ÁPÍO XII, ¿EL PAPA NAZI?
Pío XII expresó en varias oportunidades su preocupación por la violencia de la Segunda Guerra Mundial, pero en general la actitud del Vaticano podría calificarse de tibia respecto a la barbarie nazi. A juicio de la Santa Sede, su silencio fue reflejo de una mesura diplomática que le permitió mediar en el conflicto para salvar vidas. Para sus detractores, Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli fue el Papa nazi.
EL RECIENTE ANUNCIO DEL PAPA FRANCISCO ACERCA DE LA FUTURA APERTURA DE LOS ARCHIVOS VATICANO S RELATIVOS A PÍO XI I AMENAZA CON AVIVAR EL DEBATE HISTORIO GRÁFICO ACERCA DE SU FIGURA, ACTUACIONES Y, SOBRE TODO, SU SILENCIO ANTE EL HORROR NAZI. DESDE LOS AÑOS SESENTA, ESTUDIOS CRÍTICOS Y APOLOGÉTICOS SE HAN VENIDO SUCEDIENDO Y MULTIPLICANDO, ALIMENTAN DO ASÍ UNA POLÉMICA QUENOCESA.
Emensaje l día 24 de diciembre de 1942 la expectación era máxima: el papa Pío XII iba a pronunciar su tradicional
navideño a la cristiandad. En pocas ocasiones una alocución radiofónica había suscitado tanto interés. El mundo llevaba tres años en guerra. Una guerra cruel, despiadada, donde a los habituales estragos generados en todos los frentes de combate había que sumar los incontables asesinatos y deportaciones consumados en la retaguardia alemana.
A esas alturas de la contienda ya no había disimulos. Resultaba una realidad incuestionable el aniquilamiento masivo y la prisión de civiles por los nazis con la mera excusa de tener una raza, religión, pensamiento u opción sexual inconveniente para los mandatarios germanos. La última vuelta de tuerca a este horror se había producido apenas una docena de meses antes, cuando Hitler ordenó activar la “solución final”: la eliminación sistemática del pueblo judío.
Así que, en aquella Navidad de 1942, los oídos del planeta se orientaron hacia los labios de Pío XII y el papa habló. Lanzó un largo discurso frente al micrófono. Mencionó a “los innumerables muertos que yacen sepultados en los campos de batalla”, “al interminable y doloroso cortejo de madres, viudas y huérfanos”, “a los innumerables desterrados que el huracán de la guerra ha arrancado de su patria y ha dispersado por tierras extrañas” y, ya casi a punto de terminar, afrontó la delicada cuestión que todos ansiaban escuchar: “Los cientos de miles de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”. Fin de la reprimenda pontificia. Una amonestación demasiado genérica, demasiado retórica y descafeinada, nada emotiva. A años luz del hondo desamparo padecido por las víctimas y sus allegados. De hecho, este comunicado ha pasado a la posteridad más por sus omisiones que por lo expresado en él literalmente. No menciona a los judíos por su nombre, tampoco a las autoridades de Alemania ni al nazismo. Los millones de afectados por las crueles órdenes de Hitler
quedaron reducidos a “cientos de miles” según las cuentas del papa.
SOLIDARIDAD SÍ, PERO ¿HUBO CONDENA?
Aquella no había sido la única vez que el vicario de Dios en la Tierra expresara su preocupación por las tribulaciones y violencias de la II Guerra Mundial. Su encíclica del 20 de octubre de 1939 puso en el punto de mira a los dictadores europeos calificándolos como “una hueste in crecendo de los enemigos de Cristo”. Pío XII, amparándose en las doctrinas paulinas, manifestó que ya no cabía hacer distinciones entre gentiles y judíos, intentando así deslegitimar cualquier discriminación social y a quienes las propiciaran. La Gestapo se sintió aludida por estas palabras a la vez que los franceses católicos lanzaron copias de la encíclica en diferentes puntos de Alemania para darla a conocer a sus correligionarios enemigos. En cambio, poco después, durante la navidad de ese mismo año, el papa rebajó la contundencia de sus afirmaciones públicas. Se limitó a afligirse en la radio por los daños causados por la guerra. Entrados ya en 1940, el comisionado de Francia en el Vaticano, Charles Roux, pidió a la Santa Sede que emitiera un comunicado de censura contra los crímenes nazis perpetrados hasta la fecha. Sin embargo, la curia romana prefirió no meterse en política, estar del lado de los damnificados y compartir su pesar. Ante esta respuesta, Roux aseveró que no era lo mismo solidarizarse con las víctimas que condenar los crímenes.
Desde entonces el silencio o, según otros, la prudencia fue la tónica dominante en la diplomacia vaticana frente a los desmanes del conflicto. Durante aquel aciago período, Pío XII no alzó la voz contra los verdugos como muchos hubieran deseado. Y esa moderación en sus palabras ha sido objeto de enconados debates entre los biógrafos del pontífice. No obstante, partidarios y detractores de su figura parecen coincidir y aceptar ese mutismo frente a las atrocidades del na
DURANTE AQUEL ACIAGO PERÍODO, PÍO XII NO ALZÓ LA VOZ CONTRA LOS VERDUGOS COMO MUCHOS HUBIERAN DESEADO
zismo. La discrepancia estribaría, por tanto, en aclarar las razones detrás de semejante comportamiento.
DE PACELLI A PÍO XII
Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli fue elegido papa el 2 de marzo de 1939, ocupando la cátedra de San Pedro hasta su fallecimiento en 1958. Un prolongado mandato marcado, sobre todo, por la conducta de la Iglesia durante la II Guerra Mundial. Cuando en los años sesenta comenzó a tramitarse la causa en favor de la beatificación de Pío XII, diversos estudios biográficos y libros de ficción pusieron en tela de juicio la actuación del pontífice a lo largo del conflicto bélico. Rolf Hochhuth publicó en 1963 la obra dramática El Vicario con enorme éxito de ventas, traducciones a más de 20 idiomas y estrenos de teatro en varios países. El año 2002, Costa Gavras adaptó el texto al cine con su película Amén.
Pacelli quedaba en El Vicario muy malparado. La tibieza pontificia ante el holocausto resultaba tan elocuente que desencadenó todo un revisionismo académico hasta el punto de que se sucedieron un sinfín de publicaciones muy críticas con la trayectoria de Pío XII junto a otras abiertamente apologéticas. Este debate historiográfico cruzado ha continuado vivo en el tiempo hasta nuestros días.
Por otro lado, poco ayudan los archivos vaticanos a resolver las dudas. Sus fondos relativos a tan controvertida etapa permanecen cerrados y sin posibilidad de consulta, a excepción de algunas ediciones de fuentes concretas seleccionadas por la Santa Sede. El papa Francisco ha anunciado una completa apertura en 2020, pero, mientras tanto, el repaso a los actos de Pacelli ha tenido que conformarse con la documentación indirecta que permanecía a la espera de ser desempolvada en numerosas cancillerías de países extranjeros. Gracias a estos legajos, diarios, intercambios epistolares y el registro dejado por las gestiones diplomáticas entre las potencias implicadas en la guerra y el Vaticano se pudo empezar a reconstruir el recorrido de la curia romana frente al horror nazi.
Uno de los principales argumentos esgrimidos para justificar el mutismo del pontífice lo encontramos sintetizado en la reflexión de Giorgio Gariboldi y su libro Pío XII, Hitler y Mussolini, donde manifiesta que el papa “era prisionero de su silencio, pues estaba atormentado por la convicción de que una solemne protesta suya provocaría más reacciones despiadadas por parte de Hitler. Una eventual protesta suya hubiera sido el comienzo de la agonía de tantos rehenes inocentes en manos de los nazis”. De este modo, los apologetas de Pacelli acostumbran a decir que las condenas enérgicas contra el führer no solo hubieran resultado inútiles sino además contraproducentes. Lejos de combatir los abusos contra la población, podían haberlos incrementado con saña y hubo buenos ejemplos para anticiparlo así. Sin ir más lejos, durante la ocupación alemana de Holanda, el clero católico amenazó con protestar ante los atropellos efectuados por los invasores. Las autorida
SUS APOLOGETAS SOSTENÍAN QUE LAS CONDENAS CONTRA EL FÜHRER NO SOLO HUBIERAN RESULTADO INÚTILES SINO ADEMÁS CONTRAPRODUCENTES
des nazis advirtieron de que si la jerarquía eclesiástica guardaba silencio aceptarían respetar a cuantos judíos se convirtieran al cristianismo tras ser bautizados. Sin embargo, el episcopado holandés no cedió. Aquel ofrecimiento parecía un chantaje inmoral. Así que emitió varios comunicados públicos denunciando las actuaciones alemanas. El resultado inmediato fue un aumento de la represión y el hostigamiento.
Cuando el 10 de junio de 1940, el gobierno británico envió al papa un escrito manifestando que “se ha enterado con asombro, preocupación y profundo disgusto de que, hacia finales de abril, la Radio Vaticana había suspendido bruscamente cualquier alusión a Alemania y cualquier mención tanto de las medidas tomadas en Alemania contra la Iglesia como de las falsas afirmaciones de la propaganda alemana”, Pío XII replicó que
ciertas emisiones exponían a los católicos germanos a severas venganzas.
Por consiguiente y a juicio de la Santa Sede, la mesura diplomática ofrecía una serie de ventajas: evitaba fomentar la escalada de violencias, colocaba al Vaticano en una posición de neutralidad que le permitiría hacer gestiones e intermediar entre ambos bandos cuando hiciera falta y, finalmente, dejaba las manos libres para actuar humanitariamente en secreto. En este último punto, suelen enumerarse los monasterios y conventos usados para el escondite de los perseguidos por los nazis; los miles de pasaportes y certificados de bautismo a judíos emitidos por las nunciaturas en los países ocupados y la intervención de diferentes jerarcas eclesiásticos para impedir deportaciones a campos de concentración o exterminio. Pese a lo cual, quienes analizan críticamente estas medidas opinan que en casi ninguna ocasión fueron directamente ordenadas por el papado ni formaron parte de un plan sistemático organizado por la curia. Más bien se trató de un conjunto de acciones llevadas a cabo individualmente por católicos de buen corazón con riesgo de sus vidas.
¿DESCONOCIMIENTO DEL HORROR?
A la luz de las investigaciones actuales un aspecto que parece estar libre de incertidumbres es que el Vaticano tuvo conocimiento de las masacres civiles perpetradas por los invasores. La Iglesia operaba en Europa como un estado dentro de cada estado. Cualquier miembro del clero allí residente constituía un excepcional informante, muy cercano a la realidad de los hechos cuando no directamente perjudicado por ella. Incluso se dieron casos de nazis católicos que facilitaban datos muy valiosos a eclesiásticos de su confianza. Por si esto fuera poco, durante la guerra, 37 estados tenían representación diplomática en la Santa Sede y en contrapartida, el Vaticano tenía nuncios y delegados apostólicos en cada uno de ellos. Todo este cuerpo de embajadores extranjeros y propios nutría de informes, rumores y testimonios a la curia. Un tercer canal de conocimiento sobre las crueldades de la contienda provenía del Servicio Secreto Vaticano, centenaria institución
EL VATICANO SUPO DE LAS MASACRES CIVILES PERPETRADAS POR LOS INVASORES, YA QUE LA IGLESIA OPERABA COMO UN ESTADO DENTRO DE CADA ESTADO
con dilatada experiencia en el espionaje y contraespionaje internacional.
Mediante estas tres vías, la Santa Sede pudo estar al corriente de los sucesos bélicos e, incluso, en algunas ocasiones anticiparse a ellos. Por ejemplo, Pierre Blet, en su libro Pío XII y la Segunda Guerra Mundial, revela que el 8 de abril de 1941, a las 11:30 de la noche, el nuncio apostólico en España telegrafió desde Madrid a Roma para dar a conocer a Pío XII que, según fuentes confidenciales, el ministro de Exteriores franquista, Serrano Suñer, estaba convencido de la victoria de Alemania y dispuesto a entrar en combate. Suñer anhelaba recuperar Gibraltar y expandirse por el norte de África y, para preparar a la opinión pública, proyectó lanzar una campaña de propaganda antibritánica. Doce días después, el nuncio ampliaba su mensaje añadiendo que el gobierno español había concentrado tropas en torno a los Pirineos y Gibraltar.
TERROR CATÓLICO EN CROACIA
Donde resulta más incomprensible aún el silencio de Pío XII es en Croacia. El territorio acabó ocupado por tropas alemanas e italianas en 1941 y enseguida atrajeron el apoyo de una milicia local filonazi y católica llamada Ustacha. Los dirigentes de esta organización aprovecharon la coyuntura para declarar un nuevo Estado Croata independiente aunque subordinado al Tercer Reich. Bajo el gobierno del caudillo Ante Pavelić, la población autóctona fue sometida a una cruenta purga étnica en aplicación de las estrictas leyes raciales de Hitler. Se construyeron campos de exterminio, se cooperó animosamente con las autoridades invasoras para efectuar deportaciones y se actuó genocidamente contra judíos y serbios. Pavelić prohibió el alfabeto cirílico mientras las bandas gubernamentales de ustasbis mataban indiscriminadamente a los ortodoxos y quemaban sus iglesias. Muchos de estos actos criminales fueron alentados y cooperados por sacerdotes franciscanos adictos al nuevo orden nacionalista. El arzobispo de Zagreb difundió una carta pastoral para que el clero y los fieles favorecieran los empeños del régimen.
Semejantes barbaries rebasaron todas las fronteras y el 16 de febrero de 1942 la BBC radiaba que “se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispado de Zagreb. Por las calles corren ríos de sangre. Los ortodoxos están siendo convertidos por la fuerza al catolicismo, y no oímos la voz del arzobispo oponiéndose. Se informa que por el contrario participa en los desfiles nazis y fascistas”. Las cifras de víctimas manejadas por los historiadores resultan estremecedoras: casi medio millón de serbios ortodoxos muertos, 27.000 gitanos y unos 30.000 judíos asesinados de los aproximadamente 45.000 residentes en el país. En marzo de 1942, el Congreso Mundial judío y los residentes israelíes en Suiza reclamaron una intervención directa de Roma. Confiaban en que al tratarse de un gobierno correligionario ultracatólico, la diplomacia vaticana pudiera detener la masacre. Desafortunadamente, no ocurrió así. Pío XII solo mostró benevolencia. En julio de 1941 recibió en audiencia a miembros de la policía croata y al año siguiente a varias delegaciones de ustachis que visitaban el Vaticano. Nunca detuvo con determinación los excesos patrióticos del episcopado croata ni las conversiones forzosas. Tampoco se pronunció públicamente a ese respecto.
Carlo Falconi, tras analizar al detalle la documentación relativa al papel desempeñado por el Vaticano durante el mandato croata de Pavelić concluye que “el hecho que sorprende más en la actitud de Pío XII y que se nos muestra, además de incomprensible, verdaderamente inaceptable, es que, tanto con el Poglavnik [Pavelić] como con los diversos representantes ustachis que se acercaron a él, evitara siempre siquiera insinuar el tema de los exterminios que seguían perpetrándose en Croacia. En sus palabras, Croacia parece
DONDE RESULTA MÁS INCOMPRENSIBLE SU SILENCIO ES EN CROACIA. EL PAPA NUNCA SE PRONUNCIÓ SOBRE LA BARBARIE DEL TERCER REICH APOYADA POR LOS CATÓLICOS
un reino ejemplar, si no idílico, con el cual la Santa Sede está impaciente por establecer relaciones oficiales y duraderas, para enlazar las modernas vicisitudes con la historia de su glorioso pasado: no es el país en que son asesinados, por motivos de religión, así como de racismo y de hegemonía política, centenares de millares de ortodoxos; donde se da cruenta caza a judíos y cíngaros. La nueva Croacia tiene jefes cristianísimos, se prepara a dar al catolicismo el reconocimiento de religión del Estado, honra a los obispos con el laticlavio, considera a los sacerdotes como autoridades civiles, acaba con los restos tanto de las recientes como de las antiguas Iglesias cismáticas, vuelve a ser el baluarte christianitatis hacia Oriente contra la amenaza comunista, etc. Pues bien, todo ello, ¿no es acaso provocador?”.
Como en los casos anteriores, quizás se podría atribuir ignorancia al pontífice acerca de lo que estaba sucediendo en Croacia, sin embargo, nuevamente, un buen número de testimonios y documentos disponibles indican lo contrario. El cardenal Tisserant, al frente de la Congregación para las Iglesias Orientales y hombre de confianza de Pío XII, comentó a Rusinovic, representante ustachi en la Santa Sede, que “en aquellos lugares, las matanzas, los incendios, los actos de bandidismo y de rapiña están a la orden del día. No sé si todo eso es cierto, pero sí sé positivamente que son los propios franciscanos, como, por ejemplo, el padre Simic de Knin, los que han tomado parte en los ataques contra la población ortodoxa y para destruir a la Iglesia ortodoxa. (Del mismo modo han destruido ustedes la iglesia Banjaluka.) Sé con seguridad que los franciscanos de Bosnia-Herzegovina se han comportado deplorablemente, y ello me duele. Estas cosas no puede hacerlas una persona educada, culta, civil, y muchos menos un sacerdote”. Esta conversación acabó registrada por Rusinovic en el informe oficial por él redactado para dar cuenta a sus superiores de dicha entrevista con el cardenal.
En cambio, cuando Pierre Bet presentó hace unos años en el Vaticano su libro ya citado, insistió en que ese “silencio público encubría una acción secreta a través de las nunciaturas y las sedes episcopales para intentar impedir las deportaciones” y, más concretamente, subrayó que “mediante los pasos dados continuamente ante los gobiernos de las naciones que mantenían algún margen de autonomía -Rumania, Eslovaquia, Croacia, Hungría- a través de los nuncios y los representantes diplomáticos de esas naciones, consiguieron salvarse miles de judíos”. Para Bet, el pontífice desplegó durante la contienda una febril actividad diplomática entre bambalinas orientada a limitar los estragos bélicos y restaurar la paz. Buena prueba de esas gestiones quedaron reseñadas en su estudio a partir de documentos exclusivos consultados dentro de la Santa Sede.
En definitiva, luces, disparidad de opiniones, controversias y sombras de un pontificado al que la historia seguirá haciendo justicia. La próxima apertura de los Archivos Vaticanos referidos a Pío XII quizá ayude a esclarecer los episodios más oscuros. Mientras tanto, la Iglesia hizo cierto examen de conciencia por boca del cardenal Julius Dópfner en 1964 cuando reflexionó públicamente en San Miguel de Múnich: “El juicio retrospectivo de la Historia autoriza perfectamente la opinión de que Pío XII debió protestar con mayor firmeza”.
LA PRÓXIMA APERTURA DE LOS ARCHIVOS VATICANOS REFERIDOS A PÍO XII QUIZÁ AYUDE A ESCLARECER LOS EPISODIOS MÁS OSCUROS SOBRE ESTOS AÑOS