El séptimo arte El emperador de Francia
EL CINE FRANCÉS RECREA CON PROFUSIÓN LA HISTORIA PATRIA. SI HAY UNA ÉPOCA DE ESPECIAL INTERÉS SERÁ SEGURAMENTE LA QUE CABALGA ENTRE LOS SIGLOS XVIII Y XIX: LA REVOLUCIÓN Y SUS VICISITUDES, EL IMPERIO NAPOLEÓNICO Y SUS PROTAGONISTAS. EL DIRECTOR FRANÇOIS RICHET VUELVE TAMBIÉN SU MIRADA HACIA ESOS MOMENTOS, PROTAGONIZADOS POR UN HOMBRE CLAVE EN LA HISTORIA POLÍTICA Y POLICIAL DE LA PRIMERA MITAD DEL XIX: EUGÈNE-FRANÇOIS VIDOCQ.
L apelícula comienza en 1805, cuando Napoleón Bonaparte, primer cónsul de la República, acaba de ser coronado emperador de los franceses y comienza su expansión por toda Europa. Francia late al compás de los nuevos tiempos y París es una ciudad grande, oscura y sucia, y también peligrosa: por allí bullen mercaderes equívocos, soldados arruinados, conspiradores barones de la nueva aristocracia, mendigos, prostitutas y maleantes de toda laya. Allí llegará Vidocq, tras escapar de la prisión en la que cumplía condena, un viejo galeón anclado frente a la costa, preñado de ladrones y asesinos capitaneados por el peor de todos, el feroz Maillard, ansioso de la muerte de Vidocq para heredar su terrible fama.
La vida de François Vidoq ha sido una sucesión de hechos delictivos, que le han granjeado una triste popularidad. Cuando el hombre piensa que lo han dado por muerto e intenta lle
var una vida más honrada como comerciante de telas, es descubierto y detenido por la policía, y llevado ante el prefecto de París, el venal Henry. Todavía será capaz de demostrar una vez más su habilidad para la fuga, pero al fin, cansado de una existencia basada en el delito y el continuo peligro, se ofrece como perseguidor de maleantes –los mismos a los que conoce bien de sus anteriores fechorías–, a cambio de conseguir el indulto. Aunque no muy convencido, Henry acepta. Vidocq recluta a cuatro o cinco hombres casi tan peligrosos como él, y la cárcel parisina comienza a llenarse de criminales, que caen como moscas –algunos, también, camino del cementerio– ante la eficacia del grupo de los nuevos garantes del orden. Que provoca el pánico y la desesperación entre el hampa, y la desconfianza y las envidias entre la policía oficial.
INFLUENCIA EN VÍCTOR HUGO
Naturalmente, los peligros se multiplican. Y también aparece el drama, el dolor y la conspiración. La película se convierte, así, en un “thriller” cada vez más negro y más complejo, plasmado en un estilo expresionista, que no busca tanto el ritmo narrativo como la intensidad de la imagen: calles oscuras inundadas por la lluvia, personajes huidizos, coreografías secas y sin artificio, primeros planos sofocantes, miradas cómplices y vacíos culpables. Y una esforzada interpretación del estupendo Vincent Cassel, con otros grandes del cine francés como Patrick Chesnais y Fabrice Luchini.
Toda una escenografía presidida por la culpa y el peligro. En algunos momentos, El emperador de París recuerda, en su tono y sus personajes, a Los miserables. Nada que objetar, sobre todo sabiendo que Victor Hugo se inspiró, para su novela, en la vida y circunstancias del propio Vidocq. Es lástima, en ese sentido, que la película de Jean-François Richet se detenga –por razones de metraje, obviamente– en el momento en que el ministro “de la policía” –como se llamaba entonces– Joseph Fouché ofrece a Vidocq la jefatura de París. La ciudad se va transformando, amanece una nueva época y solamente podemos intuir el futuro del que fue llamado “emperador de París”, convertido en experto investigador, creador de la Sûreté francesa y la criminología moderna, fundador más tarde de una agencia de detectives y, ya retirado de la profesión, impresor y escritor.
Una vida de aventuras, primero fuera –muy fuera– de la ley y después dentro, como uno de sus brazos fuertes. El emperador de París recoge esos años convulsos, esa transición y ese renacer de un hombre en una ciudad y una sociedad nuevas también.