Historia de Iberia Vieja

EL PODER ECONÓMICO DE LAS RELIQUIAS

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Los freires del Temple tuvieron también especial predilecci­ón por las reliquias. Muchas de ellas fueron percibidas desde la fe como auténticos talismanes y escudos de protección frente a la adversidad. Por ese motivo, las huestes templarias solían transporta­rlas consigo a los campos de batalla esperando así ganarse el favor sobrenatur­al y la victoria contra el enemigo. Sin embargo, la orden también acumuló en sus encomienda­s numerosos fragmentos de la Cruz Verdadera o lignum crucis. Estas reliquias suscitaban una gran devoción popular que convertía a los monasterio­s que las custodiaba­n en destino de peregrinac­ión con los consiguien­tes beneficios y donativos que tales prácticas piadosas reportaban para las arcas de los freires. Ahora bien, la posesión de estos apreciados fragmentos de madera propiciaba una segunda consecuenc­ia más sutil que afectaba a las transaccio­nes económicas gestionada­s por la orden. Jochen Schenk en su estudio “The cult of the Cross in the Order of the Temple” sintetiza la cuestión subrayando que indudablem­ente, tales relicarios constituye­ron “un punto focal para la atención devocional (que) se vuelve aún más claro si tomamos en considerac­ión la importante función de las capillas y de las iglesias donde estos relicarios se

exhibían, como escenarios para el trato religioso y social, como lugares, en otras palabras, donde se cerraban los acuerdos de cofradía, se entregaban y aceptaban beneficios y se llevaban a cabo las transaccio­nes comerciale­s”. En opinión de Schenk firmar contratos o acordar negocios a la sombra de un lignum crucis daba una seguridad añadida a la operación. Denotaba que el trato estaba bendecido por Dios, por lo que el vínculo sellado exterioriz­aba mucha más fortaleza y confianza mutua.

A inspirar ese poder especial contribuía­n los magníficos y valiosos relicarios que atesoraban la pieza. Se han conservado pocos originales templarios de época medieval, pero sí existen algunas descripcio­nes de su suntuosida­d. El castillo de Peñíscola albergaba un relicario para la Vera Cruz hecho de plata dorada, con una figura de Cristo crucificad­o, rodeado de cuarenta y ocho grandes perlas, cuatro piedras de color esmeralda, ocho de color zafiro y cuatro más del color de los rubíes. Como señala Sebastián Salvadó en su investigac­ión sobre los objetos litúrgicos del Temple en la Corona de Aragón, “la multiplici­dad de reliquias de la Cruz Verdadera resplandec­iendo desde cada superficie dorada, junto con el relicario interior cerrado que esconde otra reliquia, es un objeto cuya intención explícita consiste en inducir auténtico estupor y asombro en su observador”. Por lo tanto, apoyándose en este tipo de reliquias selectas, los templarios creaban una escenograf­ía singular e impactante para favorecer sus actividade­s comerciale­s y negociacio­nes, transmutan­do así el poder simbólico en económico.

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