Vitoria 3 de marzo
A PESAR DE LOS PESARES, LA TRANSICIÓN SIGUIÓ ADELANTE, Y LO HIZO FRENTE A LOS NOSTÁLGICOS QUE SE ATRINCHERARON EN LOS USOS Y COSTUMBRES DEL PASADO. LOS SUCESOS DE VITORIA DE 1976 SIMBOLIZARON ESA LUCHA ENTRE LO VIEJO Y LO NUEVO. SUS VÍCTIMAS, CINCO JÓVENES OBREROS QUE RECLAMABAN MEJORES CONDICIONES LABORALES, FUERON MASACRADOS A LA SALIDA DE LA IGLESIA EN LA QUE SE HABÍAN CONCENTRADO CON OTROS MUCHOS TRABAJADORES. LA LÍNEA DURA SE IMPUSO A LA PAZ Y LA PALABRA, Y EL CASO SE CERRÓ EN FALSO. ESTA PELÍCULA, OBRA DEL DEBUTANTE VÍCTOR CABACO, RECREA AQUELLOS HECHOS.
Víctor Cabaco (Santander, 1967) ha sido ayudante de dirección en largometrajes y capítulos de series; ahora debuta como director en la pantalla grande con este relato de unos sucesos de la reciente historia de España, cuando el país intentaba salir de la dictadura franquista y trataba de conquistar libertades con el esfuerzo y el dolor de tantos españoles.
A primeros de 1976, recién muerto Franco, los movimientos sindicales, estudiantiles y ciudadanos
empiezan a hacerse notar con fuerza en el panorama político. El gobierno presidido por Carlos Arias mira con preocupación la agitación obrera de Vitoria, donde las empresas más importantes viven continuas jornadas de huelga que amenazan con extenderse al resto del Estado. La película de Víctor Cabaco se centra aquí, en las asambleas que se celebraban en fábricas, locales e iglesias de la antes tranquila ciudad vasca. No se trata, en realidad, de un filme documental –opción quizá más obvia y repetida– sino de una
obra de ficción; aunque utiliza, sin embargo, algunas imágenes reales y el sonido original de los mensajes policiales en los momentos más dramáticos de los hechos del 3 de marzo.
Unos días antes, Begoña, una estudiante de 18 años, asiste con su amigo Mikel, trabajador de una fábrica local y activo sindicalista, a una de estas asambleas. Mientras el tono de los oradores va subiendo, ella descubre que su padre, periodista de la radio local, también está presente y puede que la haya visto: le espera una buena regañina al volver a casa. Allí está su madre, que da clases particulares para ayudar a la economía familiar; y Begoña y sus padres resumen el espíritu de Vitoria, como una de las muchas familias que vivieron en primera persona aquellos días.
En el otro lado del inminente conflicto, los empresarios debaten el estado de la cuestión y las posibles medidas a seguir. Hay quien postula una innegociable posición de fuerza, pero también se exponen ideas más elaboradas y quizá más inteligentes: dialogar con los obreros, ceder –aunque sea aparentemente– y tratar de acabar con la cadena de paros y la amenaza de la huelga general. Al final, cuando se produce la movilización y el encierro de cerca de 4.000 personas en la iglesia de San Francisco, la decisión está ya tomada: triunfa la línea más dura, y el gobernador civil, a las órdenes del ministro del interior Manuel Fraga, decide mandar a la policía a actuar contra los trabajadores.
Hasta allí nos llevan los pasos de Begoña, enamorada de Mikel y decidida a seguirlo, confusa al principio pero madurando deprisa, rebelde ante sus padres y frente a una situación que comprende injusta e insoportable. Hay otros elementos narrativos y dramáticos en la película –episodios de la lucha y la discusión obrera, la detención de la misma Begoña, el doble chantaje a sus padres–, pero es la joven protagonista la que conduce el relato, y el filme se abre con su presencia todavía ajena al futuro cercano, y se cierra cuando sale de la iglesia entre los disparos, el humo y los gritos enarbolando un pañuelo blanco salpicado de rojo: la imagen ha virado casi al blanco y negro y la sangre hiere la retina del espectador.
EL HORROR, EL HORROR…
Las escenas anteriores son las del horror, la tragedia, la masacre. Los trabajadores encerrados son conminados a salir, e inmediatamente después son gaseados, apaleados y tiroteados en las mismas puertas de la iglesia. Se oyen las consignas y las órdenes cruzadas entre los policías y sus mandos, y su barbarie y su crueldad corta el aliento. Hay, en fin, cinco muertos. La película contiene, como digo, sonidos e imágenes reales, pero la recreación para la pantalla es igualmente veraz y emocionante. Es verdad que Vitoria 3 de marzo es una obra pequeña, de escaso presupuesto, sin intérpretes de relumbrón. Pero en su sencillez está su fuerza; y en su espíritu reivindicativo de una lucha demasiado silenciada y unos hechos todavía no aclarados completamente.