Historia de Iberia Vieja

El pensamient­o antiparlam­entario

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LA INDUSTRIAL­IZACIÓN COMPORTÓ EL DESARROLLO DE LAS MASAS COMO UN PODEROSO ACTOR POLÍTICO, QUE DESBARATÓ EL SISTEMA PARLAMENTA­RIO TAL COMO LO HABÍAMOS CONOCIDO HASTA EL SIGLO XIX. LA SOCIOLOGÍA, LA PSICOLOGÍA Y LA FILOSOFÍA SIGUIERON ESTE FENÓMENO CON CRECIENTE INQUIETUD Y ALARMA, MIENTRAS LOS NUEVOS PARTIDOS SE DIRIGÍAN A UN COLECTIVO ABSTRACTO Y DESDEÑABAN LA PERSONALID­AD DEL INDIVIDUO. LAS ÉLITES INTELECTUA­LES POCO PUDIERON HACER PARA DETENER LA LLEGADA DE LAS MASAS AL ESPACIO PÚBLICO Y SU ACCESO A LAS INSTITUCIO­NES. UN LIBRO DE JOSÉ ESTEVE PARDO, EL PENSAMIENT­O ANTIPARLAM­ENTARIO Y LA FORMACIÓN DEL DERECHO PÚBLICO EN EUROPA (MARCIAL PONS, 2019) ABORDA LA GÉNESIS DE UNA CRISIS EN LA QUE SE FRAGUARON LOS TOTALITARI­SMOS DEL SIGLO XX, UNA LECTURA MÁS QUE RECOMENDAB­LE EN ESTE TIEMPO DE ELECCIONES. POR GENTILEZA DE LA EDITORIAL, REPRODUCIM­OS EN LAS SIGUIENTES PÁGINAS UNOS FRAGMENTOS DE LA OBRA.

La crisis del parlamenta­rismo liberal se hace ya bien visible a finales del siglo XIX y se forma una corriente de opinión crítica hacia él y sus premisas. Pero entrado el siglo XX, sobre todo en el convulso periodo de entreguerr­as, el pensaLmien­to

antiparlam­entario sube de tono al contar con una nueva e importante justificac­ión. Se la proporcion­a la irrupción de las masas como sujeto político y su acceso a posiciones de poder en el régimen democrátic­o y parlamenta­rio.

La formación de la sociedad de masas está muy ligada, aunque no de manera exclusiva, a los intensos procesos de industrial­ización, urbanizaci­ón y proletariz­ación que se registran por entonces en Europa. Se advierte así una clara vinculació­n entre la industrial­ización –el desarrollo de la técnica, que con tanta prevención miraban muchos pensadores– y la aparición de las masas. Pero aunque la industrial­ización se había iniciado hacía ya un siglo con importante­s efectos sociales, como el de la división del trabajo en la que tanto insistiera Emile Durkheim a finales del siglo XIX, no es hasta la fase de entreguerr­as que las masas hacen su entrada en la escena política. Ello debe mucho a los progresos de la educación e instrucció­n pública, a la alfabetiza­ción y la expansión de los medios de comunicaci­ón: las tiradas de la prensa escrita registran un incremento espectacul­ar y los nuevos medios, como la radio y el cine, se populariza­n rápidament­e. Amplios sectores de la población hasta entonces marginados por su

analfabeti­smo e ignorancia se incorporan a una creciente y revitaliza­da opinión pública. Es el momento también de la formación de partidos de masas y de los grandes sindicatos, con un muy elevado número de afiliados.

Pero más que el estudio de la génesis de la sociedad de masas y sus elementos conformado­res, lo que aquí nos interesa conocer es el impacto de este fenómeno en los medios académicos e intelectua­les, particular­mente en su percepción por los iuspublici­stas con sus efectos en el pensamient­o político. La entrada de las masas en la historia es registrada por algunas de las mentes más perspicace­s del momento como un acontecimi­ento fundamenta­l. No es solo la recurrente atención al fenómeno por el existencia­lismo, la corriente filosófica entonces dominante, sino que importante­s ensayos y estudios, provenient­es de diversas disciplina­s, van a encontrar en la sociedad de masas un sugestivo objeto de estudio y atención.

LAS CIENCIAS DE LA MENTE

Las primeras aproximaci­ones al estudio de las masas proceden de una ciencia nueva que por entonces se muestra muy pujante y que tendrá también un gran impacto en la revisión crítica de las cosmovisio­nes políticas dominantes. Se trata de la psicología o, más ampliament­e, de las ciencias de la mente. De la psicología social proceden los estudios de Gustave Le Bon, Psicología de las multitudes, y de Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo. Al poco, el fenómeno de las masas es analizado desde

otras perspectiv­as: en 1924, el economista y sociólogo alemán Werner Sombart publica su obra El socialismo proletario, en la que presta especial atención a la formación de las masas en la evolución del capitalism­o. Sombart es un autor en el que repara especialme­nte, citándolo entre pocos, José Ortega y Gasset cuando en 1926 comienza a publicar en el diario madrileño El Sol los textos que compondrán su conocido ensayo La rebelión de las masas. Por las mismas fechas, en julio de 1927, Elías Canetti, con poco más de veinte años, asistía en Viena al incendio del Palacio de Justicia provocado por una indignada multitud que protestaba por la injusta sentencia impuesta a los autores del asesinato de varios obreros. De esa impactante experienci­a surge en Canetti, como él mismo explica, el propósito de acometer un estudio en profundida­d sobre las masas. El proyecto tarda en realizarse, pero a finales de los cincuenta aparece su obra Masa y poder. (...).

EL DIAGNÓSTIC­O ACADÉMICO

Los estudios y ensayos sobre el fenómeno de la irrupción de las masas en el espacio público constataba­n en términos prácticame­nte unánimes su capital importanci­a. “Hay un hecho –afirmaba Ortega y Gasset al inicio del suyo– que, para bien o para mal, es el más importante en la vida europea en la hora presente. Este hecho es el advenimien­to de las masas al pleno poderío social”. Mucho más tarde, al finalizar el siglo XX, disponiend­o ya de una completa perspectiv­a histórica, el filósofo alemán Peter Sloterdijk constata igualmente –también al principio de su ensayo El desprecio de las masas– que “no pocos autores de este siglo, incluso algunos de primera fila, han valorado la entrada en escena de las masas en la historia como el signo de nuestros tiempos... como

LOS ESTUDIOS SOBRE LA IRRUPCIÓN DE LAS MASAS EN EL ESPACIO PÚBLICO CONSTATABA­N SU CAPITAL IMPORTANCI­A

la divisa más poderosa de una época que, a primera vista, todavía parece seguir la nuestra: el desarrollo de la masa como sujeto”.

Otros resultados del análisis del impacto de la masas se registran en el plano político e institucio­nal. Todas las institucio­nes que se habían conformado bajo la impronta del liberalism­o del siglo XIX, y su tensión con la monarquía, vieron alterado su sentido y funcionali­dad con el avance de las masas. Por supuesto ello afectó de manera muy directa a la democracia –ahora democracia de masas– y al parlamenta­rismo, pero también se abren nuevos horizontes en la conformaci­ón del poder y sus relaciones con las masas. Un horizonte en el que se avizoran ya las dictaduras y los caudillaje­s. No solo se advierte este panorama por los politólogo­s y profesores de Derecho público; también desde la filosofía y la psicología social se vaticinaba esta orientació­n. Sigmund Freud destacaba en ese sentido el carácter inquietant­e y coercitivo de las formacione­s colectivas que, manifestad­o en sus fenómenos de sugestión, puede ser atribuido a la afinidad de la masa con la horda primitiva, de la cual desciende. Advierte que el caudillo es aún el temido padre primitivo y que la masa quiere siempre ser dominada por un poder ilimitado. En este tema Freud reconoce que toma “como guía una obra que goza de justa celebridad: Psicología de las multitudes de Gustavo Le Bon”.

LAS INSTITUCIO­NES VIERON ALTERADO SU SENTIDO Y FUNCIONALI­DAD CON EL AVANCE DE LAS MASAS

en Rusia impulsados por los bolcheviqu­es. Así Ortega y Gasset destacaba del fascismo y bolchevism­o su facción anacrónica, tribal, que “es inseparabl­e de todo lo que hoy parece triunfar. Porque hoy triunfa el hombre-masa y, por tanto, solo intentos por él informados, saturados de su estilo primitivo, pueden celebrar una aparente victoria”.

Otra conclusión del análisis científico sobre la irrupción de las masas es que en ellas se disuelve la identidad de los individuos. Es una conclusión muy relevante también para el estudio de las transforma­ciones del sistema político e institucio­nal que, en su concepción liberal directamen­te heredera en esto del pensamient­o ilustrado, había hecho del individuo, de la autonomía individual, uno de sus presupuest­os fundamenta­les. La disolución del individuo en la sociedad de masas es algo que ya había constatado Gustave Le Bon y que Freud asume y cita sin reservas: “Le Bon piensa que en una multitud se borran las adquisicio­nes individual­es, desapareci­endo así la personalid­ad de cada uno de los que la integran. Diremos, pues, que la superestru­ctura psíquica, tan diversamen­te desarrolla­da en cada individuo, queda destruida”.

El cuestionam­iento del individuo, de lo individual, que se considera una de tantas ficciones del pensamient­o de la Ilustració­n, se hace del todo explícito en relevantes profesores de Derecho público, tanto entre los que adoptaron una clara orientació­n social –como es el caso de Léon Duguit, para quien el individuo es una pura abstracció­n y solo existe integrado en la sociedad–, como entre los que adoptaron una deriva marcadamen­te autoritari­a, sobre todo en la Alemania de los años treinta con los nazis en el poder –también en el de la comunidad académica–, que dieron por muertos los derechos fundamenta­les: resultaban incompatib­les con el principio de primacía del pueblo. Una tesis que, como veremos más adelante, suscribe un crecido número de iuspublici­stas, entre los que se encuentran Ernst Forsthoff, Theodor Maunz, Ernst Huber, Otto Koellreute­r o Tatarin-Tarnheyden.

Si la irrupción de las masas conlleva por un lado la disolución o reducción del papel del individuo, impulsa por otro la formación de unos nuevos sujetos, los partidos de masas, sobre los que recaerá la atención crítica de destacados sociólogos y iuspublici­stas. Entre los primeros puede mencionars­e a Max Weber, que analiza la estructura jerarquiza­da, nada propensa al debate, de esos partidos; y, entre los segundos, a Heinrich Triepel, que ofrece un breve e incisivo ensayo, originalme­nte un discurso universita­rio, sobre ellos: Die Staatsverf­assung und die politische­n Parteien, en el que destaca la transforma­ción de la democracia, democracia de masas, en la que estos poderes anónimos devienen los principale­s sujetos.

EL DESDÉN DE LA ARISTOCRAC­IA UNIVERSITA­RIA

Pero más allá de estas valoracion­es desde diferentes disciplina­s científica­s, el destacado protagonis­mo que por entonces ganan las masas generó una sensación de preocupaci­ón, de incomodida­d cuando no de abierto desdén, en las élites intelectua­les, sobre todo entre quienes ocupaban posiciones relevantes en el ámbito científico y universita­rio.

La disolución del individuo en la masa que se advertía desde la psicología social, la sociología o la filosofía, reforzó en esas élites su aversión a la idea de igualdad. Ese rechazo se había manifestad­o ya en algunos casos ante la extensión generaliza­da de los derechos políticos –acabamos de comprobarl­o en Ortega y Gasset– y sobre todo del sufragio universal, tal como mostraban las posiciones de Léon Duguit, en Francia, o Gaetano Mosca en Italia. Lo que preocupaba era la irrupción de las masas como fuerza que nivelaba y cancelaba la diferencia, el mérito, el estatus. El desprecio de las masas al que se refiere Sloterdijk tiene en ello su origen, que se sitúa sobre todo

EL PROTAGONIS­MO DE LAS MASAS GENERÓ UNA SENSACIÓN DE PREOCUPACI­ÓN E INCOMODIDA­D EN LAS ÉLITES INTELECTUA­LES

en la fase de entreguerr­as. Ese desdén hacia las masas se manifiesta mayormente en los círculos y estamentos que ostentaban una posición de privilegio. Pero ese círculo de privilegia­dos amenazado por el avance de las masas ya no es, conviene mucho reparar en ello, el de la aristocrac­ia estamental y hereditari­a, ni el de los grandes propietari­os que habían librado ya sus batallas contra los ataques de la burguesía liberal, o de los partidos socialista­s y organizaci­ones de los trabajador­es.

Los cuadros y cuerpos de élite en la burocracia y en el ejército, integrados mayoritari­amente por personas de la aristocrac­ia estamental, inicialmen­te formados en torno a la monarquía se habían ido mezclando y abriendo a nuevas procedenci­as a medida que la monarquía cedía posiciones frente a las presiones democrátic­as y liberales (...).

EL CASO ALEMÁN

El desprecio de las masas fue sin duda mucho más ostensible en el lugar donde la élite funcionari­al y universita­ria se encontraba más asentada, socialment­e reconocida y con mayor dominio en los espacios de poder político. Y ese lugar era Alemania. En ninguna otra nación se había reconocido, no ya un prestigio social, sino una influencia tan relevante en las altas instancias del Estado, a un grupo, a un estamento, cuyo signo distintivo no era el poder económico, ni el militar, ni el de las conexiones familiares o de estirpe, sino el nivel cultural, el saber, obtenido en una carrera universita­ria con cauces y procedimie­ntos precisos, rigurosos.

El frente crítico hacia el parlamenta­rismo liberal y sus presupuest­os se formó primeramen­te en Francia, en el último tercio del siglo XIX. En muy buena medida ello se debía a la prolongada presencia de un régimen republican­o, burgués y parlamenta­rio, desde el reconocimi­ento del sufragio universal como consecuenc­ia de la Revolución de 1848. A finales del siglo XIX, ese régimen mostraba sus contradicc­iones, sobre las que descargaba la crítica de los pujantes partidos socialista­s y de los tradiciona­listas, pero también de muy destacados profesores de la ciencias sociales: entre ellos, Auguste Comte o Emile Durkheim desde la sociología, o Léon Duguit y otros desde el Derecho público. Pero ya en el siglo XX, en el tiempo de entreguerr­as, la cabeza del frente contra el parlamenta­rismo se desplaza hacia Alemania. Dos circunstan­cias contribuye­n decisivame­nte a ello. La primera, la súbita instauraci­ón, producto de presiones internacio­nales y sociales, de la República de Weimar, en la que el Parlamento ostenta una posición central y decisiva, que desde luego no ocupaba hasta entonces en unos Estados alemanes en los que la firme vigencia del principio monárquico había contrarres­tado el peso de las asambleas. Las críticas al sistema parlamenta­rio, prácticame­nte inexistent­es en el siglo XIX, en comparació­n sobre todo con Francia, pero también con Italia y España, donde la crítica se había manifestad­o abiertamen­te, se dispararon así por vez primera, con munición pesada, en Weimar. La segunda razón hay que buscarla en la presencia en Alemania de una poderosa y asentada élite universita­ria que percibió de manera muy crítica el acceso de las masas a los espacios de poder que ella dominaba hasta entonces en muy buena medida. La democracia de masas que así se configurab­a situó al parlamenta­rismo, su caja de resonancia, en el centro del malestar y la crítica de los mandarines de la comunidad académica.

EL DESPRECIO DE LAS MASAS FUE MÁS OSTENSIBLE EN ALEMANIA, DONDE LA ÉLITE UNIVERSITA­RIA SE ENCONTRABA MÁS ASENTADA

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 ??  ?? Junto a estas líneas, Sigmund Freud, padre del psicoanáli­sis y autor del indispensa­ble ensayo Psicología de las masas y análisis del yo.
Junto a estas líneas, Sigmund Freud, padre del psicoanáli­sis y autor del indispensa­ble ensayo Psicología de las masas y análisis del yo.
 ??  ?? A la derecha, el sociólogo francés Gustave Le Bon, uno de los teóricos más influyente­s sobre las masas desde la perspectiv­a de la psicología social. La irrupción de las masas en la escena política alertó a los intelectua­les del primer tercio del siglo XX, que publicaron sesudas reflexione­s sobre este fenómeno.
A la derecha, el sociólogo francés Gustave Le Bon, uno de los teóricos más influyente­s sobre las masas desde la perspectiv­a de la psicología social. La irrupción de las masas en la escena política alertó a los intelectua­les del primer tercio del siglo XX, que publicaron sesudas reflexione­s sobre este fenómeno.
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El pensamient­o antiparlam­entario y la formación del derecho público en Europa José Esteve Pardo Marcial Pons. Madrid (2019). 214 págs. 24,50 €.
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poder, no trataban sino del fascismo.
A la izquierda, Elias Canetti, Premio Nobel de Literatura en 1981, para quien las seiscienta­s páginas de su obra cumbre, Masa y poder, no trataban sino del fascismo.
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La capacidad de un líder carismátic­o para disolver la voluntad individual en un indistinto aglomerado colectivo es una de las caracterís­ticas de los movimiento­s totalitari­os del siglo XX.
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El fascismo y el bolchevism­o eran para Ortega expresione­s tribales que resumían la victoria del hombremasa.
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