EL CID EN BURGOS
cargo en la Península por aquella época. Había sido sustituido en el puesto por Musa ben Nusayr el año 712. En cambio, hemos visto que la versión Albeldense data la revuelta asturiana durante el mandato cordobés de Juzeph y el único gobernante musulmán al que podría aludir tal referencia sería Yûsuf al-Fihrî, quien ejerció dicha responsabilidad entre 747 y 756, es decir, varias décadas después de que Pelayo hubiera fallecido. En consecuencia, ni Tariq ni Juzeph pudieron participar en los hechos como afirman las fuentes.
Cuando entramos propiamente en la descripción del combate en sí, la Crónica de Alfonso III menciona el desplazamiento de una inverosímil hueste compuesta por 187.000 musulmanes para sofocar la rebe
LA CAÍDA DEL REINO VISIGODO FRENTE AL ISLAM, EL AJUSTE DE CUENTAS CON EL PASADO Y EL RENACIMIENTO DEL ORDEN PERDIDO GENERARON ESTE MITO
lión. De los cuales, tras el combate con los rebeldes, habrían muerto nada menos que 124.000, entre ellos Alkama y Munuza. En manos astures habría quedado prisionero el obispo Oppa y 63.000 soldados habrían huido despavoridos de Covadonga para más adelante sucumbir bajo un derrumbe en las estribaciones de la Liébana. Unas cifras absolutamente desproporcionadas y repletas de exageración.
¿Cómo explicar este cúmulo de discrepancias entre los relatos? Javier Rodríguez Muñoz, siguiendo las deducciones de otros grandes medievalistas, sostiene que estas incongruencias desmesuradas no serían fortuitas. Albergarían una clara intencionalidad: “Tales deslices por parte del autor de la Crónica de Alfonso III quizás no se deban a ignorancia, sino a un deliberado empeño por hacer intervenir en Covadonga a los principales actores de la invasión árabe de España”. De este modo, “Alkama es en las crónicas asturianas compañero de Târiq; Munnuza, uno de los cuatro generales que mandaban el ejército invasor; y Oppa, hijo de Witiza, uno de los más directos culpables de la perdición de España”. Por consiguiente, en la ficción del relato, los tres personajes, más Tariq desde Córdoba, habrían perecido ante el empuje de Pelayo. Covadonga quedaría elevada a la condición de gesta fundacional a medio camino entre la revancha por la reciente caída del reino visigodo frente al Islam, el ajuste de cuentas con el pasado y el renacimiento del orden perdido.
No en vano la fuente Sebastianense pone en boca de Pelayo esta elocuente arenga: “Confiamos en la misericordia del Señor, que desde este pequeño monte
que contemplas se restaure la salvación de España y el ejército del pueblo godo, para que en nosotros se cumplan aquellas palabras proféticas que dicen: ‘Revisaré con la vara sus iniquidades y con el látigo sus pecados, pero mi misericordia no la apartaré de ellos’. Así, aunque hemos recibido merecidamente una severa sentencia, esperamos que venga su misericordia para la recuperación de la Iglesia y del pueblo y del reino”. Una auténtica acta simbólica de alumbramiento de un nuevo tiempo restaurador de aquel otro mundo visigodo malogrado por el nefasto comportamiento de sus últimos monarcas.
NUEVO REINO SOBRE LAS CENIZAS MÍTICAS DEL VIEJO
Puestas sobre la mesa todas estas incoherencias, empezamos a atisbar que la deformación de la vida de Pelayo comenzó a gestarse al poco de su fallecimiento. Su biografía fue manipulada de inmediato para colocarla al servicio de un fin posterior del que, muy probablemente, ni él mismo fue consciente mientras vivió.
Claudio Sánchez-Albornoz resumía esta circunstancia con su característico verbo encendido diciendo que suscribía la “afirmación de que en su inicio los cristianos no soñaron con reconstruir el reino godo y reconquistar España […] He sido el primero en negar que Pelayo fuese el sucesor de don Rodrigo y en destacar que fue elegido príncipe por los astures […] No; los astures al alzarse con Pelayo no pensaron ni en restaurar el reino godo ni en reconquistar España. Las dos ideas nacieron después. El neogoticismo –inventé en su día la palabra– fue concepción tardía de avanzado el siglo IX; iniciado acaso durante el reinado de Alfonso II, triunfó en el de Alfonso III. La idea central de la Reconquista surgió en la mente de un hombre culto en fecha imprecisa del siglo VIII”.
El neogoticismo auspiciado por Sánchez-Albornoz correspondería a la ideología pergeñada en la corte de Alfonso III para legitimar la recién nacida monarquía asturiana, haciéndola heredera del difunto reino visigodo, pero sin vincularla estrechamente a los últimos mandatarios Witiza y Rodrigo, considerados causantes de la rendición de España.
Este complicado funambulismo de trenzar lazos legitimadores con el pasado godo, pero sin ahorcarse con ellos, explicaría por qué la filiación de Pelayo
EL MITO SUSTITUYÓ A LA HISTORIA Y PROSIGUIÓ HASTA NUESTROS DÍAS, ADQUIRIENDO SUCESIVAS EXISTENCIAS Y GOZANDO EN TODAS ELLAS DE EXCELENTE SALUD
resulta tan confusa. Vendría a ser la correa de transmisión entre el orden nuevo y el viejo, atesorando lo mejor del mundo antiguo, pero prescindiendo de los pecadores que lo arruinaron. De ahí que interesara ligarlo a la estirpe real, aunque no contaminarlo demasiado con sus más aciagos representantes. En palabras de Salvador Ignacio Mariezcurrena Ponce “a medida que las crónicas perfilan las responsabilidades de los últimos monarcas godos en la pérdida de España, se diluye el vínculo que unía directamente con estos a los monarcas asturianos. Se mantiene la estirpe gótica como fuente de legitimidad, pero se prefiere vincular el nuevo poder montañés con monarcas más ejemplares”.
Pelayo transmutó así de oscuro caudillo local a inmaculado rey neogodo por obra y gracia de Alfonso III. El mito sustituyó a la historia y prosiguió hasta nuestros días adquiriendo sucesivas existencias, gozando en todas ellas de excelente salud.
A DIFERENCIA DE TANTOS HÉROES MEDIEVALES, RODRIGO DÍAZ DE VIVAR FUE UN HOMBRE DE CARNE Y HUESO. SU ENFRENTAMIENTO CON EL REY ALFONSO VI LO CONDENÓ A SENDOS DESTIERROS EN LOS QUE SE BUSCÓ LA VIDA CON LA DESTREZA DE SU ESPADA.
EL CANTAR DE MIO CID, COMPUESTO CIEN AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE, LO ELEVÓ A LA CATEGORÍA DE MITO Y HOY SON MUCHAS LAS LOCALIDADES QUE VENERAN EL SUELO QUE PISÓ. EL CAMINO DEL CID EN BURGOS ES UNA DE LAS RUTAS MÁS INTERESANTES PARA ACERCARNOS A SU FIGURA, TAL COMO CUENTA EL HISTORIADOR JOSÉ IGNACIO DE LA TORRE EN LA RECONQUISTA ESPAÑOLA EN 50 LUGARES (CYDONIA, 2019), UN MAGNÍFICO ENSAYO DEL QUE, POR CORTESÍA DE LA EDITORIAL, REPRODUCIMOS AQUÍ UN CAPÍTULO.
Burgos, en la época en que nació Rodrigo Díaz, era una ciudad pujante, la capital del condado de Castilla, por donde cruzaba el Camino a Compostela, que dejaba buenos réditos tanto de forBma
directa –dinero– como por el asentamiento de nuevos pobladores al calor de esos peregrinos y sus necesidades.
El conde castellano Diego Porcelos (873885) fundó la ciudad en el año 884, quizás sobre un asentamiento anterior, aunque no se ha podido demostrar, en el Alto del Castillo. Era una de las muchas fortalezas fronterizas del reino leonés, un lugar que pronto quedó en la retaguardia al avanzar el reino sus líneas hasta el Duero e incluso más allá.
Burgos pasará a ser la localidad más importante del condado castellano gracias al conde Fernán González (931-970), quien la convertirá en su capital. Durante su gobierno, la ciudad sufrió el único ataque del que tenemos referencia. En una de sus victoriosas campañas, Abderramán III (912-961) des
truyó la población en 934 y, en el cercano monasterio de Cardeña, tan cidiano, mató a doscientos monjes.
La localidad también se benefició, como dijimos, del Camino de Santiago. De hecho, la ciudad se adapta al trayecto de los peregrinos, bajando al llano y construyendo las casas a ambos lados de la vía que seguirán los viajeros. Así, Burgos creció hasta convertirse en el segundo núcleo urbano más importante del reino tras la capital leonesa.
A la localidad sólo le faltaba un poder religioso acorde a su estatus. En 1046 Fernando I (1037-1065), que antes de ser rey de León era conde de Castilla por decisión de su padre, trasladó, por motivos meramente políticos, la sede episcopal de Oca a Burgos, donde residirán los obispos de Oca hasta su conversión en obispado de Burgos en tiempos del obispo Simeón (1075-1082). Este obispo recibirá del rey Alfonso VI (1065-1109) unos palacios para que levantase en su solar la catedral románica de Burgos, vuelta a construir a partir del siglo XIII en estilo gótico.
AL SERVICIO DE SANCHO II
La literatura medieval nos ha legado un pequeño grupo de personajes, siempre guerreros y héroes de sus respectivas naciones, que han servido como espejo del ideal de caballero, del defensor de la Cristiandad, de la civilización y modelo a imitar por futuras generaciones de caballeros. Entre todos ellos hay tres que se destacan: Arturo en Inglaterra, Rolando en Francia y Rodrigo Díaz de Vivar en España.
De todos ellos, el Cid es el único del que sabemos sin ningún género de duda que fue un personaje real y conocemos múltiples detalles de su vida. Rodrigo no es el que aparece en el Cantar, no es un héroe, sino alguien auténtico, con muchos claroscuros, como cualquier persona viva. Ello no resta un ápice a su imagen, es más, sin duda la engrandece. En el caso de los otros héroes medievales, aunque pudieran basarse tangencialmente en una persona real, como en el caso de Arturo,
RODRIGO NO ES EL QUE APARECE EN EL CANTAR, NO ES UN HÉROE, SINO ALGUIEN AUTÉNTICO, CON MUCHOS CLAROSCUROS, COMO CUALQUIER PERSONA VIVA
sus historias son fruto de la imaginación de los que cantaron sus legendarias hazañas.
Estudios modernos consideran que Rodrigo Díaz debió de nacer hacia 1048. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era uno de los hijos del conde Flaín Muñoz y estaba emparentado, por parte paterna, con la familia real pamplonesa, siendo primo segundo de Fernando I. Es decir, Rodrigo pertenecía a una importante familia del reino, lo que le permitió desde muy joven estar en la corte, criándose como miembro del séquito del infante don Sancho, al que seguirá y servirá fielmente hasta la muerte de Sancho, ya como rey Sancho II (1065-1072).
A su servicio acudió a su primera acción de armas, en la batalla de Graus (1063), en apoyo de al-Muqtadir de Zaragoza (10461081), uno de los reyes que pagaban parias a Fernando I y en la que murió el rey aragonés Ramiro I (1035-1063).
LAS CONFLICTIVAS RELACIONES CON ALFONSO VI
La muerte en Zamora del rey castellano hará que su hermano y enemigo Alfonso VI se corone rey de León y Castilla (se escribe primero el reino del cual nuestro personaje –Alfonso VI– fue rey en primer lugar). Rodrigo, pese a haber combatido contra el nuevo rey, no perdió su posición en la Corte y siguió manteniendo sus prerrogativas.
PERTENECÍA A UNA IMPORTANTE FAMILIA DEL REINO, LO QUE LE PERMITIÓ ESTAR EN LA CORTE, CRIÁNDOSE COMO MIEMBRO DEL SÉQUITO DEL INFANTE DON SANCHO
A diferencia de lo que realmente pasó, el romancero y las leyendas del siglo XIII muestran a un Rodrigo severo que, en representación de todos los castellanos, hace jurar –o mejor, fuerza a jurar– al rey ante el pueblo congregado en la iglesia de Santa Gadea y sobre la Biblia que no había tomado parte ni incitado la muerte de Sancho II a traición. El monarca tomaría cumplida venganza con Rodrigo, a quien obligaría a partir al destierro.
ALFONSO VI DE LEÓN Y CASTILLA TOMARÍA CUMPLIDA VENGANZA CON RODRIGO, A QUIEN OBLIGARÍA A PARTIR AL DESTIERRO
Mio Cid Rodrigo Díaz llegó a Burgos y allí entró con sesenta acompañantes con sus lanzas con pendón.
Todos salían a verlos: así mujer o varón.
Toda la gente de Burgos a las ventanas salió, con lágrimas en sus ojos, tan grande era su dolor.
Y a sus bocas asomaba solamente una razón: –¡Dios, qué buen vasallo el Cid si tuviera un buen señor!
Y quisieran convidarlo, pero ninguno allí osaba, pues saben que el rey Alfonso le tenía muy grande saña.
Antes del anochecer, a Burgos llegó su carta, con los honores debidos, bien cerrada y bien sellada: ordenaba que a Ruy Díaz nadie le diese posada, y aquéllos que se la diesen supiesen, por su palabra,