Historia de Iberia Vieja

EL CAMINITO de Gardel

- Alberto de FRUTOS

■ El Caminito del tango de Gardel no es el de Buenos Aires, sino el de Olta, en la provincia argentina de La Rioja. Gabino Coria, el letrista, se inspiró en un amor de juventud para rastrear el tiempo perdido, siempre tan inmaduro, hiperbólic­o y doloroso. De Olta a Loma Blanca, aquel sendero de dos kilómetros "bordeado de trébol y juncos en flor" se nos metió en el alma en el mismo momento en que Gardel se lo metió en la boca, como un sable de vinilo y belleza.

Pero Juan de Dios Filiberto, el hombre que puso música a los recuerdos de su compadre Coria, sí que era porteño y el caminito suyo es el más nuestro: ese que alegra el barrio de La Boca con vivos colores y atiborra las cámaras de los turistas con una paleta que hubiera enloquecid­o al mismísimo Goethe.

CALLEJÓN-MUSEO

Caminito, en Buenos Aires, se dice, desde 1959, "callejón-museo", y es que en sus 150 metros peatonaliz­ados el arte del siglo XX se sucede como los sueños con unicornios en la noche de un niño. La recuperaci­ón de la calle fue ejemplar: de ramal del ferrocarri­l a Ensenada antes de ayer a basurero tras el cierre de esa vía, ayer; y hoy a uno de los rincones más pintoresco­s y queridos de la ciudad, una vez que, en los años cincuenta del pasado siglo, a los vecinos del barrio se les ocurrió ponerle colorete a las casas y un sinfín de pintores donaron sus obras para disfrute del pueblo.

Uno de ellos, el principal impulsor del proyecto, fue Benito Quinquela Martín, cuya vida dickensian­a nos explica muchas cosas y todas buenas. Sus escenas portuarias tienen el pálpito exacto del agua y el movimiento, una soledad de carbón y orfanato y la verdad áspera de la espátula y la intuición. Como en un libro de Dickens, donde los personajes entran y salen del cuadro, se conocen y se distancian, Quinquela se hizo amigo de Juan de Dios Filiberto en el Conservato­rio Stiattesi-Pezzini, fundado en 1903 también en La Boca, y de aquel vínculo nacieron muchas notas y figuras, como las que visten la fachada de la casa del segundo –obra del primero– en la calle Magallanes de ese barrio de conventill­os y genoveses.

El caminito de Juan y el caminito de Benito confluyen, pues, en este espacio de guitarra y bandoneón donde las parejas bailan tango, los artistas venden sus obras y los visitantes compran la ilusión de un tiempo perdido que recuperará­n a la vuelta de sus viajes, con la madurez suficiente para saber que el pasado no duele tanto y que la hipérbole no es sino un recurso literario. "Yo a tu lado quisiera crecer/ y que el tiempo nos salve a los dos". Mejor así.

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