ÁLOS NIÑOS DE LEMÓNIZ
DURANTE AÑOS, LAS FAMILIAS QUE VIVIERON AMENAZADAS POR ETA EN EL ENTORNO DE LEMÓNIZ HAN GUARDADO UN SILENCIO QUE SE ROMPE CON UNA OBRA QUE REFLEJA CÓMO VIVIERON ESA TENSIÓN Y MANTUVIERON A LOS MÁS PEQUEÑOS ALEJADOS Y PROTEGIDOS. ALGUNOS DE LOS MÁS DE 300
La central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, fue uno de los objetivos de ETA en los años setenta y ochenta del pasado siglo. En su locura criminal, los terroristas secuestraron y asesinaron al ingeniero jefe de las obras, José María Ryan, y ejecutaron multitud de sabotajes contra la planta, que se cobraron la vida de otros inocentes. Una novela de Estela Baz, Los niños de Lemóniz (Espasa, 2019), relata este drama desde la “retaguardia” familiar, a través de la mirada de unos hijos que crecieron en el miedo y del tesón de sus madres para protegerlos.
Sólo a 15 kilómetros de Bilbao se puede ver el testimonio del horror. Allí se encuentran las cúpulas de la que nunca fue Central Nuclear de Lemóniz. Se trata de dos inmensos monstruos de hormigón que se han convertido en el eco de una historia olvidada que nos remonta a comienzos de los años 70 del siglo XX, cuando Franco puso en marcha el Plan Energético Nuclear, que tenía por objeto construir varias centrales nucleares que dieran independencia energética a zonas que, por la razón que fuese, tenían dificultades. Una de ellas era el País Vasco. Y se decidió que la empresa Iberduero –denominada posteriormente Iberdrola– fuera la encargada de la construcción.
La independencia energética gracias a la energía nuclear fue apoyada por la derecha nacionalista del PNV y la izquierda radical de Herri Batasuna. Sin embargo, hubo una enorme respuesta popular que se palpó el 14 de julio de 1977, cuando 200.000 personas se manifestaron en Bilbao contra la construcción. La crisis del petróleo y la negativa a lo nuclear –que el tiempo ha demostrado que es más limpia y menos contaminante que otras formas de obtención de energía– hizo que mucha gente en el País Vasco se mostrara en contra de una central que, sin embargo, ya había empezado a construirse.
Entonces ETA entró en el “juego” y se posicionó del lado de los ecologistas en una jugada publicitaria que sólo buscaba ganarse la voluntad de las gentes del País Vasco. El movimiento ecologista se dividió en dos bandos, uno que abandonó la lucha ante la presencia de los indeseables terroristas y otro que se alineó con HB. Los etarras comenzaron a amenazar a todos los trabajadores de la central. El 18 de diciembre de ese 1977 empezó la violencia brutal de ETA, cuando un comando terrorista atacó el puesto de la Guardia Civil que protegía las instalaciones. Después, el 17 de marzo de 1978 una potente bomba causó la muerte de dos obreros –Andrés Guerra y Alberto Negro– que trabajaban en Lemóniz. Más tarde llegaron cientos de atentados y amenazas a todos los que estaban trabajando en Lemóniz y sus familias. El acto más terrible de todos tuvo lugar el 29 de enero de 1981, cuando ETA secuestró al ingeniero jefe de las obras, José María Ryan. Decenas de miles de personas salieron a las calles de Bilbao para pedir su liberación, pero los terroristas acabaron asesinándolo una semana después, cuando se cumplió el plazo que ellos mismos habían dado. Fue el atentado más sádico de ETA hasta la muerte, casi en
idénticas circunstancias, de Miguel Ángel Blanco, el concejal de Ermua del PP, que fue asesinado en 1997 tras su secuestro por la banda.
UN TESTIMONIO CON TENSIÓN Y VERACIDAD SOBRE LAS AMENAZAS DE ETA
Aunque oficialmente no se produjo cesión alguna, lo cierto es que en septiembre de 1982 el PSOE –ya estaba en el poder el presidente Felipe González– ejecutó la moratoria nuclear que paralizó hasta hoy la central nuclear de Lemóniz. Durante todo ese tiempo hubo mucho sufrimiento y miedo en las familias de Lemóniz y alrededores. Ese es el contexto que sirve a Estela Baz para escribir Los niños de Lemóniz (Espasa, 2019), que se ha convertido en un necesario relato sobre cómo era la vida de los más pequeños que sufrieron en silencio. Ella era una de esas niñas. Como recuerda Luis del Olmo en el prólogo, su padre era compañero de Ryan: “Es un testimonio que narra, con la tensión y la veracidad de quien lo ha sufrido en carne propia, la historia real de unos niños y niñas que, invisibles para las estadísticas, fueron cruelmente golpeados por el terrorismo de ETA”. Él era el hombre de la radio que cita Estela en su libro, el hombre al que escuchaba su madre, el hombre que fue amenazado por ETA cuando defendió públicamente a la gente que estaba sufriendo el horror de las amenazas terrorista. Como él mismo dice, el libro es una reparación a la memoria.
Hemos aprovechado su publicación para charlar con ella, contagiarnos de su energía y fuerza, y aprender de la verdad de lo que se vivió entonces, con decenas de familia amenazadas por los terroristas y unos padres que intentaban mantener alejados de esa cruda realidad a los niños. P- En un testimonio que hace falta en el relato de los hechos, el testimonio de cómo aquellos niños vivían esa situación.
R- Hay cosas que quedan de alguna manera en el olvido incluso para la gente que hemos pasado aquello de forma indirecta. Hasta que no empecé a investigar yo no era consciente de todo lo que se había vivido y sufrido.
P- En un momento determinado ETA secuestró y asesinó a un ingeniero que trabajaba ahí y que era compañero de tu padre. De esta forma te convertiste en uno de los niños de Lemóniz.
R- Quería escribir de ellos. Hasta la fecha no se ha hablado de cómo los niños vivieron esas situaciones. Niños como los de Lemóniz hubo muchísimos; eran niños muy pequeños y sus familiares fueron asesinados o estaban amenazados. Son niños que no han tenido una voz. Me salió de forma natural hablar desde ese punto de vista tan aparentemente sencillo como es el de los niños.
P- Sencillo pero auténtico. Ellos vivieron esta situación de forma muy natural. ¿Tú sabías que tus padres te estaban protegiendo? ¿Notaste esa amenaza de alguna forma?
R- Una de las cosas que se refleja en el libro es cómo nuestros padres, cómo todos los padres, protegían a esos niños. Recuerdo mi infancia de una forma muy feliz gracias a ellos, y a mi madre, porque las grandes heroínas de todo esto fueron las mujeres, que lucharon para que sus hijos tuvieran una infancia en la que todo esto les tocara lo menos posible.
P- En este libro cuentas cómo lo vivieron ellos, pero, en cierto modo, te conviertes en una historiadora que das contexto histórico a tantas y tantas cosas que estaban ocurriendo.
R- Efectivamente. El libro recupera recuerdos de muchas personas, pero los niños no juzgan ya que hablan desde el corazón. No hay nada más objetivo que el punto de vista de un historiador. Revisé todas las hemerotecas y todas las informaciones hasta que un día me encontré un libro que se titula Euskadi en Duelo, del historiador Raúl López Romo. Al final le conocí y ha sido parte de toda esta aventura.
LAS FAMILIA: CLAVE EN LA PROTECCIÓN DE LOS NIÑOS
P- ¿La vida y las amenazas se sentían igual en la gran ciudad que en los pueblos?
R- Existe una creencia general de que la vida en los pueblos era distinta a la vida en las grandes ciudades. A lo largo de la novela
“ES UN TESTIMONIO QUE NARRA, CON LA TENSIÓN Y LA VERACIDAD DE QUIEN LO HA SUFRIDO EN CARNE PROPIA, LA HISTORIA REAL DE UNOS NIÑOS Y NIÑAS QUE, INVISIBLES PARA LAS ESTADÍSTICAS, FUERON CRUELMENTE GOLPEADOS POR EL TERRORISMO DE ETA”, SEÑALA LUIS DEL OLMO
se va viendo de forma progresiva cómo se asiste a ese silencio y a ese acorralamiento de las personas que están amenazadas y se encuentran en el punto de mira. Hay momentos en la novela en los que se muestra cómo personas cercanas a esas familias se retiran y dejan de estar en el entorno de ellos. No podemos evitar pensar que en el País Vasco existía esa situación y se desconoce. Incluso yo misma lo desconocía. P- Cuando tu veías a tus padres que, por ejemplo en una cafetería, se sentaban de una forma tal que se estaban protegiendo y vigilaban a quien entraba ahí…
R- Los niños no se daban cuenta de todo eso. Hacían preguntas, pero no se daban cuenta. Esta es una de las partes de la novela, en la que se mezclan la inocencia con la dulzura. P- Tu padre era compañero de José María Ryan, que fue secuestrado y después asesinado por ETA. Fue el momento más tenso, pero todo aquello duró varios años. Fueron años de miedo y amenazas. ¿Viviste todo eso?
R -Claro. El libro recoge esa situación, aunque insisto en que hay muchos Lemóniz. En el libro hablo de los padres y las madres, que representan a todos los
progenitores de estos niños. Las situaciones que vivían se intentaban llevar a una situación de normalidad y las familias intentaban que lo que estaba fuera de lo normal pareciera normal.
P- En los agradecimientos te acuerdas de tu madre, de tu padre, de toda la familia…
R- El libro no deja de ser un análisis de los hechos efectuado con total libertad. Mis padres han sido un pilar en mi vida, pero en mi vida personal tampoco quiero entrar mucho. El libro está novelado pero gracias a la estructura histórica se marcan determinadas situaciones. En este aspecto, la colaboración y ayuda de Raúl López Romo han sido fundamentales.
P- Raúl cierra el libro, y lo abre, nada más y nada menos, que Luis del Olmo. R- En el momento en que compartí con él el proyecto y le expliqué por dónde quería ir… se comprometió.
P- Y se comprometió porque es el relato de los hechos desde el punto de vista de los niños.
R- Hay unas personitas, que son los niños, que por el hecho de intentar protegerles, al final no se ha hablado de ellos. A día de hoy, cuando ocurren cosas graves y dramáticas ya tenemos sitios donde acudir, hay psicólogos, hay profesionales que arropan y acompañan, pero en los años 70 y 80 no había esos lugares. Es una reflexión colectiva que tenemos que hacer entre todos, porque tenemos que hacer una memoria con relatos, bien sean novelados o no. Los relatos personales son los que componen la historia.
“ME SALIÓ DE FORMA NATURAL HABLAR DESDE ESE PUNTO DE VISTA TAN APARENTEMENTE SENCILLO COMO ES EL DE LOS NIÑOS”