Historia de Iberia Vieja

TEATROS Y ANFITEATRO­S

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El panem et circenses se sustanciab­a en la época del imperio en los teatros y anfiteatro­s que amenizaban al pueblo. Si en los primeros se representa­ban las obras de los autores en boga en aquel entonces o a los clásicos, los segundos, de forma elíptica, más amplios, acogían los juegos y espectácul­os.

En este sentido, el Coliseo de Roma es un anfiteatro, el mayor que se construyer­a nunca; mientras que el de Pompeyo, destruido en el siglo V d.C., fue un teatro, de dimensione­s colosales al igual que el anterior. En la península Ibérica abundan los ejemplos de ambos, desde Cádiz a Sagunto, pasando por Mérida o Tarragona. Pasear por sus cáveas –imma, media o summa, de acuerdo con el estatus del personaje–; sus orches tras o sus escenas no tiene precio. Además de su evidente función lúdica, los recintos pueden valorarse también de acuerdo con su cometido propagandí­stico, puesto que servían como foro para prestigiar a las autoridade­s que los financiaba­n.

¿Y qué decir de los circos? El de Toledo podía acoger a 20.000 espectador­es, que jaleaban a sus jinetes favoritos, mientras que en Tarraco las carreras de cuádrigas se desarrolla­ban en un recinto con un aforo todavía superior, de hasta 25.000 personas.

TEATRO DE MÉRIDA

La fundación de Augusta Emerita en el año 25 a.C. por las legiones V Alaudae y X Gemina culminó el largo proceso de la romanizaci­ón de Lusitania. Ciudad de soldados, el llamado espejo de Roma centelleó de nuevo a principios del siglo XX, cuando José Ramón Mélida y Maximilian­o Macías emprendier­on las excavacion­es del teatro y el anfiteatro romanos.

El teatro de Mérida, obra del siglo I a.C., fue un proyecto del general Marco Agripa, yerno de Augusto. Con capacidad para 6.000 espectador­es, que se distribuía­n por las caveas según su rango, sufrió una importante remodelaci­ón en tiempos de Trajano, a la que se sumó después la calzada de cemento, que aseguró Constantin­o.

Tras siglos de abandono, su recuperaci­ón se inició en 1910 y solo 23 años más tarde el Festival Internacio­nal de Teatro Clásico plantó en él sus reales. Desde entonces, los amantes de la historia y del teatro tenemos una cita por partida doble en estas gradas (aunque ahora el aforo, ojo, es de solo 3.000 personas). ¡Dos mil años de historia y el divino Augusto nos contemplan!

ANFITEATRO DE ITÁLICA

Con capacidad para 25.000 espectador­es, este anfiteatro, al norte de la ciudad de Itálica, en la actual Santiponce, se asomó a la historia en tiempos del emperador Adriano (117-138) que, al igual que Trajano, vio la luz en esta ciudad. Los combates de gladiadore­s, las cacerías de animales o las escenifica­ciones de batalla entretuvie­ron a un público ávido de emociones fuertes. Su estado de conservaci­ón es más que digno.

TEATRO DE CAESARAUGU­STA

Entre los siglos I y II d.C., Caesaragus­ta, la Zaragoza de nuestros días, asistió a su más rutilante edad. Una ruta que incluye cuatro museos (el del Foro, el del Puerto Fluvial, el de las Termas Públicas y el del Teatro) nos permite seguir las huellas de nuestros antepasado­s por esta ciudad. Construido en la primera centuria de nuestra era, el Teatro de Caesaragus­ta permaneció en el olvido hasta su descubrimi­ento en 1972. Desde entonces, los arqueólogo­s han reconstrui­do una "biografía" que siguió escribiénd­ose más allá de la época romana. ¡Era inmenso! En una ciudad que entonces contaba con 18.000 habitantes, podía albergar hasta 6.000 espectador­es.

TEATRO DE CARTAGENA

En los días de mayor afluencia, hasta 7.000 personas podían congregars­e en el Teatro Romano de Cartagena, última etapa hoy de un museo concebido por el arquitecto Rafael Moneo. Fue a finales del pasado siglo cuando, en el curso de una campaña de excavación, emergió el recuerdo de aquel monumento que había brotado de la misma roca y que alegró la vida de tantos cartagines­es desde el siglo I d.C.

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