decreto de la madre para que yo salga con gloria, pero que había de ser en tiempo señalado”.
Aquella retractación demoníaca paró el tema de los hechizos regios durante un tiempo. Sin embargo, el confesor personal de Carlos II volvió a la carga y esta vez apoyándose en un argumento de autoridad. Organizó la visita a palacio del capuchino italiano fray Mauro Tenda, teólogo y exorcista reputado internacionalmente. En junio de 1699, el monarca empeoró tanto que hasta la reina accedió a que el exorcista transalpino interviniera. El diagnóstico de fray Mauro ratificó el hechizo del rey, aunque negó que estuviera poseído por el demonio. En su opinión la brujería tenía cura: “hacer tres señales de la cruz seguidas sobre la cabeza o la parte de cuerpo que le duela, apenas comience a sentir el dolor, pronunciando el conjuro ordinario y ordenando al demonio en nombre del Todopoderoso que se vaya de allí”. El propio monarca colaboró en la resolución del maleficio y confesó dormir todas las noches con una bolsa debajo de la almohada repleta de enseres susceptibles de ser utilizados en artes oscuras como cáscaras de huevo, uñas y otros restos orgánicos.
De un modo u otro, los exorcismos parecían haber encauzado por el buen camino
HACIA SEPTIEMBRE DE 1699, ENTRÓ EN PALACIO UNA MUJER ENLOQUECIDA Y GRITANDO SU DESEO DE TENER UNA AUDIENCIA CON EL MONARCA
las dolencias del rey e incluso, durante al- gunas semanas, Carlos II logró reponerse y disfrutar de cierta mejoría. Sin embargo, dos episodios nuevos sucedieron a continuación, retorciendo todavía más la historia. En primer lugar, del extranjero provino un último coletazo para reforzar la maldición del rey español. El embajador austríaco, por mediación del emperador Leopoldo, informó que un muchacho endemoniado había sido sometido a interrogatorio en Viena. Coincidió su testimonio en asegurar que Carlos II estaba hechizado y que detrás de la brujería andaba una mujer llamada Isabel con varios signos que delataban su condición maligna como el tener una marca en forma de T bajo la axila, la boca torcida y una hija acusada de ser judía por el Santo Oficio.
Pareciera que con esta revelación, el bando proalemán de la corte pretendía alejar de sí las reiteradas acusaciones brujeriles que les sobrevolaban. Y es que, hacia septiembre de 1699, entró en palacio una mujer enloquecida y gritando su deseo de tener una audiencia con el monarca. El escándalo fue tan monumental que no pasó desapercibido al propio Carlos II. Una vez ante su majestad, la joven profirió un discurso excesivamente errático y sin sentido, pero
lo suficientemente impactante como para que despertara la curiosidad del monarca. Carlos II ordenó que se la siguiera y, de este modo, se comprobó que habitaba en Madrid junto con otras mujeres endemoniadas. Al igual que ocurriera con las monjas poseídas de Cangas, los dos exorcistas de la corte, Froilán y Mauro acudieron raudos a conversar con ellas o más bien con el demonio que tenían incorporado y del que esperaban extraer datos jugosos. Fue así como en la entrevista con el maligno volvieron a salir nuevos nombres implicados en el maleficio. Entre ellos, varios ministros, la reina Mariana de Neoburgo y otros componentes de su entorno de mayor confianza.
Esta información le fue trasladada por los exorcistas a Carlos II, quien “agitándose e indignándose mucho S.M. cuando lo oyó”, prometió “que haría examinar a todos los cómplices de aquel hechizo para castigar inexorablemente a cuantos resultasen culpables, promesa que el confesor y el padre Mauro le recuerdan a diario”. Parece que, en ese punto de los acontecimientos, Carlos II era otro más de los convencidos en el origen sobrenatural de sus padecimientos y así lo comunicó pidiéndole ayuda al nuevo Inquisidor General, el cardenal Alonso de Aguilar, tras la muerte de Rocaberti: “Muchos me dicen que estoy hechizado, y yo lo voy creyendo: tales son las cosas que dentro de mí experimento y padezco. Y pues seréis presto nuevo inquisidor general y haréis justicia a todos, hacédmela a mí también, descargando de mi corazón esta opresión que tanto me atormenta”. A raíz de todo lo cual, el rey procedió a expulsar de la corte y tomar medidas contra los señalados por el demonio, entre ellos algunos de los favoritos más apreciados por su mujer, debilitando así los apoyos de la reina en palacio e incluso estigmatizando su imagen pública, puesto que las endemoniadas madrileñas revelaron que también Mariana de Neoburgo estaba hechizada.
PROCESO AL CONFESOR Y FIN DE LAS BRUJERÍAS
Cuando las circunstancias resultaban más insostenibles, cambió el signo político de los tiempos. La reina movió ficha nombrando nuevo Inquisidor General a un fiel aliado suyo, el obispo de Segovia Baltasar de Mendoza. Este, desde su nueva responsabilidad, se apresuró a arrestar a Froilán y desterrar a Mauro bajo pena de no poder volver a ejercer como exorcista. En cambio, los cargos contra el confesor real nunca fueron demasiado claros y consiguió siempre salir absuelto de los diferentes juicios a los que terminó sometido. Ahora bien, el daño ya estaba hecho sobre su persona y, pese a no tener nunca una sentencia firme en contra, la prisión y persecución inquisitorial resultó suficiente para que Froilán cayera en desgracia política y mantenerlo alejado de palacio. El asunto del exorcismo regio quedó al fin descabezado.
Luego, falleció el rey en noviembre de 1700 y el sucesor Felipe V de Borbón cesó al inquisidor germanófilo Mendoza para rehabilitar al perseguido y francófilo Froilán como obispo de Ávila. Fueron estas decisiones regias el epílogo de esa silenciosa guerra entre bandos internacionales que marcó buena parte del reinado de Carlos II.
ACLARANDO LA LEYENDA NEGRA
Los sucesos relativos a los exorcismos del monarca y, especialmente, su calificación de hechizado han terminado eclipsando al resto de su figura y gobierno. De hecho, así se le conoce hoy día popularmente, aunque tan rocambolesco asunto fuera en verdad un episodio muy anecdótico dentro de tan agitado mandato.
LOS EXORCISMOS DEL MONARCA Y SU CALIFICACIÓN DE HECHIZADO HAN TERMINADO ECLIPSANDO AL RESTO DE SU FIGURA Y GOBIERNO
El maleficio de Carlos II dice más del clima político y envenenado de la corte española que de la salud del propio monarca. Las dolencias y discapacidades del rey a menudo fueron exageradas más de la cuenta, instrumentalizadas y campo abierto de batalla entre camarillas palaciegas para manipular la voluntad regia muy por encima de las limitaciones que las mismas enfermedades imponían. Por tal motivo, el hispanista Henry Kamen en su obra El rey loco y otros misterios de la España Imperial se pregunta: “¿Pero hubo realmente algún indicio o prueba de que el rey estuviera sometido a «hechizo»? En realidad, no hubo nada de eso, aunque a veces el pobre rey pudo haber creído realmente que los demonios estaban acechándolo e iban a por él. Lo que nadie podía dudar es que estaba continua y gravemente enfermo, y que era impotente, y que el único problema era la ignorancia de sus médicos”. Y añade: “El aparentemente largo e intrincado asunto, que adquirió relevancia como consecuencia de la preocupación por la incapacidad del rey para engendrar un heredero, nunca fue un particular en el que estuvieran implicadas las artes de la brujería, y es obviamente absurdo continuar hablando de un rey «hechizado» cuando ese no es el quid de la cuestión”.
Por su parte, la historiadora María Concepción Gómez Roán, quien ha estudiado meticulosamente el proceso inquisitorial contra el confesor Froilán, mantiene que “en el asunto de los hechizos hubo personas que, a pesar de su intelecto o a pesar del alto cargo que ocupaban, creyeron de corazón la posibilidad de que Carlos II había sido víctima del algún maleficio, y añadimos que, por el contrario, hubo personas cuyo único empeño fue convencer al resto y al propio rey de que su mal tenía un origen luciferino, para poder entrar de manera más directa en las intrigas de la Corte”.
Siendo una circunstancia menor, ocurrida durante apenas un par de años al final de un reinado de treinta y cinco, la anécdota del embrujamiento se elevó a categoría de leyenda negra cuando intervino la historiografía española. Cronistas posteriores se empeñaron en distinguir el tiempo supersticioso, gris y atrasado de la casa de Austria frente al ilustrado, racional y moderno de los borbones. Y en esa contraposición maniquea entre realezas, los devaneos hechiceriles de la anterior corte madrileña dieron bastante juego. Con todo, no faltaron autores como Manuel Lafuente en su célebre Historia, que al exponer la cuestión por primera vez para el gran público, tuvo la precaución de calificar los acontecimientos diciendo que constituyeron “una intriga asquerosa de la diplomacia francesa”. Pero ese acentuado componente político detrás de los exorcismos de Carlos II quedó sepultado por el ímpetu de los tiempos. El romanticismo del siglo XIX, siempre a la caza y captura de sucesos tétricos y tormentosos del pasado nacional, catapultó a la fama la condición hechizada del monarca, aunque hasta enun
LAS DOLENCIAS Y DISCAPACIDADES DEL REY FUERON EXAGERADAS MÁS DE LA CUENTA E INSTRUMENTALIZADAS PARA MANIPULAR LA VOLUNTAD REGIA
tonces apenas había merecido ninguna alusión ni consideración erudita.
Actualmente, la figura de Carlos II está siendo revisada. Historiadores modernos como Luis Ribot han procedido a lavar la imagen pública y privada del monarca, reconsiderando también su mandato. Un gobierno y vida personal muy deformados por el mito que, sin embargo, demandaría matices importantes dentro del típico juego de luces y sombras que acompaña toda biografía política de tan alta envergadura. Para Ribot, el exorcismo del monarca “fue, en definitiva, una cuestión menor, trufada de intereses políticos, en unos momentos en que, tras más de treinta años de reinado, el problema sucesorio se había convertido en una auténtica obsesión. No parece demasiado justo que, para la gran mayoría de las gentes, Carlos II, a pesar de sus escasos valores, no sea otra cosa que «El Hechizado»”. Durante su trono se desencadenaron en el reino una serie de cambios y reformas económicas, institucionales y demográficas notables sin el cuales las novedades y avances del siglo siguiente no nos resultarían comprensibles.