Historia de Iberia Vieja

VILLA GRIMALDI

- Alberto de FRUTOS

■ Desde la parada de metro de Plaza Egaña, en Santiago de Chile, varios autobuses llevan a Villa Grimaldi, en la comuna de Peñalolén, uno de esos lugares en el mundo que nos golpean, nos aturden, nos asustan el alma. Entre 1973 y 1978, miles de personas fueron recluidas en este recinto, ya distorsion­ado con el nombre de Cuartel Terranova. Torturadas por los criminales de la Dirección de Inteligenc­ia Nacional, la policía secreta de Pinochet, 241 fueron ejecutadas, aunque oficialmen­te la cifra fue de 18. El resto siguen desapareci­dos. Conocemos el nombre de las víctimas y de los verdugos, y es bueno que los tengamos presentes, tanto a las unas como a los otros.

JUGAR CON FUEGO

¿Qué puede pasar por la cabeza de nadie para aplicar descargas eléctricas a un cuerpo sufriente o colgarlo de una barra y asfixiarlo? Cuando se suicidó el coronel Germán Barriga, uno de los procesados por estos abusos, se le encontraro­n varias cartas en los bolsillos: “Todo por vivir y cumplir órdenes en el período del Gobierno Militar”, se justificab­a en una de ellas. Si no conociéram­os al ser humano, si no supiéramos de su servilismo y su crueldad, los testimonio­s de los supervivie­ntes resultaría­n increíbles. Pero lo conocemos. Lo hemos visto en otras latitudes y volveremos a verlo.

La Comisión Nacional de Verdad y Reconcilia­ción concluyó que la red de recintos de detención llegó a sumar 1.157 sedes, laberintos del horror que encanallar­on los derechos humanos en el país y abrieron una herida a la que la muerte del general Pinochet en la cama de un hospital no hizo sino echar más sal. Villa Grimaldi, pese a su condición clandestin­a, fue el más conocido, pero hubo otros: Londres 38, en pleno centro, la casa de José Domingo Cañas o Venda Sexy. Durante los meses que sucedieron al golpe del 11 de septiembre, cientos de personas fueron torturadas y ejecutadas en el Estadio de Chile, que hoy lleva el nombre de Víctor Jara, una victoria que, si nos atenemos a la triste condición del recinto, no basta. Hay que cuidar la memoria como se cuidan las tumbas y hacerla habitable como nuestra propia casa. Porque, en el fondo, ahí vivimos, en la canción de Víctor Jara Te recuerdo, Amanda, y en el compromiso del periodista estadounid­ense Charles Horman, el Desapareci­do de la película de Costa-Gavras.

En aquella cinta, un personaje, el capitán Ray Tower, le explicaba al padre del periodista lo que le podía haber sucedido a éste: “Cuando juegas con fuego, te acabas quemando”. En su terminolog­ía, jugar con fuego era sencillame­nte hacer preguntas, buscar la verdad sobre el derrocamie­nto de Salvador Allende, que fue apoyado por Estados Unidos sin importar el coste. Quienes de verdad jugaron con fuego –Pinochet, Kissinger o Michael Townley, el sicario de la CIA implicado en el asesinato de Orlando Letelier en Washington– no pasaron ni frío ni calor.

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