VARSOVIA MUERTE Y RENACIMIENTO
CON MOTIVO DEL 80 ANIVERSARIO DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, QUE COMENZÓ CON LA INVASIÓN ALEMANA DE POLONIA, RECORREMOS LA CIUDAD DE VARSOVIA SIGUIENDO LAS HUELLAS DE ALGUNOS DE SUS MOMENTOS MÁS OSCUROS: DE LA CREACIÓN DEL GUETO Y SU POSTERIOR ANIQUILACIÓN A LOS HEROICOS ESFUERZOS DE LA RESISTENCIA JUDÍA Y POLACA DE LUCHAR POR LA LIBERTAD.
Hoy es domingo, 8 de septiembre de 2019. Mientras paseo por las animadas calles del Stare Miasto de Varsovia –la Ciudad Vieja–, tomadas hasta el último rincón por hordas de turistas y vecinos que disfrutan del día festivo –se oyen risas, hay música en directo y las terrazas están abarrotadas de gente–, resulta difícil imaginar que, justo 80 años antes, en estos mismos días de septiembre, la capital polaca vivía atemorizada por culpa de los bombardeos y la artillería del ejército nazi, que acabaría invadiendo la ciudad tras un breve pero angustioso asedio.
No es mi primera visita a Varsovia, pero sí la más especial, pues, aprovechando la triste efeméride, mi intención es recorrerla de la mano de los recuerdos y testimonios de varias personas que vivieron los más de cinco años de guerra que a punto estuvieron de causar su aniquilación. Cuando viajo para preparar un reportaje, procuro hacerlo acompañado de alguna lectura que me ofrezca una visión complementaria de lo que voy a visitar. Unos días antes, en Gdansk –otra ciudad que jugó un papel destacado en la guerra–, habían sido las páginas de El tambor de hojalata, del nobel Günther Grass, las que me habían servido de cicerone. En
"MI INTENCIÓN ES RECORRER LA CIUDAD DE LA MANO DE LOS RECUERDOS Y TESTIMONIOS DE QUIENES VIVIERON EN ELLA LOS MÁS DE CINCO AÑOS DE GUERRA"
esta ocasión son dos diarios, o libros de memorias, los que aumentan el peso de mi mochila: Crónica del gueto de Varsovia (Alba Editorial, 2003) y El pianista del gueto (Ed. Turpial, 2000). El primero es una recopilación de las cartas y las notas del diario de Emanuel Ringelblum, historiador y activista judío dedicó sus esfuerzos a documentar el horror que se vivió en el gueto de la ciudad; el segundo es un texto del músico Władysław Szpilman, popularizado por Roman Polanski gracias a su película El Pianista. Ambas son lecturas amargas, devastadoras, que permiten atisbar la desesperación y el terror en los que se sumió Varsovia durante aquellos años oscuros.
1939: ASEDIO
Además de las descripciones de Szpilman y Ringelblum, también he revisado un buen número de fotos, cientos de ellas, e incluso varias filmaciones realizadas durante la guerra. Entre ellas, destacan las tomadas por el fotógrafo y cineasta estadounidense Julien Bryan, quien aportó uno de los testimonios más valiosos sobre los primeros días de la guerra en la capital polaca.
La noticia de la invasión de Polonia sorprende al periodista en un tren que, casualmente, se dirige a Varsovia. En dos semanas, el estadounidense –único periodista extranjero en aquellas fechas– toma cientos de fotografías y filma miles de metros de película que acabarán plasmados en varios reportajes y en un documental titulado Siege (Asedio), un testimonio desgarrador de aquellos primeros días de la guerra. Entre las imágenes captadas por Bryan –muchas de ellas pueden verse hoy en el Museo de la Segunda Guerra Mundial de Gdansk– destaca la de una niña que llora desconsolada junto a un cadáver. Sobre esta imagen, Bryan deja un testimonio de lo ocurrido aquel día en las afueras de la ciudad, tras un ataque aéreo. Dos mujeres han muerto por los disparos de las ametralladoras, y Bryan está documentando la escena: “Mientras fotografiaba los cadáveres, una niña de diez años llegó corriendo y se quedó petrificada ante una de las fallecidas. Era su hermana mayor. La niña no había visto nunca la muerte, y no podía entender por qué su hermana no le hablaba. Pasé mi brazo sobre ella y la sostuve con fuerza, intentando confortarla. Lloró. También lo hice yo, y los dos oficiales polacos que estaban conmigo”.
De vuelta en Nueva York, Bryan publica un reportaje en la revista Life con la intención de dar visibilidad al sufrimiento de los civiles polacos, e incluso pide ayuda al presidente Roosevelt. Bryan ignora que lo que él ha presenciado no es más que el comienzo de un horror que alcanzará cotas inimaginables.
Mientras Bryan documenta los ataques alemanes con su Leica y su cámara de cine, Szpilman y Ringelblum sufren en carne propia los efectos de las bombas y la artillería. El pianista, por ejemplo, describe así los últimos días de bombardeos, antes de la toma de la ciudad: “El ruido de las explosiones se confundía con el tronar constante de los cañones y el estampido de aviones en picado (…) El aire estaba cargado de humo y de polvo (…) Llegaba a todas partes y ahogaba a quienes se habían encerrado en los sótanos o en sus casas (…) No sé cómo sobreviví a esos dos días. Un trozo de metralla mató a alguien
LOS PRIMEROS MESES SON DE RELATIVA CALMA. POCO A POCO, SIN EMBARGO, LA VIDA VA HACIÉNDOSE MÁS DIFÍCIL PARA LOS JUDÍOS DE VARSOVIA
que estaba sentado a mi lado en el dormitorio de nuestros amigos”.
La ciudad se rinde el 27 de septiembre, y dos días después las tropas alemanas se hacen con la ciudad. Los primeros meses son de relativa calma. Poco a poco, sin embargo, la vida va haciéndose más difícil para los judíos de Varsovia. Primero se les prohíbe viajar en tren, más tarde se les impide la entrada a ciertos establecimientos, y por último se les obliga a identificarse con la estrella de David. “Cada vez con mayor frecuencia –relata Szpilman–, bandas de alemanes irrumpían en los domicilios judíos, los saqueaban y se llevaban los muebles en furgones”. Poco a poco, con nuevos decretos promulgados a
cuentagotas, los judíos ven reducidos sus derechos. Un terrible rumor se propaga entre la población: los alemanes pretenden instaurar un gueto, tal y como ha sucedido ya en otras ciudades polacas.
1940: EL GUETO
El primer año transcurre con relativa tranquilidad hasta que, en octubre, los alemanes anuncian la medida que muchos llevan meses temiendo. Así lo recoge Ringelblum en su diario: “Hoy, 12 de octubre, fue un día terrible. Anunciaron a través de altavoces la división de la ciudad en tres partes; una alemana, otra polaca y otra judía. Hasta finales de octubre todos, excepto los alemanes, están obligados a mudarse dejando todos sus muebles. En nuestro edificio reina la desesperación”.
En aquellas fechas, en Varsovia viven unos 450.000 judíos –aproximadamente un 30% de la población– que se ven obligados a realojarse en un distrito, bautizado eufemísticamente por los alemanes como
“Barrio Residencial Judío”, que ocupa poco más del 3% de la superficie de la ciudad. Los más afortunados –judíos adinerados o con buenos contactos– consiguen buenas viviendas, pero otras muchas familias se ven obligadas a compartir espacios reducidísimos e insalubres o, en el peor de los casos, a malvivir en las calles, condenados a la indigencia. Ya sea por miedo a la represión nazi o por un exceso de optimismo, el traslado al gueto se lleva a cabo sin resistencia. En los primeros momentos, la mayor parte de los judíos confía en que se les permitirá salir y entrar
EN VARSOVIA VIVÍAN UNOS 450.000 JUDÍOS, QUE SE VIERON OBLIGADOS A REALOJARSE EN UN DISTRITO, BAUTIZADO COMO "BARRIO RESIDENCIAL JUDÍO"
a diario para trabajar en la “zona aria”, así que cuando el sábado 16 de noviembre el gueto se cierra definitivamente a cal y canto, buena parte de la población pierde su trabajo.
Poco a poco, el hacinamiento, la falta de alimentos y las enfermedades hacen estragos: comienzan a verse cadáveres causados por el hambre, el tifus o los desmanes de las autoridades. Para colmo, la Policía Judía y el Judenrat (Consejo Judío), simples marionetas de los alemanes, convierten el día a día en un auténtico infierno. Se hacen habituales las llamadas “cacerías”, en las que policías judíos u oficiales nazis “reclutan” a la fuerza a la gente para llevarla a campos de trabajo. Para entonces, las actividades más habituales para ganarse la vida se reducen prácticamente a dos: trabajar en un shop (locales donde se fabrican productos para las empresas alemanas a precios ridículos) o el contrabando. Durante meses, miles de personas arriesgan la vida a diario intentando sacar dinero y objetos valiosos del gueto para venderlos en la zona “aria” o cambiarlos por alimentos. Normalmente son los niños, capaces de escurrirse por rendijas y agujeros del muro, quienes ejercen tan arriesgada tarea. Szpilman tuvo la desgracia de protagonizar un triste episodio con uno de aquellos pequeños héroes:
“Cierto día que caminaba junto al muro vi una operación infantil de contrabando (…) El niño judío, todavía al otro lado, sólo tenía que seguir el mismo camino que su fardo y atravesar el muro. Ya asomaba en parte su delgadísima figura cuando, de repente, comenzó a gritar y al mismo tiempo oí el ronco bramido de un alemán al otro lado. Corrí hasta el niño para ayudarlo a pasar, pero, a pesar de los esfuerzos, quedó atascado por las caderas en la abertura. Tiraba de sus bracitos con todas mis fuerzas mientras sus gritos se hacían cada vez más desesperados; podía oír los golpazos que le propinaba el policía desde el otro lado del muro. Cuando por fin conseguí sacarlo, murió. Tenía la columna destrozada”.
MILES DE PERSONAS ARRIESGAN SU VIDA INTENTANDO SACAR DINERO Y OBJETOS DEL GUETO PARA VENDERLOS EN LA ZONA “ARIA”