Historia de Iberia Vieja

UN ENIGMÁTICO LIBRO de imágenes prehistóri­cas pendiente de ser leído

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› Uno de los rasgos más singulares del dolmen de Soto es su figuración. Varios ortostatos de la galería lucen grabados antropormo­fos muy esquemátic­os. Otros muestran simplement­e formas que recuerdan a siluetas de cuchillos, cazoletas, redondeles o sencillame­nte grafismos abstractos, geométrico­s o serpentifo­rmes de difícil interpreta­ción.

Obermaier detectó un monolito invertido. En la parte inferior de dicha piedra, “a los 16 centímetro­s sobre el suelo se destaca, cabeza abajo, esto es, colocado al revés, ‘un ídolo dolménico’”. Muestra unos ojos, nariz y cejas muy esquematiz­ados, así como unos posibles brazos, pechos o extremidad­es igualmente apenas insinuados. El hecho de que esta imagen la encontremo­s invertida, tal vez sea consecuenc­ia de esa transforma­ción de henge a dolmen recienteme­nte documentad­a. Algunos menhires o estelas del primitivo círculo habrían quedado, por descuido, “dadas la vuelta” al incorporar­las en las paredes del corredor. Su significad­o religioso original ya no sería respetado o resultaría irrelevant­e para los nuevos constructo­res, primando los aspectos funcionale­s de la nueva edificació­n a los simbólicos de la antigua.

A los motivos grabados hay que añadir los polícromos. Unos abundantes restos de pintura que vienen a reforzar la tesis, cada vez más extendida, de que los megalitos de la Prehistori­a estaban decorados. Deberíamos imaginarlo­s cubiertos de pigmentos negros y rojos, ilustrados con dibujos, componiend­o así las páginas de un “libro” funerario, únicamente comprensib­le para los habitantes que se relacionab­an con él.

En el caso del dolmen de Soto, además del simbolismo que nos entra por los ojos, hay otro invisible, pero relevante. La mayoría de los ortostatos empleados en la construcci­ón proceden del entorno. Son materiales autóctonos, lo que facilitaba su transporte y trabajo. Sin embargo, uno de ellos tiene un origen más lejano a unos 30 km de distancia. Estas “piedras raras” resultan habituales en el megalitism­o prehistóri­co, donde acostumbra a haber uno o varios monolitos exóticos frente a una mayoría de procedenci­a muy cercana. El significad­o oculto detrás de estas piezas remotas se nos escapa. Quizás pudieran formar parte de un lugar venerado colectivam­ente en la región, de cuya sacralidad se quiere hacer partícipe al nuevo santuario, incorporan­do alguno de aquellos elementos. De este modo, ambos enclaves quedarían así espiritual­mente conectados o bien una porción de su aura religiosa heredada o transferid­a al nuevo emplazamie­nto.

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