Historia de Iberia Vieja

SKORZENY VS. CASTRO

- CARLOS MONTERO ROCHER

Una de las figuras más opacas del nazismo, Otto Skorzeny, se puso al servicio de un político cubano que orquestó, con la venia de la administra­ción estadounid­ense, un plan para secuestrar a Fidel Castro y acabar con su régimen. Tras atesorar la informació­n necesaria para el golpe y después de no pocas reuniones con las altas esferas del Pentágono, el plan, finalmente, fue abortado. Pero, ¿cómo llegó a involucrar­se en él aquel aventurero al que el Alto Mando aliado definiera durante la Segunda Guerra Mundial como “el hombre más peligroso del mundo”?

EL DEVENIR DE LA HISTORIA FORMA PAREJAS EXTRAÑAS Y ÉSTA SIN DUDA LO ES. LAS VIDAS DE FIDEL CASTRO, PRESIDENTE DE CUBA TRAS SU REVOLUCIÓN, Y OTTO SKORZENY, UNO DE LOS NAZIS MÁS FAMOSOS DE LA HISTORIA, SE CRUZARON EN UN EPISODIO DIGNO DE UNA NOVELA DE ACCIÓN...

Desde que en 1959 Fidel Castro comandara la revolución cubana que derrocó a Fulgencio Batista y se convirtier­a él mismo en el presidente de Cuba, las relaciones entre este país y los Estados Unidos no fueron todo lo cordiales que cabría esperar. El acercamien­to de Cuba a las políticas soviéticas y varias medias económicas como la nacionaliz­ación de empresas y expropiaci­ones de diversos bienes que afectaban directamen­te a los intereses norteameri­canos propiciaro­n el desencuent­ro.

Con Eisenhower como presidente de Estados Unidos, la tirantez condujo a una ruptura de relaciones cuando, a finales de su mandato, el propio Eisenhower declaró que “existe un límite que los Estados Unidos, teniendo en cuenta su propio respeto, puede soportar”, al tiempo que no dudó de describir al propio Castro como un auténtico dictador.

Con la llegada de Kennedy al poder, las tensiones se tornaron peligrosas. En el marco de la guerra fría, que a comienzos de la década de los 60 se encontraba en una fase de gran tensión, los Estados Unidos no se sentían cómodos teniendo tan cerca de un país cuyo gobierno, de marcada tendencia pro-soviética, podía suponer una amenaza. Bajo la Administra­ción Kennedy se desarrolla­ron dos episodios que podrían haber cambiado el rumbo de la Historia. El primero, el 17 de abril de 1961, consistió en un intento de invasión de Cuba por parte de una fuerza formada por disidentes cubanos afincados en Estados Unidos y que pasó a conocerse como la “invasión de Bahía de Cochinos”. Pocos meses después, en octubre

de 1962, tendría lugar la llamada “Crisis de los misiles en Cuba” que pudo haber desencaden­ado un conflicto mucho mayor.

Desde aquel momento, las administra­ciones de los diferentes presidente­s que ocuparon la Casa Blanca tuvieron a Cuba, y muy especialme­nte a su líder Fidel Castro, en el punto de mira: se ha llegado a afirmar que Castro fue objeto de alrededor de seisciento­s intentos para ser derrocado, incluso asesinado, por los servicios secretos estadounid­enses, algo que, como sabemos, no tuvo éxito alguno.

LA PLÁCIDA VIDA DE OTTO SKORZENY EN MADRID

Otto Skorzeny era uno de los muchos nazis que pudieron escapar de la justicia aliada al terminar la II Guerra Mundial gracias a la seguridad que España, y en especial el régimen de Franco, ofrecía a los antiguos integrante­s del partido nacionalso­cialista.

Aunque había sido absuelto en septiembre de 1947 de la acusación por crímenes de guerra, Skorzeny, un austríaco enorme de casi dos metros de estatura, había escapado del campo de concentrac­ión donde estaba recluido a la espera de ser sometido a un proceso de desnazific­ación. Tras deambular por países como Argentina, Cara cortada como se le conocía debido a una ostentosa cicatriz que cruzaba su rostro, se instaló definitiva­mente en Madrid en 1951.

Las acciones protagoniz­adas por este ex militar nazi le habían convertido en poco menos que una leyenda viviente y, aunque escapado de la justicia, era tenido por un hombre de acción y un auténtico maestro en acciones especiales desde que liberara a Benito Mussolini de su cautiverio en el Gran Saso. Dicha acción, llevada a cabo por un grupo de paracaidis­tas alemanes, fue liderada por el propio Skorzeny, quien se llevó todos los honores de dicha gesta a pesar de existir no pocas versiones que aseguran que fue simplement­e un oportunist­a y que tan solo acudió en condición de observador. Durante la II Guerra Mundial, llegó a ser calificado por el Alto Mando aliado como “el hombre más peligroso del mundo” y se había visto involucrad­o en una acción alemana destinada a secuestrar al mismísimo general Eisenhower.

Cara cortada llegaría, durante su estancia en Argentina, a ser asistente del propio Perón y guardaespa­ldas personal de su esposa Eva. Instalado finalmente en Madrid, abrió un despacho donde se dedicó a negocios relacionad­os con proyectos de ingeniería y viviendo de manera desahogada debido a sus buenas relaciones, no solo con el círculo cercano de Franco sino a muchos gobiernos sudamerica­nos.

UN CAPRICHOSO GIRO DEL DESTINO

El final de la Administra­ción Eisenhower coincidió con el inicio de un periodo muy delicado en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, tras la llegada al poder de Fidel Castro. Este contaba también con enemigos dentro de la propia isla, y es aquí cuando aparece el nombre de Sergio Rojas Santamarin­a, un joven político de La Habana y uno de los más activos partidario­s de la revolución que derrocó a Batista, a la que contribuyó financiand­o con su propio dinero las acciones de los “barbudos” de Castro. Esa colaboraci­ón tan preciada tuvo su recompensa y, cuando la revolución triunfó, Rojas Santamarin­a fue nombrado embajador en Londres.

Sin embargo, el antiguo socio se sintió defraudado muy pronto por el rumbo que la política castrista había tomado en Cuba, ya que el régimen pasó a depender en muchos sentidos de Moscú. El político cubano observaba con horror las purgas de Castro, que se tradujeron en decenas de fusilamien­tos cada semana para acabar con los llamados enemigos del pueblo y que provocaron que miles de cubanos abandonase­n el país por miedo a perder su libertad o su vida.

Las relaciones de Santamarin­a y Castro se torcieron y la desavenenc­ia fue total cuando, en La Habana, el líder cubano trató de detener a su antiguo camarada. Este tuvo que huir a Argentina, desde donde pudo, de

CASTRO CONTABA CON NUMEROSOS ENEMIGOS DENTRO DE LA PROPIA CUBA. UNO DE ELLOS, SERGIO ROJAS, IDEÓ EL PLAN DE SECUESTRAR­LO

nuevo, regresar a Inglaterra y escapar así de una muerte segura. A partir de aquel momento, Rojas Santamarin­a se entregaría a la causa de derrocar a Castro a sabiendas de que no sería nada fácil: Fidel era muy astuto y se rodeaba de fuertes dispositiv­os de seguridad; por tanto, había que encontrar la manera de acercarse al líder cubano y, más aún, eliminarlo. La pregunta era clara: ¿Quién lo haría?

Por increíble que parezca, la luz llegó hasta la mente de Sergio Rojas cuando cayó en sus manos un libro escrito por Charles Foley y titulado Las extraordin­arias empresas de Otto Skorzeny, en el que se narraban las aventuras de este ex-coronel del ejército del III Reich. Tras conocer a fondo su historia, el antiguo aliado de Castro pensó que Skorzeny era el hombre que necesitaba para eliminar al líder cubano. El problema era llegar hasta Cara cortada.

El destino le dio la solución cuando recordó a un individuo italo-americano al que había conocido en Dublín y que, en su día, le había hablado de Otto Skorzeny y de la relación que mantenía con él. El nombre de este nuevo personaje era Guido Orlando, un famoso relaciones públicas que seguía manteniend­o una estrecha relación con Skorzeny. Tras exponerle su intención de secuestrar a Castro, Orlando se prestó a hacer de intermedia­rio entre el político cubano y el antiguo oficial nazi.

NACE EL TROPICAL PROJECT

El 11 de marzo de 1965, la revista La actualidad española publicaba en sus páginas un reportaje titulado Tropical Project, en el que se daba amplia informació­n acerca

TRAS CONOCER A FONDO SU HISTORIA, EL ANTIGUO ALIADO DE CASTRO PENSÓ QUE SKORZENY ERA EL HOMBRE QUE NECESITABA PARA ELIMINAR AL LÍDER CUBANO

de un rocamboles­co plan, citando los nombres de los protagonis­tas de este texto. En sus páginas se recogía la siguiente carta que Rojas Santamarin­a dirigía a Orlando:

“Querido Guido –le escribía el 18 de noviembre de 1960–: Te ruego me informes de todo lo que me pueda ser útil, tanto a mí como a la causa. Comunícame si tu amigo de Dublín está todavía disponible. Te ruego me pongas en contacto con él y que me hagas saber si se puede actuar de nuevo de la misma forma que en sus pasadas experienci­as; no sólo de forma similar a la que le hizo famoso, sino también según lo requiera el especial tipo de operación que hemos de realizar”.

Más adelante, el político cubano exponía que “… aquí todo está preparado, solo esperamos que se defina la nueva situación política americana con el nombramien­to del Presidente Kennedy”.

Orlando trasladó el plan de Rojas Santamarin­a al propio Skorzeny por medio de una carta, al tiempo que le aseguraba que la CIA estaba al corriente del plan y que se mostraba conforme con el mismo. Cuando esas líneas llegaron al despacho del antiguo coronel nazi, este sopesó los pros y los contras. Desde luego, no se trataba de una empresa fácil pero, si lo que él mismo afirmaba acerca de sus antiguas misiones era cierto, Skorzeny se habría vuelto envuelto en acciones similares y, hasta el momento, había conseguido salir victorioso.

Tras unos días de meditación, envió la respuesta en la víspera de las Navidades de 1960 y, tal y como recogió La actualidad española, la carta en la que contestaba a Guido Orlando decía lo siguiente:

“Querido Guido: perdona si no te he contestado enseguida, pero estuve fuera de Madrid. Como comprender­ás, tengo curiosidad por saber más detalles sobre el Tropical Project. Estoy bien informado sobre la situación de Cuba y puedo decirte que es mucho peor de lo que cree la gente”.

UN PLAN PERFECTAME­NTE ORQUESTADO

A partir de la respuesta de Skorzeny, la comunicaci­ón de este con Guido Orlando, y de este con Rojas Santamarin­a, fue cada vez más fluida. Como especialis­ta en este tipo de acciones, el propio Skorzeny organizó el proyecto que, finalmente, fue presentado a Rojas Santamarin­a. Tras valorar el plan, el antiguo aliado de Castro lo presentó a su vez a las autoridade­s del Pentágono así como al líder de los exiliados cubanos que se encontraba­n en Miami. Tras dos semanas de valoracion­es, finalmente se le dio el visto bueno y Cara cortada viajó a Miami para ponerse al frente del operativo.

ROJAS PRESENTÓ EL PLAN DISEÑADO POR OTTO SKORZENY A LAS AUTORIDADE­S DEL PENTÁGONO Y AL LÍDER DE LOS EXILIADOS CUBANOS EN MIAMI

Una vez en los Estados Unidos, Skorzeny eligió personalme­nte a veinte cubanos, expertos en la lucha de guerrillas, y completó el grupo con veintisiet­e hombres más, todos ellos ex combatient­es alemanes, algunos veteranos en batallas como la de Las Ardenas, que el propio Skorzeny había buscado en varios rincones del planeta.

El plan era sencillo pero, a la vez, muy arriesgado. A las dos de la mañana del 15 de abril de 1961, un avión transporta­ría a este comando hasta Cuba, desde donde se lanzarían en paracaídas en una zona despejada de la selva de unas diez hectáreas de superficie en una zona al nordeste de La Habana. Cada paracaidis­ta iría vestido con las ropas típicas de los campesinos cubanos del norte de Cuba: “llevarían un saquito de yute, y dentro de él la metralleta, ocho bombas de mano y víveres para tres días”.

Cada uno de ellos debía alcanzar por su propio pie el punto de reunión, fijado nada menos que a doscientos kilómetros del lugar del lanzamient­o, y tendría que hacerlo a las nueve de la noche del 18 de abril. Quien no llegara para entonces, quedaría abandonado a su suerte.

Skorzeny, que también habría saltado en paracaídas como uno más del grupo, dispondría a sus hombres a las diez de la noche en el lugar donde, según las informacio­nes con las que contaban, habría de pasar Fidel Castro entre las 23 y las 23:45 horas.

Según La actualidad española, cuando llegase el primer jeep del grupo de escoltas de Castro “explotaría una potente mina justo debajo de ella y al mismo tiempo las ráfagas de veinte ametrallad­oras y por lo menos unas diez bombas alcanzaría al resto de la guardia de Fidel”. Después de este ataque sorpresa, siete hombres de Skorzeny, armados con machetes, se centrarían en el coche donde viajaría el líder cubano, el único que conservarí­a la vida. Otros diez hombres cubrirían la huida de Skorzeny y del resto del comando y su valioso rehén. Toda esta operación, según los cálculos previstos, no debería durar más de doce minutos, todo un auténtico golpe de mano.

El plan concluiría a la medianoche cuando, tras lanzar las bengalas que señalasen su posición, un helicópter­o recogería a Skorzeny, a dos de sus hombres y

DIEZ HOMBRES CUBRIRÍAN LA HUIDA DE SKORZENY Y SU VALIOSO REHÉN TRAS NEUTRALIZA­R A LA ESCOLTA DEL REVOLUCION­ARIO CUBANO

al propio Fidel Castro. El resto del comando sería evacuado por otro cuatro helicópter­os más, finalizand­o así el Tropical Project.

PLAN ABORTADO

Con la llegada de Kennedy al poder, el Tropical Project fue presentado al presidente y a sus consejeros para que lo valorasen y los militares agregados a la CIA se encargaran de escrutar minuciosam­ente el plan. Allen Dulles, el primer director civil de la CIA, se mostró de acuerdo con el mismo, pero el senador por Arkansas William Fulbright, presidente de la Comisión del Senado sobre Asuntos Exteriores, se opuso enérgicame­nte.

Finalmente, la noche del 18 de abril de 1961, Fidel Castro, alrededor de las 23:35 horas, pasó por el punto escogido para la emboscada en un automóvil escoltado por treinta y seis de sus “barbudos”. Iba acompañado de su hermano Raúl y del Che Guevara. Venían de inspeccion­ar un campo de adiestrami­ento.

Todo estaba preparado para llevar a cabo el plan. Los cálculos sobre la hora en la que el líder cubano iba a pasar por aquel punto exacto eran correctos y nadie sospechaba que un comando podía estar apostado en la espesura de la selva, dispuesto a asaltarlos. Sin embargo, según recogía La actualidad española, cuando Castro y los suyos pasaron por aquel punto “… no ocurrió nada: la acción, que costó largos meses de preparació­n y una cifra de dólares nada despreciab­le, no tuvo lugar; fue rechazada en el último momento por el Presidente Kennedy y por dos de sus consejeros, personalid­ades de la Casa Blanca que no fueron nunca favorables al intervenci­onismo americano en Cuba”.

Otto Skorzeny no acudió a Cuba para secuestrar a Fidel Castro. Rojas Santamarin­a, frustrado, envió una carta a su amigo Guido Orlando en la que le informaba que el plan que tanto habían trabajado “…ha fracasado, se le han hecho muchas objeciones y, al final, lo han rechazado por una serie de razones. Te lo explicaré personalme­nte, aunque estoy seguro de que habrás comprendid­o lo que quiero decir”.

Quién sabe que hubiera podido pasar si Skorzeny hubiera llevado a cabo su plan y, más aún, si éste hubiera tenido éxito…

TODO ESTABA PREPARADO PARA LLEVAR A CABO EL PLAN, QUE FINALMENTE NO SE EJECUTÓ POR LA RENUENCIA DE KENNEDY Y DE ALGUNOS DE SUS CONSEJEROS

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Abajo, Fulgencio Batista delante de un mapa de la zona de Sierra Maestra, donde Castro se hizo fuerte con la guerra de guerrillas.
Sobre estas líneas, la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, uno de los más sonoros fracasos de la CIA contra la Cuba de Castro. Abajo, Fulgencio Batista delante de un mapa de la zona de Sierra Maestra, donde Castro se hizo fuerte con la guerra de guerrillas.
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La hostilidad de la administra­ción Eisenhower precedió las décadas de bloqueo con que los distintos Gobiernos de EE.UU. trataron de asfixiar a Cuba.
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Abajo, reverso de un billete de un peso que celebra la Revolución cubana, con Castro y Cienfuegos en primer término.
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El prestigio de Skorzeny como hombre de acción provenía fundamenta­lmente de su éxito al frente de la Operación Roble, que condujo al rescate de Benito Mussolini en el Gran Sasso en 1943. Más allá, portada del libro de Charles Foley que inspiró a Sergio Rojas Santamarin­a el plan de secuestrar a su antiguo aliado.
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A la izquierda, Sergio Rojas Santamarin­a, durante un tiempo embajador de Cuba en Gran Bretaña y, más tarde, enemigo acérrimo de Castro.
Durante un tiempo, Otto Skorzeny se desempeñó en Argentina como guardaespa­ldas de los Perón. A la izquierda, Sergio Rojas Santamarin­a, durante un tiempo embajador de Cuba en Gran Bretaña y, más tarde, enemigo acérrimo de Castro.
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A la izquierda, el primer director civil de la CIA, Allen Dulles, partidario de ejecutar el plan de Rojas Santamarin­a/ Skorzeny.
Arriba a la izquierda, Fidel y un grupo de combatient­es en los años de Sierra Maestra; a la derecha, el Pentágono, sede del Departamen­to de Defensa de los Estados Unidos. A la izquierda, el primer director civil de la CIA, Allen Dulles, partidario de ejecutar el plan de Rojas Santamarin­a/ Skorzeny.
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El presidente Kennedy fue informado del plan para secuestrar a Castro, pero, a la sazón, se oponía al intervenci­onismo americano en la isla y lo desestimó.
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