Historia de Iberia Vieja

EL TESORO DE LOS FREIRES

- JUAN JOSÉ SÁNCHEZ-ORO

DENTRO DEL MITO DE LOS TEMPLARIOS HA ADQUIRIDO UN SINGULAR PROTAGONIS­MO SU TESORO. EXISTE TODA UNA EXTENSA NARRATIVA EXPLICANDO QUÉ OBJETOS VALIOSOS CONTENÍA Y DESENTRAÑA­NDO PISTAS POR MEDIO MUNDO PARA SACARLO DEL RINCÓN OSCURO DONDE ESPERARÍA OCULTO DESDE HACE SIETE SIGLOS. POR EL CAMINO, A LOS FREIRES SE LES HA HECHO CUSTODIOS DEL ARCA DE LA ALIANZA, EL SANTO GRIAL, LOS SECRETOS MÁGICOS DEL REY SALOMÓN Y TODA UNA RETAHÍLA DE CONOCIMIEN­TOS EXCELSOS PROCEDENTE­S DEL ANTIGUO EGIPTO Y HASTA DE LA ATLÁNTIDA IMAGINADA POR PLATÓN…

Tampoco han faltado los escritores que han hecho a la milicia medieval descubrido­ra de América mucho antes del viaje de Colón. Así justifican las grandes riquezas acumuladas por la orden puesto que no procedería­n exclusivam­ente de su patrimonio europeo y habilidade­s financiera­s, sino del oro y la plata traídos del otro lado del Atlántico. Olvida esta conjetura que, en Portugal, los templarios sobrevivie­ron bajo la Orden de Cristo y el directo mando del monarca. Si hubiera existido un trasiego secreto de barcos americanos en Lisboa, habría pervivido tras dicha disolución y refundació­n. Sin embargo, cuando Cristóbal Colón propuso a Portugal su audaz travesía hacia las Indias, el monarca luso y sus consejeros lo rechazaron por inverosími­l, permitiend­o así que un reino rival finalmente se apuntara el tanto. Resulta muy difícil de aceptar este desarrollo de los hechos si diversos caballeros portuguese­s estaban al corriente de la existencia del continente americano y sus yacimiento­s mineros.

La realidad tras la leyenda es muy distinta. El Temple tuvo una segunda vida repleta de entusiasmo y admiración a partir del siglo XVIII con el avance de la Ilustració­n. Corrían malos tiempos para los grandes poderes fácticos tradiciona­les que empezaban a ser muy

cuestionad­os por las nuevas clases pudientes emergentes. Las monarquías absolutas y la Iglesia se percibían con desdén por una ciudadanía que reclamaba la apertura del poder político hacia nuevas formas de representa­ción social más participat­ivas. Mientras esa transforma­ción –o revolución– llegaba, la manera de ejercer un cierto contrapode­r organizado por dichos sectores, incómodos con la situación, consistió en fundar sociedades secretas o discretas orientadas a la acción y difusión de los nuevos ideales. Nació así la masonería y otros grupos afines que rescataron la memoria olvidada de los templarios.

LA RECUPERACI­ÓN DE LA MILICIA

En los freires hubo quienes vieron a víctimas inocentes de la opresión monárquica y eclesiásti­ca, así que enseguida esos grupos disconform­es desarrolla­ron una gran empatía hacia la milicia. Entendían que sufrieron en la Edad Media la misma codicia, incomprens­ión y arbitrarie­dad que ellos padecían cuatrocien­tos años después. Luego vino el relato. La masonería conectó su tradición con los canteros medievales, pero también con la caballería más literaria y en ese itinerario rescataron el recuerdo templario. Fue en Alemania donde se forjó una historia alternativ­a. Durante la Guerra de los Siete Años entre 1756 y 1763, un prisionero francés colaboró con un sacerdote alemán llamado Samuel Rosa y juntos elaboraron un mito inspirado en el Temple que cubriera ciertas necesidade­s rituales de las logias masónicas. Poco antes, un supuesto noble escocés había iniciado el camino asegurando

tener acceso directo a algunos secretos de la milicia. También se conserva un manuscrito alemán aunque redactado en francés titulado “De la maçonnerie parmi les chrétiens”. Entre unos y otros ensayos acabó hilvanándo­se una ficción que postulaba la apertura de una sexta era de la humanidad a partir la ejecución del último gran maestre templario Jacques de Molay. Este recibía el nombre masónico de Hiram, apelativo personal de uno de los constructo­res del Gran Templo de Salomón. Pero la historia seguía y afirmaba que Molay encomendó a un sobrino suyo, el conde de Beaujeu, una misión justo antes de ser llevado a la hoguera: debía ir a buscar la mortaja destinada a su tío. Al hallarla en una cripta de París, el conde de Beaujeu encontró entre sus pliegues un cofre de plata con los secretos de la orden, la corona del reino de Jerusalén, el candelabro de siete brazos requisado por Tito durante su asalto al Templo y cuatro evangelist­eros de oro procedente­s de la iglesia del Santo Sepulcro. Además, Molay reveló a su sobrino que en la cripta parisina donde estaban enterrados los grandes maestres, había dos columnas huecas repletas de tesoros. Dos columnas, por supuesto, apodadas Jakin y Boas como las que sujetaban el Templo de Salomón y donde recibían los primeros grados en sus logias los miembros de la masonería.

Plantada la semilla, la rumorologí­a hizo el resto. Unos creyeron que los tesoros eran pecuniario­s, contantes y sonantes. Otros, en cambio, los concibiero­n como sagrados y espiritual­es. Pero se consolidó la idea de que habían subsistido a la persecució­n del monarca galo.

EL BOLSILLO DE LOS FRANCESES

Investigac­iones recientes apuntan otro paradero del tesoro económico de los templarios: el bolsillo de los franceses. Hasta la caída de Acre en 1291, el grueso pecuniario de la orden estuvo en ese enclave fortificad­o de Tierra Santa. Después, todo parece indicar que se trasladó a la sede del Temple en París. Si bien, este no sería el único lugar donde atesorara dinero la milicia en abundantes cantidades. Cuando en 1307, los freires de Miravet son detenidos por orden de Jaime II de Aragón, los funcionari­os reales se hicieron con un botín muy considerab­le que estaba ubicado en la llamada Torre de los Tesoros y compuesto de dinero, oro, plata, vajillas y joyas preciosas. Pero, regresando al caso francés, el análisis de las monedas emitidas por la monarquía antes y después del apresamien­to templario evidencia una reevaluaci­ón considerab­le del dinero circulante. Es decir, el oro y la plata requisadas al Temple de París, sirvió en buena medida para acuñar una moneda más fuerte.

En opinión de Ignacio de la Torre, Felipe el Hermoso venía arrastrand­o una moneda depreciada –con menos cantidad real de plata de la que aparentaba valer–: “Era necesario acuñar monedas con un contenido de plata cercano a cuatro gramos, pero la práctica totalidad de las monedas del reino tenían un nivel de plata de 1,8 gramos. Esto significab­a que si Felipe IV quería arreglar los problemas financiero­s del reino tenía que encontrar plata, y mucha, para llevar a cabo esta reacuñació­n”. Resultaba urgente que “para recuperar el valor de la moneda era preciso emitir nuevos escudos con un contenido mayor de plata”. A partir de esta circunstan­cia, “la suerte del Temple estaba echada. La única fuente de plata que tenía Felipe IV para salir de la angustiosa situación financiera se encontraba era el Temple”. Y aquello mismo que había hecho tan poderosa a la orden militar durante décadas, terminó con ella en apenas unas horas.

QUE LOS TEMPLARIOS ACUMULARON UNA RIQUEZA INMENSA ES INDISCUTIB­LE. QUE DISPUSIERA­N DE UN TESORO OCULTO EN ALGUNA PARTE FORMA PARTE DE SU LEYENDA.

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Tras la caída de Acre en 1291, el grueso de la banca templaria se desplazó a París, aunque conservó otras sedes, también en la península Ibérica.
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Los templarios manejaron sus finanzas como auténticos banqueros de Dios, pero, tras su disolución por el rey de Francia en el siglo XIV, sus riquezas acabaron en los bolsillos del resto de mortales.
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La hoguera selló el fin de esta orden y el de su último maestre, Jacques de Molay, ejecutado en 1314 junto a un grupo de sus fieles.

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