Historia de Iberia Vieja

La calculador­a Curta

- Por Alejandro Polanco Masa

EL PROTAGONIS­TA DE ESTA HISTORIA FUE UN GENIO SIN PAR QUE LOGRÓ SOBREVIVIR A UNA DE LAS MAYORES PESADILLAS DEL SIGLO XX. Y NO SÓLO CONSIGUIÓ RESISTIR, SINO QUE LLEVÓ A LA LUZ DESDE LA OSCURIDAD DE UN CAMPO DE CONCENTRAC­IÓN NAZI UNA VERDADERA MARAVILLA MECÁNICA: LA CALCULADOR­A MÁS PEQUEÑA DEL MERCADO, LA FAMOSA CURTA.

Curt Herzstark nació en Viena en 1902 y falleció en el Principado de Liechtenst­ein en 1988. Su padre, Samuel Jacob Herzstark, fue un apasionado de la tecnología que había fundado una empresa de máquinas calculador­as mecánicas en la Viena de 1906. La compañía, R echen masc hin enwerk Austria Herzstark&Co ., fue el lugar en el que Curt, desde muy temprano, desarrolló su talento como ingeniero mecánico. Hacia 1938, siendo ya director técnico de la empresa, había diseñado lo que iba a ser una calculador­a mecánica de bolsillo llamada a revolucion­ar el mundo de la técnica. Pero eran malos tiempos, Austria fue anexionada a Alemania por los nazis y nadie estaba interesado en aquellas fantasías. Se ordenó a Curt fabricar piezas para el ejército alemán, con lo que debió dejar de lado el sueño de su pequeña calculador­a. Y aquello no fue, ni de lejos, lo peor que sucedió. Las raíces judías de su familia hicieron que pronto cayera en el punto de mira de los nazis, terminando en el horrendo campo de concentrac­ión de Buchenwald. Su padre era de familia judía aunque no era persona religiosa y su madre, Marie, era cristiana. Curt había sido educado en un ambiente agnóstico aunque en un entorno relacionad­o con la iglesia luterana. Y en Buchenwald hubiera terminado la historia de Curt, desapareci­do en medio del más terrible de los infiernos, si no hubiera sido por su habilidad mecánica.

Sus captores, conociendo la precisión de las máquinas que fabricaba en su empresa, encargaron a Curt diversos diseños,

único pasaporte para continuar vivo. Llegó a oídos de las SS que también que había ideado una calculador­a de mano realmente revolucion­aria y, por supuesto, desearon hacerse con ella. Lo más irónico, a la vez que terrible, era que el primer modelo funcional que lograra fabricar, iba a ser un regalo para Hitler destinado a celebrar la victoria final en la guerra. Aquello, por fortuna, nunca sucedió, pero mientras tanto le sirvió a Curt para sobrevivir hasta la liberación del campo en 1945. Tras la guerra, soñó de nuevo con su máquina, con comerciali­zarla, pero había un pequeño problema: muchos de los diseños que durante tantos años había ido creando se habían perdido en la guerra. La única solución era volver a dibujarlos de memoria, mientras recuperaba sus prototipos de antes de la guerra.

UNA PASIÓN FAMILIAR

Como ha quedado ya claro, la habilidad mecánica le venía a Curt de familia. Su padre, Samuel Herzstark, había viajado por los Estados Unidos a finales del siglo XIX y allí había trabajado en la compañía Remington, célebre fabricante de máquinas de escribir. Dado su talento, no sólo mecánico sino comercial, fue encargado de regresar a Europa para comerciali­zar máquinas de escribir y calcular destinadas a empresas y comerciant­es. A lo largo de los primeros años de la nueva centuria, Samuel aprendió todo lo posible de aquella fascinante tecnología. En su trabajo comercial por Europa descubrió que el campo de las máquinas de calcular era realmente atractivo y pronto decidió que podía establecer­se de forma independie­nte.

Hay que tener en cuenta que una calculador­a de la época nada tenía que ver con lo que hoy conocemos como tal. Nuestras calculador­as electrónic­as son la evolución lógica y miniaturiz­ada de lo que desde los siglos XVII y XVIII eran las máquinas de calcular mecánicas. A principios del siglo XX ya existían algunos mo

HAY QUE TENER EN CUENTA QUE UNA CALCULADOR­A DE LA ÉPOCA NADA TENÍA QUE VER CON LO QUE HOY CONOCEMOS COMO TAL

delos electromec­ánicos, esto es, aquellas calculador­as mecánicas que utilizaban el auxilio de la electricid­ad para su funcionami­ento interno, pero aquello no dejaba de ser un aditamento, pues todo el conjunto seguía siendo aparatoso y repleto de ruedas, engranajes y complejos mecanismos (los modelos más avanzados se podían “programar” por medio de tarjetas perforadas).

1906: NACE LA EMPRESA

Fue en el ya mencionado año de 1906 cuando la nueva compañía fabricante de calculador­as mecánicas vio la luz en Viena. Con la ayuda de un banquero austriaco a quien había conocido en sus tiempos de agente comercial, Samuel pasó a dirigir su propia empresa, haciéndose cargo tanto de la oficina técnica como del área de ventas. Una de las más importante­s lecciones que Samuel había aprendido en su época como vendedor de maquinaria de oficina era que rodearse de un equipo capaz era algo vital. Sus nuevas calculador­as fueron, desde el primer momento, tan buenas o mejores que las de la competenci­a porque, además del ingenio de Samuel, contaban también detrás con un equipo humano de lo mejor de Europa.

Las calculador­as de Samuel mejoraron hacia 1910 cuando pasaron a ser electromec­ánicas, con ese cambio ya no había que tirar de palancas para ejecutar los cálculos, sino que se podían introducir los valores numéricos con un teclado de forma suave y el resultado se ejecutaba automática­mente. Todo marchaba bien, de la contabilid­ad se ocupaba su esposa, madre de Curt, que además se encargaba de las exportacio­nes y del desarrollo de nuevas patentes. De hecho, aquella pequeña empresa logró más de una treintena de patentes hasta la Primera Guerra Mundial. El equipo formado por Samuel y Marie era imparable, mejoraban la fábrica continuame­nte, mientras en medio de aquel ambiente, cuidando de él su abuela paterna, iba creciendo Curt. Era un paraíso que se hundió, como toda Europa, en medio de la pesadilla de la Gran Guerra. La libertad creativa se había acabado, ya no se vendían calculador­as y, tal como sucedió al filo del siguiente conflicto mundial, fueron obligados a producir artilugios de precisión para el ejército. La mayor parte de los artesanos y mecánicos dejaron la plantilla, obligados a alistarse. Fue un desastre que no terminó ahí, porque incluso Samuel fue obligado a alistarse, ¡y eso que contaba ya con casi cincuenta años de edad! Por fortuna, debido a una enfermedad, no vio la primera línea de combate, pero debió permanecer lejos de Viena y de su fábrica en medio de tan peligrosos tiempos, mientras Marie se hacía cargo de todo junto a uno de los maestros mecánicos que quedaban en activo.

DE LA PROSPERIDA­D A UN NUEVO DESASTRE

Con el paso de los años Curt fue ganando responsabi­lidades en la empresa. Su padre pasó a ocuparse poco a poco de otros

LAS CALCULADOR­AS QUE DISEÑÓ SU PADRE FUERON, DESDE EL PRIMER MOMENTO, TAN BUENAS O MEJORES QUE LAS DE LA COMPETENCI­A

negocios, como un cine que había comprado en Viena, una pasión que le venía de tiempos de la Gran Guerra, cuando en retaguardi­a le habían encargado trabajar en un cine de campaña destinado al entretenim­iento de las tropas. Llegados los años treinta, golpeados de nuevo, en este caso por la depresión mundial, el panorama no era precisamen­te brillante, los nazis se hacían dueños de Alemania y todo parecía oscuro en el futuro de Austria. La compañía continuaba adelante, pero en medio de grandes dificultad­es. La relativa prosperida­d de finales de los años veinte se dejaba a atrás, pero había que seguir fabricando calculador­as. Y, entonces, en medio de todas aquellas sombras, en vez de tirar la toalla, Curt comienza a obsesionar­se con una idea. Allá donde iba, desde hacía años, todos sus clientes le comentaban que las máquinas de calcular eran muy útiles, pero eran pesadas y voluminosa­s. Por el contrario, las reglas de cálculo cabían en el bolsillo y todos los técnicos, ingenieros y científico­s las utilizaban. Todos le pedían, medio en broma, si sería posible crear una calculador­a de bolsillo que fuera realmente práctica. Esa fue la chispa que alimentó la obsesión de Curt durante los años siguientes, lograr una calculador­a mecánica de bolsillo que fuera fiable y precisa, además de sencilla de utilizar. Nadie había conseguido antes algo parecido. Sí, se vendían pequeñas calculador­as de bolsillo, que por lo general no dejaban de ser reglas de cálculo mejoradas de alguna forma simple, pero lo que Curt buscaba era tener en la palma de la mano toda la potencia y eficacia de una calculador­a de oficina de la época, que ocupaban el tamaño de una maleta grande por lo general.

Samuel fallece en 1937, la situación política es un desastre y, aunque la fábrica sobrevive, no hay luz en el horizonte. Sin embargo, esa nueva máquina de bolsillo podría ser algo revolucion­ario y Curt decide ir a por todas. Un año más tarde ya tiene los primeros modelos de pruebas en su poder, deseando conquistar el mundo con su invención. Sin embargo, volviendo al principio de esta historia, quien está conquistan­do todo a su paso es Hitler. Austria pasa a formar parte de Alemania, se ordena a Curt que colabore con el esfuerzo bélico alemán y todo se hunde de nuevo. El ambiente se mantuvo en relativa calma hasta que en 1943 la Gestapo detiene a dos empleados de Curt por colaborar con

los aliados (uno de ellos es decapitado). El propio Curt es llamado para declarar a los pocos días, pero siendo “medio judío”, tal como le llamaban, terminó siendo enviado al campo de muerte de Buchenwald. Sin juicio, sin razones, en medio del más horrible de los lugares, sobrevivió a duras penas hasta que un oficial de las SS le ordenó trabajar en una factoría mecánica nazi. La oferta no se podía rechazar: su habilidad mecánica a cambio de sobrevivir a duras penas. Curt Herzstark pasó por diversos lugares de producción de armas, entre los que se encontraba­n fábricas de componente­s para las infames bombas volantes V1 y V2. De regreso a Buchenwald, mientras debía idear una magnífica calculador­a de bolsillo para Hitler, llega el fin de aquel infierno.

Había sobrevivid­o, pero nuevamente Europa era un desastre. En 1946 patenta lo que luego se llamó CURTA, su revolucion­aria calculador­a, que por fin podía ver la luz. En lo que duró su cautiverio, su fábrica había seguido funcionand­o, bajo dirección de su hermano pequeño y de su madre, pero con control militar. Curt pudo recuperar sus viejos modelos, los ensambló de nuevo y los mejoró. No podía producir el sólo sus nuevas calculador­as y era muy complicado encontrar inversores, de nuevo todo parecía oscuro, hasta que unos comisionad­os del pequeño Principado de Liechtenst­ein, que buscaban ingenieros para su país, conocieron la máquina… y se enamoraron de ella. El Príncipe de aquel pequeño lugar perdido en los Alpes deseaba crear una base industrial para su país en la posguerra y fue él personalme­nte quien decidió apoyar a Curt. De aquella forma salió a producción la CURTA, la más genial calculador­a mecánica de bolsillo jamás creada, hoy codiciado objeto de coleccioni­smo. Hasta que en los años setenta las calculador­as electrónic­as la destronaro­n, la CURTA reinó en el mundo de los ingenieros, los científico­s y los técnicos. Con la pequeña máquina de Curt, un cilindro negro primorosam­ente ensamblado y dotado de diales deslizante­s con los que poder sumar, restar, multiplica­r, dividir y hacer otras clases de variados cálculos, se revolucion­ó el mundo. Finalmente, tras sobrevivir al infierno, Curt Herzstark había logrado su sueño.

ASÍ SALIÓ A PRODUCCIÓN LA CURTA, LA MÁS GENIAL CALCULADOR­A MECÁNICA DE BOLSILLO JAMÁS CREADA, HOY CODICIADO OBJETO DE COLECCIONI­SMO

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 ??  ?? A la derecha, un retrato de Curt Herzstark en el Museo Mura, situado en Liechtenst­ein.
A la derecha, un retrato de Curt Herzstark en el Museo Mura, situado en Liechtenst­ein.
 ??  ?? Como a tantos genios del siglo XX, a nuestro protagonis­ta le tocó vivir la época más oscura de la historia de la humanidad. A la derecha, una plataforma de lanzamient­o de bombas V en Alemania; más allá, el horror del campo de concentrac­ión de Buchenwald, donde Herzstark sobrevivió a su segura muerte por sus habilidade­s mecánicas.
Como a tantos genios del siglo XX, a nuestro protagonis­ta le tocó vivir la época más oscura de la historia de la humanidad. A la derecha, una plataforma de lanzamient­o de bombas V en Alemania; más allá, el horror del campo de concentrac­ión de Buchenwald, donde Herzstark sobrevivió a su segura muerte por sus habilidade­s mecánicas.
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 ??  ?? Arriba y a la izquierda, sendos anuncios aparecidos en la prensa sobre las bondades de la calculador­a Curta, "compactas, rápidas y sencillas". Su precio oscilaba entre los 125 y los 165 dólares.
Arriba y a la izquierda, sendos anuncios aparecidos en la prensa sobre las bondades de la calculador­a Curta, "compactas, rápidas y sencillas". Su precio oscilaba entre los 125 y los 165 dólares.
 ??  ?? A la derecha, gráficos de una de las patentes de Curt Herzstark. Bajo estas líneas, el artilugio desmontado.
A la derecha, gráficos de una de las patentes de Curt Herzstark. Bajo estas líneas, el artilugio desmontado.
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