MASONERÍA, el poder oculto
¿CAMBIÓ LA HISTORIA?
El nacimiento de Estados Unidos, la Revolución Francesa y la independencia de la América española son tres de los hitos que mejor encarnan el tránsito a un tiempo nuevo. Pues bien: la masonería fue el poder que llevó esos procesos a buen término. O eso dicen... Personalidades como Washington, Voltaire o Bolívar formaron parte de esa sociedad discreta, pero, no obstante, resulta exagerado atribuir a los masones la influencia que sus detractores –y también ellos mismos– han reivindicado. Hay algo de realidad en el poder oculto de los masones, pero también hay mucho de mito, como desvelamos en nuestro artículo de portada.
COMPLOT, CONSPIRACIÓN, CONTUBERNIO, SUBVERSIÓN… SON NOCIONES POPULARMENTE ASOCIADAS A LA MASONERÍA DESDE HACE SIGLOS. LA RUMOROLOGÍA MÁS NEGRA HA CONVERTIDO A LA MASONERÍA EN UNA INSACIABLE ORGANIZACIÓN CAPAZ DE DERROCAR REYES, REVOLUCIONAR PAÍSES Y HACERSE CON LAS RIENDAS DEL PODER SOCIAL, POLÍTICO, ECONÓMICO O RELIGIOSO A TODA COSTA Y PESE A QUIEN PESE.
Siempre maniobrando entre sombras, los masones habrían sido los actores principales entre bambalinas de los más grandes acontecimientos históricos del pasado reciente de la humanidad. Habrían impulsado la génesis de los Estados Unidos, desencadenado la Revolución Francesa e independizado la América española. Los tres sucesos que transformaron y marcaron a Occidente tal cual hoy día lo conocemos...
Paradójicamente, esta visión de las cosas no solo procede de sectores hostiles a la masonería, también los propios hermanos han glorificado su labor en favor de la libertad y prosperidad de los pueblos oprimidos, haciendo orgulloso alarde público de su papel primordial en los cambios históricos antes señalados. Pero, ¿realmente ocurrió así?
MASONES EN LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
Los primeros masones documentados en Norteamérica fueron emigrantes británicos. Luego, tenemos noticia de algunos ya nacidos en las colonias inglesas, pero que adquirieron su condición en logias de la metrópoli. Es el caso de Jonathan Belcher, natural de Boston y gobernador de Massachusetts y New Hampshire, quien ingresó en la masonería durante una estancia en Londres el año 1704. Después llegaría Henry Price, un londinense enviado por la Gran Logia inglesa a Nueva Inglaterra con el título de Maestre Provincial. Price está tradicionalmente considerado como el fundador de la masonería en las colonias británicas y el primer organizador de los talleres y logias allí creados, la primera de ellas fundada en Boston hacia 1733.
A partir de ese momento, la proliferación de logias, talleres y hermanos fue desmedida. Especial notoriedad obtuvieron las logias militares dado el importante número de tropas desplazadas a las colonias y las guerras contra las etnias indias. Hacia 1755 hay constancia de casi una treintena de logias en el ejército británico.
En cierta medida, la masonería ayudó a vertebrar una sociedad dominada por lo heterogéneo en lo político, lo social y lo religioso. Suponía un vínculo transversal dentro de un mundo colonial donde do
minaba la pluralidad de gobiernos y administraciones y coexistían diferentes credos e iglesias entre una población de múltiples procedencias (ingleses, escoceses, irlandeses, holandeses, alemanes…) y que hablaba diferentes idiomas. En cambio, un masón podía viajar por las distintas colonias de logia en logia y relacionarse con la intelectualidad presente en cada una de ellas bajo un entorno institucional común donde destacaba aquello que les unía por encima de lo que podía separarles. De hecho, varios masones destacados como Daniel Coxe y Benjamin Franklin fueron los primeros en sugerir el establecimiento de una federación o confederación de colonias para afrontar mejor las amenazas externas, principalmente, ante los indios y los franceses. El plan nunca llegó a ejecutarse, pero permitió difundir una rudimentaria idea de unidad política al otro lado del Atlántico.
¿SE HA EXAGERADO EL PAPEL DE LA MASONERÍA EN AMÉRICA?
Sin embargo, esto no quiere decir que la masonería norteamericana fuera sustancialmente independentista. No tenía la exclusiva de determinados ideales sociales, políticos y libertarios que empezaban a ser moneda común en aquellos tiempos. Cuando el filósofo francés Voltaire, después
HABRÍAN SIDO LOS ACTORES PRINCIPALES ENTRE BAMBALINAS DE LOS MÁS GRANDES ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS DEL PASADO RECIENTE DE LA HUMANIDAD
de haber renegado de los masones durante mucho tiempo por considerarlos demasiado mundanos, finalmente, se hizo uno de ellos, ante Benjamin Franklin, en el discurso ingreso de 1778, el padrino de la ceremonia, abate Codier de Saint-Firmin, le dijo: “Erais francmasón antes incluso de recibir este carácter, y habéis cumplido los deberes antes de haber contraído, en nuestras manos, la obligación”. No extraña por tanto que uno de los principales ideólogos de la revolución norteamericana, el inglés Thomas Paine, tampoco fuera masón. Al igual que muchos de los más notables fundadores de los Estados Unidos: Thomas Jefferson, John Adams, Alexandre
Hamilton, Nathan Hale o Patrick Henry. Por otra parte, se mantuvieron leales a la monarquía inglesa cinco de los siete grandes maestres de las logias coloniales. Por no hablar de los generales masones presentes en el ejército británico contrarrevolucionario y de conocidos hermanos como Joseph Galloway, nacido en Maryland o el pionero John Butler, oriundo de Connecticut, quienes se siempre manifestaron fidelidad al rey.
Para el historiador de la Universidad de Houston, Guillermo de los Reyes Heredia, se ha exagerado mucho “la verdad a medias de que los padres fundadores eran masones. Los ejemplos incluyen una galería de cuadros de dudosa precisión histórica de Washington asistiendo a reuniones en la logia, afirmaciones de que la logia masónica guio a la multitud en el Boston Tea Party y exageraciones extravagantes sobre el número de masones que firmaron la declaración de la independencia y la constitución”. De las 56 firmas al pie de la Declaración de Independencia, solo nueve pertenecen con certeza a masones. Y entre las 39 rúbricas de la Constitución de los Estados Unidos, 13 fueron realmente miembros de alguna logia.
¿LA MANO OCULTA TRAS LA REVOLUCIÓN FRANCESA?
Otro de los acontecimientos históricos más relevantes atribuidos reiteradamente a la masonería ha sido la célebre Revolución Francesa de 1789. Apenas dos años después de desencadenarse, el abate Lefranc
LOS PROPIOS HERMANOS HAN GLORIFICADO SU LABOR EN FAVOR DE LA LIBERTAD Y PROSPERIDAD. PERO, ¿REALMENTE OCURRIÓ ASÍ?
ya hablaba de un complot de las logias detrás del derrocamiento de la monarquía y la instauración del terror revolucionario: “Sí, no temo confesarlo: es la masonería la que ha engañado a los franceses para encarar la muerte sin aspavientos, para manejar con intrepidez el puñal, para comerse la carne de los muertos, para beber en sus cráneos y ganar a los pueblos salvajes en barbarie y en crueldad”.
En 1797, otro abate, Agustín Barruel, insistía en sus memorias acerca de que “en la Revolución Francesa todo ha sido previsto, meditado, combinado, resuelto, establecido: todo ha sido efecto de la mayor infamia, puesto que todo ha sido preparado y realizado por los únicos hombres que conocían la trama de las conspiraciones
urdidas tempranamente en las sociedades secretas y que han sabido escoger y provocar los momentos más propicios para los complots”. De ahí que el “complot constituía el auténtico secreto de los grados más elevados de algunas ramas de la masonería, aunque solamente los elegidos entre los elegidos conocían esa secreta razón de su arraigado odio contra la religión cristiana y los príncipes”.
Muchos más autores fueron añadiendo escritos y opiniones a este mito de la conspiración masónica, pero lo curioso del caso es que también los propios historiadores masones destacaron la influencia de las logias en la revuelta aunque introduciendo importantes matices. Louis Amiable, por ejemplo, miembro del Consejo de la Orden del Gran Oriente de Francia, a finales del siglo XIX, se vanagloriaba del papel desempeñado por la masonería “no por medio de una especie de complot internacional, como algunos han pretendido puerilmente, sino mediante la elaboración de ideas, la ilustración de la opinión pública, la formación de los hombres que se encontraron envueltos en los acontecimientos y cuya acción fue decisiva”. Desde esta óptica, las logias habrían puesto la simiente sobre la que poco a poco germinó el espíritu revolucionario entre la población. Difundió las ideas y avivó en los hombres el ánimo adecuado para ponerlas en práctica.
Y si nos acogemos a los fríos números, ciertamente, parecieron abundar las semillas. Según estimaciones de diferentes autores, el número de logias activas en Francia hacia 1774 rondaba el centenar, de las cuales una veintena residían en París. Sin embargo, la cifra se elevará por encima del medio millar en vísperas de la Revolución, detectándose en la capital del reino unas 65 logias.
Este cúmulo de sociedades masónicas solían integrarse formalmente en dos superestructuras: el Gran Oriente y la Gran Logia de Francia, las cuales mantuvieron siempre sus aspiraciones a unificarse en una sola organización nacional, pero diferentes cismas y desencuentros lo hicieron imposi
HABRÍAN IMPULSADO LA GÉNESIS DE LOS ESTADOS UNIDOS, DESENCADENADO LA REVOLUCIÓN FRANCESA E INDEPENDIZADO LA AMÉRICA ESPAÑOLA
ble. Así, resulta innegable la implantación de la masonería en el tejido social francés. Constituían una forma de sociabilidad masculina para las élites que abarcaba cerca de 200.000 personas según algunos cálculos siempre difíciles de establecer con certeza.
No obstante, la apabullante contundencia de estas cifras no debería deslumbrarnos hasta hacernos cerrar los ojos. Cuando nos detenemos en los detalles, aflora la circunstancia de que en Francia la masonería tenía un fuerte componente católico y no necesariamente anticlerical. Extrapolando datos locales, se estima que el 10% de los masones galos pertenecían a la Iglesia. Incluso existieron Logias en conventos como Clairvaux hacia 1785. Igualmente, al revisar los reglamentos de estas sociedades abundó la recomendación de que los hermanos estuvieran bautizados y acudieran a misa u otros oficios religiosos y no faltaban muchos prominentes masones que en sus escritos y discursos ensalzaban la vida cristiana.
De idéntico modo, la animadversión de la masonería francesa hacia la corona no estaba tampoco generalizada. La divisa del Templo masón de Marsella, levantado en 1765, proclamaba “Fidelidad a Dios, al rey y a la patria”. El reglamento de Los Amigos Constantes del Oriente de Toulon establecía que “los reyes, los soberanos son la imagen de Dios sobre la Tierra, de tal manera que cada hermano tendrá a mucha honra ser un súbdito fiel de su Príncipe; respetará a los magistrados y las leyes, no hablará ni escribirá nada contra el Gobierno y no se discutirá nunca en la Logia en torno a los intereses de los soberanos”. Y el primer artículo de la Constitución del duque de Antin cuando fue nombrado gran maestro en 1738 establecía que “nadie será recibido en la orden si no ha prometido y jurado un
EL FILÓSOFO FRANCÉS VOLTAIRE, DESPUÉS DE HABER RENEGADO DE LOS MASONES DURANTE MUCHO TIEMPO POR CONSIDERARLOS DEMASIADO MUNDANOS, FINALMENTE SE HIZO UNO DE ELLOS
afecto inviolable a la religión, al rey y a las costumbres”.
¿Se trataba de una pura pose? ¿De una manera de no levantar sospechas y guardar las apariencias ante las autoridades del régimen? Conviene insistir en que resulta complicado generalizar y que la masonería no era una institución única, sino una agregado variopinto de células muy autónomas que carecían de una sola dirección. Además, durante varias décadas, muchos de sus componentes más destacados intentaron hacerla compatible con el orden establecido, el absolutismo monárquico y la Iglesia católica. Al igual que muchos burgueses compraron títulos nobiliarios para adquirir prestigio conforme a los cánones tradicionales de la época, otros tantos nobles y sacerdotes quisieron vincularse a las nuevas clases emergentes y grupos pudientes, incorporándose a sus clubes, sociedades y formas de relacionarse estrechamente. De ahí que las logias no inspiraran demasiado peligro o sensación de amenaza contra el régimen ni siquiera entre quienes luego serían los principales afectados por la revolución.
La reina María Antonieta, a solo ocho años de la toma de la Bastilla, escribía que la masonería no debía ser objeto de preocupación en Francia “por la sencilla razón de que aquí todo el mundo es masón: sabemos, por consiguiente, todo lo que pasa”. A su juicio no se trataba más que de una “una sociedad de beneficencia y de placer” donde se come y bebe mucho, se habla y “se practica la caridad, se educa a los niños de los miembros pobres o fallecidos, se busca casamiento para sus hijas”. Incluso, subraya María Antonieta, “estos últimos días ha sido nombrada Gran Maestre de una logia la princesa de Lamballe, que me ha contado la cantidad de cosas bonitas que le han dicho”. Si vamos al otro lado de la confrontación, donde estaban los ilustrados más críticos con el orden establecido, en un primer momento, tampoco vieron en la masonería un instrumento capaz de catapultar por sí mismo una verdadera transformación social.
OTRO DE LOS ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS MÁS RELEVANTES ATRIBUIDOS REITERADAMENTE A LA MASONERÍA HA SIDO LA REVOLUCIÓN FRANCESA
¿Qué ocurrió con la masonería cuando estalló la revolución? Cabría esperar que alcanzara las más altas cotas de poder ejecutivo si efectivamente maniobró entre las sombras para propiciarla. Sin embargo, lo que nos encontramos es justamente lo contrario. Como señala el historiador Charles Porset, “las logias se vacían de 1787 a 1793. Tenemos algunas cifras referentes a Marsella, Toulouse o Lyon, y esas cifras indican en todos los casos que los efectivos de las logias descienden aceleradamente, mientras se agota el reclutamiento. Las querellas que agitan al mundo profano penetran en los Templos”. Otro historiador, Pierre Lamarque, estima que en los Estados Generales había unos 214 diputados masones de un total de 1.165 parlamentarios. Pero nunca actuaron al unísono, sino que votaron por su cuenta durante las grandes decisiones. Lamarque distingue entre ellos a un centenar simpatizante de las reformas, una cincuentena de comportamiento voluble y, finalmente, el resto muy conservador y proclive al Antiguo Régimen. Por consiguiente, sentencia Lamerque, “es muy difícil, después de examinar todos estos casos particulares, seguir afirmando que el propósito esencial de la masonería fuera derribar los tronos y los altares”. También da que pensar el hecho de que supuestamente los masones abanderaran la revolución y, sin embargo, terminaran siendo muchas de sus primeras víctimas. En 1794, la mitad de los diputados guillotinados en París era masones.
Todo este caudal de datos hizo aseverar a Charles Porset que “si bien la masonería no ejerció gran influencia en el desarrollo de la Revolución, la Revolución transformó profundamente a la masonería”. Más cauta es la opinión de otro de los grandes historiadores de la masonería en la actualidad, José A. Ferrer Benimeli, para quien “a pesar de que disponemos de unos cuantos miles
de biografías masónicas pertenecientes a núcleos claves de la geografía francesa, como son París, Lyon, Bordeaux, Toulouse, Bretaña, Bourgogne y Normandía, todavía son insuficientes para sacar conclusiones definitivas, si es cierto como apunta Pierre Chevallier que en vísperas de la revolución había entre setenta y ochenta mil masones pertenecientes al Gran Oriente de Francia y a la llamada Gran Logia de Clermont”. No obstante, frente al triunfalismo de quienes defendían la masonería en su conjunto como actor principal de la revolución, Ferrer Benimeli apostaría, más bien, por algunos actores individuales y relevantes ligados a las logias e influidos por ellas. Pero no una acción colectiva, de conjunto ni monolítica.
En este posicionamiento intermedio encontraríamos a Margaret Jacob, quien no rebaja un ápice la importancia de la masonería en el proceso revolucionario, pero le asigna una función más sutil. Para esta profesora de la Universidad de California, las logias resultaron claves en la conformación de una alternativa al Antiguo Régimen porque operaron como auténticas y eficaces escuelas de gobierno para sus miembros: “el vínculo entre la masonería y la Ilustración, y el de ambas con la política, comienza con la asunción de que después de 1700, el creciente poder centralizado de los Estados
LAS LOGIAS HABRÍAN PUESTO LA SIMIENTE SOBRE LA QUE POCO A POCO GERMINÓ EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO ENTRE LA POBLACIÓN
nacionales atrajo poderosamente la atención, tanto de las élites aristocráticas como de los hombres de profesión (comerciantes, abogados, médicos etcétera). El gobierno se volvía cada vez más importante; cautivaba, seducía, y con la misma frecuencia, irritaba y confundía. Para hombres que miraban hacia el poder, pero tenían poco acceso a él, las logias eran lugares en los que uno podía, en efecto, gobernar, elegir oficiales, ser electo, pronunciar discursos y pagar impuestos en forma de cuotas o multas impuestas por mal comportamiento. Las logias se convirtieron en escuelas completas de gobierno, con constituciones que otorgaban a cada hombre un voto”. De esta manera, la élite de la sociedad se adiestró y acostumbró a una forma nueva de hacer política que, luego, ejercieron a gran escala, una escala de país. Buen ejemplo de este “entrenamiento” lo vimos al hablar de la génesis de los Estados Unidos de América y lo detecta Jacob en 1774 cuando la nueva Gran Logia de París convocó una asamblea nacional, en la que participaron representantes de toda Francia, cada uno de ellos en igualdad de condiciones y con derecho a un voto, algo insólito y revolucionario en sí mismo.
El nacimiento de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la independencia de la América hispana fueron tres acontecimientos que convulsionaron al mundo. Los tres contribuyeron a avivar el mito de una masonería todopoderosa que, siempre entre sombras, movía las palancas de la Historia. Un mito alentado por los adversarios antimasónicos tradicionales, pero también por los propios hermanos para mayor fama de las logias nacionales. Sin embargo, la ciencia académica moderna ha venido a matizar y rebajar considerablemente esa influencia oculta, ofreciendo una nueva interpretación de estas sociedades secretas o discretas. Con todo, el mito parece ya imparable. Sigue hoy día su propio camino más vigoroso que nunca, entreverándose con otras teorías de la conspiración contemporáneas para alimentar, otra vez como antaño, una imprevisible espiral de rumores y sospechas sin ningún final a la vista.