REY ARTURO
LA HISTORIA DETRÁS DE LA LEYENDA
SUS GESTAS Y LAS DE SUS CABALLEROS CAUTIVARON A HOMBRES Y MUJERES DEL MEDIEVO, AL PERSONIFICAR LOS IDEALES DE JUSTICIA Y HONOR. ARTURO ERA EL MONARCA POR EXCELENCIA, UN ARQUETIPO QUE APROVECHARON REYES, NOBLES Y RELIGIOSOS PARA SU PROPIO BENEFICIO, Y QUE ACABÓ CONVIRTIÉNDOSE EN UN MITO QUE PERVIVE HASTA NUESTROS DÍAS. PERO, ¿HUBO EN REALIDAD UN ARTURO “HISTÓRICO?
Pocos relatos legendarios han alcanzado la fama y trascendencia que, durante más de diez siglos, ha cosechado el mito del rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda, cautivando la imaginación de millones de personas, primero en la Europa occidental y más tarde en buena parte del planeta. La fábula del monarca ideal, acompañado de sus audaces pares, protagonistas de múltiples relatos sobre la búsqueda del Grial y otras aventuras caballerescas, ha ejercido a lo largo de los siglos una influencia extraordinaria: primero en los romances difundidos por conteors, bardos y trovadores de las cortes europeas, y más tarde en las novelas de caballería y en ficciones más modernas, tanto en el cine y el cómic como en otras manifestaciones de la cultura popular.
Pero más allá de la ascendencia sobre las creaciones artísticas y culturales, el mito de Arturo ejerció durante siglos, en época medieval, un influjo no menos importante: fue usado como propaganda política por reyes y nobles, y aprovechado con fines religiosos
por parte de la Iglesia. No es de extrañar, por tanto, que durante décadas un buen número de historiadores hayan intentado desentrañar un enrevesado acertijo: ¿hubo alguna vez un Arturo histórico, un personaje real que dio alas a la imaginación de juglares y trovadores a la hora de forjar la poderosa figura mítica que hoy conocemos?
EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA
A mediados del siglo XII, aproximadamente hacia 1176 y 1181, el poeta Chrètien de Troyes escribió el primer roman relacionado con el ciclo artúrico, Erec et Enide, un texto dedicado al amor cortés ambientado en la corte del legendario monarca. Después vendrían otros romances relacionados con el rey de Camelot, como Lancelot, el caballero de la carreta, y especialmente Perceval o el cuento del Grial. Aunque aquellos relatos de Chrètien, escritos en las cortes de María de Francia y Felipe de Alsacia –conde de Flandes–, supusieron la “explosión” literaria de los romances del ciclo artúrico, en realidad la figura de Arturo había alcanzado ya una fama notable varios siglos atrás, gracias a otros textos que pretendían tener un cariz histórico.
La primera mención a Arturo en un texto historiográfico aparece en la Historia Brittonum, una crónica de mediados del siglo IX tradicionalmente atribuida al clérigo galés Nennius, aunque dicha autoría –y la propia existencia del personaje– ha sido puesta en entredicho por los historiadores en fechas recientes. La Historia Brittonum pretendía ser un compendio de la historia de los britanos desde sus tiempos más remotos, incluyendo la invasión de Inglaterra por parte de los sajones, los anglos y los jutos después de la marcha de los romanos. En ese escenario,
el manuscrito hace mención, por primera vez en un texto historiográfico, a un personaje llamado Arturo, aunque no se trata de un rey, sino de un notable guerrero, un dux bellorum que, a finales del siglo VI, habría destacado por sus victorias al frente de las tropas britano-romanas que lucharon contra las hordas invasoras de anglosajones. Arturo y sus hombres habrían luchado con fiereza en la batalla del monte Badon, alzándose con la victoria, aunque tal gesta no consiguió frenar la inevitable invasión extranjera.
Apenas un siglo más tarde, otro texto histórico, los Annales Cambriae, volvía a hacer referencia a Arturo, repitiendo mención a la batalla del monte Badon y añadiendo una vistosa descripción del héroe portando una cruz sobre sus hombres «durante tres días y tres noches», lo que le ayudó a obtener la victoria.
Tanto la Historia Brittonum como los Annales fueron escritos al menos tres siglos después de los hechos narrados, detalle que, junto a varias dudas sobre su fiabilidad, resta valor histórico a sus afirmaciones. De hecho, textos más antiguos, y por tanto más cercanos a los sucesos narrados, como los de Gildas (clérigo y sabio de la Iglesia celta cristiana de Britania en el siglo VI) o los de Beda el Venerable (monje benedictino del siglo VII, autor de la Historia eclesiástica del pueblo de los Anglos) no mencionan en ningún momento a Arturo. Gildas, por su parte, sí cita la batalla victoriosa del Mons Badonicus, pero coloca al frente de las huestes britanas a Ambrosius Aurelianus, un caudillo militar de origen romano.
A MEDIADOS DEL SIGLO XII, CHRÈTIEN DE TROYES ESCRIBIÓ EL PRIMER ROMAN RELACIONADO CON EL CICLO ARTÚRICO
Otro detalle singular de aquellos años ha llevado a pensar también a algunos historiadores que el mito de Arturo pudo haber tenido su origen en algún guerrero britano destacado en las guerras contra los anglos y los sajones, quizá bajo las órdenes del citado Ambrosius Aurelianus. Al parecer, en los siglos VI y VII, el nombre de Arturo adquirió cierta popularidad, siendo utilizado por varios personajes relevantes –algunos de ellos señores o reyezuelos mencionados en las crónicas–, lo que, a juzgar por algunos historiadores, podría ser un indicativo de que tal uso onomástico se debía a la fama alcanzada por algún héroe destacado en la guerra de años anteriores.
Aunque se trata de evidencias endebles, las menciones de la Historia Brittonum y los Annales indican que, en aquellos años de los siglos IX y X, existía ya una importante creencia vinculada con un personaje llamado Arturo, un guerrero notable al que, por medio de la tradición oral y con el paso de los años, se le fueron sumando rasgos mitológicos, y al que se le atribuyeron más y más gestas y proezas, alimentando así una leyenda que acabaría por eclosionar con fuerza en el siglo XII.
UN MITO PROPAGANDÍSTICO
Habría que esperar a la primera mitad de dicha centuria para asistir a un nuevo hito en el nacimiento de la leyenda. En aquellas fechas, hacia 1125, el galés William de Malmesbury puso por escrito la Gesta Regum Anglorum (Hechos de los reyes ingleses), en cuyas páginas volvía a mencionar a Arturo, señalando expresamente que había sido un guerrero destacado al servicio de Ambrosius Aurelianus. Además de insistir en su participación gloriosa en la batalla del monte Badon, Malmesbury añadió un elemento nuevo, y a todas luces de origen fantástico: Arturo vestía una armadura decorada con una imagen de la Virgen María.
Apenas diez años más tarde, en 1136, un nuevo texto vino a sumarse a la cada vez mayor lista de referencias artúricas. Ese año, Geoffrey de Monmouth, un clérigo galés de ascendencia bretona, redactó la Historia Regum Britanniae, una crónica que pretendía ser un relato fidedigno de la historia de los reyes británicos, pero que en realidad estaba cargado de datos fantasiosos y legendarios. Monmouth dedicó varios capítulos a la figura de Arturo, a quien ya no presentaba como un jefe militar, sino como un rey de pleno derecho. Es en estas páginas aparecen ya menciones al mago Merlín, a Uther Pendragon –padre de Arturo–, y a otros personajes
EN EL TEXTO DE GEOFFREY DE MONMOUTH APARECEN MENCIONES AL MAGO MERLÍN Y AL PADRE DE ARTURO, ENTRE OTROS
del ciclo artúrico como Mordred. El relato de Monmouth era del todo fantástico, y en él se aseguraba que Arturo había conquistado numerosos territorios del norte de Europa y que incluso había derrotado al emperador romano Lucio Tiberio en suelo galo.
A pesar de sus inexactitudes y su carácter fantasioso –recibió ácidas críticas por parte de otros autores contemporáneos–, el Historia Regum gozó de un notable éxito en los años siguientes, traduciéndose al inglés, galés y francés, lo que permitió que en la actualidad se conserven más de doscientas copias distintas. La pseudohistoria presentada por Monmouth era un despropósito que pretendía enlazar a los monarcas ingleses con los héroes de la Guerra de Troya a través de Eneas y su nieto Bruto, pero tras la batalla de Hastings en el siglo XI y la conquista normanda de Inglaterra, los nuevos reyes vieron con buenos ojos aquel texto, que ofrecía un precursor glorioso –el rey Arturo– como medio para legitimar su poder. El texto de Monmouth fue una herramienta de propaganda política, pero con sus vistosas fantasías en las que se mezclaban la magia y las gestas heroicas, sentó las bases para los futuros romances artúricos.
El Historia Regum tuvo una versión en lengua francesa, escrita por el clérigo y poeta normando Wace, el Roman de Brut (1155). Aquel texto estaba dedicado a la reina Leonor
de Aquitania, esposa de Enrique II Plantagenet, y el monarca no dudó en aprovechar la oportunidad que los relatos artúricos suponían para sus intereses políticos. El rey había alcanzado el trono dos años antes, y sus dominios incluían las islas británicas, el ducado de Normandía, Anjou y Turena, así como los territorios que correspondían a su esposa… pero deseaba más, y sus aspiraciones imperiales tendrían mejor acogida si su imagen de gran monarca se veía reforzada. De este modo, los relatos de Arturo suponían para él un vínculo con un personaje glorioso del pasado británico, capaz de igualar al prestigio de Carlomagno y sus doce pares, y por lo tanto de rivalizar con la reputación de la monarquía francesa. Además de su importancia como herramienta política, el Roman de Brut destacó también por otras razones relacionadas con el aspecto puramente literario de la llamada “materia de Bretaña”, pues en sus páginas se mencionaba por primera vez dos elementos señalados del ciclo artúrico: la Mesa Redonda y el bosque de Brocelandia.
ELOGIO DE LOS CABALLEROS
Tras el Historia Regum y su versión en lengua francesa Roman de Brut, se produjo la verdadera eclosión de los romances caballerescos de temática artúrica, con Chrétien de Troyes y sus obras como puntal representativo de un nuevo tipo de creación literaria. La obra de Chrétien, y en especial El caballero de la carreta y Perceval y el cuento del Grial, añadió nuevos elementos al mito. En sus creaciones aparece el tema de la quest o búsqueda, en la que los protagonistas parten en pos de aventuras, bien con la intención de encontrar el Grial –objetivo que aparece por primera vez en el Perceval– bien para buscar a un per
LA VERDADERA TRASCENDENCIA DEL MITO DE ARTURO ESTÁ EN EL USO QUE DE ÉL HICIERON MONARCAS Y CABALLEROS
sonaje desaparecido. A finales del siglo XII, fecha de creación de Perceval, pocos habían oído hablar del legendario objeto sagrado; apenas cincuenta años más tarde, la fama de la reliquia había alcanzado todos los confines de la Europa occidental. A los romances de Chrétien, que murió dejando inacabada su obra sobre el Grial, le siguieron muchas otras, incluso en tierras germanas, como el Parzival
de von Eschenbach, Sir Gawain y el caballero verde –de autor anónimo– o poemas cámbricos como el Libro Negro de Carmarthen.
A diferencia de lo que había sucedido décadas atrás, todos estos romances artúricos ya no eran utilizados por la monarquía con fines propagandísticos. Su finalidad última era la misma, aunque en este caso servían a otra clase social, la de los caballeros, que veían amenazado su posición debido a un mayor centralismo y las nuevas alianzas entre los reyes y la burguesía. De este modo, los romances artúricos pasaron a ser patrocinados por casas nobles como las de Champaña o Blois, interesadas en defender el papel y la imagen tradicional de los caballeros. No es casualidad, por tanto, que en estos nuevos romances Arturo pase a un segundo plano, siendo sus caballeros –Perceval, Lanzarote, Gawain…– quienes se conviertan en verdaderos protagonistas, representando un papel principal de la trama. Arturo pasa a ser un primus inter pares –el primero entre iguales–,
velando por la justicia como monarca ideal, sí, pero quedando al margen de la acción heroica. Son sus fieles barones de la Mesa Redonda quienes viven aventuras y se enfrentan al mal, convirtiéndose en pieza fundamental de un mundo feudal ideal que los convierte en imprescindibles.
UNAS EVIDENCIAS ENDEBLES
Más allá de las menciones en fuentes antiguas, todas ellas de limitado valor histórico –la mayoría de los autores actuales otorgan poca o nula credibilidad al Historia Brittonum, que además es muy tardía respecto a los hechos narrados, y el resto o bien son claramente fantasiosas o beben de fuentes anteriores–, el resto de evidencias disponibles, apenas un puñado de ellas arqueológicas, son muy débiles.
En 1998, el profesor Christopher Morris, de la Universidad de Glasgow (Escocia) anunció el hallazgo en Tintagel (Cornualles) de una pieza de pizarra dotada de una inscripción –en su opinión del siglo VI–, en la que aparecía mencionado el nombre latino de Artognou, una derivación del céltico Arthnou. Pese a las evidentes similitudes con el nombre de Arturo, dicho hallazgo no supone una prueba de peso pues, entre otras cosas, podría tratarse únicamente de un personaje más de los que, en aquellos tiempos, recibieron ese nombre, ya fuera por influencia del hipotético guerrero que se habría hecho famoso por enfrentarse a los anglosajones, o bien por otras razones.
Otras piezas arqueológicas, como la lápida descubierta en 1983 en Mynydd-y-Gaer (sur de Gales), por los historiadores amateur Baram Blackett y Alan Wilson, han sido recibidas con desconfianza por los estudiosos. En la lápida hallada por Blackett y Wilson, éstos creen haber encontrado la frase Rex Artorius, Fili Mauricius (Rey Arturo, hijo de Mauricio), identificando a dicho Arturo con Athrwys Ap Meurig, un rey de Glamorgan y Gwent (Gales) que en su opinión podría haber dado origen a la figura legendaria de Arturo (ver recuadro). Los historiadores académicos, sin embargo, dudan de la antigüedad de la inscripción, pues parece tener un estado de conservación demasiado bueno para corresponder al siglo VI de nuestra era.
Con todo lo anterior, no es mucho lo que se puede afirmar a favor de la hipótesis de la existencia de un rey Arturo “histórico”. No hay duda de que el personaje presentado por trovadores y novelistas en los textos literarios no es más que una construcción legendaria en la que confluyeron relatos de época céltica, a los que se fueron sumando nuevas leyendas y fantasías de origen bretón y no pocos elementos cristianos. Queda la posibilidad de que en algún momento del siglo V o VI existiera un personaje histórico que dio origen a la leyenda, quizá ese guerrero que habría destacado en su lucha contra los invasores anglos y sajones, pero, en cualquier caso, hasta la fecha ni la arqueología ni el resto de disciplinas de investigación histórica permiten demostrar semejante teoría. En cualquier caso, poco importa. La verdadera trascendencia del mito de Arturo está en el uso que de él hicieron monarcas y caballeros como herramienta de propaganda y, sobre todo, en la enorme influencia que sus aventuras y las de sus caballeros, construidas poco a poco con el paso de los siglos y un sinfín de autores, han tenido en la literatura y la cultura, perviviendo en el imaginario popular hasta nuestros días…