ACUEDUCTOS
Entre las obras de ingeniería civil romana, los acueductos nos siguen deslumbrando hoy igual que ayer. Las ciudades prosperaron gracias a las condiciones de salubridad e higiene que procuró el transporte de agua potable a través de estos gigantes de piedra, que se utilizaban también con fines industriales (por ejemplo para irrigar las zonas mineras). Aunque la imagen más común sea la de las arquerías, muchas de estas construcciones eran subterráneas y solo un pequeño porcentaje –cuando tocaba salvar las pendientes del canal– seguía el diseño de arcadas propio del acueducto de Segovia o de Los Milagros. Su funcionalidad se anteponía a su carácter monumental, aunque sea ese el aspecto más apreciado en nuestros días. Todas las grandes urbes contaban con una generosa dotación de acueductos: once había en Roma, entre ellos el de Aqua Marcia, que recogía las aguas del río Aniene, y más de sesenta hubo en Hispania, la mayoría de ellos ya perdidos. El de Gades –Cádiz– fue, con sus 75 km, el más largo, mientras que el pasado año el Ayuntamiento de Barcelona emprendió la remodelación de un tramo del acueducto por Ciutat Vella.
LOS MILAGROS (MÉRIDA)
Basta con pasear por Mérida para comprender el peso que tuvo la antigua capital de la Lusitania romana. De sus tres acueductos –el de los Milagros, el de San Lázaro y el de Cornalvo–, el mejor conservado es el primero, del siglo I d.C., que transportaba el agua desde el embalse de Proserpina a lo largo de 12 km. Su triple fila de arcos es única en España.
ACUEDUCTO DE SEGOVIA
El acueducto más famoso de España es el de Segovia, que tomaba las aguas del manantial de la Fuenfría, a unos 15 km de la ciudad, antes de alardear de sus sillares de granito por la plaza del Azoguejo del casco urbano. Con una longitud de 18 km, una altura de 30 m y nada menos que 120 pilares, el elemento más reconocible son sus arcos, un total de 167. Aunque carecemos de menciones de época coetánea, más allá de las epigráficas, sabemos que fue iniciado en torno al año 106 d.C., en la época final del gobierno de Trajano, y concluido, posiblemente, en tiempos de Antonino Pío. Como otros acueductos, este tiene su leyenda, acerca de una muchacha que, cansada de acarrear el agua en cántaros, entregó su alma al diablo para que este le facilitara la tarea.
PUENTE DEL DIABLO (TARRAGONA)
Conocido popularmente como Puente del Diablo por otra leyenda luciferina, el colosal acueducto de Les Ferreres, también del siglo I d.C. y utilizado luego por cristianos y musulmanes, acarreaba las aguas del río Francolí, a unos 10 km de la ciudad, hasta Tarragona, salvando un valle de 200 metros. Sus veintisiete metros de altura máxima y su arquería de 217 metros, con dos niveles de arcos superpuestos, atraen a cientos de turistas, que pueden descubrirlo en las visitas guiadas que organiza el Parque Ecohistórico del Puente del Diablo. La lección de sus sillares colocados en seco es inolvidable y, gracias a la restauración llevada a cabo hace diez años, podemos entender mucho mejor la canalización del agua tal como fue concebida originariamente.