Toda la verdad sobre el carlismo
INEXACTITUDES, FALSEDADES, MITOS. HAN TRANSCURRIDO CERCA DE DOSCIENTOS AÑOS DESDE EL NACIMIENTO DEL CARLISMO Y LA CONFUSIÓN SOBRE LAS MOTIVACIONES Y LA FILOSOFÍA DE ESE MOVIMIENTO SIGUE IMPERANDO EN TODOS LOS ESTRATOS DE LA SOCIEDAD. FALTABA UN LIBRO QUE PUSIERA LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES Y DESMONTARA LAS TERGIVERSACIONES SOBRE UNA ORGANIZACIÓN QUE FUE ADMIRADA Y ODIADA A PARTES IGUALES. LA OBRA SE TITULA ESTO NO ESTABA EN MI LIBRO DE HISTORIA DEL CARLISMO (ALMUZARA, 2019) Y SU AUTOR ES EL DOCTOR EN FILOSOFÍA JAVIER BARRAYCOA. POR GENTILEZA DE LA EDITORIAL, PUBLICAMOS EN LAS PÁGINAS SIGUIENTES UN EXTRACTO DE ESTE ENSAYO, EN EL QUE BARRAYCOA NOS PRESENTA SUS INTENCIONES.
Hay palabras que tienen una fuerza especial por los significados que provocan, las emociones que avivan o, simplemente, por ser capaces de despertar la conciencia de una sincera ignorancia que se suscita en la mente del que las escucha. Una de estas palabras es carlismo, que al vibrar en el aire provoca perplejidad en muchos y mezcla esa extraña sensación de familiaridad y desconocimiento, de simpatía y desconfianza. Al escucharla, rápidamente,
surge la inevitable pregunta: ¿qué es el carlismo? Y si ante él tiene un interlocutor que pueda dar razón de este acontecimiento histórico, este suspira ante la imposibilidad de que, en una circunstancial y breve plática, pueda explicar uno de los fenómenos sociopolíticos más extensos y complejos de la historia de España.
Los libros de historia escolares dedican a la historia del carlismo –que en quince años cumplirá dos siglos de existencia– apenas unos párrafos maniqueos para categorizar –sin el menor rubor– que era un movimiento “absolutista” (palabra nunca definida) que luchaba contra los “liberales” (los teóricos defensores de la libertad). Los textos escolares más generosos alargan un poco más para decir que los carlistas eran los enemigos de la modernidad que quería traer el liberalismo a España. Pero nunca se denuncia que los liberales trajeron la modernidad política a base de guerras, fusilamientos, pronunciamientos militares y, en definitiva, golpes de Estado continuos que salpicaron la historia del España del siglo XIX. Y que esos “padres de la libertad” representaban una oligarquía
que esquilmó los últimos restos de las libertades concretas que la tradición había transmitido hasta entonces a generaciones y generaciones de españoles.
Debido a estas tergiversaciones intencionadas y fruto de una lectura sesgada de la historia, el carlismo queda asimilado a unos retrógrados que no querían que España prosperase y se aferraban a los privilegios del Antiguo Régimen (estereotipo nunca aclarado). Pero aquí empiezan los problemas, pues el carlismo siempre se ha asociado a un movimiento eminentemente popular. Entonces, ¿cómo explicar que campesinos y sencillos hombres y mujeres no quisieran la modernidad que traía el liberalismo y que se iba extendiendo por toda Europa? ¿Acaso no querían ser libres? ¿Estaban tontos o ciegos? Para solucionar esta contradicción, los que escriben los manuales de texto lo resuelven de forma categórica: los carlistas de a pie estaban manipulados por unas horrendas oligarquías. Sorprende que para los mismos historiadores el pueblo unas veces representa la población dominada y fácilmente manipulable; y otras se nos dibuja como la sabiduría popular que refleja la esencia de la democracia y de la modernidad.
PREJUICIOS Y ESTEREOTIPOS
Estas contradicciones y dificultades evidentes para explicar coherentemente el carlismo, son frutos de prejuicios y estereotipos mentales muy difíciles de cambiar. La historia la escriben los vencedores y el carlismo nunca lo fue en las lizas de la historia. Por ello es visto hoy en día desde una cosmovisión dominante fruto del triunfo del liberalismo decimonónico donde el carlis
mo solo puede ser tenido como el enemigo que obstaculizó obstinadamente su actual triunfo y dominio casi total. No obstante, el carácter popular del carlismo ha sido tan fuerte que las caricaturizaciones de retrógrados absolutistas, conviven con una imagen romántica y bucólica de los defensores de las causas perdidas, la del pueblo que ama y añora a sus reyes en el exilio, sus tradiciones y viejas leyes o la de los leales indomables a una causa que nunca podrá triunfar. Pero no nos engañemos, esa sería también una bella pero falsa óptica a la hora de acercarnos a su estudio y conocimiento.
Sorpresas se lleva uno cuando, al entablar alguna conversación en la que sale el carlismo, los interlocutores –deseosos de intervenir y demostrar que están puestos en el tema– empiezan a relacionarlo con Carlos I (hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso), enmarcado en el siglo XVI. Otros, por tanteo, se acercan algo más y lo confunden con los seguidores del archiduque Carlos que intentó arrebatar el trono a Felipe V (siglo XVIII). Y los menos despistados lo asocian con algo que pasó en el siglo XIX o en la guerra civil española de 1936-1939. Pero apenas salen de la casi ridícula idea, por evidente, de que el carlismo tiene algo que ver con alguien que se llamaba Carlos.
Un penúltimo tipo de interlocutores son aquellos que en sus casas aún guardan cartas, fotos, recuerdos del abuelo –“de cuando la guerra”– o en alguna conversación navideña alguien menciona que tenían un antepasado carlista. Curiosamente casi nadie alardea en las fiestas familiares de haber tenido un antepasado “liberal”. Pero muchos descendientes de algún montaraz con boina roja que recorría las montañas con su trabuco para salvaguardar los derechos de su rey, ya no se sienten ligados a los ideales que movieron a su antepasado. Para este tipo de gentes, el carlismo no es un referente vital sino un icono pintoresco. Incluso en algunas partes de España, donde más predominó
LOS LIBROS DE HISTORIA ESCOLARES SEÑALAN QUE EL CARLISMO ERA UN MOVIMIENTO “ABSOLUTISTA” QUE LUCHABA CONTRA LOS “LIBERALES”
el carlismo, reconocerse carlista puede ser timbre de una cierta distinción social, como significando que tener un antepasado carlista te hace más “de la tierra” que otros.
CARLISTAS CONTRA LIBERALES
Por último, hoy en día, cada vez más gente –sobre todo jóvenes– se pregunta de corazón qué es el carlismo. Curiosamente, a muchos de estos no les hila ninguna ligazón familiar con la causa del tradicionalismo. No obstante, intuyen que casi doscientos años de historia no pueden ser borrados de la memoria colectiva de un país sin alterar la comprensión del devenir de la historia de la propia patria. En este tipo de interlocutores se adivina en sus ojos ese brillo especial del que busca respuestas a preguntas que pueden cambiar su percepción de la realidad o incluso su propia vida interior. Aunque no lo sepan, alguien les ha arrebatado parte de la historia y de su alma; y sin aquella no pueden entender su propio presente ni descifrar su futuro.
Si uno es viajero, y algo observador, podrá descubrir por cualquier rincón de España algún recuerdo, monumento, cruz, calle, muralla o fortificaciones que nos dan cuenta del paso de tres grandes guerras civiles –carlistas contra liberales– que se produjeron a lo largo del siglo XIX. En las tres, el carlismo fue derrotado por las armas y traiciones. Pero esos combatientes, tanto en la guerra como en la paz, dejaron una huella –hoy acallada, deformada o escondida– que condicionó el destino de España. Es imposible entender nuestros grandes acontecimientos políticos de los siglos XIX y XX, sin atender a lo que es y ha significado el carlismo. Si, como decíamos, recorremos nuestros parajes, iremos descubriendo esa silenciosa pero extensa presencia.
LAS HUELLAS EN EL SIGLO XXI
Visitando, por ejemplo, Castellón de la Plana, uno encuentra en el centro de la ciudad la llamada Muralla Carlista. Son los restos de la muralla de 1837 que se elevaba en la ciudad de para defenderse de los ataques carlistas. Tras la Primera Guerra Carlista se derrocaron, pero ante una nueva carlistada se volvieron a erigir. En la ciudad de Manresa (Barcelona), tocando la plaza del Ayuntamiento, encontramos el Teatre dels Carlins (Teatro de los Carlistas), un inmenso local social que todavía tiene uso como tal, que da idea de la fuerza que tuvo en esa población el carlismo. Muchísimas poblaciones de España contaban, y algunas aún cuentan,
¿CÓMO EXPLICAR QUE LOS CAMPESINOS NO QUISIERAN LA MODERNIDAD QUE TRAÍA EL LIBERALISMO? ¿ACASO NO QUERÍAN SER LIBRES? ¿ESTABAN TONTOS O CIEGOS?
con locales que un día fueron el epicentro de los encuentros y conspiraciones carlistas.
Recorriendo enmarañados parajes de Palencia, cerca de Ayuela de Valdavia, uno se sorprende al encontrar una inmensa cruz configurada con piedras extendidas en el suelo. Se trata de la Mata de los Carlistas y conmemora el fusilamiento de los partidarios de la causa de don Carlos, acaecido en 1837. Si al viajante se le ocurre pasar por Zaragoza un 5 de marzo, se preguntará por qué la ciudad está de fiesta. Es una celebración llamada extrañamente la “cincomarzada”. La causa de este curioso nombre es que el 5 de marzo de 1838, fuerzas carlistas se adentraron en una desprotegida Zaragoza, que aun así consiguió rechazar a los partidarios de don Carlos V, el primer pretendiente carlista. Cada año se celebra esa efeméride con una fiesta popular en algún parque de la ciudad. Algo parecido ocurre con la prestigiosísima Sociedad El Sitio de Bilbao. Esta entidad se considera la heredera de la salvaguarda de los principios liberales de la población. Se fundó a raíz de la resistencia de esta villa al intento frustrado de las fuerzas carlistas, en febrero de 1874, por entrar en la ciudad.
También, de forma humilde, callada, la mayor de las veces sin subvenciones, sino fruto de la inquebrantable voluntad de algunas buenas personas para que no se pierda el recuerdo del carlismo, han ido apareciendo pequeños y meritorios museos o secciones en ellos dedicados a sus guerras. Quizá el más prestigioso por recursos y fondos sea el Museo de Estella (Navarra). La población llegó a ser la capital de la España carlista durante la Tercera Guerra Carlista y desde ella se contempla el monte sagrado de los legitimistas españoles: Montejurra. En otra de las pequeñas capitales carlistas, Cantavieja (en el Maestrazgo) existe un museo que se encuentra en una casa del siglo XVII y en que se puede hacer un recorrido en el tiempo de las guerras carlistas. En Morella, en las murallas de su imponente castillo, hace unos años se erigió una escultura ecuestre del general Cabrera, el tigre del Maestrazgo. La estatua es casi más grande que un pequeñito museo dedicado al carlismo en la misma villa.
EL PRIMER REQUETÉ CAÍDO EN COMBATE
Paseando por Leiza (Navarra), en las lindes con Guipúzcoa, y donde el euskera popular está arraigado, el ambiente está impregnado de otra época en la que el carlismo era señor de esas tierras. En esa localidad, todavía cada año, se conmemora al primer requeté (combatiente carlista) navarro caído en combate en la Guerra Civil de 1936. Esta fue una guerra que los carlistas siempre la tuvieron como cruzada. Desde Navarra miles de carlistas habían salido al frente como voluntarios y unas columnas se dirigían al frente del norte, otras a Madrid y otras a defender el frente de Aragón. Durante muchos años un pequeño monolito recordaba el lugar exacto donde un joven, Joaquín Muruzábal, cayó mortalmente herido. Con la llegada de la transición democrática se dejaron de respetar lugares de la memoria carlista que nada tenían que ver con el franquismo. El odio a todo lo que no podía ser comprendido, consiguió que el monolito fuera demolido.
No obstante, el sentimiento del honor y del deber ha llevado a que, cada año, carlistas de estos tiempos restauren el monolito y en un sencillo acto recen por todos los que cayeron en aquella guerra, fueran de un bando o de otro. Los políticos que hoy hablan de
CON LA LLEGADA DE LA TRANSICIÓN SE DEJARON DE RESPETAR LUGARES DE LA MEMORIA CARLISTA QUE NADA TENÍAN QUE VER CON EL FRANQUISMO
memoria histórica y reconciliación, no pueden entender que todavía muchos recen por las almas de los que fueron sus enemigos en las trincheras. Un hermoso ejemplo, sencillo pero simbólicamente imponente, lo encontramos en el Viacrucis en Villalba de los Arcos (Tarragona). Erigido por suscripción popular y sito en uno de los lugares más cruentos de la batalla del Ebro de nuestra guerra civil. Las estaciones del Viacrucis recorren un camino que va del lugar donde estaba atrincherado el tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat (formado por carlistas catalanes), hasta las trincheras de las fuerzas republicanas. En esas tierras, el tercio quedó prácticamente desecho. Pero cada año se reúnen buenas gentes, carlistas o no, para rezar el Viacrucis que hoy hermana a los combatientes de ambos lados. Este sí que es verdaderamente un acto de reconciliación y perdón; y no el derrumbar monumentos para enterrar la historia. Para los que rezan por hermanos y enemigos, les sobran leyes como la de la memoria histórica pues desde hace mucho tiempo ya se reconciliaron de esa tragedia.
Una familia carlista también donó, hace unos años, una masía en Villalba de los Arcos (Tarragona) para que quedara recogida la memoria del tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat. En Ormaiztegui (Guipúzcoa), con sustento institucional, está el Museo Zumalacárregui con grandes fondos documentales y objetos de exposición. Con dificultades, se ha intentado asentar un museo en Solsona (Lérida) que otrora fuera una de las comarcas más carlistas de España. Bajo los auspicios de los Amigos de Historia de Carlismo Catalán, se ha realizado una excelente labor de recopilación de memoria oral. Y no podemos olvidar el también meritorio Museo de Tabar en Navarra, fruto de una iniciativa privada. Igualmente se han disparado el número de monografías, tesis doctorales, estudios locales o comarcales sobre el carlismo, estudios etnográficos, recopilación de canciones tradicionales, estudio de la uniformidad, de las batallas, su prensa o su organización política.
Hubo en una época una eclosión de novelas, ambientadas en el carlismo, de escritores que han vertebrado nuestra literatura, como Baroja, Galdós o Valle-Inclán, entre otros muchos. Ello es lógico porque sus vivencias del carlismo eran vitales y muy cercanas, para bien o para mal. No obstante, lo que sorprende es un fenómeno actual e inédito. La emergencia a finales del siglo XX de una literatura juvenil enmarcada en las guerras y ambientes carlistas. (…).
¿Estamos ante un renacer meramente estético o arqueológico del carlismo? ¿O bien hay algo más? Si el liberalismo representa la individualidad sobre la comunidad, el Estado sobre la sociedad, el voluntarismo sobre la tradición… el carlismo representa lo contrario. Por eso, un folleto que corría por los frentes de guerra en 1937, recogía una conversación entre un carlista y otro interlocutor. El texto, bellamente ilustrado con tres requetés de distintas edades, decía así: –Si mueres ¿a quién quieres que se lo diga? –Díselo a José María Hernandorena, 65 años, tercio de Montejurra, es mi padre. –¿Y si no está?
–Díselo a José María Hernandorena, 15 años, tercio de Montejurra, es mi hijo.
En tan pocas palabras queda sorprendentemente recogida la esencia de la tradición que representa el carlismo, no como mero figurante sino como protagonista privilegiado en la historia de España.
HUBO EN UN TIEMPO UNA ECLOSIÓN DE NOVELAS AMBIENTADAS EN EL CARLISMO DE ESCRITORES COMO BAROJA, GALDÓS O VALLE-INCLÁN