El séptimo arte Los hermanos Sisters
RODADA EN ESPAÑA POR UN PRESTIGIOSO DIRECTOR FRANCÉS, LOS HERMANOS SISTERS PROPONE UNA RELECTURA DEL CINE DEL OESTE A TRAVÉS DE UNA HISTORIA QUE SUBVIERTE LOS CÓDIGOS DEL GÉNERO. ENTRE EL NATURALISMO Y EL SURREALISMO, ESTA HISTORIA DE SOLEDADES Y DERROTAS HA CONVENCIDO A LA CRÍTICA Y EL PÚBLICO DE TODO EL MUNDO.
E lcine de Jacques Audiard –como gran parte de la cinematografía francesa– posee una evidente vocación transfronteriza en cuanto a los géneros se refiere. Por eso no es extraño que aceptara el encargo de John C. Reilly de rodar un western, algo que ya los americanos apenas hacen. Claro que este no es un western cualquiera, y menos pasado por el objetivo y la escritura de Audiard y su guionista; para empezar, gran parte del rodaje se ha realizado en España, transformando los parajes de las sierras de Urbassa y Andía, en Navarra, de los aragoneses Monegros y del mítico desierto de Tabernas (Almería), en la Gran Cuenca de Oregón y el poblado de Jacksonville.
La película entronca, así, con aquella fructífera tradición de Hollywood, que rodó en la segunda mitad del siglo XX grandes superproducciones en nuestro suelo –en Madrid y otras provincias– y, por supuesto, con los numerosos “spa
ghetti-western” que salieron de Almería a conquistar el mundo, hasta el punto de convertir a España en marca registrada del género. Y hoy –digamos entre paréntesis– parece que vivimos un nuevo impulso que nos sitúa como plató preferente para nuevas aventuras; esperemos que con el mismo o mayor éxito.
DOS TIPOS DE CUIDADO
De momento, aquí llega esta estupenda historia, protagonizada por dos tipos de cuidado. Los hermanos Sisters –Charlie y Eli– son dos pistoleros a sueldo de “El Comodoro”, un capo mafioso de la época –1851, en plena fiebre del oro–, que les encarga localizar y eliminar a un químico que ha descubierto una fórmula para extraer el preciado metal. En realidad, de localizarlo se ocupa un experto detective, que enseguida da con la futura víctima; ellos solo tienen que quitarle la fórmula y matarlo, cosa fácil. Lo que no se esperan es que detective y químico entablan una relación especial, que va a dificultar el trabajo de los hermanos. Y además, estos encuentran de camino más de una dificultad, léase broncas, tiroteos y otros peligros imprevistos; el menor de los cuales no es su propia relación: Eli se arroga el papel de jefe y Charlie no parece estar muy de acuerdo; y este se plantea un futuro que al otro le parece demencial.
Entre disputas, cabalgadas y enfrentamientos más o menos mortales, vamos conociendo a los personajes y hasta algo de su pasado; el guion se desliza entre el naturalismo descarnado y un surrealismo latente, que de vez en vez asoma entre las costuras del diálogo y bajo situaciones absurdas y a menudo bastante feroces. Es toda una subversión de los códigos del género, que huye de la épica –su alimento principal, de Ford a Peckinpah– tanto como de la ironía –de Leone a, otra vez, Peckinpah– para acercarse a una mirada humanista que habla de la herencia genética, de la avaricia y la locura; de la utopía, la mentira y el fracaso. La derrota, en fin, de los hombres solos, una constante en la carrera del director –la primera película de Audiard fue Mira a los hombres caer–, anegados en su propia virilidad y fuerza bruta.
Eso son los hermanos de la película: dos brutos en estado puro, en oposición a la otra pareja protagonista; pero por eso mismo quizá sean merecedores de una segunda oportunidad. No estoy muy seguro
de que Jacques Audiard se la quisiera dar, pero el espectador puede juzgar por su cuenta. En todo caso, los valores de la película están ahí: en la magnífica y entregada interpretación, en la espléndida banda sonora de Alexandre Desplat, en la cuidadísima fotografía. Y en la formidable historia, que sorprende, divierte, atrapa y convence: eso es el cine.