Historia de Iberia Vieja

Dámaso Alonso

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Dámaso Alonso (1898-1990), premio Cervantes en 1978 y director de la Real Academia Española entre 1968 y 1982, fue discípulo de Menéndez Pidal y profesor en las universida­des de Valencia y Madrid. Se definió como un “poeta a rachas”, y se sintió compañero de viaje del 27 más como crítico literario que como creador. Incluido en la antología de Gerardo Diego de 1932, sus mejores obras fueron hijas de la posguerra. Entre ellas, sobresale Hijos de la ira (1944), bajo el influjo de Unamuno y el inglés T. S. Eliot, poderoso arranque de la poesía del desarraigo. La España en blanco y negro de entonces se abre en canal a los ojos de un poeta insomne e inconsolab­le, que denuncia que “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadístic­as)” y pregunta a Dios por qué su alma “se pudre lentamente”. Poeta del exilio interior, como Gerardo Diego y Vicente Aleixandre, Franco vetó su entrada en la Academia hasta que José María Pemán intercedió por él; y los tres tendieron puentes con los poetas de exilio y apoyaron su obra. La Guerra Civil no enterró las viejas lealtades ni sepultó los recuerdos. Alonso, que siempre se declaró apolítico, recordaba emocionado que Lorca le había dedicado su poema Preciosa y el aire, del Romancero gitano./A.F.D.

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadístic­as). Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo. ¡Amor, amor, principio de la muerte! El orgullo de nuestra lengua tiene que ser sólo una parte de un entusiasmo general que todos los hombres del mundo debemos sentir: la exaltación del don divino de la palabra humana. El estudio de la poesía –es decir, del arte verdadero– tiene que empezar por una intuición y terminar con una intuición. Ay, yo no soy, yo no seré hasta que sea como vosotros muertos. ¿A qué tu poderosa mano espera? Mortal belleza eternidad reclama. ¡Dale la eternidad que le has negado! Yo mismo de mí mismo soy barquero, y a cada instante mi barquero es otro. Se me quedó en lo hondo una visión tan clara, que tengo que entornar los ojos cuando pretendo recordarla. Oh Dios, no me atormentes más, dime qué significan estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.

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EL SABIO DÁMASO ALONSO

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