LA PESTE en España
› Al igual que sucedió en otros lugares, la Peste Negra llegó a España gracias a la red de conexiones comerciales que unía los distintos puertos del litoral mediterráneo. El primer punto de contagio, al menos a juzgar por la documentación conservada, fue la isla de Mallorca. Gracias a las fuentes históricas, sabemos que en el mes de marzo de 1348 moría en Alcudia un vecino llamado Guillem Brassa. La siguiente noticia fidedigna procede de Barcelona y otros puntos de la costa catalana, a donde habría llegado en el mes de mayo, y otro tanto sucedió en Valencia y Almería. Desde la Ciudad Condal la peste se habría propagado hacia el interior, primero a Lérida y más tarde a Huesca. De forma paralela, sucedió otro tanto en Valencia, desde donde se contagió a Teruel. Sabemos también gracias a las fuentes que la peste llegó a Zaragoza a finales de septiembre de ese año, pues el rey Pedro IV estaba reunido con las Cortes de Aragón y quedó reflejado en las crónicas. En cuanto a Castilla, las referencias documentales son escasas, y resulta mucho más difícil seguir la pista, y lo mismo sucede con el reino nazarí de Granada. Sí tenemos referencias de que la peste no llegó a Santiago de Compostela hasta finales de julio o comienzos de agosto de 1348, pues la fiesta del apóstol (25 de julio) parece haberse desarrollado sin incidentes, a tenor de las crónicas. La ciudad de Toledo debió verse afectada ya en 1349, pues en algunas lápidas fechadas ese año en un cementerio judío local se leen referencias a la plaga. La última mención fiable conocida data de 1350, y tiene como protagonista a un personaje ilustre: nada menos que el rey Alfonso XI, quien murió a causa de la epidemia mientras participaba en el asedio a Gibraltar.
Tras esta primera “gran mortandad” –dejó tal huella en el imaginario colectivo que se le bautizó de esta forma–, los reinos peninsulares sufrieron nuevos brotes cada cierto tiempo, algunos más virulentos que otros. Una de las pestilencias más devastadoras tuvo lugar en Castilla en 1507, aunque se cebó también en parte de Andalucía y Extremadura. Además de las muertes causadas por la peste, la epidemia coincidió con una fuerte sequía, hambrunas y un mortífero brote de gripe. Otro brote de gran severidad –los menores fueron mucho más habituales– tuvo lugar casi un siglo
después, entre 1596 y 1602, y se conoce como ‘Peste Atlántica’, pues se originó en el puerto de Santander. Desde allí la plaga se extendió por Castilla, parte de Andalucía, Extremadura y el sur de Portugal, causando la muerte a medio millón de personas.
A pesar de estas cifras, la pestilencia más terrible –después de la primera “gran mortandad”– fue la acaecida entre los años 1647 y 1652, y que se cebó especialmente con la ciudad de Sevilla. En esta ocasión la plaga entró en la península a través de un barco atracado en el puerto de Valencia, y desde allí se extendió como la pólvora en dos direcciones: hacia la Corona de Aragón y hacia Andalucía. La peor parada fue Sevilla, donde, en el año 1649 y en sólo seis meses, causó la muerte a 60.000 personas, la mitad de la población de la época. Los infectados abarrotaban las estancias del Hospital de las Cinco Llagas – donde no sobrevivió un solo médico–, y en el peor momento de la epidemia los muertos se contaban en miles al día. El miedo se extendió de tal forma que la rabia y los altercados violentos no tardaron en producirse: en Triana, uno de los barrios más afectados, la población atacó a varios gitanos, a los que se acusaba de haber provocado la enfermedad.