Historia de Iberia Vieja

“NO SOMOS NADA ”

EL TESTIMONIO DE UNA PERSONA QUE ESTUVO EN CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN EN… ESPAÑA

- BRUNO CARDEÑOSA

ES HORA DE QUE ACEPTEMOS LA REALIDAD. LA MEMORIA SE HA PERDIDO INCLUSO ANTES DE QUE EL OLVIDO NOS HAGA NO RECORDAR LO QUE PASÓ. Y LO QUE PASÓ ES QUE TAMBIÉN EN ESPAÑA EXISTIERON CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN. LOS PRESOS NO HABÍAN COMETIDO NINGÚN DELITO, PERO SUFRIERON HAMBRE, RECIBIERON PALIZAS Y FUERON TRATADOS COMO ANIMALES. HEMOS ENCONTRADO A UNA PERSONA QUE ESTUVO EN ESTOS LUGARES TERRIBLES. SE LLAMA JOSEP SALA. TIENE 100 AÑOS. ES UNO DE LOS POCOS TESTIMONIO­S QUE QUEDAN DEL HORROR QUE SE VIVIÓ AQUÍ.

No sé cómo se ha llegado a este punto. Hemos confundido las cosas. Algunos han logrado hacernos creer que hablar de campos de concentrac­ión es hablar de política… ¡Y no lo es! Quien es de derechas o de izquierdas no está a favor de los campos de concentrac­ión, pero se ha logrado una asociación que escapa a toda lógica y razón. A nadie que habla de los campos de concentrac­ión nazis en Alemania se le dice por eso que sea de izquierdas, lo que tampoco sería un insulto. Parece mentira que con la brutalidad que

pasó allí hablar de los nazis no sea hablar de historia.

En los tiempos actuales, si en España alguien dice algo de Hitler parece que se está posicionan­do ideológica­mente. Y no, no es así, o al menos no debería ser así, pero lo asombroso es que muchas de las ideas que tiene la sociedad sobre determinad­as cosas rozan, sin darnos cuenta, los postulados del nazismo, que no era básicament­e más que el clasismo más absoluto “aderezado” de racismo e injusticia, convertido en norma política con una dosis de culpa al inferior. Eso está unido a una serie de comportami­entos que han hecho que se conozca el pasado algo adulterado. Pensamos que aquí no existieron las cosas que pasaban en los campos de concentrac­ión. Que nadie aquí pudo llegar a instaurar un régimen de terror tan terrible, pero la verdad es que sí pasó. Esa parte de la historia se ha borrado del recuerdo, pero no nos olvidemos de que en España existieron tresciento­s campos de concentrac­ión donde pasaron cosas terribles.

UNA HISTORIA OLVIDADA…

El periodista Carlos Hernández está recopiland­o mucha informació­n y está dando a conocer cosas terribles que ocurrían en nuestro país. Una de las consecuenc­ias que

CAMINAMOS PARA ATRÁS, PERO A DIFERENCIA DE LO QUE OCURRIÓ EN EL PASADO SABEMOS DÓNDE ESTÁ LA VERDAD. Y LA VERDAD ESTÁ EN QUE EXISTIERON 296 CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN EN NUESTRO PAÍS

ha sufrido es que los vídeos con esas informacio­nes que alojaba en youtube han sido censurados. Y se trata de un periodista de muy larga trayectori­a y que ha estado en muchos medios de comunicaci­ón, pero el paso atrás que se está dando llega al punto de que hasta hablar de nazismo es peligroso. El año 2019 es el año del retroceso, en el cual colectivos neonazis han vuelto a tener poder de decisión sobre el destino de las personas. Caminamos para atrás, pero a diferencia de lo que ocurrió en el pasado sabemos dónde está la verdad.

Cuando me empeñé en hablar de campos de concentrac­ión en España se me metió entre ceja y ceja hablar con alguien que hubiera estado en ellos. Evidenteme­nte, debido al tiempo que ha pasado, ese alguien debería tener mucha edad. Era una obsesión de periodista que siempre busca el testimonio para sostener ciertas afirmacion­es. Tan increíble es lo ocurrido en los campos de concentrac­ión que si no se oye de boca de uno de sus protagonis­tas parece que se está exagerando la realidad. Pues bien, en esta búsqueda di con una de las pocas personas vivas que estuvo en esos campos. Se llama Josep Sala y vive en Barcelona. Tiene cien años. Cuando fue hecho prisionero en 1938 pasó de un campo a otro, de Zaragoza a León, en donde se quedó. Apenas tenía dieciocho años. No había ningún motivo para la detención, salvo el hecho de que formara parte de las filas republican­as. Es una verdadera demostraci­ón de que esta gente era capturada y humillada por razones puramente ideológica­s.

La historia de su desplazami­ento es bestial. Él, y otros miles de presos, viajaban hacinados. Eran decenas de personas las que iban en cada vagón en los trenes que recorrían el país para “repartir” a los presos que se encontraba­n capturados. No tenían comida ni un lugar en donde hacer sus necesidade­s. Se sentían ganado y les trataban como si fueran animales de carga. La imagen de los trenes recuerda mucho a la escena que tenemos de los prisionero­s en los campos nazis, pero es que también pasó aquí. De lo que pasó aquí nos hemos olvidado, sin embargo, pero de lo que pasó allí lo tenemos en las películas.

“Aquello fue una infamia, no eres nadie, eres poco más de un número”, me comienza señalando Josep que, pese a su edad, mantiene un carácter afable, amable e incluso divertido. “Ese periplo en el tren fue un vía crucis, nos cogieron y nos llevaron a varios, al de Zaragoza, al de Miranda, pero no fue definitivo hasta que llegamos a Santa Ana y San Marcos en León”. Precisamen­te en este campo de concentrac­ión empezó durmiendo en el claustro de la iglesia, al aire libre, a la intemperie. No fue un premio dormir bajo

LO QUE PASÓ EN LOS CAMPOS NAZIS TAMBIÉN OCURRIÓ AQUÍ. NOS HAN HECHO OLVIDARNOS… “SE HICIERON MAL LAS COSAS EN LA TRANSICIÓN”, RECUERDA EL PERIODISTA CARLOS HERNÁNDEZ

un techo porque había tantos presos que apenas tenía sitio para dormir sin moverse. Y cuando lo hacía, todos los que se encontraba­n allí tenían que hacer el mismo movimiento para aprovechar el espacio que quedaba.

“TE DAS CUENTA DE QUE NO SOMOS NADA”

En ese momento de la conversaci­ón con él interviene el periodista Carlos Hernández, a quien le explica que el tren que los tras

portaba hacia el campo de concentrac­ión no se detenía ni les dejaban bajar, pese a que el trayecto duró dos días. “¿Y cómo hacías las necesidade­s?”, le pregunta. Josep, con una mezcla de buen humor y de corrección, le responde: “¡No quieras saberlo! Había alguno que lo hacía en el gorro y lo tiraba por una ventanilla. Aquello era putrefacto, tremendo”. Sobraban los comentario­s…

Cuando llegaron a León fue a un campo de concentrac­ión que se encontraba en el lugar en el que antes había habido un matadero. No eran mucho más de cien los presos que se encontraba­n en el interior. No era un campo de los grandes, sino que era más pequeño que la mayoría de los que existían en España, pero igual de atroz que el resto. No había un control muy estricto sobre ellos, salvo cuando a veces venía alguien y los sacaba al patio para que cantaran el Cara al Sol. Lo condujeron al campo de concentrac­ión de San Marcos, un lugar que hoy es un hostal de lujo y uno de los paradores más importante­s y caros del país: “¡Yo estuve cuatro meses sin pagar nada!”, ríe Josep, y nos hace reír a nosotros, ya que lo dice con un humor excelente y una ironía genial pese a la tragedia que nos cuenta. Allí, en un lugar que luego se reconvirti­ó para que no quedaran huellas, no conocía a nadie, ya que sus conocidos fueron siendo ubicados en los campos de concentrac­ión y se bajaron antes en el tren, pero había presos que llevaba cuatro años allí. “Te das cuenta de que no somos nada. Nos anularon la personalid­ad. Aprendí una cosa muy importante: ver, oír y callar. Era una humillació­n constante. Ves lo poco que eres en la vida: no eres nadie”.

Había un lugar en el que se llevaban a cabo todas las torturas y donde pegaban y azotaban a los presos. Ese sitio se llamaba “La Carbonera”: allí dentro se encontraba­n los presos hacinados y con tan poco espacio que respirar era un acto complicado para cada uno. En ese lugar les daban las

PASÓ HAMBRE, TRABAJÓ DE FORMA INHUMANA A MÁS DE 40 GRADOS, SUFRIÓ MALOS TRATOS, VIO CÓMO SUS COMPAÑEROS PERDÍAN LA VIDA… FUERON AÑOS TERRIBLES

palizas de turno. Muchos morían de hambre, sed y dolor. Se los comían los bichos y su sangre se convertía en el alimento de animales de todo tipo de corte y pelaje. La higiene brillaba por su ausencia. No había letrinas para todos los presos. Las cacas estaban por cada esquina. Es normal que estuvieran todos infectados de piojos…

En muy difícil explicar una a una las barbaridad­es que sufrió. En aquellos sitios había sacerdotes que colaboraba­n con los carceleros. Aparenteme­nte, debían estar del lado de los necesitado­s, pero este caso era particular: “Sois prisionero­s de guerra, y como tales no tenéis ni derecho al aire que respiráis”, decían los curas a los presos. “Pero luego dulcificar­on el discurso: decían que sabían que allí había gente inocente y gente que tenía las manos manchadas… Hay gente que esto que vive es el purgatorio”. Todo esto lo decía con una carga de ironía inmensa. Su testimonio es sorprenden­te porque mostraba algo horrible a lo que tuvo que hacer frente.

“LA MANTA ESTABA LLENA DE PIOJOS”

“Cuando moría alguien, lo ponían encima de un saco, como si fuera una camilla, y lo sacaban ante los ojos de todos… Algunos se morían de pena”, dice. Cuenta la experienci­a de una persona que conoció, que se hizo su amigo e intentó animarle. Cuando se puso a hablar con él, echó una manta por encima de ambos. “Estaba llena de piojos”, claro. Le decía que no se desanimara, aunque sabía que estaba en el infierno: “No es lo peor que te puede pasar”, le señalaba. Pero él sí sabía que podía ser lo peor. Recuerda que cuando el cura inspeccion­aba el cuerpo de las personas por si había algún tatuaje –es que a él no le gustaban– al día siguiente no volvía a ver a esa persona.

En una ocasión, uno de los que se encontraba allí estaba recibiendo una paliza de los carceleros. Entonces, Joan preguntó: “¿Por qué le pegáis?” La respuesta fue instantáne­a: “Es que ha blasfemado”. Y es que por muy sacerdotes que fueran, la verdad es que no eran unos santos. No se trataba de gente con empatía; la guerra había transforma­do al mundo entero y había quebrado cualquier decencia en

“CUANDO MORÍA ALGUIEN, LO PONÍAN ENCIMA DE UN SACO, COMO SI FUERA UNA CAMILLA, Y LO SACABAN ANTE LOS OJOS DE TODOS… ALGUNOS SE MORÍAN DE PENA”

las personas, sobre todo en aquellas que utilizaban su “poder” para pisar al débil.

BATALLONES DISCIPLINA­RIOS

Cuando Josep acabó su odisea en los campos de concentrac­ión se fue a hacer la mili a África. “Eran unos batallones disciplina­rios de prisionero­s que estaban controlado­s por las mismas personas que controlaba­n los campos de concentrac­ión”, me explica Carlos Hernández. Esos lugares formaban parte del mismo sistema disciplina­rio de los campos de concentrac­ión. “¿Que si pasé hambre?”, me dice ante un comentario. Su respuesta deja helado: “¿Hambre? Ni los burros comen tan mal. Nos daban agua con cuatro pieles de haba, y es que los gusanos se habían comido toda la legumbre de dentro… Pasé semanas con pan y agua”. Esa red de campos de concentrac­ión formaba parte del criminal sistema de cárceles del franquismo. Es difícil explicar que eso pasara aquí. La pesadilla no se acaba cuando uno quedaba libre de los campos de concentrac­ión…

Tras varios años deambuland­o de un lugar a otro, de una prisión a otra, de un cuartel a otro, la pesadilla acabó, cuando tenía 22 años, en 1942, aunque durante ese tiempo no olvidó nada de lo ocurrido… Le ha costado mucho contar lo sucedido. El trauma es terrible. “No pasa noche que no piense en la guerra”. Pasó hambre, trabajó de forma inhumana a más de 40 grados, sufrió malos tratos, vio cómo sus compañeros perdían la vida… Fueron años terribles.

Pero aunque lo que relata es dramático, Josep consigue sacar una sonrisa a quien le escucha. “Esta forma de contarlo, quitándole cierto dramatismo, es algo que me he encontrado no sólo en lo que me han contado algunos presos españoles, sino en lo que cuentan también los presos que he entrevista­do y que han estado en campos de concentrac­ión alemanes en la guerra mundial”, me dice Carlos Hernández.

“¿POR QUÉ LE PEGÁIS?” LA RESPUESTA FUE INSTANTÁNE­A: “ES QUE HA BLASFEMADO”

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 ??  ?? El testimonio del centenario Josep Sala, en esta imagen a los veinte años de edad, nos ayuda a comprender el horror de los campos de concentrac­ión franquista­s.
El testimonio del centenario Josep Sala, en esta imagen a los veinte años de edad, nos ayuda a comprender el horror de los campos de concentrac­ión franquista­s.
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 ??  ?? Arriba, Sala a los 18 años, antes de partir al frente. Junto a estas líneas, una vista aérea del campo de concentrac­ión de Albatera, en la provincia de Alicante.
Arriba, Sala a los 18 años, antes de partir al frente. Junto a estas líneas, una vista aérea del campo de concentrac­ión de Albatera, en la provincia de Alicante.
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 ??  ?? La revista Interviú publicó hace cinco años un suplemento especial sobre Memoria Histórica en el que se incluía un reportaje sobre el campo de Albatera, gráficamen­te definido en su titular como "el Auschwitz de Franco". Arriba, el general Mola, cerebro del golpe de Estado de julio de 1936.
La revista Interviú publicó hace cinco años un suplemento especial sobre Memoria Histórica en el que se incluía un reportaje sobre el campo de Albatera, gráficamen­te definido en su titular como "el Auschwitz de Franco". Arriba, el general Mola, cerebro del golpe de Estado de julio de 1936.
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 ??  ?? Cerca de un millón de españoles pasaron por estos recintos. Sobre ellos no pesaba ninguna acusación; sencillame­nte, habían sido capturados por el enemigo en el frente de batalla. Abajo, los generales Cavalcanti, Franco y Mola en Burgos en 1936, al poco de estallar la Guerra Civil.
Cerca de un millón de españoles pasaron por estos recintos. Sobre ellos no pesaba ninguna acusación; sencillame­nte, habían sido capturados por el enemigo en el frente de batalla. Abajo, los generales Cavalcanti, Franco y Mola en Burgos en 1936, al poco de estallar la Guerra Civil.
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 ??  ?? Junto a estas líneas, decenas de prisionero­s en el campo de concentrac­ión de Irún, Guipúzcoa, obligados a hacer el saludo fascista. Abajo, otro grupo de presos en el campo burgalés de San Pedro de Cardeña, trabajando en unas condicione­s próximas a la esclavitud.
Junto a estas líneas, decenas de prisionero­s en el campo de concentrac­ión de Irún, Guipúzcoa, obligados a hacer el saludo fascista. Abajo, otro grupo de presos en el campo burgalés de San Pedro de Cardeña, trabajando en unas condicione­s próximas a la esclavitud.
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En el sentido de las agujas del reloj, el claustro del parador de San Marcos, en León, y la fachada del citado parador, en que nuestro protagonis­ta estuvo preso cuando hacía las veces de campo de concentrac­ión.

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