CAMPEONAS DENTRO Y FUERA DE LAS PISTAS
Sus conquistas son más valiosas, porque no solo se enfrentaron a sus rivales, sino a la incomprensión de la sociedad de su tiempo. Todavía hoy, en pleno siglo XXI, las mujeres lo tienen mucho más difícil que los hombres para escalar en el Olimpo deportivo. La brecha salarial hace daño a la ética y al alma, y las “zancadillas” desaniman a muchos portentos.
La nadadora María Paz Corominas representó a España en los Juegos Olímpicos de 1968 y llegó a la final en la prueba de 200 espalda, convirtiéndose, así, en la primera deportista española que competía en una final olímpica. Ciento veinticuatro deportistas nutrían la delegación nacional, solo dos eran mujeres.
Junto a estas líneas, la cordobesa Ernestina Maenza, que participó en los IV Juegos Olímpicos de Invierno, los de 1936, y se erigió en la personalidad más sobresaliente del esquí nacional en los años treinta.
A Lilí Álvarez, la primera española que participó en unos Juegos Olímpicos, los de Chamonix de 1924, no se le resistía ningún deporte. En el tenis consiguió sus mayores éxitos –tres veces subcampeona de Wimbledon–, pero también fue una esquiadora y patinadora extraordinaria, una brillante piloto de carreras y, por si fuera poco, una escritora despierta y profunda.
A la izquierda, Margot Moles, pionera en el atletismo femenino español y víctima, como todos los españoles, de una guerra (in)civil que mató a su marido y la condenó al exilio y el ostracismo.
Y más allá, Rosa Torras, nueve veces campeona de España de tenis.