Historia de Iberia Vieja

Made in… El Hospital Esférico

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LAS IDEAS TIENEN QUE SER “LOCAS” PORQUE, SI NO, SE MUEREN. Y ENTRE ESAS “IDEAS LOCAS” HEMOS ENCONTRADO ÉSTA QUE MERECE SER RECORDADA. HE AQUÍ LA HISTORIA DE UNA PASIÓN LLEVADA AL LÍMITE, UNA FIEBRE QUE CIERTO MÉDICO LLEVÓ HASTA SUS ÚLTIMAS CONSECUENC­IAS. A PESAR DE SUS ERRORES, ESTE HOMBRE NO IBA COMPLETAME­NTE DESENCAMIN­ADO...

Viajemos al verano de 1920, cuando el mundo se recuperaba de la Gran Guerra y la prosperida­d parecía comenzar a llegar a todas partes, aunque había bastantes nubarrones en el horizonte, como el tiempo demostró muy pronto. En ese tiempo las revistas de divulgació­n populares estaban capitanead­as por el célebre editor, escritor de ciencia ficción y visionario Hugo Gernsback. Su hambre por nuevas ideas que hicieran soñar al lector

con un futuro lleno de máquinas que ayudaran a la humanidad no tenía fin. En el número de julio del mencionado 1920, en una de las muchas revistas que editaba, Electrical Experiment­er, Gernsback apostaba por una loca idea que, en realidad, ya se estaba poniendo en práctica.

Se trataba de un “hospital del futuro”. La propuesta no podía dejar frío a nadie: se trataba de lo que se conocía como un hospital de alta presión, o también hospital de aire comprimido. Al contrario de muchas de las propuestas que llegaban a aquellas revistas futuristas, ésta no sólo se comenzaba a aplicar, sino que tuvo su culminació­n en la forma de uno de los hospitales más singulares de la historia.

LA PASIÓN HIPERBÁRIC­A

Hay personas que se empeñan en creer que una sola técnica puede funcionar a modo de navaja suiza para solucionar mil problemas. Algo parecido le sucedió al médico estadounid­ense Orval J. Cunningham, quien durante más de una década predicó con pasión las bondades del uso

del aire a presión para remediar infinidad de enfermedad­es. Una de sus primeras patentes, la solicitada el 25 de octubre de 1920 y finalmente concedida en el año 1923, fue la que inspiró el artículo de Electrical Experiment­er.

Bajo el título “Dispositiv­o terapéutic­o”, se describe y dibuja un gran cilindro capaz de albergar a varios pacientes y al equipo médico correspond­iente. En el interior de ese cilindro, metálico, reforzado y conectado a un sistema de compresión de aire, se desarrolla­ría la conocida como “terapia hiperbáric­a”. No hay que darle muchas vueltas; sencillame­nte, Cunningham estaba convencido que respirar en una atmósfera de alta presión podía ser la solución a mil problemas de salud. Su audacia no tenía límites, por lo que tras mucho batallar, consiguió dar el paso de la patente al mundo real con un modelo completo de su unidad hiperbáric­a.

A comienzos de aquella década de 1920 el doctor Orval J. Cunningham, que por entonces trabajaba como médico en Kansas City, no dejaba de publicar sin descanso lo que pensaba que eran asombrosos descubrimi­entos. En sus artículos científico­s, como por ejemplo los que vieron la luz en la revista Anesthesia and Analgesia, criticaba lo primitivo de la terapia hiperbáric­a de su tiempo, que daba sus primeros pasos, para a continuaci­ón apostar por algo arriesgado y a gran escala, esto es, olvidar las mascarilla­s de respiració­n y pensar a lo grande, ¡llevar el aire a presión a todo el hospital! De esa forma, lo que él pensaba que era una panacea universal podía beneficiar a un mayor número de personas de forma sencilla y rápida. Claro que, sobre el papel muchas ideas técnicas pueden parecer buenas pero en el mundo real las cosas se suelen torcer. ¿Era muy complicado llevar a la vida una idea como aquella? Realmente a Cunningham parecía importarle poco, no veía inconvenie­nte en que el paisaje se llenara de gigantesca­s torres de presión que darían forma a los hospitales del futuro. Eso sí, montar aunque fuera un sencillo modelo de demostraci­ón era muy caro, pero la suerte estaba de su parte.

SU IDEA ERA AMBICIOSA: OLVIDAR LAS MASCARILLA­S DE RESPIRACIÓ­N Y PENSAR A LO GRANDE, ¡LLEVAR EL AIRE A PRESIÓN A TODO EL HOSPITAL!

TERAPIA DE LOS CIELOS

Además de su práctica médica había sido profesor universita­rio de fisiología y anestesiol­ogía, contaba con una amplia experienci­a en su campo y había publicado numerosos artículos científico­s acerca del uso de gases anestésico­s desde 1908. En su puesto de profesor de la Facultad de Medicina de Kansas City, al que llegó en 1916, pasó a experiment­ar con una máquina de diseño propio que facilitaba el suministro de gases destinados a la práctica de anestesias. El ingenio funcionó muy bien e inspiró modelos posteriore­s que se adaptaron al uso en quirófano. En esto fue un precursor, como muchos médicos de su tiempo, pero pronto cambió el rumbo de sus investigac­iones. Al parecer, y según sus propias afirmacion­es, Cunningham quedó impresiona­do por la extensión y gran mortandad causada por la pandemia de gripe de 1918. En su experienci­a con aquellos pacientes surgió en su mente la obsesión sin freno por el uso de la terapia de aire a alta presión. Esa terapia hiperbáric­a era para él todo un regalo del cielo, pues había anotado en sus investigac­iones que diversos pacientes con enfermedad pulmonar parecían mejorar de forma sorprenden­te cuando cambiaban de altitud, por ejemplo cuando viajaban de Denver a Kansas City. Su conclusión era muy sencilla: a menor altitud, más presión atmosféric­a y más oxí

CUNNINGHAM QUEDÓ IMPRESIONA­DO POR LA EXTENSIÓN Y GRAN MORTANDAD CAUSADA POR LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918

geno disponible, cosa que parecía mejorar a sus pacientes.

Aquella observació­n era acertada, pero no dejaba de ser algo anecdótico que Cunningham llevó hasta el extremo en sus consecuenc­ias. Su pasión por el uso de aire a presión llegó a tal nivel que consiguió apoyos para construir en Kansas City, a finales de aquel año de 1918, su primera gran cámara hiperbáric­a. En una especie de callejón, entre edificios y a la vera del hospital, se alzaba aquel gigantesco cilindro de metal dotado de ventanas circulares que recordaban a los “ojos de buey” de los navíos. Construido con acero reforzado, su aspecto intimidaba. Parecía una especie de nave espacial que acabara de aterrizar. Unida a esta gran cámara,

CUNNINGHAM COMENZÓ A INGRESAR A TODO TIPO DE PACIENTES, MUCHOS DE ELLOS SIN TENER NINGÚN PROBLEMA RESPIRATOR­IO

una unidad de compresore­s y maquinaria auxiliar proporcion­aba continuame­nte un suministro de aire a presión rico en oxígeno. Al principio comenzó tratando a varios pacientes de neumonía, pero al comprobar que parecía haber progresos en su salud, la imaginació­n de Cunningham se desbocó y comenzó a ingresar en las entrañas de la bestia a todo tipo de pacientes, muchos de ellos sin tener ningún problema respirator­io, creyendo que podía curar desde la hipertensi­ón, hasta la diabetes o incluso a pacientes con sífilis.

EL GRAN HOSPITAL ESFÉRICO DE CLEVELAND

Con el tanque de tratamient­o con aire a presión de Kansas City, Cunningham creyó haber llegado al cénit de su carrera. Pero la suerte seguía de su parte, y lo hizo de forma sorprenden­te. Uno de los pacientes tratados en la cámara de presión había sido Henry Timken, que padecía un trastorno renal conocido como uremia. El caso es que, sea como fuere, a Timken se le ocurrió pensar que su estancia en el interior del gran cilindro de metal le había rejuveneci­do. Es una de las sensacione­s cuando se cuenta con oxígeno extra, la respiració­n es menos dificultos­a y se siente cierta sensación de euforia. Resultó que no era un paciente cualquiera, sino un acaudalado industrial que había visto en la terapia hiperbáric­a todo un paraíso. Llegados al año 1926 le al doctor Cunningham le tocó la mejor de las loterías. Timken se ofreció a financiar su sueño de construir todo un hospital de alta presión y… ¡le ofreció la increíble cantidad de un millón y medio de dólares para llevar a cabo la idea! En esa época ese dinero era una fortuna de considerab­le tamaño. Fue así como nació la gran esfera de acero, de aspecto futurista, que se convirtió en el Cunningham Sanitarium, localizado en Cleveland. En el interior de la gran esfera, dotada de lujosas habitacion­es, se pretendía tratar con aire a presión enriquecid­o con oxígeno a pacientes de mil males: artritis, neumonías, anemias, sífilis, hipertensi­ón, diabetes e incluso cáncer.

YLA TERAPIA HIPERBÁRIC­A SE UTILIZA HOY EN DÍA EN ALGUNAS APLICACION­ES MÉDICAS, AUNQUE NO ES LA PANACEA CON LA QUE SOÑARON SUS PROMOTORES

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Sobre estas líneas, una enfermera maniobrand­o en una cama del hoy olvidado Cunningham Sanitarium.
Arriba del todo, la cámara de presión instalada en un callejón de Kansas City hacia 1920. Sobre estas líneas, una enfermera maniobrand­o en una cama del hoy olvidado Cunningham Sanitarium.
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Abajo, diseño del hospital de aire a presión publicado por la revista Electrical Experiment­er en julio de 1920.
Sobre estas líneas, la literatura de ciencia ficción y la publicidad parecían ser el mejor aval para el proyecto del doctor Cunningham. Abajo, diseño del hospital de aire a presión publicado por la revista Electrical Experiment­er en julio de 1920.
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Abajo a la izquierda, la patente del aparato terapéutic­o tal como la registró el médico en 1920.
A la izquierda, construcci­ón del hospital esférico en 1928. Abajo, el resultado final de la obra y el interior del recinto (fuente: The Cleveland Memory Project). Abajo a la izquierda, la patente del aparato terapéutic­o tal como la registró el médico en 1920.
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 ??  ?? Junto a estas líneas, el Cunningham Sanitarium y su inconfundi­ble cúpula circular al fondo a la derecha.
Junto a estas líneas, el Cunningham Sanitarium y su inconfundi­ble cúpula circular al fondo a la derecha.

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