La batalla de SIMANCAS
› Uno de los puntos de inflexión más contundentes en la ejecutoria de Abderramán III fue su derrota en la batalla de Simancas en el año 939, frente a las tropas del rey Ramiro II. La victoria cristiana contrarrestó la propaganda de un invicto Califato, focalizado esos años en la amenaza que representaban los fatimíes del norte de África. El enfrentamiento, en la margen derecha del río Pisuerga, se saldó con una victoria sin paliativos del monarca leonés, que ya en Osma, en 933, había acudido en auxilio del conde Fernán González y salvado la plaza ante las huestes del califa, un año antes de atajar otra aceifa en el mismo punto.
Ramiro II –el Grande para los cristianos y, para sus rivales mahometanos, el Diablo– fue una pesadilla para el califa desde su coronación en el año 931. La fama del rey cruzó fronteras y hasta el gobernador de Zaragoza, el sarraceno Abohaia, puso sus tierras a sus pies, lo que enardeció todavía más a Abderramán III, que tomó Calatayud, se adentró en Navarra y planteó una campaña para aniquilar al reino de León, la llamada gazat al-kudra, Campaña del Supremo Poder o de la Omnipotencia.
De acuerdo con algunas fuentes, su ejército se componía de cien mil hombres, que pusieron rumbo a Zamora, su objetivo último, en junio de 939. A su paso arrasaron Olmedo, Íscar y Alcazarén. El monarca cristiano convocó a los condes castellanos Fernán González y Ansur Fernández y recibió la valiosa ayuda del reino de Pamplona y de las fuerzas gallegas y asturianas, que, entre el 6 y el 10 de agosto, lucharían por su supervivencia y por el futuro de la cristiandad.
Antes de que las espadas y alfanjes se desenvainaran junto a los muros de Simancas, hubo un temible eclipse solar, “que en medio del día cubrió la tierra de una amarillez oscura y llenó de terror a los nuestros y a los infieles, que tampoco habían visto en su vida cosa semejante”. El choque fue bárbaro y el duelo se prolongó varios días con sus noches, hasta que los musulmanes dieron muestras de flaqueza y el califa ordenó levantar el campamento. Muchas de las bajas, que según las fuentes oscilan entre 3.000 y 20.000, se produjeron en un barranco al que los mercenarios, militares y voluntarios musulmanes fueron empujados por los soldados cristianos. Como explica Maribel Fierro, “Simancas fue la última campaña del califa, que nunca más tomó parte en expediciones militares (…) Sea cual fuere la razón, el califa que había llevado a cabo trece campañas en veinte años concentró, en adelante, sus esfuerzos en la construcción de Madinat az-Zahra’”.
En eso, y en vengarse de quienes entendía que lo habían traicionado, mutilados y crucificados junto a la puerta del alcázar cordobés…