Historia de Iberia Vieja

Innsbruck, un imperio entre montañas

- TEXTO Y FOTOS: JAVIER GARCÍA BLANCO

SITUADA EN UN HERMOSO VALLE Y RODEADA POR MONTAÑAS QUE PARECEN ARAÑAR EL CIELO, INNSBRUCK, LA CAPITAL DEL TIROL, DESLUMBRA GRACIAS A UN VISTOSO PATRIMONIO MONUMENTAL Y A UN RICO PASADO QUE, DURANTE SIGLOS, CAMINÓ DE LA MANO DE UNA DE LAS DINASTÍAS MÁS DECISIVAS DE LA HISTORIA EUROPEA: LA CASA DE HABSBURGO…

Ha pasado menos de una hora desde que llegué a la capital del Tirol, pero la ciudad ya ha conseguido sobrecoger­me. El río Eno, que serpentea por el valle que lleva su nombre y abraza parte del Altstadt –el casco antiguo de la ciudad–, baja crecido y furioso por el deshielo de los primeros calores de junio, y amenaza con salirse de su cauce. Mientras turistas y locales se asoman a la orilla con una mezcla de curiosidad y temor, los bomberos se afanan en desplegar sacos y barreras hinchables, en previsión de un posible desbordami­ento. Hay más motivos para admirarse. Innsbruck está “sólo” a 574 metros sobre el nivel del mar, pero la rodean moles pétreas allá donde pone uno la vista: el Nordkette, el Patscherko­fel, el Nockspitze… multitud de cumbres, todas por encima de los dos mil metros, semejan muros gigantesco­s que atrapan irremediab­lemente la atención y destacan por encima de cualquier edificio, incluso los más altos. Sin duda, no es la estampa que uno espera encontrar en una ciudad de más de 120.000 habitantes. Me aguardan otras muchas sorpresas. En sólo tres días, descubriré que una ciudad puede vivir entre las nubes y que un río puede rugir como el trueno de una tormenta; que aquí, en un castillo a las afueras, se encuentra el primer museo del mundo; que hay iglesias con cenotafios vacíos vigilados por gigantes de bronce, pinturas panorámica­s

de mil metros cuadrados y edificios con tejados que a veces son de oro, como en los cuentos de hadas.

UN PASO ENTRE LAS CUMBRES

El río no es sólo un espectácul­o estos días. Al revisar mis notas, veo que la ciudad debe su nombre al Eno, pues ya los romanos bautizaron este enclave como Oeni Pons (Puente del Eno), que en alemán acabaría convirtién­dose en Innsbruck con idéntico significad­o. La localidad fue desde tiempos remotos una estratégic­a zona de paso, pues por allí circulaba la vía romana que unía Verona con Augsburgo (Augusta Vindelicor­um) a través del paso del Brennero, el camino más accesible para cruzar los Alpes. Aquella ruta conservó su importanci­a en los siglos venideros, y gracias a su papel como zona de paso, Innsbruck se enriqueció y gozó de un notable florecimie­nto. A mediados del siglo XIII la ciudad quedó bajo el dominio de los condes del Tirol, y un siglo más tarde, en 1361, pasó a manos de la casa de Habsburgo, dinastía con la que estrechó lazos durante centurias, y que alteró su fisonomía de modo inevitable.

Dejo atrás el rugido ensordeced­or de las aguas del Eno y me adentro en el Altstadt por la Herzog-Friedrich-Straße, abarrotada de turistas. No hay que caminar mucho para toparse con el símbolo principal de la ciudad, el célebre Goldenes Dachl o Tejadillo de Oro. Este hermoso edificio fue construido por encargo del

EL EMPERADOR HABÍA PLANIFICAD­O PERSONALME­NTE UN LUJOSO MAUSOLEO QUE CUSTODIARA SUS RESTOS

emperador Maximilian­o I (abuelo de Carlos V), que estableció su residencia en la villa en la última década del siglo XV. El tejadillo es en realidad un hermoso balcón de estilo renacentis­ta, decorado con relieves y pinturas, desde el que el emperador disfrutaba en primera fila de los espectácul­os que se celebraban en la plaza. Su vistoso tejado, que a mí me recuerda a una pagoda asiática, está recubierto por 2.657 tejas de cobre dorado, origen de su curioso nombre.

Justo frente al tejadillo se levanta la Stadtturm, la Torre de la Ciudad, de formas rotundas y orígenes medievales. En aquellos tiempos remotos esta imponente atalaya sirvió a los guardias como torre de vigilancia desde la que divisar incendios y ataques enemigos, mientras sus pisos inferiores servían de prisión. El ascenso hasta su mirador no es demasiado exigente –cuento un total de 133 escalones–, pero las vistas son espectacul­ares: el Tejadillo de Oro, las calles del Altstadt, las eternas cumbres del Nordkette…

ESPLENDOR IMPERIAL

Desde la plaza del Tejadillo, doy un paseo de apenas cinco minutos para llegar a otro de los rincones de Innsbruck vinculados con Maximilian­o: la Hofkirche, o Iglesia de la Corte. El exterior del templo es austero y parece poco prometedor, pero todas las guías me advierten de la joya que aguarda en su interior. El emperador había planificad­o personalme­nte un lujoso mausoleo que custodiara sus restos mortales, pero la Parca le sorprendió mucho antes de que el monumento fúnebre estuviera concluido, de modo que recibió sepultura en el castillo de su padre, en Wiener Neustadt, no muy lejos de Viena.

Así pues, fue su nieto Fernando II quien mandó construir la Hofkirche para dar cobijo a su impre

sionante mausoleo, con un cenotafio que sigue hoy vacío, aunque custodiado por 28 enormes estatuas de bronce –los llamados Schwarzman­der u “hombres negros”–, que representa­n a personajes míticos, como el rey Arturo, pero también históricos. Entre estos últimos hay descendien­tes del emperador y figuras emparentad­as con él, y así, junto a las estatuas de sus esposas María de Borgoña y Blanca María Sforza, o de su hijo Felipe el Hermoso, descubro las imágenes de algunos españoles, como Fernando el Católico o la hija de éste, Juana I de Castilla.

A Maximilian­o debemos también parte del esplendor actual del Hofburg, el Palacio Imperial, a un paso de la iglesia que custodia su cenotafio vacío. Este suntuoso edificio, cuyos orígenes se remontan a época medieval, fue iniciado por el archiduque Segismundo aprovechan­do varios recintos anteriores, y se amplió después en estilo gótico tardío en tiempos de Maximilian­o I, gracias al mismo arquitecto que construyó el tejadillo, Nikolaus Thüring el Viejo. El palacio se convirtió más tarde en la residencia permanente de Fernando I, quien también acometió varias reformas, y otro tanto hizo el archiduque Fernando II, que quiso dotar al Hofburg de un aire a la moda italiana del momento.

Sin embargo, si hoy en día el palacio puede presumir de ser conocido como el “pequeño Schönbrunn de los Alpes”, en alusión al célebre palacio vienés, hay que agradecérs­elo a la emperatriz María Teresa, auténtica responsabl­e de su aspecto actual. Fue ella

LA EMPERATRIZ MARÍA TERESA FUE LA ARTÍFICE DEL ASPECTO ACTUAL DEL PALACIO IMPERIAL DE HOFBURG

EN JULIO DE 1703, LAS ÚLTIMAS FUERZAS DEL EJÉRCITO BÁVARO ABANDONARO­N EL TIROL PARA JÚBILO DE SUS HABITANTES

quien, entre 1754 y 1776, dotó al recinto de su caracterís­tico estilo barroco, encargando la construcci­ón de estancias como la Sala de los Gigantes (Riesensaal) o la Sala del Festival (Gardesaal).

La todopodero­sa emperatriz –fue la única mujer a la cabeza de la dinastía Habsburgo–, dejó también su impronta en otro hermoso monumento. En 1765, María Teresa decidió que la capital tirolesa sería el escenario perfecto para la boda de su hijo –el futuro emperador Francisco II– con la española María Luisa

de Borbón, hija de Carlos III. El enlace tuvo lugar a comienzos de agosto y las celebracio­nes se prolongaro­n por todo lo alto durante varias semanas. Sin embargo, la alegría se vio interrumpi­da por la muerte del esposo de María Teresa, Francisco I, que fue velado en las estancias del palacio. Por esta razón, el espectacul­ar arco de triunfo construido para conmemorar la boda, hoy ubicado en un extremo de la actual Maria-Theresien-Straße, acabó convirtién­dose también en un testimonio de la muerte del emperador. El lado norte del monumento rememora el triste suceso, mientras el sur celebra el gozoso matrimonio. Es, por tanto, un monumento doble al amor: el de los jóvenes esposos que inician una vida juntos, y el de una viuda con el corazón roto por el dolor.

SUEÑOS DE LIBERTAD

Mientras sigo paseando por la Maria-Theresien-Straße me encuentro con otra obra de arte surgida de un episodio histórico. En julio de 1703, las últimas fuerzas del ejército bávaro desplegado en la región con motivo de la Guerra de Sucesión Española abandonaba­n el Tirol, para júbilo de sus habitantes. La partida tuvo lugar el 26 de julio, día de Santa Ana, así que para conmemorar aquel suceso se decidió erigir una columna que fue bautizada con el nombre de la madre de la Virgen. El encargo lo ejecutó el artista tridentino Cristóforo Benedetti, que dispuso relieves de santos en cada uno de los puntos cardinales y una imagen de la Virgen que corona la columna y parece vigilar las cimas del Nordkette.

No fue aquella la última vez que las fuerzas bávaras ocuparon el Tirol. Un siglo más tarde, durante las Guerras Napoleónic­as, la región austriaca acabó bajo dominio de Baviera, aliada de Bonaparte. Andreas Hofer, un humilde posadero al que la guerra había convertido

HOFER Y SUS CAMPESINOS SE ALZARON EN ARMAS PARA DEFENDER SU PEQUEÑO PARAÍSO ENTRE LAS MONTAÑAS

en capitán de una milicia de campesinos, plantó cara al ejército invasor y logró varias victorias notables, convirtién­dose en héroe del pueblo y símbolo de libertad y resistenci­a. Hofer acabó ejecutado y sus restos no regresaron al Tirol hasta 1823, cuando fue enterrado en la Hofkirche, cerca del cenotafio vacío de Maximilian­o I.

Hay otros lugares donde también se le rinde homenaje. Me dirijo ahora a las afueras de la ciudad, en dirección sur, donde el terreno se va inclinando hasta llegar a la colina Bergisel. En invierno esta zona es un hervidero de gente que acude al trampolín de saltos de ski –Innsbruck acogió los Juegos Olímpicos de Invierno en 1964 y 1976–, pero en estas fechas de verano sobre todo hay turistas que se acercan para disfrutar de las espectacul­ares vistas que ofrece el edificio, rediseñado hace unos años por la prestigios­a arquitecta Zaha Hadid. Muchos de estos visitantes atraídos por el paisaje ignoran que, doscientos años atrás, esa misma colina fue escenario de la victoria de Hofer sobre el ejército bávaro. Muy cerca, a unos minutos de agradable paseo, se alza una estatua en honor del mártir de la patria tirolesa.

También es posible visitar el Tirol Panorama, un moderno museo dedicado a la historia de la región y que alberga una obra de arte poco convencion­al: una pintura gigante –ocupa mil metros cuadrados de superficie– dispuesta en 360º. Mientras recorro la sala circular en la que se encuentra, la penumbra reinante y el realismo de la obra casi logran convencerm­e de que estoy ahí mismo, en plena batalla de Bergisel, entre el zumbido de los disparos de los rebeldes de Hofer y el fuego de artillería bávaro. El lienzo, un ciclorama creado a finales del siglo XIX, es sin duda alguna uno de los más vivos homenajes al movimiento liderado por el héroe tirolés.

Horas más tarde, mientras paseo en dirección a la Ciudad Vieja para encontrarm­e de nuevo con el Tejadillo de Oro, las aguas del Eno siguen embravecid­as, pero ha salido el sol y la luz dorada de la tarde ilumina las cimas escasament­e nevadas del Nordkette. Es una estampa hermosa y apacible y, aunque aborrezco las guerras, puedo entender que Hofer y su ejército de campesinos se alzaran en armas para defender su pequeño paraíso entre las montañas.

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 ??  ?? Sobre estas líneas, vista de Innsbruck desde la colina Bergisel (© Javier García Blanco).
Sobre estas líneas, vista de Innsbruck desde la colina Bergisel (© Javier García Blanco).
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Arriba, Arco de Triunfo en la Maria Thereisen strasse. Junto a estas líneas, un grupo de turistas frente al Tejadillo de oro, en el casco antiguo de Innsbruck. Abajo, otro grupo de viajeros asomados al río Eno, con la Nordkette al fondo (© Javier García Blanco).
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A su izquierda, monumento a Andreas Hofer, el héroe que defendió el Tirol frente a las tropas napoleónic­as (© Javier García Blanco).
Abajo, estatuas de bronce en la Hofkirche (Iglesia de la Corte), junto al cenotafio de Maximilian­o I. A su izquierda, monumento a Andreas Hofer, el héroe que defendió el Tirol frente a las tropas napoleónic­as (© Javier García Blanco).
 ??  ?? A la izquierda, interior de la catedral de Santiago.
Más allá, vistas de la calle Maria Theresien strasse, con la columna de Santa Ana (© Javier García Blanco).
A la izquierda, interior de la catedral de Santiago. Más allá, vistas de la calle Maria Theresien strasse, con la columna de Santa Ana (© Javier García Blanco).
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Abajo, vista de la Torre de la Ciudad, en el casco antiguo de Innsbruck (© Javier García Blanco).
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Sobre estas líneas, vista nocturna de Innsbruck, con el Nordkette al fondo (© Javier García Blanco).

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