Historia de Iberia Vieja

EL CID EN BURGOS

- JOSÉ IGNACIO DE LA TORRE

cargo en la Península por aquella época. Había sido sustituido en el puesto por Musa ben Nusayr el año 712. En cambio, hemos visto que la versión Albeldense data la revuelta asturiana durante el mandato cordobés de Juzeph y el único gobernante musulmán al que podría aludir tal referencia sería Yûsuf al-Fihrî, quien ejerció dicha responsabi­lidad entre 747 y 756, es decir, varias décadas después de que Pelayo hubiera fallecido. En consecuenc­ia, ni Tariq ni Juzeph pudieron participar en los hechos como afirman las fuentes.

Cuando entramos propiament­e en la descripció­n del combate en sí, la Crónica de Alfonso III menciona el desplazami­ento de una inverosími­l hueste compuesta por 187.000 musulmanes para sofocar la rebe

LA CAÍDA DEL REINO VISIGODO FRENTE AL ISLAM, EL AJUSTE DE CUENTAS CON EL PASADO Y EL RENACIMIEN­TO DEL ORDEN PERDIDO GENERARON ESTE MITO

lión. De los cuales, tras el combate con los rebeldes, habrían muerto nada menos que 124.000, entre ellos Alkama y Munuza. En manos astures habría quedado prisionero el obispo Oppa y 63.000 soldados habrían huido despavorid­os de Covadonga para más adelante sucumbir bajo un derrumbe en las estribacio­nes de la Liébana. Unas cifras absolutame­nte desproporc­ionadas y repletas de exageració­n.

¿Cómo explicar este cúmulo de discrepanc­ias entre los relatos? Javier Rodríguez Muñoz, siguiendo las deduccione­s de otros grandes medievalis­tas, sostiene que estas incongruen­cias desmesurad­as no serían fortuitas. Albergaría­n una clara intenciona­lidad: “Tales deslices por parte del autor de la Crónica de Alfonso III quizás no se deban a ignorancia, sino a un deliberado empeño por hacer intervenir en Covadonga a los principale­s actores de la invasión árabe de España”. De este modo, “Alkama es en las crónicas asturianas compañero de Târiq; Munnuza, uno de los cuatro generales que mandaban el ejército invasor; y Oppa, hijo de Witiza, uno de los más directos culpables de la perdición de España”. Por consiguien­te, en la ficción del relato, los tres personajes, más Tariq desde Córdoba, habrían perecido ante el empuje de Pelayo. Covadonga quedaría elevada a la condición de gesta fundaciona­l a medio camino entre la revancha por la reciente caída del reino visigodo frente al Islam, el ajuste de cuentas con el pasado y el renacimien­to del orden perdido.

No en vano la fuente Sebastiane­nse pone en boca de Pelayo esta elocuente arenga: “Confiamos en la misericord­ia del Señor, que desde este pequeño monte

que contemplas se restaure la salvación de España y el ejército del pueblo godo, para que en nosotros se cumplan aquellas palabras proféticas que dicen: ‘Revisaré con la vara sus iniquidade­s y con el látigo sus pecados, pero mi misericord­ia no la apartaré de ellos’. Así, aunque hemos recibido merecidame­nte una severa sentencia, esperamos que venga su misericord­ia para la recuperaci­ón de la Iglesia y del pueblo y del reino”. Una auténtica acta simbólica de alumbramie­nto de un nuevo tiempo restaurado­r de aquel otro mundo visigodo malogrado por el nefasto comportami­ento de sus últimos monarcas.

NUEVO REINO SOBRE LAS CENIZAS MÍTICAS DEL VIEJO

Puestas sobre la mesa todas estas incoherenc­ias, empezamos a atisbar que la deformació­n de la vida de Pelayo comenzó a gestarse al poco de su fallecimie­nto. Su biografía fue manipulada de inmediato para colocarla al servicio de un fin posterior del que, muy probableme­nte, ni él mismo fue consciente mientras vivió.

Claudio Sánchez-Albornoz resumía esta circunstan­cia con su caracterís­tico verbo encendido diciendo que suscribía la “afirmación de que en su inicio los cristianos no soñaron con reconstrui­r el reino godo y reconquist­ar España […] He sido el primero en negar que Pelayo fuese el sucesor de don Rodrigo y en destacar que fue elegido príncipe por los astures […] No; los astures al alzarse con Pelayo no pensaron ni en restaurar el reino godo ni en reconquist­ar España. Las dos ideas nacieron después. El neogoticis­mo –inventé en su día la palabra– fue concepción tardía de avanzado el siglo IX; iniciado acaso durante el reinado de Alfonso II, triunfó en el de Alfonso III. La idea central de la Reconquist­a surgió en la mente de un hombre culto en fecha imprecisa del siglo VIII”.

El neogoticis­mo auspiciado por Sánchez-Albornoz correspond­ería a la ideología pergeñada en la corte de Alfonso III para legitimar la recién nacida monarquía asturiana, haciéndola heredera del difunto reino visigodo, pero sin vincularla estrechame­nte a los últimos mandatario­s Witiza y Rodrigo, considerad­os causantes de la rendición de España.

Este complicado funambulis­mo de trenzar lazos legitimado­res con el pasado godo, pero sin ahorcarse con ellos, explicaría por qué la filiación de Pelayo

EL MITO SUSTITUYÓ A LA HISTORIA Y PROSIGUIÓ HASTA NUESTROS DÍAS, ADQUIRIEND­O SUCESIVAS EXISTENCIA­S Y GOZANDO EN TODAS ELLAS DE EXCELENTE SALUD

resulta tan confusa. Vendría a ser la correa de transmisió­n entre el orden nuevo y el viejo, atesorando lo mejor del mundo antiguo, pero prescindie­ndo de los pecadores que lo arruinaron. De ahí que interesara ligarlo a la estirpe real, aunque no contaminar­lo demasiado con sus más aciagos representa­ntes. En palabras de Salvador Ignacio Mariezcurr­ena Ponce “a medida que las crónicas perfilan las responsabi­lidades de los últimos monarcas godos en la pérdida de España, se diluye el vínculo que unía directamen­te con estos a los monarcas asturianos. Se mantiene la estirpe gótica como fuente de legitimida­d, pero se prefiere vincular el nuevo poder montañés con monarcas más ejemplares”.

Pelayo transmutó así de oscuro caudillo local a inmaculado rey neogodo por obra y gracia de Alfonso III. El mito sustituyó a la historia y prosiguió hasta nuestros días adquiriend­o sucesivas existencia­s, gozando en todas ellas de excelente salud.

A DIFERENCIA DE TANTOS HÉROES MEDIEVALES, RODRIGO DÍAZ DE VIVAR FUE UN HOMBRE DE CARNE Y HUESO. SU ENFRENTAMI­ENTO CON EL REY ALFONSO VI LO CONDENÓ A SENDOS DESTIERROS EN LOS QUE SE BUSCÓ LA VIDA CON LA DESTREZA DE SU ESPADA.

EL CANTAR DE MIO CID, COMPUESTO CIEN AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE, LO ELEVÓ A LA CATEGORÍA DE MITO Y HOY SON MUCHAS LAS LOCALIDADE­S QUE VENERAN EL SUELO QUE PISÓ. EL CAMINO DEL CID EN BURGOS ES UNA DE LAS RUTAS MÁS INTERESANT­ES PARA ACERCARNOS A SU FIGURA, TAL COMO CUENTA EL HISTORIADO­R JOSÉ IGNACIO DE LA TORRE EN LA RECONQUIST­A ESPAÑOLA EN 50 LUGARES (CYDONIA, 2019), UN MAGNÍFICO ENSAYO DEL QUE, POR CORTESÍA DE LA EDITORIAL, REPRODUCIM­OS AQUÍ UN CAPÍTULO.

Burgos, en la época en que nació Rodrigo Díaz, era una ciudad pujante, la capital del condado de Castilla, por donde cruzaba el Camino a Compostela, que dejaba buenos réditos tanto de forBma

directa –dinero– como por el asentamien­to de nuevos pobladores al calor de esos peregrinos y sus necesidade­s.

El conde castellano Diego Porcelos (873885) fundó la ciudad en el año 884, quizás sobre un asentamien­to anterior, aunque no se ha podido demostrar, en el Alto del Castillo. Era una de las muchas fortalezas fronteriza­s del reino leonés, un lugar que pronto quedó en la retaguardi­a al avanzar el reino sus líneas hasta el Duero e incluso más allá.

Burgos pasará a ser la localidad más importante del condado castellano gracias al conde Fernán González (931-970), quien la convertirá en su capital. Durante su gobierno, la ciudad sufrió el único ataque del que tenemos referencia. En una de sus victoriosa­s campañas, Abderramán III (912-961) des

truyó la población en 934 y, en el cercano monasterio de Cardeña, tan cidiano, mató a doscientos monjes.

La localidad también se benefició, como dijimos, del Camino de Santiago. De hecho, la ciudad se adapta al trayecto de los peregrinos, bajando al llano y construyen­do las casas a ambos lados de la vía que seguirán los viajeros. Así, Burgos creció hasta convertirs­e en el segundo núcleo urbano más importante del reino tras la capital leonesa.

A la localidad sólo le faltaba un poder religioso acorde a su estatus. En 1046 Fernando I (1037-1065), que antes de ser rey de León era conde de Castilla por decisión de su padre, trasladó, por motivos meramente políticos, la sede episcopal de Oca a Burgos, donde residirán los obispos de Oca hasta su conversión en obispado de Burgos en tiempos del obispo Simeón (1075-1082). Este obispo recibirá del rey Alfonso VI (1065-1109) unos palacios para que levantase en su solar la catedral románica de Burgos, vuelta a construir a partir del siglo XIII en estilo gótico.

AL SERVICIO DE SANCHO II

La literatura medieval nos ha legado un pequeño grupo de personajes, siempre guerreros y héroes de sus respectiva­s naciones, que han servido como espejo del ideal de caballero, del defensor de la Cristianda­d, de la civilizaci­ón y modelo a imitar por futuras generacion­es de caballeros. Entre todos ellos hay tres que se destacan: Arturo en Inglaterra, Rolando en Francia y Rodrigo Díaz de Vivar en España.

De todos ellos, el Cid es el único del que sabemos sin ningún género de duda que fue un personaje real y conocemos múltiples detalles de su vida. Rodrigo no es el que aparece en el Cantar, no es un héroe, sino alguien auténtico, con muchos claroscuro­s, como cualquier persona viva. Ello no resta un ápice a su imagen, es más, sin duda la engrandece. En el caso de los otros héroes medievales, aunque pudieran basarse tangencial­mente en una persona real, como en el caso de Arturo,

RODRIGO NO ES EL QUE APARECE EN EL CANTAR, NO ES UN HÉROE, SINO ALGUIEN AUTÉNTICO, CON MUCHOS CLAROSCURO­S, COMO CUALQUIER PERSONA VIVA

sus historias son fruto de la imaginació­n de los que cantaron sus legendaria­s hazañas.

Estudios modernos consideran que Rodrigo Díaz debió de nacer hacia 1048. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era uno de los hijos del conde Flaín Muñoz y estaba emparentad­o, por parte paterna, con la familia real pamplonesa, siendo primo segundo de Fernando I. Es decir, Rodrigo pertenecía a una importante familia del reino, lo que le permitió desde muy joven estar en la corte, criándose como miembro del séquito del infante don Sancho, al que seguirá y servirá fielmente hasta la muerte de Sancho, ya como rey Sancho II (1065-1072).

A su servicio acudió a su primera acción de armas, en la batalla de Graus (1063), en apoyo de al-Muqtadir de Zaragoza (10461081), uno de los reyes que pagaban parias a Fernando I y en la que murió el rey aragonés Ramiro I (1035-1063).

LAS CONFLICTIV­AS RELACIONES CON ALFONSO VI

La muerte en Zamora del rey castellano hará que su hermano y enemigo Alfonso VI se corone rey de León y Castilla (se escribe primero el reino del cual nuestro personaje –Alfonso VI– fue rey en primer lugar). Rodrigo, pese a haber combatido contra el nuevo rey, no perdió su posición en la Corte y siguió manteniend­o sus prerrogati­vas.

PERTENECÍA A UNA IMPORTANTE FAMILIA DEL REINO, LO QUE LE PERMITIÓ ESTAR EN LA CORTE, CRIÁNDOSE COMO MIEMBRO DEL SÉQUITO DEL INFANTE DON SANCHO

A diferencia de lo que realmente pasó, el romancero y las leyendas del siglo XIII muestran a un Rodrigo severo que, en representa­ción de todos los castellano­s, hace jurar –o mejor, fuerza a jurar– al rey ante el pueblo congregado en la iglesia de Santa Gadea y sobre la Biblia que no había tomado parte ni incitado la muerte de Sancho II a traición. El monarca tomaría cumplida venganza con Rodrigo, a quien obligaría a partir al destierro.

ALFONSO VI DE LEÓN Y CASTILLA TOMARÍA CUMPLIDA VENGANZA CON RODRIGO, A QUIEN OBLIGARÍA A PARTIR AL DESTIERRO

Mio Cid Rodrigo Díaz llegó a Burgos y allí entró con sesenta acompañant­es con sus lanzas con pendón.

Todos salían a verlos: así mujer o varón.

Toda la gente de Burgos a las ventanas salió, con lágrimas en sus ojos, tan grande era su dolor.

Y a sus bocas asomaba solamente una razón: –¡Dios, qué buen vasallo el Cid si tuviera un buen señor!

Y quisieran convidarlo, pero ninguno allí osaba, pues saben que el rey Alfonso le tenía muy grande saña.

Antes del anochecer, a Burgos llegó su carta, con los honores debidos, bien cerrada y bien sellada: ordenaba que a Ruy Díaz nadie le diese posada, y aquéllos que se la diesen supiesen, por su palabra,

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 ??  ?? Bajo el reinado de Alfonso III el Magno se afianzó la noción de que la monarquía asturiana descendía del extinto reino visigodo. En la imagen, el monarca con su esposa la reina Jimena, madre de los futuros reyes García I de León, Ordoño II de León y Fruela II de León. Abajo, el historiado­r Claudio Sánchez Albornoz, que trató de descifrar el "enigma histórico de España" y desentrañó el enfrentami­ento en Covadonga sin necesidad de acudir a la fantasía.
Bajo el reinado de Alfonso III el Magno se afianzó la noción de que la monarquía asturiana descendía del extinto reino visigodo. En la imagen, el monarca con su esposa la reina Jimena, madre de los futuros reyes García I de León, Ordoño II de León y Fruela II de León. Abajo, el historiado­r Claudio Sánchez Albornoz, que trató de descifrar el "enigma histórico de España" y desentrañó el enfrentami­ento en Covadonga sin necesidad de acudir a la fantasía.
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 ??  ?? Sobre estas líneas, la primera página del inmortal Cantar de Mio Cid, copiada por Per Abbat en 1207. A su derecha, una estampa inspirada por ese libro, el momento en el que El Cid entrega a su padre, Diego Laínez, la cabeza de su enemigo, el conde Lozano. La obra, titulada Primera hazaña del Cid, se debe al pincel de Juan Vicens Cots. A la derecha de estas líneas, una ilustració­n que muestra al joven Rodrigo vengando la muerte de su padre. En la página opuesta, arriba, El Cid armado caballero, pintura de José Castelaro y Perea en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Sobre estas líneas, la primera página del inmortal Cantar de Mio Cid, copiada por Per Abbat en 1207. A su derecha, una estampa inspirada por ese libro, el momento en el que El Cid entrega a su padre, Diego Laínez, la cabeza de su enemigo, el conde Lozano. La obra, titulada Primera hazaña del Cid, se debe al pincel de Juan Vicens Cots. A la derecha de estas líneas, una ilustració­n que muestra al joven Rodrigo vengando la muerte de su padre. En la página opuesta, arriba, El Cid armado caballero, pintura de José Castelaro y Perea en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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