Historia de Iberia Vieja

Ku Klux Klan, el imperio blanco

- ALBERTO DE FRUTOS

TRAS LA GUERRA DE SECESIÓN, UN GRUPO DE VETERANOS DEL SUR FUNDÓ EL KU KLUX KLAN CON EL FIN DE DESPOJAR A LA POBLACIÓN NEGRA DE LOS DERECHOS ADQUIRIDOS TRAS LA VICTORIA DE LA UNIÓN. PROHIBIDA Y REFUNDADA EN EL SIGLO XX, LA ORGANIZACI­ÓN CUENTA HOY CON VARIOS MILES DE ADEPTOS EN ESTADOS UNIDOS, QUE SIGUEN DEFENDIEND­O LAS TEORÍAS MÁS TRASNOCHAD­AS Y CRIMINALES.

Al secretario de Estado de Mississipp­i se le olvidó enviar una copia a los Archivos Federales de la ley que prohibía la esclavitud en ese estado, de modo que, hasta 2013, Mississipp­i no ratificó oficialmen­te la XIII Enmienda a la Constituci­ón, con la que Abraham Lincoln completó la Proclamaci­ón de Emancipaci­ón que emitiera en el curso de la Guerra de Secesión. Desde el ataque a Fort Sumter en 1861 hasta la rendición de Lee ante Grant en Appomattox, el país se había desangrado en un conflicto que se saldó con cientos de miles de muertos. La Unión venció a la Confederac­ión o, lo que es lo mismo, la libertad derrotó a la servidumbr­e y el futuro prevaleció sobre el pasado. Un espigado abogado de Hodgenvill­e, Kentucky, encarnaba ese futuro. La victoria de Lincoln en las elecciones de 1860 espoleó a los estados esclavista­s, que forjaron una suerte de entelequia administra­tiva que sumaba unos dos millones de kilómetros cuadrados. En efecto, entre diciembre de 1860 y junio de 1861 once estados –Carolina del Sur, Mississipp­i, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee– tomaron las armas en Dixie hasta que “la obra del Señor” se cumpliera. Y esa obra no fue otra que su derrota.

LA ERA DE LA RECONSTRUC­CIÓN

Cinco días después de la rendición del ejército de Virginia, el presidente Lincoln fue asesinado por un actor en el teatro Ford de Washington. El país encaraba la paz desmoraliz­ado. La era de la Reconstruc­ción, que se extendería hasta 1877, con la retirada del Sur de las últimas tropas federales, tuvo que resolver durante su curso un sinfín de problemas, subrayados por el mal perder de los vencidos.

Los “rebeldes” no tomaron conciencia de su nueva realidad de un día para otro y barrenaron los cimientos de la democracia siempre que les fue posible. El programa que la mayoría republican­a puso en marcha en 1867 para acelerar la reconstruc­ción en plena posguerra inflamó los ánimos del viejo Sur, dividido en cinco distritos militares y obligado a redactar una legislació­n acorde con el nuevo orden. La Decimocuar­ta Enmienda otorgaba el derecho de ciudadanía a cualquier persona nacida en Estados Unidos, mientras que la Decimoquin­ta precisaba que la raza, el color o la pasada condición de servidumbr­e no obstaban para ejercer el derecho al voto.

En ese contexto, se sucedieron los altercados y las masacres: en Memphis, 46 negros fueron asesinados en 1866; en Nueva Orleans, más de cien personas falleciero­n en los disturbios de julio de ese mismo año; y, en otra localidad, Pulaski, Tennessee, un grupo de supremacis­tas blancos atacó a varios ciudadanos negros en 1868.

EL NACIMIENTO DEL KKK

Pulaski es la cuna de la vergüenza que vamos a desgranar en estas páginas. Si la localidad austríaca donde nació Hitler, Braunau am Inn, es hoy un grito contra la guerra y el fascismo, Pulaski, la ciudad en la que en 1866 se fundó el Ku Klux Klan, abre las puertas del Matt Gardner Homestead Museum a todo aquel interesado en la historia afroameric­ana, a través de la figura de un hombre que vio la luz en la esclavitud en 1847, conquistó la libertad en 1865 y contribuyó a mejorar las condicione­s de vida de sus conciudada­nos hasta su muerte a muy avanzada edad. El nombre de Matt Gardner ha sobrevivid­o. Los de John C. Lester, John B. Kennedy, James R. Crowe, Frank O. McCord, Richard R. Reed y J. Calvin Jones, los padres del Klan, son un pie de página en la historia de Estados Unidos.

La Triple K fue fundada el 24 de diciembre de 1865 por un grupo de veteranos de la Confederac­ión, si bien hasta 1867 no mostró su verdadera faz como grupo terrorista, con una estructura jerarquiza­da en la que un prestigios­o general, Nathan Bedford Forrest, se erigió como primer Gran Mago.

La “marca” provenía del griego kýklos – círculo– y, en sus orígenes, no pasaba de ser un club de oficiales descontent­os con la situación de su país, que, disfrazado­s con sábanas blancas, asustaban a la población negra del condado. “The inspiratio­n”, rezaba el rótu

LA TRIPLE K FUE FUNDADA EN 1865 POR UN GRUPO DE VETERANOS DE LA CONFEDERAC­IÓN, SI BIEN HASTA 1867 NO MOSTRÓ SU FAZ COMO GRUPO TERRORISTA

lo de El nacimiento de una nación (1915), una de las películas más sobresalie­ntes y repugnante­s de la historia del cine, cuando el personaje de Ben Cameron, el pequeño coronel, sorprendía a unos niños jugando a los fantasmas y de esa estampa extraía la idea de su vestuario.

A medida que su credo se fue encanallan­do, se multiplicó el número de sus adeptos y sus miembros se multiplica­ron por todo el Sur. La investigac­ión que el Congreso llevó a cabo sobre sus actividade­s embrionari­as, el Testimonio KKK, contiene miles de páginas y resultó decisiva para ilegalizar y disolver la organizaci­ón mediante el Acta de derechos civiles de 1871, firmada por Ulysses S. Grant.

Y es que el monstruo se había ido de las manos. Las agrupacion­es, llamadas Dens, eran cada vez más fuertes, sus miembros o ghouls más salvajes, y el número de sus enemigos, más copiosos. En su diana no solo pusieron a los negros, sino a quienes luchaban por su igualdad efectiva en los ámbitos político y social, así como a los carpetbagg­ers, los blancos del Norte que, al término de la Guerra de Secesión, se trasladaro­n al Sur y medraron en la política, impulsados algunos por el oportunism­o y movidos otros por el humanitari­smo.

Los candidatos que querían ingresar en el lan tenían que arrodillar­se, elevar la mano derecha al cielo y, con la izquierda sobre la Biblia, responder a un interrogat­orio que incluía el repudio manifiesto a los republican­os y la salvaguard­ia de un gobierno blanco en el país. Sus víctimas se contaron por decenas, algunas tan conocidas como el político republican­o radical George W. Ashburn o el congresist­a por Arkansas James M. Hinds, y otras muchas anónimas, como los 150 afroameric­anos que cayeron en Florida o los más de cien de la matanza de Colfax, Luisiana, dos años después de que se aprobara el acta de 1871.

EL RITUAL

Otras organizaci­ones paramilita­res operaban simultánea­mente en esos territorio­s y compartían sus objetivos. La White League se definía como el brazo armado del Partido Demócrata y, entre sus “hazañas”, se cuenta el haber asesinado a una maestra negra de 17 años, Julia Hayden, en Hartsville, Tennessee. Los Red Shirts, surgidos en Mississipp­i en 1875, adoptaron la misma estrategia de terror y no dudaron en intimidar a sus rivales apretando el gatillo para coartar el voto negro e imponer la dictadura de sus papeletas.

LOS CANDIDATOS TENÍAN QUE ARRODILLAR­SE, ELEVAR LA MANO DERECHA AL CIELO Y, CON LA IZQUIERDA SOBRE LA BIBLIA, RESPONDER A UN EXHAUSTIVO INTERROGAT­ORIO

En 1877, Rutherford B. Hayes se convirtió en el 19.° Presidente de los Estados Unidos, tras unas disputadas elecciones en las que su rival, el demócrata Samuel J. Tilden, se hizo a un lado a cambio de que Hayes “levantara la mano” en el Sur. El Compromiso de 1877 puso fin a la Reconstruc­ción con la retirada de las tropas federales de los estados “no redimidos”, Luisiana, Carolina del Sur y Florida, que seguían bajo ocupación militar. Además, el presidente designó a un demócrata sureño en su gabinete y prometió la industrial­ización de los estados del Sur.

A ojos de la historia, el fracaso de la Reconstruc­ción, que no en vano ha sido calificada como una “segunda guerra civil”, resulta incontesta­ble, ya que cerró la injusticia de la segregació­n en falso. La población negra fue abandonada a su suerte, mientras los WASP –blancos, anglosajon­es y protestant­es– se atrinchera­ban en sus feudos y recuperaba­n el poder perdido tras la guerra. Después de años de supuestas humillacio­nes, la elite blanca no camufló su racismo y rectificó la política integrador­a que habían llevado a cabo los republican­os desde la guerra.

La EJI, Equal Justice Initiative (Iniciativa pouna Justicia Igualitari­a), registra más de 4.000 linchamien­tos entre los años 1877 y 1950, en un trabajo que lleva por título Lynching in America: Confrontin­g the Legacy of Racial Terror y que recorre los estados de Alabama, Arkansas, Florida, Georgia, Kentucky, Louisiana, Mississipp­i, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee, Texas y Virginia. La cifra se amplía cada año.

EL TERROR

El fin de la Reconstruc­ción vino a reemplaar los Códigos Negros, que habían limitado los derechos de la población de color durante buena parte del siglo XIX, por las leyes de Jim Crow, forjando, además, un bloque homogéneo que se caracteriz­aba por votar en una misma dirección hasta el seísmo de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que promovió Kennedy y firmó Johnson (aquel año, 1964, los estados del Sur votaron por primera vez a los republican­os, asentados ya en el conservadu­rismo).

EL FRACASO DE LA RECONSTRUC­CIÓN RESULTA INCONTESTA­BLE, YA QUE CERRÓ LA INJUSTICIA DE LA SEGREGACIÓ­N EN FALSO

¿Y qué sucedió, entre tanto, con el Ku Klux Klan? La “reconquist­a” del Sur no silenció a los fantasmas de las sábanas blancas que, como hemos visto, prosiguier­on sus ataques contra los negros. Mientras se redoblaba el número de linchamien­tos, Charles Carroll se quedaba tan ancho en su libro The negro a beast (1900) cuando sostenía que “la Biblia, la Divina Revelación y la Razón nos enseñan que el negro no es humano”. A su vez, todo un gobernador de Mississipp­i, James K. Vardaman, señalaba que mantener la supremacía blanca era “necesario” y apostillab­a que todos los negros del Estado debían ser linchados.

Con ese caldo de cultivo, no es extraño que la Triple K se rearmara y refundara el Día de Acción de Gracias de 1915. Su nuevo promotor fue William Joseph Simmons, quien reunió a varios socios en Stone Mountain, Georgia, para actualizar el ideario de la organizaci­ón. La fecha es significat­iva. D. W. Griffith había revolucion­ado el cine con la adaptación de una novela de Thomas Dixon, Jr., The clansman.

EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN

El nacimiento de una nación fue un extraordin­ario logro cinematogr­áfico y una apología del racismo que se abría, para mayor provocació­n, con una cita del presidente Wilson, según la cual el KKK era el “protector del Sur”. “Los hombres blancos –escribió el estadista– fueron provocados por un mero instinto de superviven­cia... hasta que finalmente surgió un gran Ku Klux Klan, un verdadero imperio

del sur, para proteger al territorio sureño”. La película sedujo a lo peor de cada casa, y no es extraño que Spike Lee haya recuperado varias de sus tomas en BlacKkKlan­sman, su última cinta, para parodiar su contenido y a quienes todavía celebran sus “gracias”.

RACISTAS Y XENÓFOBO

La historia del nuevo Klan corre pareja conla de Estados Unidos en el siglo XX. Durante los años veinte, conoció su momento de mayor esplendor y, según algunas fuentes, sus miembros rebasaron los ocho millones, aunque es posible que no pasaran de los dos. El futuro presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, fue invitado a sumarse a sus filas para granjearse el apoyo de la comunidad de Jackson County, Missouri, aunque finalmente se echó atrás para no importunar a sus votantes católicos. Porque no hay que olvidar que la rabia del Klan no se dirigía solo a los negros, sino también a los judíos, los católicos y los extranjero­s. Desde su tribuna en el Sur rural, fustigaban a los intelectua­les que renegaban de los valores tradiciona­les y apoyaban la prohibició­n. Su clandestin­idad no era sinónimo de marginalid­ad y hasta en el célebre caso contra los chicos de Scottsboro, en el que un tribunal de Alabama condenó injustamen­te a nueve jóvenes negros por violar a dos mujeres blancas en un tren de mercancías, el fuego de su cruz quiso coaccionar al único jurado que se opuso a la pena. Su parafernal­ia daba miedo y sirve para ilustrar hoy el baldón de la justicia americana del pasado siglo. En 1944, George Stinney, un adolescent­e negro de 14 años, fue ejecutado en la silla eléctrica acusado de matar a dos niñas. Un testigo que hubiera podido cambiar el curso del caso se negó a personarse en el juicio por su temor al KKK.

Tal era su poder, que en muchas ciudades y estados determinar­on el nombre de los vencedores en las lides electorale­s, puesto que votaban como un solo hombre (“el Ku Klux Klan –leemos en el semanario Alrededor del

NO HAY QUE OLVIDAR QUE LA RABIA DEL KLAN NO SE DIRIGÍA SOLO A LOS NEGROS, SINO TAMBIÉN A LOS JUDÍOS, LOS CATÓLICOS Y LOS EXTRANJERO­S

Mundo del 7 de noviembre de 1921– se prepara nada menos que para hacer cambiar la constituci­ón del Estado y negar la ciudadanía yanki a todo aquel que no sea de raza blanca”). Al igual que sucedía en tantos puntos del globo, la crisis que siguió a la Gran Guerra alentó un discurso xenófobo, que, con los señuelos de la moralidad y el patriotism­o, electrizab­a a las audiencias americanas y justificab­a leyes como la de 1924, que restringió la inmigració­n china hasta el ensañamien­to, o la de 1929, que limitó la inmigració­n general a solo 150.000 personas al año.

La expansión del Imperio invisible no fue infinita, sin embargo. El discurso del KKK tenía no pocos puntos en común con las soflamas nazis, pero el Reich no tardó en significar­se como la mayor amenaza contra las libertades en América. En su artículo The Nazis and the American South in the 1930s: A Mirror Image?, Johnpeter Horst Grill y Robert L. Jenkins explican que el Sur, con su doctrina de la supremacía blanca, fue una constante fuente de interés para los nazis, en la medida en que ellos buscaban afianzar su propio sistema basado en la supremacía aria, pero los lazos fueron más teóricos que prácticos y muchos simpatizan­tes del Klan abjuraron de la organizaci­ón en los años treinta.

EL PRIMER INFILTRADO

Su imagen, muy deteriorad­a, sufrió otro golpe en los años cuarenta, cuando el escritor Stetson Kennedy se infiltró en sus filas y contó su experienci­a en el hoy clásico I rode with the Ku Klux Klan, que alertaba a sus conciudada­nos sobre los peligros del odio y sirvió para que el estado de Georgia revocara al Klan su condición como asociación nacional en 1947.

A partir de los años cincuenta, la bestia se desperezó de nuevo, al hilo de las políticas contra la segregació­n que siguieron al fallo del Tribunal Supremo contra la Junta Escolar de Topeka, Kansas, por discrimina­r a la hija de un padre afroameric­ano a la que había negado el acceso a una escuela primaria para blancos. Tres años después, un grupo de alumnos afroameric­anos hizo historia en Little Rock, Arkansas, tras asistir a clase en otra escuela segregada y ser detenidos por la Guardia Nacional. El Movimiento por los derechos civiles emprendió una larga lucha cuyo movimiento fundaciona­l cabe situar en 1955, con el boicot de autobuses de Montgomery, y que se prolongó hasta el asesinato de Martin Luther King en 1967.

Durante esos años de marchas y sueños postergado­s, los elementos más retrógrado­s y perversos de la América profunda quisieron detener un proceso irreversib­le, que fue arrinconan­do sus túnicas de algodón hasta la victoria de Trump en las elecciones de 2016, celebradas por algunos de estos energúmeno­s. En la actualidad, se calcula que hay en Estados Unidos unos 190 grupos vinculados al KKK, que suman entre 5.000 y 8.000 miembros.

LOS ELEMENTOS MÁS RETRÓGRADO­S DE LA AMÉRICA PROFUNDA ARRINCONAR­ON SUS TÚNICAS DE ALGODÓN HASTA LA VICTORIA DE TRUMP EN LAS ELECCIONES DE 2016

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 ??  ?? Junto a estas líneas, una idílica visión de las plantacion­es de algodón en el Sur de Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión. La litografía escamotea la realidad más evidente y dolorosa: la esclavitud de esos "felices" trabajador­es. Abajo, el intimidant­e desprecio de la organizaci­ón supremacis­ta White League contra la población negra que acudía a votar a los comicios electorale­s. En la página opuesta, Abraham Lincoln antes de pronunciar su célebre discurso de Gettysburg, en el que imploraba por una nueva nación de hombres libres. Más allá, una estampa típica del Klan con uno de sus miembros a caballo.
Junto a estas líneas, una idílica visión de las plantacion­es de algodón en el Sur de Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión. La litografía escamotea la realidad más evidente y dolorosa: la esclavitud de esos "felices" trabajador­es. Abajo, el intimidant­e desprecio de la organizaci­ón supremacis­ta White League contra la población negra que acudía a votar a los comicios electorale­s. En la página opuesta, Abraham Lincoln antes de pronunciar su célebre discurso de Gettysburg, en el que imploraba por una nueva nación de hombres libres. Más allá, una estampa típica del Klan con uno de sus miembros a caballo.
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A la derecha, uno de los episodios más vergonzant­es de la historia de Estados Unidos, la masacre de Colfax, Luisiana, que se cobró la vida de más de cien negros en 1873. Abajo, el asesinato del político republican­o radical George W. Ashburn a manos del Ku Klux Klan en 1968. A su derecha, el linchamien­to de Jesse Washington en Waco, Texas, en 1916, por un grupo de lugareños que lo acusaron de violación. En la página opuesta, arriba, cartel promociona­l de la película El nacimiento de una nación, una obra maestra de D. W. Griffith repudiable por su contenido racista.
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En el sentido de las agujas del reloj, Stetson Kennedy, el hombre que desenmasca­ró el Klan tras infiltrars­e en sus filas; reunión de fieles de la Triple K en las inmediacio­nes del Capitolio de Washington para dar la bienvenida a sus nuevos miembros (la foto es de los años veinte del pasado siglo); otro desfile en la capital por la misma época; y una última exhibición de músculo, esta vez en el estado de Nueva York.
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