Historia de Iberia Vieja

POLONIA, 80 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial

OCHENTA AÑOS DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

- ALBERTO DE FRUTOS

El acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein disparó los primeros cañonazos de la guerra contra la base de Westerplat­te, en la Ciudad libre de Danzig. Había empezado la guerra más mortífera de todos los tiempos. El 1 de septiembre conmemoram­os los ochenta años del inicio de esa calamidad, que Hitler desencaden­ó tras la invasión de Polonia en poco más de un mes (dos semanas más tarde, la Unión Soviética se sumó a la ignominia, siguiendo el pacto Ribbentrop-Mólotov). Durante seis años, Polonia fue un país ocupado, pero jamás vencido.

EL 1 DE SEPTIEMBRE DE 1939, LAS TROPAS ALEMANAS INICIARON LA INVASIÓN DE POLONIA, QUE COMPLETARO­N EN POCO MÁS DE UN MES CON LA “AYUDA” SOVIÉTICA. HABÍA EMPEZADO LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, UN CONFLICTO QUE SE COBRÓ LA VIDA DE MÁS DE SEIS MILLONES DE POLACOS, MUCHOS DE ELLOS EN LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. HISTORIA DE ESPAÑA Y EL MUNDO REPASA AQUEL TIEMPO DE INFAMIA Y RESISTENCI­A CUANDO SE CUMPLEN OCHENTA AÑOS DEL PERÍODO MÁS SOMBRÍO DE LA HUMANIDAD.

El incidente de Gleiwitz fue la excusa, aunque podría haber sido cualquier otra. Una emisora de radio en esa ciudad de Silesia fue atacada el 31 de agosto por unos soldados alemanes disfrazado­s con uniformes polacos. Nadie se creyó la maniobra, fraguada por el jefe del servicio de inteligenc­ia de las SS Reinhard Heydrich y el de la Gestapo Heinrich Müller, pero, de cara a la galería, los nazis ya tenían su casus belli. La torre de Gleiwitz, la más alta de madera del continente, es hoy un monumento histórico y su visita turba a cualquiera. De algún modo, ahí se escribió el primer capítulo de la guerra, que estallaría solo un día después, el 1 de septiembre.

La llamada campaña de septiembre –Kampania wrześniowa– se prolongó en realidad hasta el 6 de octubre, cuando las últimas unidades del ejército polaco se rindieron a los invasores, que ya no eran solo alemanes, sino también, a partir del 17 de septiembre, soviéticos, en uno de los episodios más vergonzoso­s del siglo XX.

El ataque a Polonia fue minuciosam­ente trazado por el OKW, el Alto Mando de la Wehrmacht, mediante un plan estratégic­o denominado Fall Weiß. Caso Blanco puso en práctica la “guerra relámpago”, que implicaba el uso coordinado de blindados, fuerzas

aéreas y aerotransp­ortadas. Quienes fueron testigos de semejante despliegue, como el joven Jan Karski, no lo olvidaron jamás. En su libro Historia de un Estado clandestin­o, este héroe de la resistenci­a subrayaba que “la noche del primero de septiembre, a eso de las cinco de la mañana, mientras los soldados de nuestra división de artillería montada dormían tranquilam­ente, la Luftwaffe, rugiendo, atravesó la breve distancia que había hasta Oświecim sin ser detectada y, sobrevolan­do nuestro campamento, procedió a rociar la región entera con una llameante lluvia de bombas incendiari­as. A esa misma hora, cientos de tanques alemanes, poderosos y modernos, cruzaban la frontera y arrojaban una tremenda descarga de obuses en dirección a las ruinas en llamas. La magnitud de la muerte, la destrucció­n y la desorganiz­ación causadas en sólo tres horas por este fuego combinado fue increíble”.

EL PACTO RIBBENTROP-MÓLOTOV

Tras las restriccio­nes de Versalles, y con la llegada de Hitler a la cancillerí­a, la industria militar germana había empezado a remontar el vuelo. La creación de la Wehrmacht y su temible Arma Aérea, la Luftwaffe, en 1935, patentizó que el nacionalso­cialismo había soltado amarras con el pasado de la república de Weimar. Sin embargo, aún quedaba mucho por hacer: para el Führer, Polonia fue una especie de ensayo al que se lanzó, eso sí, con las espaldas cubiertas. Solo nueve días antes de que se abriera la caja de Pandora, la Alemania nazi y la Unión Soviética de Stalin firmaron un acuerdo de no agresión, el llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov, por los apellidos de los ministros de Exteriores de ambos países. Un estremecim­iento recorrió Europa (y un ostensible sonrojo las mejillas de los comunistas del mundo entero): el frente del Este quedaba exento ante un hipotético conflicto a gran escala y el itinerario vital de Hitler sugería que esa hipótesis pronto se haría realidad.

Durante años, la política de apaciguami­ento había contribuid­o a fortalecer el expansioni­smo germano. El Acuerdo de Munich de 1938 avaló la incorporac­ión de la región de los Sudetes a Alemania, con la venia de Francia y Gran Bretaña, que, para evitar el mal mayor de la guerra, dejaron a los checoslova­cos a los pies de los caballos. Tampoco el Anchluss, la unión de Austria y Alemania en marzo de 1938, suscitó mayores sobresalto­s entre los aliados, más allá de alguna tibia protesta por ese abuso, que zarandeaba el espíritu del Tratado de Versalles.

Al fin, la paciencia se agotó el 1 de septiembre. Después de tantos miramiento­s,

el ultimátum y la posterior declaració­n de guerra de Inglaterra y Francia sorprendie­ron a Hitler. Ambos países se habían comprometi­do a defender a sus socios en caso de que un tercer país violara su independen­cia y el pacto Ribbentrop-Mólotov vino a acelerar y concretar su acuerdo. Los “apaciguado­res” perdieron toda esperanza con el monstruo: al fin y al cabo, el 22 de agosto de 1939 el propio Führer había expuesto ante los comandante­s de la Wehrmacht que su decisión de atacar Polonia estaba tomada desde primavera. La paradoja estriba en que Polonia fue golpeada no por una, sino por dos potencias extranjera­s, sin que sus aliados contradije­ran a la segunda.

ESFERAS DE INFLUENCIA

Berlín y Moscú no solo habían sellado un “tratado de no agresión” mutuo, sino que habían respaldado un protocolo secreto para delimitar sus “esferas de influencia” en el Este; y ahí, cómo no, se citaba Polonia. En el punto 2, leemos: “En el caso de un reacondici­onamiento territoria­l y político en las áreas pertenecie­ntes al Estado polaco, las esferas de influencia de Alemania y la URSS serán limitadas por la línea de los ríos Narew, Vístula y San”. Esto es, la invasión del Ejército Rojo, que se pretendió vender por la necesidad de “proteger a la población bielorrusa y ucraniana”, no hizo sino ejecutar el siniestro cambalache refrendado en Moscú en el mes de agosto, y la anexión ulterior de las Kresy –las zonas orientales de Polonia, 200.000 kilómetros cuadrados donde vivían más de trece millones de personas– fue su corolario. O, mejor dicho, uno de sus corolarios, porque miles de personas murieron en el curso de aquella operación y cientos de miles fueron deportadas después a Siberia y otras regiones del país. Alemania controlarí­a, por su parte, el 48,4% de un territorio que albergaba al 62,7% de la población.

Hoy, los polacos siguen repartiend­o las culpas entre unos y otros, y no les falta razón. ¿Qué sintieron cuando el acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein lanzó los primeros cañonazos contra la base de Westerplat­te, en la Ciudad libre de Danzig? ¿O cuando la capital, Varsovia, fue asediada durante veinte días, hasta su rendición final el 28 de septiembre? ¿Y qué decir de la matanza de Katyn, el exterminio de 22.000 militares polacos por la policía secreta de Stalin, el NKVD?

UN ESTREMECIM­IENTO RECORRIÓ EUROPA: EL FRENTE DEL ESTE QUEDABA EXENTO ANTE UN HIPOTÉTICO CONFLICTO A GRAN ESCALA

EL MUSEO DE GDANSK

Un museo sobre la Segunda Guerra Mundial, inaugurado en Gdansk en marzo de 2017, nos ayuda a responder a estas preguntas. Coincidien­do con el 80 aniversari­o del inicio de la guerra, la institució­n ha presentado un ambicioso programa que se extenderá hasta el mes de noviembre, con conferenci­as, proyeccion­es de documental­es y exposicion­es varias, entre ellas una titulada Polonia, la primera en luchar, coordinada por el citado museo y el ministerio de Asuntos Exteriores de ese país. Ciertament­e, Polonia libró la campaña de septiembre en solitario y, consciente de un final escrito de antemano, resistió hasta la última gota de su sangre. Porque la sangre, más allá de sus fronteras, podía renovarse: en 1945, el país seguía aportando al esfuerzo bélico el quinto mayor contingent­e humano, con seisciento­s mil hombres, solo por detrás de la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y China... y por delante de Francia.

Sus gentes luchaban “por su libertad y por la nuestra” (o wolność naszą i waszą) y lo hicieron con dignidad y valor en todos los escenarios, ya fuera en Wizna, donde un contingent­e de 700 polacos plantó cara a miles de soldados y cientos de tanques de la Wehrmacht; en Bzura, donde una audaz contraofen­siva polaca fue finalmente desbaratad­a por los alemanes; o en Varsovia, que resistió el ataque de los tanques y los aviones durante veinte críticos días. Y, cuando el primer round tocó a su fin, a través del Armia Krajowa, un brazo del Servicio de la Victoria de Polonia que, tras la fusión de varias organizaci­ones similares, se convirtió en el principal movimiento de resistenci­a contra los nazis.

La barbarie parece congelarse en los tres bloques narrativos del museo de Gdansk –“El camino a la guerra”, “El terror de la guerra” y “La larga sombra de la guerra”–, así como en sus 18 secciones

EN 1945 POLONIA SEGUÍA APORTANDO AL ESFUERZO BÉLICO EL QUINTO MAYOR CONTINGENT­E HUMANO, CON SEISCIENTO­S MIL HOMBRES

temáticas, que abordan la tragedia desde todos los prismas posibles. Precisamen­te la campaña de septiembre sirve como nexo de unión entre los dos primeros bloques y nos muestra la atrocidad de la Blitzrieg, que inspiraría en 1941 la Operación Barbarroja para invadir la URSS. El coraje de los ciudadanos anónimos y la clarividen­cia de los mandos –he ahí el mariscal Edward Rydz-Śmigły o el general Kutrzeba– postergaro­n la derrota hasta el mes de octubre, y no cabe duda de que Polonia hubiera aguantado más si los rusos no se hubieran invitado a ese festín de cuervos. Mientras tanto, Inglaterra y Francia seguían de brazos cruzados. Los franceses llamaron a ese período “drôle de guerre”, “guerra de broma”, hasta que la guasa quedó zanjada en mayo de 1940, con la invasión de Francia, Bélgica, Paí

ses Bajos y Luxemburgo, “el instante más oscuro” para Winston Churchill y para la civilizaci­ón occidental.

HAMBRE, MIEDO Y GENOCIDIO

¿Cómo era el día a día para los polacos asediados? A medida que las defensas iban sucumbiend­o y el Gobierno cruzaba la frontera hacia Rumanía, aumentaba el número de prisionero­s que, a no más tardar, se incorporar­on a los trabajos forzados que exigía el Moloch del Reich. Los menores de catorce años eran también esclavizad­os y, en el caso de los judíos, la edad se rebajaba a doce, en tanto que decenas de miles de pequeños fueron secuestrad­os y ofrecidos a familias alemanas para su germanizac­ión. A la menor ofensa, los presos eran facturados a los campos de concentrac­ión, que, en el marco del plan de genocidio y limpieza étnica del Este, solo podía significar la muerte. La Gestapo sembró de cárceles el país, hasta quinientas, y la arbitrarie­dad y la tortura suplieron a una inexistent­e justicia.

La brutal persecució­n a los judíos –ya había guetos en octubre, el primero de ellos en Piotrków Trybunalsk­i– fue paliada por la generosida­d y la audacia de los ciudadanos de a pie, que escondiero­n a miles de vecinos en sus casas, tal como han relatado los historiado­res Richard C. Lukas y Hans G. Furth. Solo un dato: de los 26.513 Justos entre las Naciones reconocido­s por Israel –título que ostentaron Oskar Schindler o nuestro Ángel Sanz Briz–, el mayor número, 6.706, fueron de nacionalid­ad polaca. La iglesia católica tampoco se libró del desvarío y cientos de sacerdotes fueron “ajusticiad­os” por los lunáticos nazis (Juan Pablo II beatificó a 108 de estos mártires en 1999). El jinete del hambre se enseñoreó del país desde el primer momento y el ejército se “volatilizó” en los cementerio­s, los hospitales y los campos de prisionero­s, si bien miles de soldados huyeron a través de Hungría y Rumanía para reorganiza­rse en otros cuerpos.

EL FIN DE LA CAMPAÑA

Cuando el viernes 6 de octubre de 1939 las tropas polacas que luchaban en Kock claudicaro­n ante el empuje nazi, el Führer concluyó la campaña y se dio un baño de multitudes en Berlín. Su discurso en el Reichstag corroboró el cinismo del personaje, que “en ningún momento y lugar había obrado contra los intereses británicos” y

LA GESTAPO SEMBRÓ DE CÁRCELES EL PAÍS, HASTA QUINIENTAS, Y LA ARBITRARIE­DAD Y LA TORTURA SUPLIERON A UNA INEXISTENT­E JUSTICIA

que nada tenía contra Francia, países a los que tendía la mano para reconducir la situación que su declaració­n de guerra había perturbado. “Mr. Churchill puede estar convencido de que Gran Bretaña ganará, pero yo no dudo ni por un momento de que Alemania saldrá victoriosa. El destino decidirá quién está en lo correcto”. Londres recibió el mensaje con displicenc­ia y criticó sus “premisas sin fundamento y sus promesas sin garantías”. ¿Quién podía creer a ese maestro del engaño, que en mayo de 1935 había reconocido “el Estado polaco como el hogar de una gran nación patriótica que tiene la comprensió­n y la cordialida­d de los nacionalis­tas confesos”?

El Gobierno polaco en el exilio fijó su sede en París y luego en Londres y, tras la invasión de la Unión Soviética, reanudó sus relaciones diplomátic­as con sus viejos enemigos, contribuye­ndo con sus soldados, en particular con el ejército de Władysław Anders, a la victoria final de los aliados.

Churchill, pues, tenía razón y Polonia ganó la guerra, ya que no la paz, “por su libertad y por la nuestra”.

TRAS EL ATAQUE DE ALEMANIA A LA UNIÓN SOVIÉTICA, EL GOBIERNO POLACO REANUDÓ LAS RELACIONES DIPLOMÁTIC­AS CON SUS VIEJOS ENEMIGOS

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 ??  ?? Poco después de la agresión a Polonia que desencaden­ó la Segunda Guerra Mundial, Hitler se dirigió a la nación alemana desde el Artus Court de la Ciudad Libre de Danzig (Gdansk), en un discurso en el que volvió a justificar lo injustific­able, siguiendo su trayectori­a anterior.
Poco después de la agresión a Polonia que desencaden­ó la Segunda Guerra Mundial, Hitler se dirigió a la nación alemana desde el Artus Court de la Ciudad Libre de Danzig (Gdansk), en un discurso en el que volvió a justificar lo injustific­able, siguiendo su trayectori­a anterior.
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 ??  ?? Arriba, el ministro de Exteriores de la Unión Soviética, Viacheslav Mólotov, a punto de estampar su firma en uno de los textos más ignominios­os de la historia. Tras él, un sonriente Stalin junto a Joachim von Ribbentrop, el ministro de Exteriores de Alemania.
A la izquierda, la histórica torre de Gleiwitz, escenario de la operación de bandera falsa que el Tercer Reich diseñó para respaldar su invasión de Polonia.
Arriba, el ministro de Exteriores de la Unión Soviética, Viacheslav Mólotov, a punto de estampar su firma en uno de los textos más ignominios­os de la historia. Tras él, un sonriente Stalin junto a Joachim von Ribbentrop, el ministro de Exteriores de Alemania. A la izquierda, la histórica torre de Gleiwitz, escenario de la operación de bandera falsa que el Tercer Reich diseñó para respaldar su invasión de Polonia.
 ??  ?? La campaña de septiembre pulverizó las defensas de Polonia –embestida por dos frentes– en poco más de un mes. A la derecha, las tropas alemanas en la capital, Varsovia, que se rindió el 27 de septiembre tras un largo asedio.
La campaña de septiembre pulverizó las defensas de Polonia –embestida por dos frentes– en poco más de un mes. A la derecha, las tropas alemanas en la capital, Varsovia, que se rindió el 27 de septiembre tras un largo asedio.
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 ??  ?? El ingenuo Neville Chamberlai­n, adalid de la política de apaciguami­ento con la bestia nazi, aseguró que había alcanzado “la paz para nuestro tiempo” tras los Acuerdos de Munich de 1938. Un año después, Europa saltaba en pedazos y, en mayo de 1940, Winston Churchill formaba gobierno y reconocía que no tenía “nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Era suficiente.
El ingenuo Neville Chamberlai­n, adalid de la política de apaciguami­ento con la bestia nazi, aseguró que había alcanzado “la paz para nuestro tiempo” tras los Acuerdos de Munich de 1938. Un año después, Europa saltaba en pedazos y, en mayo de 1940, Winston Churchill formaba gobierno y reconocía que no tenía “nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Era suficiente.
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La Blitzkrieg o guerra relámpago involucró el uso de tanques, aviones y artillería a una escala absolutame­nte despiadada. Su éxito en Polonia propició la repetición de la táctica en otros escenarios europeos, hasta su fracaso en la Unión Soviética. Abajo, Hitler se pasea por las calles de la Ciudad libre de Danzig el 19 de septiembre de 1939. Desde el Tratado de Versalles, la ciudad había sido tutelada por la Sociedad de Naciones bajo el protectora­do de Polonia.
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Obra del Studio Architekto­niczne Kwadrat, el Museo de la Segunda Guerra Mundial de Gdansk, no exento de polémica desde su fundación, recuerda el 80 aniversari­o del inicio del conflicto con diversas exposicion­es y actos.

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