Historia de Iberia Vieja

EL ANILLO DE ORO

- Alberto de FRUTOS

El tren se llamaba Lastochka, que quiere decir "golondrina", y agarrados a sus alas nos posamos en Vladimir desde la capital, Moscú, en menos de dos horas. Tocaba luego el bus, que quizá atendiera a un patronímic­o, como se estilan por allí las cosas, y sin darnos cuenta estábamos en Suzdal, destino de nuestro viaje y razón de estas líneas.

Suzdal es una de las principale­s ciudades del Anillo de Oro de Rusia. Un flabelífer­o agitaría el abanico de sus paradas indispensa­bles, tal como las dispuso el periodista Yuri Bichkov allá por los años sesenta del pasado siglo: las ya citadas Vladímir y Súzdal, Ivánovo, Kostromá, Yaroslavl, Rostov Veliki, Pereslavl-Zaleski y Sérguiev Posad, que se llamó Zagorsk hasta 1991.

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

¡Quién pudiera verlas todas o trabajar en la UNESCO para comprobar cómo les va la vida, tras la designació­n como Patrimonio de la Humanidad de algunos de sus monumentos! A falta de tiempo y canonjías, no nos equivocamo­s al recomendar Suzdal, ideal para una excursión que podemos prolongar el tiempo que queramos, hasta mil y una noches si nos place. Y es que, siguiendo con la broma de la guía de Lonely Planet, "a juzgar por las agujas y las cúpulas, puede que Suzdal tenga tantas iglesias como habitantes". ¿O tal vez no sea una broma? Los catálogos mencionan 305 monumentos, entre ellos treinta iglesias, catorce campanario­s y cinco iglesias y conventos (véanse el monasterio Redentor de San Eutimio, el convento de la Intercesió­n o la catedral de la Natividad de la Virgen).

Hay rincones bendecidos por la historia y otros muchos castigados por su rayo. El Anillo de Oro de Rusia se cuenta entre los primeros, y las bailarinas de abajo, que danzan a mediados de agosto en el Festival del Quilt, lo saben bien, aunque, por supuesto, la belleza del presente no implica que el pasado fuera una Arcadia feliz.

¿Os acordáis de Andrei Rublev? Si vais a Suzdal este verano, no podréis dejar de pensar en él. A la orilla del río Kamenka, muy cerca del monasterio del Salvador y San Eutimio, se erigió una estatua al director de cine Andrei Tarkovsky, que llevó la vida de este hacedor de iconos a la gran pantalla. Aunque poco se sabe de su biografía, basta con volver a ver ese clásico para intuir que no fue un camino de rosas, entre tantas matanzas, silencios y ojos arrancados. ¿Qué hay tras su famoso icono de La Trinidad o de los frescos de la catedral de La Anunciació­n de Moscú? ¿Qué se esconde tras estas cúpulas azules salpicadas de estrellas y de estos templos y puentes de madera? Pues dolor y vida. Todo lo demás es un reloj de cuco.

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