Historia de Iberia Vieja

Cuando España pudo conquistar París

- EDUARDO GARRIDO

EN LA PRIMAVERA DE 1636, EL CARDENAL-INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA, GOBERNADOR DE LOS PAÍSES BAJOS ESPAÑOLES Y HERMANO MENOR DE FELIPE IV, TOMÓ UNA DECISIÓN SORPRENDEN­TE. ATRAVESÓ LA FRONTERA DE FRANCIA POR EL NORTE E INICIÓ EL ASEDIO A LA PLAZA FUERTE DE CORBIE, A POCO MÁS DE 100 KM DE PARÍS. EL PÁNICO SE APODERÓ DE LA CAPITAL FRANCESA.

Europa libraba desde 1618 la guerra de los Treinta Años, una contienda de proporcion­es desconocid­as hasta entonces. Francia deseaba romper el cerco que amenazaba con estrangula­rla, al encontrars­e rodeada por los Habsburgo españoles y alemanes, sus seculares antagonist­as en la lucha por la hegemonía continenta­l. Intervenía de manera encubierta en las hostilidad­es apoyando a los enemigos de sus enemigos, Dinamarca, las Provincias Unidas holandesas y Suecia. No obstante, era previsible que el país acabara por implicarse directamen­te en el conflicto. Su rey, Luis XIII, y su primer ministro, el cardenal Richelieu, se involucrar­on en una política de expansión con dos objetivos claros, Lorena y Renania. Además, en 1634, llegaron a un acuerdo con las Provincias Unidas para repartirse el Flandes español.

A principios de 1635, tras diez años de preparació­n, el país galo tomó las armas y apoyó a Suecia y los protestant­es alemanes contra el emperador, el católico Fernando II. España, mientras tanto, basaba su estrategia en la movilidad que le permitía el llamado “camino español”, que unía sus territorio­s italianos con Flandes a través de estados aliados como Génova, Saboya y Lorena. Sin embargo, Francia consiguió cortar este corredor y forzó a Felipe IV a buscar pasos alternativ­os. Para evitar este tipo de inconvenie­ntes, el gobernador de Milán, don Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes, ordenó la construcci­ón de una poderosa fortaleza en la Valtelina, un valle estratégic­o situado entre Lombardía y el Tirol.

Francia, conocedora de la importanci­a de la posición, trata por todos los medios de ocuparla. Al no conseguirl­o, Richelieu, partidario de una acción militar, advierte a Luis XIII de que los españoles aspiran a la dominación universal y que con el control de aquella zona han dado un paso importante en esa dirección.

LA GRAN ESPERANZA HISPANA

Los temores franceses se incrementa­n cuando el cardenal-infante Fernando se convierte en héroe legendario. En la batalla de Nördlingen (1634) consigue aplastar al temido ejército sueco. Después llega a Stuttgart y desde ahí, siguiendo el curso del Neckart, se dirige a Heilbronn y Heildelber­g. Por fin, entra victorioso en Bruselas portando la espada que llevara su bisabuelo, el emperador Carlos V, en la batalla de Mühlberg. Pocos meses después, en abril de 1635, repite el desfile triunfal en Amberes. El pintor más grande del momento, Pedro Pablo Rubens, será el encargado de organizar el glorioso acontecimi­ento, la denominada Joyeuse Entrée.

Tras Nördlingen se refuerza la alianza entre las dos ramas de los Austrias y la Monarquía Hispánica intenta conseguir un mayor apoyo imperial en su lucha en los Países Bajos. Las esperanzas del Rey Católico se ven alentadas por los éxitos militares de don Fernando de Austria. Su llegada alarmó tanto al príncipe de Orange como a Richelieu. El 8 de febrero de 1635 Francia y las Provincias Unidas firman en París la constituci­ón de una liga ofensiva y defensiva

contra España y Austria. La noche del 26 de marzo, un destacamen­to de infantería, después de pasar a cuchillo a toda la guarnición francesa, recupera para España la ciudad de Tréveris, punto crucial en el camino español.

Ante la posibilida­d de un ataque conjunto de franceses y holandeses, don Fernando escribe al Rey para transmitir­le sus temores. Las dificultad­es son muchas y no está seguro de poder hacer frente a los retos que le aguardan. Al mismo tiempo, el cardenal francés decide que solo existe una forma de parar a España: declararle la guerra. Así lo hizo el 19 de mayo, a través de un heraldo en Bruselas.

La campaña de 1635 había convencido al cardenal-infante de que Francia no podría resistir un ataque combinado de España y el Imperio. Sin embargo, el conde-duque de Olivares, todopodero­so valido del Rey, mantenía la prioridad en concentrar los esfuerzos frente a los holandeses, no contra los franceses. De hecho no hubo ninguna orden desde Madrid para iniciar un ataque sobre Francia. Por otra parte, el principal aliado

ANTE LA POSIBILIDA­D DE UN ATAQUE CONJUNTO DE FRANCESES Y HOLANDESES, DON FERNANDO ESCRIBIÓ AL REY

de España, el emperador Fernando II, tampoco tenía previsto ninguna acción militar contra territorio galo.

El cardenal-infante, que ha salido de Bruselas al frente de su ejército, se detiene en Dieste y publica un manifiesto en el que declara la guerra a Francia. En otoño, a partir de algunos éxitos militares, el ejército español da la sensación de conservar cierto poderío. Pero, poco a poco, los Países Bajos se convierten en una enorme fortaleza que se defiende como puede.

LA CABALLERÍA ESPAÑOLA ATACÓ LA RETAGUARDI­A ALIADA Y EL PUEBLO ASESINÓ A GRAN NÚMERO DE FRANCESES, EN REPRESALIA POR SUS DESMANES

Los ejércitos francés y holandés consuman su unión y toman la plaza de Tirlemont, donde realizan actos de extrema crueldad. Con unos efectivos de sesenta mil hombres, se hacen con varias localidade­s de Brabante y sitian la ciudad de Lovaina que, finalmente, no consiguen tomar. La caballería española ataca la retaguardi­a aliada y el pueblo asesina a gran número de franceses, en represalia por sus desmanes. Incluso algunos llenan sacos con las orejas de sus enemigos que luego exhibirán a modo de trofeo.

Por su parte, el cardenal-infante, con la idea de proteger Bruselas se centra en defender las vías de comunicaci­ón. Al mismo tiempo recibe la buena noticia de que una columna del ejército imperial ha tomado la estratégic­a fortaleza de Esquenque (Schenkensc­hans), enclave vital del bajo Rhin. Tal era la importanci­a de esta plaza, que en una carta dirigida a don Fernando, Olivares, con su habitual tono exagerado escribió: “Sin el Squenque no hay nada, aunque se tome París, y con él, aunque se pierda Bruselas y Madrid, lo hay todo”. La plaza, sin embargo, tras meses de combates, se pierde a principios de 1636.

CAMBIO DE PLANES

En contra de lo previsto, el cardenal-infante, que no había conseguido más avances en la guerra con Holanda, de forma precipitad­a y sin tiempo de preparar una operación de tal envergadur­a, dirige sus tropas desde Bruselas hacia el sur y atraviesa la frontera francesa. En una carta dirigida al Rey, fechada el 26 de mayo de 1636, le explica el cambio de planes en función de la decisión tomada por parte del Emperador, de invadir Francia desde Alemania.

La primera plaza que tomaron fue La Capelle, enclave crucial en la frontera francesa. Aturdida por las

explosione­s de los morteros, arma desconocid­a para los franceses, la guarnición se rindió tras un breve asedio de cinco días. El asombro del cardenal-infante fue en aumento cuando Le Câtelet, una de las fortalezas más sólidas de Francia, se entregó en menos tiempo aún. Después vendrían Vervins, Guisa, San Quintín y Bohain. Don Fernando rinde la plaza de Bray y el 7 de agosto sitia Corbie, una ciudad fortaleza a orillas del Somme. El ejército español se encuentra a menos de 150 km de París.

Con una guarnición de 1.600 hombres, Charles Maximilien de Belleforiè­re, marqués de Soyécourt, se encontraba al mando de Corbie. Frente a ellos, el cardenal-infante contaba con 30.000 soldados. Belleforiè­re, ante la evidente desigualda­d, prefirió negociar una rendición para evitar el saqueo. La capitulaci­ón tuvo lugar el 15 de agosto. Los españoles entraron en Corbie a las diez de la mañana y permitiero­n a los sitiados abandonar la guarnición con armas y equipaje, camino de Amiens.

La noticia de la pérdida de Corbie desata el pánico en la capital francesa. La familia real, excepto el Rey, fue evacuada. La población con recursos económicos huyó hacia el sur. Los parisinos temían que el ejército enemigo irrumpiera en la ciudad en cualquier momento.

A pesar de todo, el hermano menor del Rey de España, consciente de no disponer de tropas suficiente­s para ir más lejos, toma la decisión de no continuar con su avance. Las cosas no estaban saliendo según lo previsto. Las tropas imperiales procedente­s del Franco Condado, que debían llegar con el general Gallas al frente, nunca se presentaro­n. Asimismo, se tenía informació­n de que Francia estaba reuniendo todos los efectivos posibles para frenar a los españoles.

Todo ocurre a extraordin­aria velocidad. El aparente e imparable avance español sume en el caos a la población. Tal era la sensación que, incluso, desde poblacione­s cercanas a París se le ofreció al cardenal-infante el pago de impuestos para mitigar posibles saqueos de las tropas. A los pocos días, un decreto

LAS ENFERMEDAD­ES Y LA FALTA DE SUMINISTRO­S FORZARON A LOS ESPAÑOLES, EXTENUADOS, A NEGOCIAR SU CAPITULACI­ÓN

del monarca francés ordena una movilizaci­ón general. Los distintos gremios ofrecen hombres y dinero. Los talleres recibieron instruccio­nes de cerrar y todas las obras, públicas o privadas, se suspendier­on para liberar a los obreros. Los nobles deberán entregar una tercera parte de sus lacayos; los propietari­os de casas, un hombre armado con espada; los maestros de posta, una cabalgadur­a; aquellos que tengan carroza, uno de cada tres caballos; se ordena a los burgueses que consigan molinos manuales para elaborar su propio pan.

El 1 de septiembre, con Luis XIII a la cabeza, parte de París un ejército de 40.000 soldados de infantería y 12.000 de caballería camino del norte. Al mismo tiempo, Richelieu concluye un tratado con las Provincias Unidas para lanzar una ofensiva en los Países Bajos españoles.

Una vez llegaron las tropas a Corbie, Richelieu ordenó excavar un foso alrededor de las murallas así como la construcci­ón de fortalezas de madera. El 26 de octubre se decidió tomar la ciudad por la fuerza antes de la llegada del invierno y se inicia la ofensiva. Además, se obtiene informació­n de que el enemigo únicamente dispone de 800 o 900 soldados válidos y la artillería francesa extrema la intensidad de sus ataques. Las enfermedad­es y la falta de suministro­s forzaron a los españoles, extenuados, a negociar su capitulaci­ón. El 14 de noviembre, tras seis semanas de sitio, Richelieu recupera Corbie para Francia y don Fernando se repliega hacia Bruselas. Tal como refiere John H. Elliott, “cuando el Conde-Duque se enteró de la noticia, afirmó que sólo deseaba acostarse y morir”.

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 ??  ?? Sobre estas líneas, cuadro del pintor flamenco Jan van der Hoecke. El cardenalin­fante dirige el contraataq­ue en la colina de Albuch, en el marco de la batalla de Nördlingen (1634), cuya deslumbran­te victoria recorrió Europa entera. A la derecha, arriba, Armand Jean du Plessis, cardenaldu­que de Richelieu, verdadero artífice de la reacción francesa frente a los españoles en Corbie. Bajo él, el gobernador de Milán, don Pedro Enríquez de Acevedo, que jugó un papel decisivo en la seguridad del camino español.
Sobre estas líneas, cuadro del pintor flamenco Jan van der Hoecke. El cardenalin­fante dirige el contraataq­ue en la colina de Albuch, en el marco de la batalla de Nördlingen (1634), cuya deslumbran­te victoria recorrió Europa entera. A la derecha, arriba, Armand Jean du Plessis, cardenaldu­que de Richelieu, verdadero artífice de la reacción francesa frente a los españoles en Corbie. Bajo él, el gobernador de Milán, don Pedro Enríquez de Acevedo, que jugó un papel decisivo en la seguridad del camino español.
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 ??  ?? A la derecha, Luis XIII, retratado con armadura por Philippe de Champaigne, o por algún pintor de su taller. Accedió al trono con tan solo nueve años y encontró en el cardenal Richelieu alguien en quien poder confiar en los momentos más difíciles. Debajo, a caballo, una de las grandes figuras de la Europa moderna, el valido de Felipe IV, Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, retratado por Velázquez en 1632. A su derecha, plano de la fortaleza de Esquenque (Schenkensc­hans), ubicada en la confluenci­a de los ríos Rin y Waad. Tal era su valor estratégic­o que Olivares, siempre exagerado, escribiría “el Esquenque son diez plazas y toda la guerra enterament­e”.
A la derecha, Luis XIII, retratado con armadura por Philippe de Champaigne, o por algún pintor de su taller. Accedió al trono con tan solo nueve años y encontró en el cardenal Richelieu alguien en quien poder confiar en los momentos más difíciles. Debajo, a caballo, una de las grandes figuras de la Europa moderna, el valido de Felipe IV, Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, retratado por Velázquez en 1632. A su derecha, plano de la fortaleza de Esquenque (Schenkensc­hans), ubicada en la confluenci­a de los ríos Rin y Waad. Tal era su valor estratégic­o que Olivares, siempre exagerado, escribiría “el Esquenque son diez plazas y toda la guerra enterament­e”.
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 ??  ?? Mapa de Corbie, por J. Peeters (1656). Tras los acontecimi­entos de Corbie, quizá el mayor peligro que había corrido Francia desde la batalla de San Quintín (1557), Luis XIII, después de ejecutar a los habitantes que habían colaborado con los españoles, otorgó ciertos privilegio­s a la región con el fin de atraer población y reactivar la actividad económica en toda Picardía.
Mapa de Corbie, por J. Peeters (1656). Tras los acontecimi­entos de Corbie, quizá el mayor peligro que había corrido Francia desde la batalla de San Quintín (1557), Luis XIII, después de ejecutar a los habitantes que habían colaborado con los españoles, otorgó ciertos privilegio­s a la región con el fin de atraer población y reactivar la actividad económica en toda Picardía.

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