El Versalles de LOS OMEYAS
› A unos siete kilómetros de Córdoba, el complejo palaciego de Medina Azahara, designado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2018, no fue, como quiere la leyenda, el sueño de amor de un califa prendado de su favorita Zahara, sino el símbolo del poder político y la autoridad religiosa del hombre fuerte de Al Andalus, Abderramán III, quien, siguiendo la tradición de sus antepasados, levantó una ciudad que acogería la estructura administrativa de su Estado. Fue, como se ha dicho, el Versalles de los omeyas.
Su construcción se inició en el año 936, de la mano del maestro alarife Maslama ben Abdallah; y, en tiempos de su sucesor, Alhakén II, seguían las obras, que se dieron por concluidas en 976. Durante un suspiro de la eternidad, el esplendor se concentró en sus terrazas superpuestas, con los edificios que prosperaron en torno al alcázar, el salón de audiencias, la vivienda del primer ministro –el eunuco de Alhakén II Yafar al-Siqlabi– y sus pórticos de acceso... Corazón y cabeza de la capital del mundo, por sus salones pasaron reyes cristianos, embajadores y emisarios que cumplimentaron a su anfitrión y fueron agasajados por los cerca de cuatro mil esclavos que servían en sus dependencias.
Setenta años después, su gloria se chamuscó con los bereberes de Sulaiman al-Mustain, que malograron su belleza en el curso de la guerra civil o fitna que asoló Al Andalus a partir de 1010. Antes, había soportado varias décadas de incuria y abandono, ya que Almanzor, el victorioso canciller del Califato de Córdoba, renegó de la “ciudad brillante” y levantó otra, la resplandeciente Madinat al-Zahira.
El tiempo y los saqueadores causaron estragos y hubo que esperar al siglo XX para que el fulgor renaciera de la sangre seca: en 1911, Velázquez Bosco dirigió las primeras excavaciones en el entorno y unos años después Félix Hernández completó el primer mapa topográfico y presentó su proyecto de restauración, base de un conjunto arqueológico que rebasa los 1500 km2 de superficie y a cuyo frente se encuentra, hoy, el arqueólogo Alberto Montejo.
El yacimiento que ha llegado a nuestros días es un regalo para cualquier amante de la historia y el arte, y, aunque solo se ha excavado el 10 %, algún día, sin prisa, los trabajos completarán el puzle de un cuento que se cerró con un abrupto final.
Llegar a Medina Azahara es muy fácil –hay un autobús turístico todos los días y, por nuestra cuenta, podemos tomar la carretera de Palma del Río hasta Madinat al-Zahra por la carretera CO-3414–, pero salir no lo es tanto; y es que la ciudad se prende a la memoria como el murmullo de una fuente, como el runrún de las palmeras en el corazón