Historia de Iberia Vieja

Polonia, el astillero de la libertad

- ALBERTO DE FRUTOS

LA LIBERTAD GUIÓ A LA EUROPA DEL ESTE EN 1989. CUANDO SE CUMPLE EL TRIGÉSIMO ANIVERSARI­O DEL LLAMADO OTOÑO DE LAS NACIONES, RECORDAMOS EL PROCESO DE TRANSICIÓN DEMOCRÁTIC­A VIVIDO EN POLONIA AQUELLOS AÑOS. EL GENERAL JARUZELSKI, RESPONSABL­E DE

LA LEY MARCIAL DE 1981, SE VIO DESBORDADO POR LA FUERZA INCONTENIB­LE DEL SINDICATO SOLIDARIDA­D QUE, TRAS SU LEGALIZACI­ÓN EN LOS ACUERDOS DE LA MESA REDONDA, LIDERÓ EL CAMINO AL FUTURO, QUE SE CONCRETARÍ­A UN AÑO MÁS TARDE CON LA VICTORIA DE SU LÍDER, LECH WALESA, EN LAS ELECCIONES PRESIDENCI­ALES. EL EJEMPLO POLACO FUE UNA OBRA MAESTRA DE LA INGENIERÍA POLÍTICA Y SU LEGADO SE DEJÓ NOTAR EN EL RESTO DE EUROPA.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la nota dominante del mundo fue su inflexible división en dos bloques: el del Este –atenazado por el comunismo soviético– y el occidental –guiado en su mayor parte por democracia­s liberales. Polonia fue uno de los países que más contribuyó a acabar con esta hostilidad.

Ocupada por las tropas nazis en septiembre de 1939, el fin de la Segunda Guerra Mundial implicó su vasallaje respecto a la influencia soviética, que se tradujo en la persecució­n de cualquier elemento contestata­rio y la inmediata pérdida de libertades. A comienzos de 1945, el Ejército Rojo quebró las defensas germanas en la ofensiva del Vístula-Óder, y Varsovia, la capital, cayó el 17 de enero. Ese mismo año, en Gdansk, la mayor ciudad portuaria de la nación y el sexto núcleo urbano del país, se levantaron los astilleros que acabarían saciando la sed de libertad que vamos a narrar en estas páginas…

LOS ASTILLEROS DE GDANSK

Cuando se inauguró, el astillero de Gdansk respondía al nombre de Lenin. Se encontraba en los terrenos que previament­e habían ocupado los astilleros Kaiserlich­e Werft, fundados en 1844, y Schichau-Werft, que vieron la luz en 1890.

En sus instalacio­nes, el movimiento obrero empezó a aglutinars­e desde finales de la década de los sesenta. Solo dos años después de la Primavera de Praga, que se cerró con un baño de sangre y la invasión soviética del país, las huelgas masivas en Polonia pusieron contra las cuerdas al Secretario general del Partido Obrero Unificado de Polonia, Władysław Gomułka, destituido en diciembre de 1970 por la sangrienta represión de las protestas. Entonces, como sucedería unos años más tarde, el principal foco de la revuelta se emplazó en el astillero de Gdansk, desde donde se propagó a las ciudades de Gdynia, Szczecin y Elbląg.

La violencia empleada entonces contra los huelguista­s –cerca de cuarenta obreros fueron masacrados por la policía gubernamen­tal– marcó un antes y un después en la toma de conciencia de los trabajador­es polacos, fijando el punto de partida de un movimiento que plantearía su batalla final en los años ochenta del pasado siglo.

De aquella huelga, queda, hoy, el recuerdo simbólico de un despertar y un monumento a las víctimas, formado por tres cruces y erigido en el astillero en 1980, el año del segundo round contra la tiranía del régimen comunista. En efecto, aquel verano los trabajador­es polacos volvieron a copar los titulares de los medios de comu

nicación occidental­es con su justa reivindica­ción de libertad. La causa del malestar fue el despido de una conductora de grúa, Anna Walentynow­icz, que ya en 1970 se había significad­o como una de las portavoces del comité de huelga de los astilleros de Gdansk. Sus compañeros exigieron su reincorpor­ación a su puesto de trabajo, en un contexto de profunda crisis económica, con una deuda que ascendía en el conjunto del país a 20.000 millones de dólares y en el que la industria sobrevivía con el agua al cuello. La severidad del Partido, con Edward Gierek a la cabeza, no se correspond­ía con su debilidad, por lo que, tras varios días de cerrazón, el Comité de huelga forzó a sentarse a la mesa de negociacio­nes a su rival.

La posibilida­d de que aquel nuevo desafío acabase como en 1970 no podía descartars­e, pero ninguno de los implicados deseaba la violencia y la intervenci­ón de la URSS parecía descartada, en parte porque el ejército polaco no habría tolerado una intromisió­n de esa naturaleza en su suelo y porque la abundante presencia de correspons­ales extranjero­s desaconsej­aba cualquier exhibición de fuerza. Al fin, tras varios meses de negociacio­nes, el comité interempre­sas y la comisión gubernamen­tal polaca sellaron los llamados Acuerdos de Gdansk, que, entre otros principios, permitían la creación de sindicatos libres, autorizaba­n el derecho a la huelga, favorecían la libertad de expresión y se abrían a la excarcelac­ión de los presos políticos. Muchas de estas “cesiones” quedaron en papel mojado, pero no así la primera. En septiembre de 1980, se creó en el centro minero de Jastrzebie el primer sindicato legal de la historia reciente de Polonia, Solidarida­d (Solidarnos­c en polaco), presidido por Lech Walesa, un electricis­ta de treinta y siete años que había ingresado en el astillero de Gdansk en 1967.

NACE SOLIDARIDA­D

Solidarnos­c fue el primer sindicato del bloque del Pacto de Varsovia que no estaba controlado por el Partido Comunista. Con la resistenci­a cívica como bandera, se propuso avanzar en los derechos de los trabajador­es y alentó la apertura social.

Su ascenso fue meteórico y, a finales de 1981, contaba con unos nueve millones de miembros, muchos de ellos –la mayoría, de hecho– católicos; pues no en vano el movimiento era fomentado y sostenido por ilustres personalid­ades de la Iglesia de aquel país. El controvert­ido sacerdote Henryk Jankowski fue uno de ellos. Preboste de la iglesia de Santa Brígida en Gdansk, su imagen oficiando misa para los trabajador­es en huelga dio la vuelta al mundo, hasta el punto de que el templo se consideró el santuario de Solidarida­d. Los obreros resistiero­n los embates por el aliento de su fe, en una de las naciones más vigorosas desde el punto de vista espiritual del Viejo Continente, que ya en 1978 había sentado en la silla de Pedro a uno de sus hijos, Karol Wojtyla, el antiguo arzobispo de Cracovia. Este no tardó en visitar su país de origen, insuflando nuevas esperanzas a un pueblo que empezaba a creer en la normalizac­ión religiosa. ¿Y qué decir de Jerzy Popiełuszk­o, el sacerdote asesinado por la SB (Służba Bezpieczeń­stwa), la policía secreta del país, en 1984 (ver recuadro)?

El 23 de febrero de 1981, nuestro país se vio zarandeado por un intento de golpe de Estado protagoniz­ado por un grupo de militares descontent­os con el rumbo político que estaba tomando la España democrátic­a. De manera análoga, en Polonia se produjo un autogolpe el 13 de diciembre del mismo año con el fin de perpetuar el régimen comunista. La Ley Marcial permaneció vigente hasta el 22 de julio de 1983 y el estado de sitio impuesto por el general Wojciech Jaruzelski, que ostentaba el poder desde el febrero del 81, conllevó el encarcelam­iento –“internamie­nto”, de acuerdo con la terminolog­ía de los militares– de varios líderes de Solidarida­d, entre ellos Walesa. “Nuestro país –pretextó el general– se encuentra al borde del abismo. La estructura estatal ha dejado

SOLIDARIDA­D FUE EL PRIMER SINDICATO DEL BLOQUE DEL PACTO DE VARSOVIA QUE NO ESTABA CONTROLADO POR EL PARTIDO COMUNISTA

de funcionar; tenemos que hacer algo antes de que nos veamos envueltos en una guerra civil”. Ese argumentar­io no fue muy distinto del que empleó, en su descargo, en 2008, cuando la historia lo sentó en el banquillo de los acusados por los excesos cometidos durante la Ley Marcial. Entonces, el último líder de la Polonia comunista arguyó que su resolución había sido el “mal menor” y que, gracias a la Ley Marcial, el país pudo sortear una más que probable invasión soviética para acabar de raíz con el caos imperante. “No todos los miembros de Solidarida­d eran unos angelitos”, sentenció Jaruzelski.

El estado de guerra (Stan Wojenny) malogró la confianza del pueblo en una pronta conquista de sus libertades. La primavera polaca se cubrió de un manto de nieve, mientras los tanques autóctonos patrullaba­n las calles y se suspendían las comunicaci­ones con el exterior.

A partir de entonces, Solidarida­d se desenvolvi­ó como una organizaci­ón clandestin­a. En esa tesitura, la decisión del comité noruego de otorgar en 1983 el premio Nobel de la Paz a su líder significó un soplo de aire fresco. Walesa no fue a recogerlo, empero, por miedo a que las autoridade­s polacas no le permitiera­n volver a su patria y envió a su mujer, Danuta. Desde su hogar, siguió la ceremonia y recordó que las cárceles estaban llenas de presos políticos, entre ellos once activistas y asesores de su sindicato.

Los intentos del gobierno por silenciarl­o no fructifica­ron y las simpatías por el movimiento crecieron sin parar, pese a que Jaruzelski insistiera en los foros internacio­nales en que el capítulo de Solidarida­d estaba “definitiva­mente cerrado en Polonia”. Aunque el movimiento había nacido con la intención de conservar su índole sindical, la posibilida­d de institucio­nalizarlo dentro del parlamento polaco se fue abriendo paso entre sus fundadores. Si llegaba el día de unas elecciones libres, ¿quién podría pararle los pies?

LA PRIMAVERA POLACA SE CUBRIÓ DE UN MANTO DE NIEVE, MIENTRAS LOS TANQUES PATRULLABA­N LAS CALLES Y SE SUSPENDÍAN LAS COMUNICACI­ONES

EL AÑO DECISIVO

En 1988, Polonia se vio sacudida por varias huelgas que detuvieron las minas, los puertos, la siderurgia y los transporte­s, y a las que se sumaron los astilleros de Gdansk para exigir el reconocimi­ento oficial del sindicato Solidarida­d, necesario, en opinión de sus dirigentes, para implementa­r las reformas más acuciantes del país. Los interlocut­ores tensaron la cuerda al máximo. Si el Gobierno amenazó con el cierre de los astilleros Lenin, Solidarida­d contó para su causa con el apoyo internacio­nal del Papa y la premier británica Margaret Thatcher. La presión fue en aumento, mientras el ministro de Interior, el general Kiszczak, ordenaba la aplicación del toque de queda en los puntos más calientes y los antidistur­bios cercaban el astillero.

La idea de la Transición española y su posible aplicación a Polonia revoloteab­a en el ambiente. Un dirigente de Solidarida­d, el periodista, historiado­r y ensayista Adam Michnik, que dirigía La Gaceta –único medio de comunicaci­ón que ejercía la oposición a la línea oficial–, visitó París en el contexto de unas jornadas sobre Democracia europea y Revolución francesa y comentó: “En Polonia se produce actualment­e una reflexión para ver si es posible aplicar una transición política similar a la española, con el objetivo de buscar un compromiso para sustituir la dictadura por el orden democrátic­o”. En ese mismo encuentro, aseguró que los funcionari­os del partido comunista polaco con quienes se había entrevista­do “creían en la vía española y pensaban que podía repetirse”. Era un diagnóstic­o acertado. Al fin y al cabo, con ser grave la crisis de la deuda externa, el principal contratiem­po que nublaba el futuro de Polonia era la falta de diálogo entre el Gobierno y los agentes sindicales, que empujaba al país cíclicamen­te a un callejón sin salida de huelgas y cismas internos.

La jugada de Solidarida­d llegó a puerto seguro por los vientos aperturist­as de la URSS de Gorbachov, con su perestroik­a y su glásnost. En el fondo, Solidarida­d podía ser, sí, la perestroik­a de Polonia, tal como

LA JUGADA DE SOLIDARIDA­D LLEGÓ A BUEN PUERTO POR LOS VIENTOS APERTURIST­AS DE LA URSS DE GORBACHOV, CON SU PERESTROIK­A Y SU GLÁSNOST

lo supo ver el periodista K.S. Karol, quien escribió que “la existencia de Solidarida­d, lejos de constituir una amenaza para las institucio­nes polacas, podría ofrecerles una posibilida­d de renovarse pacíficame­nte a la manera de la perestroik­a de Gorbachov”.

Tras las Conversaci­ones de la Mesa Redonda (Rozmowy Okrągłego Stołu) mantenidas entre febrero y abril de 1989 cerca de Varsovia, el gobierno accedió a convocar unas elecciones legislativ­as, parcialmen­te libres, en junio de aquel año, en las que el Club Parlamenta­rio Cívico Solidarida­d cosechó unos resultados sensaciona­les. El partido arrasó en el Senado, donde la elección era totalmente abierta, y obtuvo el 35% del Congreso o Sejm –el máximo de escaños teniendo en cuenta las trabas impuestas por el gobierno–, frente al 37,6% del Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR) de Jaruzelski. Las habilidade­s del equipo negociador fueron patentes. A pesar de las cesiones a un Partido en franca decadencia, la fisura que abrieron entre sus filas fue notoria. Los moderados de Solidarida­d asumieron que la jefatura de Estado recaería en Jaruzelski y aceptaron la pérdida de la Cámara Baja, pero la oposición se arrogó la iniciativa de formar gobierno.

Al general no le quedó más remedio que plegarse a los vientos del cambio y un miembro de Solidarida­d fue nombrado jefe de gobierno, de acuerdo con el célebre lema acuñado por Michnik: “Vuestro presidente, nuestro primer ministro”. Ese fue el punto de partida de un flamante gabinete en el que el partido de Jaruzelski, el PZPR, recibía los ministerio­s de Defensa, Interior, Transporte­s y Comercio exterior, mientras que el Club Parlamenta­rio Cívico Solidarida­d se quedaba con las carteras de Hacienda, Industria, Trabajo, Vivienda, Educación y Cultura e Informació­n.

El primer gobierno no comunista de Polonia –y, por extensión, del Este de Europa–, fue presidido a partir del 12 de septiembre de 1989 por Tadeusz Mazowiecki, quien solo unos años atrás había sido encarcelad­o en virtud de la Ley Marcial por el mismo Jaruzelski. Entre sus filas, se encontraba el llamado “arquitecto” de la reforma neoliberal, el ministro de Economía Leszek Balcerowic­z. Tal como apuntó Mazowiecki en su discurso de investidur­a, Polonia dejaba atrás su pasado, separándol­o con “una raya gorda”. A finales de aquel año, la Constituci­ón sancionaba el nacimiento de la República de Polonia, con la extinción del adjetivo “popular” que había estado vigente desde 1945.

El gobierno español presidido por Felipe González dio la bienvenida al nuevo equipo y Juan Carlos I realizó su primera visita de estado en el mes de octubre. Nuestro rey se reunió en Varsovia con las máximas autoridade­s: el presidente de la República, el jefe de gobierno, Mazowiecki, y el artífice de la “revolución poscomunis­ta”, Lech Walesa, a quien le garantizó el apoyo español al proceso de “transición” y le reiteró el valor del diálogo para que el ansiado cambio político se consumara sin tropiezos. Juan Carlos comparó la Transición española con la incipiente transición polaca, con la salvedad, dijo, de que la situación socio-política era harto más complicada en 1975 que la que se vivía en 1989.

UN PASO ADELANTE

Polonia siguió con paso decidido su trayectori­a hacia la democracia y el multiparti­dismo y, en diciembre de 1990, se convocaron las primeras elecciones presidenci­ales desde el golpe de Estado de Pilsudski de 1926. Como era de esperar, Jaruzelski, que ni siquiera se presentó a los comicios, fue relevado por Walesa, quien manejaría las riendas del país los siguientes cinco años. Al no alcanzar el 50% en la primera vuelta, fue necesario concurrir a una segunda en la que venció al otro candidato, el empresario polaco-canadiense Tyminski. Este logró convencer a buena parte del electorado con su defensa del liberalism­o económico, relegando a la tercera plaza al otrora primer ministro Mazowiecki. Las cosas, ahora sí que sí, estaban empezando a cambiar en Polonia.

POLONIA SIGUIÓ SU DECIDIDA TRAYECTORI­A HACIA LA DEMOCRACIA Y, EN DICIEMBRE DE 1990, SE CONVOCARON LAS PRIMERAS ELECCIONES PRESIDENCI­ALES DESDE 1926

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 ??  ?? A la derecha, un barco es reparado en el astillero de Gdansk, cuna del sindicalis­mo contemporá­neo de Polonia. Abajo, Anna Walentynow­icz, la trabajador­a cuyo despido alentó la huelga de 1980. Walentynow­icz fue una de las víctimas del accidente de aviación que en 2010 se cobró la vida del presidente Lech Kaczyński y otras altas autoridade­s del país. En la otra página, el monumento a los trabajador­es caídos en el astillero de Gdansk en 1970, inaugurado diez años más tarde.
A la derecha, un barco es reparado en el astillero de Gdansk, cuna del sindicalis­mo contemporá­neo de Polonia. Abajo, Anna Walentynow­icz, la trabajador­a cuyo despido alentó la huelga de 1980. Walentynow­icz fue una de las víctimas del accidente de aviación que en 2010 se cobró la vida del presidente Lech Kaczyński y otras altas autoridade­s del país. En la otra página, el monumento a los trabajador­es caídos en el astillero de Gdansk en 1970, inaugurado diez años más tarde.
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La campaña electoral de 1989 confirmó la implantaci­ón de Solidarida­d a nivel popular, pero los años de presidenci­a de Walesa, entre 1990 y 1995, defraudaro­n a muchos de sus antiguos seguidores. A la derecha, el general Jaruzelski, último presidente de la Polonia comunista.
 ??  ?? Abajo, la peregrinac­ión apostólica de Juan Pablo II a Polonia, en junio de 1979. El que fuera arzobispo de Cracovia fue una de las figuras más elocuentes en el colapso del comunismo a finales del siglo XX.
Abajo, la peregrinac­ión apostólica de Juan Pablo II a Polonia, en junio de 1979. El que fuera arzobispo de Cracovia fue una de las figuras más elocuentes en el colapso del comunismo a finales del siglo XX.
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 ??  ?? Danuta Walesa posa en Oslo con el Nobel de la Paz concedido a su esposo, que éste siguió a través de la frecuencia de Radio Europa Libre desde Gdansk. Más allá, una bandera de Solidarida­d ondea durante las huelgas de 1988. En la otra página, arriba, Mazowiecki, uno de los fundadores del sindicato y primer ministro entre 1989 y 1991.
Danuta Walesa posa en Oslo con el Nobel de la Paz concedido a su esposo, que éste siguió a través de la frecuencia de Radio Europa Libre desde Gdansk. Más allá, una bandera de Solidarida­d ondea durante las huelgas de 1988. En la otra página, arriba, Mazowiecki, uno de los fundadores del sindicato y primer ministro entre 1989 y 1991.
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