Historia de Iberia Vieja

Vestales

HUBO UNA CLASE SOCIAL SACERDOTAL EN ROMA CON MÁS PODER DEL QUE IMAGINAMOS. LAS VESTALES ERAN LAS VÍRGENES ENCARGADAS DE MANTENER VIVA LA LLAMA DEL FUEGO DE VESTA, PUES DE ÉL DEPENDÍA TAMBIÉN LA SUERTE Y EL DESTINO DE LA CIUDAD ETERNA: ROMA.

- MADO MARTÍNEZ

Eran la única rama sacerdotal femenina de la Antigua Roma y entrar a formar parte del reducido y exclusivo grupo de las vestales no era fácil. Habías de resultar selecciona­da antes de la pubertad, entre los seis y los diez años, por el Pontifex Maximus (Pontífice Máximo), y solo tras un proceso en el que las familias aspirantes a que sus hijas fueran las elegidas pugnaran por ello en cierta medida, ya que el honor que el nombramien­to otorgaba a la dinastía era inmenso. Una vez finalizado el proceso de descarte, únicamente cuatro de las candidatas iniciales pasaban a la final. Entonces, lo que hacía el Pontifex Maximus era grabar sus nombres en diferentes tablillas e introducir­las en una vasija. A continuaci­ón, él mismo procedía a meter la mano dentro y sacar una tablilla al azar. Se creía que aquella que resultaba señalada en este sorteo, era en realidad elegida por la mismísima diosa Vesta. A partir de aquel momento, la muchacha abandonaba el hogar familiar y era conducida al templo, donde tenía lugar una peculiar ceremonia de iniciación, en la que lo primero que hacían era cortarle el cabello. Los mechones se colgaban del árbol capillata, que los griegos y romanos llamaban loto, al que Plinio el Viejo hacía referencia en su Historia Natural, y que algunos exégetas españoles identifica­n con nuestro almaizo. Esta parte del ritual simbolizab­a el rito de paso propiament­e dicho, la ruptura con la familia, despojarse de su antigua identidad para renacer como vestal. Y como tal, debía guardar la apariencia protocolar de la orden, es decir, llevar en la cabeza un velo y una vitta que podía ser de color blanco o púrpura, y que no era más que una especie de diadema con la que ayudarse a fijar un estilo de peinado conocido como sex crines, de seis trenzas. Las vestales también debían llevar tocado largo (infula) que cubría los hombros, así como un sencillo manto (palla) y un broche (suFfiBulum) con el que sujetársel­o sobre el hombro izquierdo. Si tuviéramos que indicar cuál era, aparte de la vitta, el objeto con el que se las identifica­ba, tendríamos que hacer referencia a la lámpara de aceite encendida, lo primero que recibían ya desde el mismo día del ritual.

Sin embargo, la joven iniciada todavía había de pasar otro proceso antes de adquirir la gran responsabi­lidad de cuidar de la llama sagrada y participar en los ritos, pues primero tenía que formarse “académicam­ente”. Este periodo de estudio y formación duraba diez años, durante los cuales, aprendían a leer, escribir, estudiaban todo lo concernien­te al panteón de deidades romanas, cómo debían oficiarse los ritos, de qué manera debían comportars­e, cuáles eran las reglas de protocolo en los actos públicos, etc. Transcurri­dos los diez años de formación, las iniciadas entraban a formar parte del reducido círculo de vestales, o más bien a sustituirl­as, pues el servicio vestal de oficiantes propiament­e dicho duraba únicamente otros diez años, tras los cuales, las vestales pasaban a convertirs­e en maestras de las nuevas iniciadas por otra década más. En total, pasaban treinta años en el sacerdocio. Una vez consumido este tiempo podían retirarse y hacer lo que quisieran, hasta casarse. Sin embargo, durante la treintena de años que duraban sus obligacion­es con el fuego de Vesta, tenían estrictame­nte prohibido mantener relaciones sexuales. Romper el voto de castidad y perder la virginidad era considerad­o un incesto en toda regla. El castigo era horrible: le arrancaban todas las insignias y vestimenta­s propias de una vestal; la vestían con un sudario como el usado para envolver cadáveres; la maniataban; la paseaban en procesión, encima de una litera, por todo el Foro Romano, y la llevaban hasta el Campus

Sceleratus (el campo de los desalmados), un lugar destinado exclusivam­ente al castigo de las vestales que rompían su voto. Allí, el Pontifex Maximus alzaba los brazos, rezaba una plegaria secreta y levantaba una lápida que hacía las veces de trampilla, por donde se podía descender a través de una escalerill­a. Obligaban a la vestal a bajar hacia el interior de esta cripta, con un poco de agua y comida, y la dejaban morir lentamente.

TUCCIA Y EL CEDAZO

A pesar de que los romanos tenían un lugar exclusivo para castigar a las vestales que cometían incesto, lo cierto es que muy pocas veces tuvieron que usarlo. No debían ser muchas las dispuestas a arriesgars­e, teniendo en cuenta la crueldad del castigo. Hubo una vestal, llamada Tuccia, cuya virginidad se puso en tela de juicio. En aquella época se creía que, si la acusación era falsa, los dioses podían intervenir obrando un milagro que demostrara su inocencia. Eso fue lo que pasó, según Valerio Máximo y Plinio el Viejo, con Tuccia, quien usó, para demostrar su inocencia, un cedazo lleno de agua sin que el agua se derramara a través del tamiz: “Oh, Vesta, si siempre he traído las manos puras a vuestros servicios secretos, haced ahora que con este tamiz sea capaz de extraer agua del Tíber y traerla a vuestro templo”. Y fue así, según la leyenda, invocando el poder de la mismísima diosa Vesta, como

Tuccia demostró su inocencia, llenando el cedazo de agua en la orilla del río Tíber y llevándolo hasta el templo de la diosa sin que se filtrara ni una sola gota de agua. ¿Truco o milagro? En cualquier caso, era poco probable que una vestal quisiera romper su voto de castidad. De hecho, una vez terminado el sacerdocio vestal, tampoco solían ejercer su derecho a casarse, ya que la libertad y privilegio­s de los que gozaban sobre su patrimonio, eran equiparabl­es a los de un hombre. George Duby y Michelle Perrot, autores de Historia de las Mujeres, describían el estatus de

ROMPER EL VOTO DE CASTIDAD Y PERDER LA VIRGINIDAD ERA CONSIDERAD­O UN INCESTO EN TODA REGLA

las vestales del siguiente modo: “[…] las vestales eran al mismo tiempo doncellas y matronas, mejor aún, eran también hombres por toda una serie de privilegio­s legales de los que estaban excluidas las doncellas y las matronas, al menos hasta comienzos del Imperio. Tenían derecho a un lictor, podían prestar testimonio ante la justicia, escapaban a la tutela de un padre o de un marido, es decir, podían disponer libremente de sus bienes y redactar testamento­s. En otros términos, el estatus sexual de las vestales era ambiguo, intersicia­l, como la naturaleza del fuego de Vesta que ellas representa­ban. Se comprende así, sin esfuerzo, por qué las vestales pueden detentar ciertos poderes religiosos tradiciona­lmente reservados a los hombres”.

Tal era el poder que ostentaban, la confianza que inspiraban, lo inquebrant­ables que eran los muros del templo vestal, que los documentos importante­s se guardaban allí, bajo custodia vestal. Por ejemplo, fueron las depositari­as de los testamento­s de Marco Antonio y Julio César. Este último, así como su sucesor, Octavio Augusto, llegaron a confiar mucho en ellas. Ellas tenían poder, y lo sabían. Por ejemplo, cuando Julio César fue señalado por Sila como enemigo del estado, las vestales intercedie­ron por él consiguier­on su perdón. El dictador no llevaba a cabo ninguna ceremonia sin ellas. Muchos senadores y emperadore­s procuraban llevarse bien con ellas, pues tenerlas de su lado era garantizar­se el favor de Vesta, pero también dar una imagen de pureza y tradición ante la ciudadanía. Además, llegaron a atribuírse­les poderes mágicos de toda índole. Gracias a sus oraciones, se po

TAL ERA EL PODER QUE OSTENTABAN, QUE LOS DOCUMENTOS IMPORTANTE­S SE GUARDABAN BAJO CUSTODIA VESTAL

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 ??  ?? El pintor británico Joshua Reynolds se fijó en el personaje de Tuccia, que tuvo que defender su virginidad de las maledicenc­ias, para este grabado de finales del siglo XVIII sobre una vestal.
El pintor británico Joshua Reynolds se fijó en el personaje de Tuccia, que tuvo que defender su virginidad de las maledicenc­ias, para este grabado de finales del siglo XVIII sobre una vestal.
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Junto a estas líneas, relieve de mármol de una Vestal hallado en el monte Palatino. Más allá, representa­ción romana de una Suma Vestal tomada del libro de G. Ferrero The women of the Caesars. Bajo estas líneas, varias estatuas en la Casa de las Vestales, en el Foro Romano.
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 ??  ?? La escritora Debray May, experta en el mito de Vesta, ha sido la única en dar vida a las vestales en su novela histórica Esposas de Roma (Bóveda), la primera de una saga de libros que, bajo el título Sombras de Vesta, nos sumerge en el apasionant­e mundo de intrigas y pasiones de la Antigua Roma de la mano de las vestales.
La escritora Debray May, experta en el mito de Vesta, ha sido la única en dar vida a las vestales en su novela histórica Esposas de Roma (Bóveda), la primera de una saga de libros que, bajo el título Sombras de Vesta, nos sumerge en el apasionant­e mundo de intrigas y pasiones de la Antigua Roma de la mano de las vestales.

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