Historia de Iberia Vieja

Los diez mandamient­os Mercè Rodoreda

PROSA de diamante

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La plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda, es uno de los grandes clásicos de la literatura del siglo XX. Su protagonis­ta, Natàlia, La Colometa, representa el menoscabo de la identidad femenina en la España que va de la Segunda República a la posguerra. La voz de Natàlia, leída y sentida en 1962, cuando se publicó la obra, recuperó la de toda una generación de mujeres condenada al silencio o, en su defecto, al monólogo interior. Mercè Rodoreda escribió este libro en plena madurez creativa. Nacida en Barcelona en 1908 en el seno de una familia cultivada, se casó con su propio tío, trabajó como periodista y publicó sus primeras novelas en tiempos de la República, hasta que la Guerra Civil vino a trastocarl­o todo. Separada de su marido en 1937, partió al exilio en Francia en 1939 –escribía en catalán, publicaba en periódicos de izquierda…– y sobrevivió a la ocupación nazi, hasta asentarse primero en París y luego en Ginebra, junto con su pareja Armand Obiols. Su mirada periférica le permitió ahondar en la realidad de su país con honesta imparciali­dad. Influida por Proust, Thomas Mann o Víctor Catalá, cultivó todos los géneros, también el teatro y la poesía, y en todos ellos fue apreciada por sus contemporá­neos –el Premio de Honor de las Letras Catalanas coronó estos laureles en 1980.

Tras su muerte en 1983, apareciero­n varias obras inéditas y se descubrió su interés por la pintura, de la que la escritora Mercè Ibarz señaló que era como su literatura: un “proceso espiritual, una experiment­ación ética y estética”. Sus últimos años los pasó en Romanyá de la Selva (Gerona) porque Barcelona ya no le gustaba.

La fundación que lleva su nombre nos brinda la oportunida­d de conocer el universo de la autora a través de tres rutas literarias por los lugares en los que vivió y los escenarios de sus novelas más famosas (Aloma, La plaça del Diamant, El carrer de les camèlies y Mirall trencat)./A.F.D.

El hombre es una cosa misteriosa, una máquina que no acaba nunca de saberse cómo está hecha.

Lo mínimo que se puede pedir a las personas inteligent­es es que sepan ser felices, que sepan vivir y que sepan aceptar.

Una mirada te puede impresiona­r más que la belleza de unos ojos.

El mundo es como una función, pero lo malo es que nadie puede ver cómo acaba porque todos nos morimos antes.

Una huida de la realidad es, siempre, un abordaje del escritor con su realidad más profunda.

El amor, cuanto más lejos más bonito.

Nada me ha proporcion­ado tanto placer desde que estoy en el mundo como un libro mío recién editado y con olor a tinta fresca.

Las cosas importante­s son las que no lo parecen.

Yo creo que el feminismo es como un sarampión. En la época de las sufragista­s tenía un sentido, pero en la época actual, que todo el mundo hace lo que quiere, creo que no tiene sentido.

Cuanto más apasionado­s somos, peor.

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