POLONIA, 80 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial
OCHENTA AÑOS DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
El acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein disparó los primeros cañonazos de la guerra contra la base de Westerplatte, en la Ciudad libre de Danzig. Había empezado la guerra más mortífera de todos los tiempos. El 1 de septiembre conmemoramos los ochenta años del inicio de esa calamidad, que Hitler desencadenó tras la invasión de Polonia en poco más de un mes (dos semanas más tarde, la Unión Soviética se sumó a la ignominia, siguiendo el pacto Ribbentrop-Mólotov). Durante seis años, Polonia fue un país ocupado, pero jamás vencido.
EL 1 DE SEPTIEMBRE DE 1939, LAS TROPAS ALEMANAS INICIARON LA INVASIÓN DE POLONIA, QUE COMPLETARON EN POCO MÁS DE UN MES CON LA “AYUDA” SOVIÉTICA. HABÍA EMPEZADO LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, UN CONFLICTO QUE SE COBRÓ LA VIDA DE MÁS DE SEIS MILLONES DE POLACOS, MUCHOS DE ELLOS EN LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. HISTORIA DE ESPAÑA Y EL MUNDO REPASA AQUEL TIEMPO DE INFAMIA Y RESISTENCIA CUANDO SE CUMPLEN OCHENTA AÑOS DEL PERÍODO MÁS SOMBRÍO DE LA HUMANIDAD.
El incidente de Gleiwitz fue la excusa, aunque podría haber sido cualquier otra. Una emisora de radio en esa ciudad de Silesia fue atacada el 31 de agosto por unos soldados alemanes disfrazados con uniformes polacos. Nadie se creyó la maniobra, fraguada por el jefe del servicio de inteligencia de las SS Reinhard Heydrich y el de la Gestapo Heinrich Müller, pero, de cara a la galería, los nazis ya tenían su casus belli. La torre de Gleiwitz, la más alta de madera del continente, es hoy un monumento histórico y su visita turba a cualquiera. De algún modo, ahí se escribió el primer capítulo de la guerra, que estallaría solo un día después, el 1 de septiembre.
La llamada campaña de septiembre –Kampania wrześniowa– se prolongó en realidad hasta el 6 de octubre, cuando las últimas unidades del ejército polaco se rindieron a los invasores, que ya no eran solo alemanes, sino también, a partir del 17 de septiembre, soviéticos, en uno de los episodios más vergonzosos del siglo XX.
El ataque a Polonia fue minuciosamente trazado por el OKW, el Alto Mando de la Wehrmacht, mediante un plan estratégico denominado Fall Weiß. Caso Blanco puso en práctica la “guerra relámpago”, que implicaba el uso coordinado de blindados, fuerzas
aéreas y aerotransportadas. Quienes fueron testigos de semejante despliegue, como el joven Jan Karski, no lo olvidaron jamás. En su libro Historia de un Estado clandestino, este héroe de la resistencia subrayaba que “la noche del primero de septiembre, a eso de las cinco de la mañana, mientras los soldados de nuestra división de artillería montada dormían tranquilamente, la Luftwaffe, rugiendo, atravesó la breve distancia que había hasta Oświecim sin ser detectada y, sobrevolando nuestro campamento, procedió a rociar la región entera con una llameante lluvia de bombas incendiarias. A esa misma hora, cientos de tanques alemanes, poderosos y modernos, cruzaban la frontera y arrojaban una tremenda descarga de obuses en dirección a las ruinas en llamas. La magnitud de la muerte, la destrucción y la desorganización causadas en sólo tres horas por este fuego combinado fue increíble”.
EL PACTO RIBBENTROP-MÓLOTOV
Tras las restricciones de Versalles, y con la llegada de Hitler a la cancillería, la industria militar germana había empezado a remontar el vuelo. La creación de la Wehrmacht y su temible Arma Aérea, la Luftwaffe, en 1935, patentizó que el nacionalsocialismo había soltado amarras con el pasado de la república de Weimar. Sin embargo, aún quedaba mucho por hacer: para el Führer, Polonia fue una especie de ensayo al que se lanzó, eso sí, con las espaldas cubiertas. Solo nueve días antes de que se abriera la caja de Pandora, la Alemania nazi y la Unión Soviética de Stalin firmaron un acuerdo de no agresión, el llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov, por los apellidos de los ministros de Exteriores de ambos países. Un estremecimiento recorrió Europa (y un ostensible sonrojo las mejillas de los comunistas del mundo entero): el frente del Este quedaba exento ante un hipotético conflicto a gran escala y el itinerario vital de Hitler sugería que esa hipótesis pronto se haría realidad.
Durante años, la política de apaciguamiento había contribuido a fortalecer el expansionismo germano. El Acuerdo de Munich de 1938 avaló la incorporación de la región de los Sudetes a Alemania, con la venia de Francia y Gran Bretaña, que, para evitar el mal mayor de la guerra, dejaron a los checoslovacos a los pies de los caballos. Tampoco el Anchluss, la unión de Austria y Alemania en marzo de 1938, suscitó mayores sobresaltos entre los aliados, más allá de alguna tibia protesta por ese abuso, que zarandeaba el espíritu del Tratado de Versalles.
Al fin, la paciencia se agotó el 1 de septiembre. Después de tantos miramientos,
el ultimátum y la posterior declaración de guerra de Inglaterra y Francia sorprendieron a Hitler. Ambos países se habían comprometido a defender a sus socios en caso de que un tercer país violara su independencia y el pacto Ribbentrop-Mólotov vino a acelerar y concretar su acuerdo. Los “apaciguadores” perdieron toda esperanza con el monstruo: al fin y al cabo, el 22 de agosto de 1939 el propio Führer había expuesto ante los comandantes de la Wehrmacht que su decisión de atacar Polonia estaba tomada desde primavera. La paradoja estriba en que Polonia fue golpeada no por una, sino por dos potencias extranjeras, sin que sus aliados contradijeran a la segunda.
ESFERAS DE INFLUENCIA
Berlín y Moscú no solo habían sellado un “tratado de no agresión” mutuo, sino que habían respaldado un protocolo secreto para delimitar sus “esferas de influencia” en el Este; y ahí, cómo no, se citaba Polonia. En el punto 2, leemos: “En el caso de un reacondicionamiento territorial y político en las áreas pertenecientes al Estado polaco, las esferas de influencia de Alemania y la URSS serán limitadas por la línea de los ríos Narew, Vístula y San”. Esto es, la invasión del Ejército Rojo, que se pretendió vender por la necesidad de “proteger a la población bielorrusa y ucraniana”, no hizo sino ejecutar el siniestro cambalache refrendado en Moscú en el mes de agosto, y la anexión ulterior de las Kresy –las zonas orientales de Polonia, 200.000 kilómetros cuadrados donde vivían más de trece millones de personas– fue su corolario. O, mejor dicho, uno de sus corolarios, porque miles de personas murieron en el curso de aquella operación y cientos de miles fueron deportadas después a Siberia y otras regiones del país. Alemania controlaría, por su parte, el 48,4% de un territorio que albergaba al 62,7% de la población.
Hoy, los polacos siguen repartiendo las culpas entre unos y otros, y no les falta razón. ¿Qué sintieron cuando el acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein lanzó los primeros cañonazos contra la base de Westerplatte, en la Ciudad libre de Danzig? ¿O cuando la capital, Varsovia, fue asediada durante veinte días, hasta su rendición final el 28 de septiembre? ¿Y qué decir de la matanza de Katyn, el exterminio de 22.000 militares polacos por la policía secreta de Stalin, el NKVD?
UN ESTREMECIMIENTO RECORRIÓ EUROPA: EL FRENTE DEL ESTE QUEDABA EXENTO ANTE UN HIPOTÉTICO CONFLICTO A GRAN ESCALA
EL MUSEO DE GDANSK
Un museo sobre la Segunda Guerra Mundial, inaugurado en Gdansk en marzo de 2017, nos ayuda a responder a estas preguntas. Coincidiendo con el 80 aniversario del inicio de la guerra, la institución ha presentado un ambicioso programa que se extenderá hasta el mes de noviembre, con conferencias, proyecciones de documentales y exposiciones varias, entre ellas una titulada Polonia, la primera en luchar, coordinada por el citado museo y el ministerio de Asuntos Exteriores de ese país. Ciertamente, Polonia libró la campaña de septiembre en solitario y, consciente de un final escrito de antemano, resistió hasta la última gota de su sangre. Porque la sangre, más allá de sus fronteras, podía renovarse: en 1945, el país seguía aportando al esfuerzo bélico el quinto mayor contingente humano, con seiscientos mil hombres, solo por detrás de la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y China... y por delante de Francia.
Sus gentes luchaban “por su libertad y por la nuestra” (o wolność naszą i waszą) y lo hicieron con dignidad y valor en todos los escenarios, ya fuera en Wizna, donde un contingente de 700 polacos plantó cara a miles de soldados y cientos de tanques de la Wehrmacht; en Bzura, donde una audaz contraofensiva polaca fue finalmente desbaratada por los alemanes; o en Varsovia, que resistió el ataque de los tanques y los aviones durante veinte críticos días. Y, cuando el primer round tocó a su fin, a través del Armia Krajowa, un brazo del Servicio de la Victoria de Polonia que, tras la fusión de varias organizaciones similares, se convirtió en el principal movimiento de resistencia contra los nazis.
La barbarie parece congelarse en los tres bloques narrativos del museo de Gdansk –“El camino a la guerra”, “El terror de la guerra” y “La larga sombra de la guerra”–, así como en sus 18 secciones
EN 1945 POLONIA SEGUÍA APORTANDO AL ESFUERZO BÉLICO EL QUINTO MAYOR CONTINGENTE HUMANO, CON SEISCIENTOS MIL HOMBRES
temáticas, que abordan la tragedia desde todos los prismas posibles. Precisamente la campaña de septiembre sirve como nexo de unión entre los dos primeros bloques y nos muestra la atrocidad de la Blitzrieg, que inspiraría en 1941 la Operación Barbarroja para invadir la URSS. El coraje de los ciudadanos anónimos y la clarividencia de los mandos –he ahí el mariscal Edward Rydz-Śmigły o el general Kutrzeba– postergaron la derrota hasta el mes de octubre, y no cabe duda de que Polonia hubiera aguantado más si los rusos no se hubieran invitado a ese festín de cuervos. Mientras tanto, Inglaterra y Francia seguían de brazos cruzados. Los franceses llamaron a ese período “drôle de guerre”, “guerra de broma”, hasta que la guasa quedó zanjada en mayo de 1940, con la invasión de Francia, Bélgica, Paí
ses Bajos y Luxemburgo, “el instante más oscuro” para Winston Churchill y para la civilización occidental.
HAMBRE, MIEDO Y GENOCIDIO
¿Cómo era el día a día para los polacos asediados? A medida que las defensas iban sucumbiendo y el Gobierno cruzaba la frontera hacia Rumanía, aumentaba el número de prisioneros que, a no más tardar, se incorporaron a los trabajos forzados que exigía el Moloch del Reich. Los menores de catorce años eran también esclavizados y, en el caso de los judíos, la edad se rebajaba a doce, en tanto que decenas de miles de pequeños fueron secuestrados y ofrecidos a familias alemanas para su germanización. A la menor ofensa, los presos eran facturados a los campos de concentración, que, en el marco del plan de genocidio y limpieza étnica del Este, solo podía significar la muerte. La Gestapo sembró de cárceles el país, hasta quinientas, y la arbitrariedad y la tortura suplieron a una inexistente justicia.
La brutal persecución a los judíos –ya había guetos en octubre, el primero de ellos en Piotrków Trybunalski– fue paliada por la generosidad y la audacia de los ciudadanos de a pie, que escondieron a miles de vecinos en sus casas, tal como han relatado los historiadores Richard C. Lukas y Hans G. Furth. Solo un dato: de los 26.513 Justos entre las Naciones reconocidos por Israel –título que ostentaron Oskar Schindler o nuestro Ángel Sanz Briz–, el mayor número, 6.706, fueron de nacionalidad polaca. La iglesia católica tampoco se libró del desvarío y cientos de sacerdotes fueron “ajusticiados” por los lunáticos nazis (Juan Pablo II beatificó a 108 de estos mártires en 1999). El jinete del hambre se enseñoreó del país desde el primer momento y el ejército se “volatilizó” en los cementerios, los hospitales y los campos de prisioneros, si bien miles de soldados huyeron a través de Hungría y Rumanía para reorganizarse en otros cuerpos.
EL FIN DE LA CAMPAÑA
Cuando el viernes 6 de octubre de 1939 las tropas polacas que luchaban en Kock claudicaron ante el empuje nazi, el Führer concluyó la campaña y se dio un baño de multitudes en Berlín. Su discurso en el Reichstag corroboró el cinismo del personaje, que “en ningún momento y lugar había obrado contra los intereses británicos” y
LA GESTAPO SEMBRÓ DE CÁRCELES EL PAÍS, HASTA QUINIENTAS, Y LA ARBITRARIEDAD Y LA TORTURA SUPLIERON A UNA INEXISTENTE JUSTICIA
que nada tenía contra Francia, países a los que tendía la mano para reconducir la situación que su declaración de guerra había perturbado. “Mr. Churchill puede estar convencido de que Gran Bretaña ganará, pero yo no dudo ni por un momento de que Alemania saldrá victoriosa. El destino decidirá quién está en lo correcto”. Londres recibió el mensaje con displicencia y criticó sus “premisas sin fundamento y sus promesas sin garantías”. ¿Quién podía creer a ese maestro del engaño, que en mayo de 1935 había reconocido “el Estado polaco como el hogar de una gran nación patriótica que tiene la comprensión y la cordialidad de los nacionalistas confesos”?
El Gobierno polaco en el exilio fijó su sede en París y luego en Londres y, tras la invasión de la Unión Soviética, reanudó sus relaciones diplomáticas con sus viejos enemigos, contribuyendo con sus soldados, en particular con el ejército de Władysław Anders, a la victoria final de los aliados.
Churchill, pues, tenía razón y Polonia ganó la guerra, ya que no la paz, “por su libertad y por la nuestra”.
TRAS EL ATAQUE DE ALEMANIA A LA UNIÓN SOVIÉTICA, EL GOBIERNO POLACO REANUDÓ LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS CON SUS VIEJOS ENEMIGOS