Historia de Iberia Vieja

CIUDADES de las de ver despacio

- Alberto de FRUTOS

Suele pasar que las guías de viaje se chiflen por una ciudad y descuiden la que está al lado. Esto en España se traduce en el refrán "Cría fama y échate a dormir" y vale lo mismo para restaurant­es y prestigios literarios. A Bérgamo le pasa algo parecido con Milán, su hermana mayor, aunque en este caso nada tenemos que objetar al Duomo, la Scala, el castillo de Los Sforza, la Galería de Víctor Manuel II ni, ya puestos, a la Semana de la Moda. A Milán hay que ir también con el reloj parado y el corazón contento.

Pero pongan una chincheta en su portulano o en su Google Maps y paseen por Bérgamo, por la ciudad alta y por la baja, la primera de aire medieval y la segunda más moderna; aunque, a poco que te descuides, te encontrará­s en esta última charlando con Botticelli o Tiziano en la Academia Carrara, que el concepto "moderno" en Italia es siempre muy relativo.

HIJOS ILUSTRES

Bérgamo tiene la belleza de una madre y, así, es lógico que le hayan venido a nacer tantos hijos ilustres. A Gaetano Donizetti y Juan XXIII se les quiere mucho por allá. El primero nos hizo derramar una furtiva lágrima en el aria más conmovedor­a de la ópera y el segundo torrentes de ellas cuando murió en 1963, en medio del Concilio Vaticano II. En la Città dei Mille, como se conoce a Bérgamo, hay varias reliquias de este santo en la catedral, entre ellas su tiara y el féretro de ciprés donde yació entre 1963 y 2000. Y, a propósito de Donizetti, su casa natal puede visitarse en via Borgo Canale y no parece que haya cola ningún día.

La costumbre de preservar las casas natales se está perdiendo, como la de los buenos días y la de escribir palabras con todas sus letras. Sobra dejadez y faltan miras, porque estoy seguro de que el año que viene, cuando acaben las obras de restauraci­ón, la casa de Cernuda en Sevilla será un destino mundial de peregrinac­ión para todos los amantes de la poesía, que, a juzgar por el sinnúmero de libros que se publican, son millones.

No sé si Bérgamo presume también de vástagos poetas o sus autores son más de prosa, pero he de decir que el cineasta Ermanno Olmi, que nació en la provincia homónima, compuso dos de los poemas en imágenes más bellos del siglo XX: El empleo y El árbol de los zuecos; y que, en todo caso, la verdadera poesía de esta ciudad se lee en sus calles y sus plazas, la Vecchia y otras menos aparentes, en su basílica de Santa María la Mayor y su capilla Colleoni, en sus alegres trattorias y sus aconsejabl­es funiculare­s, en su Campanone o Campanù y en su lavatorio de Via Lupo, en sus polenta e osèi y sus casoncelli alla bergamasca, en las vistas desde el Castello di San Vigilio y en sus tejados.

Todas las ciudades valen la pena. Sobre todo, si son de Italia y las desamparan las guías de viaje.

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