REACCIÓN EN CADENA
Corbie fue seguido por una serie de derrotas que socavaron la hegemonía militar del Imperio español. Se perdieron ciudades tan importantes como Breda o Breisach, en el Rhin. Con esta última plaza en poder de Francia, el trayecto por tierra hasta los Países Bajos quedaba interrumpido y sólo era viable la ruta marítima a través del Canal de la Mancha.
En 1639, la potente flota holandesa de Maarten Tromp derrota a la escuadra de Antonio de Oquendo frente a las costas inglesas. La disminución de la presencia naval en el norte de Europa rubricó el golpe definitivo a las aspiraciones de don Fernando de recuperar la iniciativa en la guerra de Flandes. En palabras de Henry Kamen, “es posible que entre 1638 y 1639 la armada española perdiera alrededor de cien buques de guerra”.
En 1640 los franceses toman Arrás. Al mismo tiempo, el agotamiento interno de los reinos de la Corona española provocó las sublevaciones en Cataluña y Portugal, ambas estimuladas desde Francia con el envío de fondos. El padre José, confesor de Richelieu, escribió al embajador francés en Madrid: “Es importante ver si se puede hacer uso de los descontentos de los catalanes y los portugueses”.
Francia no deja de presionar. Al año siguiente se apodera de varias poblaciones, entre ellas Lens y Bapaume. Ante el envío de un gran convoy galo de aprovisionamiento, el cardenal-infante realiza una maniobra de distracción y se apodera de Liliers. Fue la última acción de don Fernando. Víctima de unas fiebres tercianas, falleció el 9 de noviembre de 1641, a la edad de treinta y dos años. Sus restos fueron traslados hasta Bruselas. Con él desaparecía el último gran general del Siglo de Oro hispano.
Es un lugar común afirmar que los tercios entraron en un declive definitivo después del desastre de Rocroy, pero las cosas no son tan simples. En lo que quedaba del siglo, la monarquía española, cada vez con menos recursos, se las arregló para enfrentarse con dignidad al empuje de la Francia de Luis XIV, e incluso logró sofocar rebeliones como las de Cataluña y Nápoles. El imperio que en 1640 parecía al borde del colapso demostró poseer una sorprendente capacidad de resistencia.