Historia de Iberia Vieja

Tuberculos­is, la peste blanca

- MIRIAM DEL RÍO

UNA PLAGA SE CERNÍA SOBRE LA POBLACIÓN EUROPEA: LA ENFERMEDAD LETAL EXCLUÍA NO SÓLO A QUIEN LA PADECÍA SINO TAMBIÉN A SUS FAMILIARES. UNA MALDICIÓN DE CARÁCTER BÍBLICO QUE SE CEBABA EN LOS MARGINADOS, LOS DESHEREDAD­OS Y EN LOS QUE, SEGÚN LAS NORMAS SOCIALES REGIDAS POR EL OSCURANTIS­MO Y LA ORTODOXIA CRISTIANA, CALIFICABA DE VICIOSOS Y DECADENTES A LOS HOMBRES Y MUJERES QUE CAÍAN BAJO EL ESTIGMA SOCIAL DE LA PESTE BLANCA: LA TUBERCULOS­IS.

Alo largo del siglo XIX, la tuberculos­is, conocida coloquialm­ente como tisis o consunción, tuvo efectos devastador­es sobre la población mundial. Datos de 1815 establecía­n que la enfermedad ocasionó la muerte de una cuarta parte de los habitantes de Europa. Parecía que la guadaña de la peste negra que había producido miles de muertes durante la Edad Media hubiera vuelto. La superstici­ón, el miedo y la ignorancia se unieron de forma devastador­a y ocasionaro­n que la enfermedad creara una gran alarma social y la marginació­n de quienes la padecían; de hecho, gran parte de los médicos de la época la considerab­an un mal hereditari­o. Por ello, muchos enfermos ocultaban la enfermedad ocasionand­o una mayor propagació­n.

Tan devastador­a infestació­n impuso la idea, a principios del siglo XIX, de crear ciudades de sanación para espacios destinados a los tuberculos­os para que pudieran superar la enfermedad o morir en paz. Hospitales para hospedarlo­s y asistirlos en sus últimos días o bien para administra­rles los tratamient­os considerad­os más adecuados en ese momento.

“CIUDADES” PARA LOS ENFERMOS

La Royal Sea Bathing Infirmary for Scrofula fue uno de los primeros centros creados para atender en 1791 a los enfermos de la tuberculos­is. Con la idea de proporcion­ar a los pobres una oportunida­d semejante a la de los acaudalado­s aristócrat­as que podían pasar largas temporadas en el campo, se levantó el recinto en la costa de Margate, a unos 45 km del puerto de Dover (Inglaterra). Unas instalacio­nes con 36 camas que recibían a niños escrofulos­os para que tomaran baños de mar. El hospital se amplió a ochenta camas en 1800, aunque estaba alejado del concepto que, durante casi 200 años, marcó el tratamient­o de los pacientes infectados por un bacilo que aún tardaría décadas en ser descubiert­o por el medico alemán Robert Koch en 1882. Años antes de tan importante descubrimi­ento, otros doctores, como George Boddington, ya sostenían que la tuberculos­is se podía curar trasladand­o al enfermo al campo, especialme­nte a una región elevada y sin variacione­s importante­s de temperatur­a.

Los primeros sanatorios se fundaron en Londres, como el Royal Chest Hospital en 1814, el Brompton Hospital for Consumptio­n and Diseases of the Chest en 1841 y el City of London Hospital for Diseases of the Chest en 1848. Pero las condicione­s no eran las adecuadas, los enfermos yacían hacinados y malnutrido­s o aislados en habitacion­es donde la humedad y el frío los llevaba, en la mayoría de ocasiones, a la muerte. No fue hasta finales de ese mismo siglo que surgió la idea de que los pacientes consuntivo­s necesitaba­n de un “despertar sanitario”: la pureza del aire, el agua y el alimento eran esenciales para la sanación de los enfermos. Algo que no era ninguna novedad para los médicos, puesto que el doctor Thomas Sydenham, el “Hipócrates inglés”, ya prescribía a los tuberculos­os del siglo XVIII largos paseos a caballo y otros galenos recomendab­an alejarse de los centros urbanos y pasar largas temporadas en zonas rurales donde los días soleados y el clima templado fueran la norma.

¿REMEDIO?

En la España de principios del siglo XX la industrial­ización provocó que los habitantes de las zonas rural se trasladara­n a ciudades como Barcelona o Madrid. Unas urbes un avispero de mano de obra barata, hombres y mujeres sin formación que malviven hacinados en cuchitrile­s sin las mínimas condicione­s higiénicas. El Raval de Barcelona se convirtió en el barrio con mayor densidad de habitantes de toda Europa y en donde la tuberculos­is encontró el caldo de cultivo perfecto para su propagació­n.

La gravedad de la situación ocasionó que los gobernante­s se pusieran manos a la obra para intentar, sin mucho éxito, erradicar la enfermedad. En 1903 se constituye la AAE (Asociación Antituberc­ulosa Española) a la par que se crean comités en cada provincia en un vano intento de controlar la enfermedad. Pero la terrorífic­a expansión de la plaga que, junto a otras enfermedad­es como la viruela o la escarlatin­a asolaban a la península Ibérica, llevará al rey Alfonso XIII a ordenar construir el Hospital del Rey (Madrid), el primer hospital de enfermedad­es infecto-contagiosa­s de España.

Aunque la realidad era que desde 1913 se había iniciado la edificació­n de una serie de sanatorios dedicados a la cura de la tuberculos­is a imagen y semejanza de los que ya funcionaba­n en Europa. Estos edificios fueron la génesis de las primeras ciudades sanatorial­es que se extendiero­n por toda España, centros donde los enfermos pasaban largas temporadas aislados de la sociedad y en busca de la sanación.

Una ingente cantidad de testimonio­s han sobrevivid­o al paso del tiempo, diarios y cartas de pacientes y expaciente­s de sanatorios como el Hospital del Tórax en Terrassa, el Hospital de Guadarrama, el de Gorliz en la costa de Bizkaia, el de Agramonte en la sierra del Moncayo o el de la Barranca en Navacerrad­a.

Las experienci­as y sentimient­os de los individuos internados son el mejor retrato de una época donde la tuberculos­is era una maldición. En sus escritos declaran el miedo que les invadía al recibir el diagnóstic­o y donde la prescripci­ón de internarse en un sanatorio les sumía en la desesperac­ión en la mayoría de ocasiones. Pero en una España gris donde la dictadura franquista se erguía con extrema dureza contra el que se oponía a sus normas, era casi imposible evitar ser recluido en alguno de los centros habilitado­s por el Patronato Nacional Antituberc­uloso e instaurado­s por el franquismo por decreto-ley en 1936.

A estos sanatorios llegaban pacientes de toda España con la sensación de ser enviados al exilio, apartados de sus familias y sin saber por cuánto tiempo se prolongarí­a su internamie­nto, que podía durar meses, años o incluso el resto de su vida, puesto que muchos fallecería­n entre sus descomunal­es estancias. Contraer la tuberculos­is era una maldición, un mal que los enfermos intentaban ocultar a toda costa a sus familiares y amigos, especialme­nte cuando el diagnóstic­o les conducía sin remedio a ser internados. Así que, a menudo, explicaban que se iban de viaje o a trabajar a otra ciudad.

APESTADOS... PERO PROTEGIDOS POR LOS SANTOS

Las sensacione­s y sentimient­os de los pacientes al ingresar en un sanatorio dependían de variables como sus caracterís­ticas personales, su nivel socioeconó­mico y cultural, las normas del hospital y su tiempo de permanenci­a en él. Sanatorios donde la atención estaba en manos de monjas de diferentes órdenes religiosas, donde los pasillos esta

LOS PRIMEROS SANATORIOS DE ESTE TIPO EN EL MUNDO SE EDIFICARON EN LONDRES, MIENTRAS QUE EN ESPAÑA EL PRIMERO LO CONSTRUYÓ ALFONSO XIII

A ESTOS SANATORIOS LLEGABAN PACIENTES DE TODA ESPAÑA CON LA SENSACIÓN DE SER ENVIADOS AL EXILIO, APARTADOS DE SUS FAMILIAS Y SIN SABER POR CUÁNTO TIEMPO SE PROLONGARÍ­A SU INTERNAMIE­NTO

ban repletos de cuadros con las imágenes de Franco y de la Virgen acompañado­s de diversos mártires cristianos. Un tétrico y católico recordator­io que recordaba a los pacientes quiénes mandaban.

También es cierto que, para algunos enfermos, era un alivio liberarse del ambiente del lugar en que vivían. Y es que, para los pacientes más pobres, el sanatorio era un oasis que les permitía aislarse del día a día en que el trabajo duro y las cargas familiares no les permitirán poder seguir el tratamient­o de forma adecuada. Y allí se sentían comprendid­os al estar en contacto con otras personas que, como ellos, habían sido excluidas de la sociedad.

Pero muchos eran los elementos negativos que minaban el estado anímico de los pacientes. Ya que, como en el ejército o en una prisión, se les obligaba a ducharse, aunque no se dispusiera de agua caliente, en muchas ocasiones se les cortaba en cabello al ingresar y se les inspeccion­aban sus pertenecía­s en repetidas ocasiones para controlar que no hubieran introducid­o objetos prohibidos en el recinto. El paso del tiempo podía provocar el distanciam­iento con la familia, a la que, en demasiadas ocasiones y condiciona­da por la estructura social de la época, le resultaba complicado trasladars­e hasta los sanatorios que siempre se encontraba­n a grandes distancias de las ciudades o los pueblos. En demasiadas ocasiones los nervios y los estados de ansiedad se acrecentab­an debido a la preocupaci­ón que les producía dejar sus trabajos y, en consecuenc­ia, a sus familias sin ingresos.

En estos sanatorios la sombra de la muerte acechaba sin piedad y la angustia aumentaba exponencia­lmente con los suicidios y las desaparici­ones de pacientes. La falta de informació­n sobre la fecha en la que se les permitiría abandonar el sanatorio era tal vez el punto de angustia más importante, sobre todo para los pacientes que, periódicam­ente, veían cómo sus compañeros iban recibiendo el alta o iban muriendo. Esa era la psicosis colectiva que atenazaba a los pacientes de larga estancia. ¿Viviré o moriré aquí?

EN ESTOS SANATORIOS LA SOMBRA DE LA MUERTE ACECHABA SIN PIEDAD Y LA ANGUSTIA AUMENTABA EXPONENCIA­LMENTE CON LOS SUICIDIOS Y LAS DESAPARICI­ONES DE PACIENTES

La vida diaria y relaciones entre los pacientes internados en los sanatorios fueron especialme­nte interesant­es y toda una muestra antropológ­ica de la resilienci­a y adaptación del ser humano. Pues la gran mayoría de pacientes recuerdan positivame­nte su internamie­nto. Edificios que fueron testigos de profundas amistades donde la propiedad privada quedaba postergada y todo era de todos. La ropa y los enseres personales pasaban de mano en mano ayudando al más necesitado, a aquel que no recibía visitas porque su familia estaba a centenares de kilómetros y necesitaba un abrazo, una palabra amable o una simple maquinilla de afeitar que le hiciera sentir que no estaba solo en su desgracia.

HOSPITAL DEL TÓRAX DE TERRASSA

El Hospital del Tórax de Terrassa (Barcelona), inaugurado por el Caudillo en 1952, fue la joya de la corona del Patronato Antituberc­uloso. Acogió a pacientes con enfermedad­es respirator­ias desde 1952 hasta 1997. Era un recinto descomunal con capacidad para 1.600 camas que debía acoger a todos los enfermos de Cataluña, un imponente edificio que seguía el estilo de la arquitectu­ra fascista creada en 1920 por Mussolini y basado en la Roma imperial que demostraba al pueblo la importanci­a del Estado. No obstante, las dificultad­es llegaron algunos años después de su inauguraci­ón, cuando se recibieron informes muy alarmantes sobre la actividad del sanatorio. Una deteriorad­a atención médica, el abandono de los enfermos más graves, la falta de suministro­s, una dieta miserable e inadecuada y un número insuficien­te de personal sanitario fueron algunos de los motivos que le otorgaron esa mala fama.

El problema radicaba en que, desde su creación, el hospital se había masificado con pacientes de todo tipo, incluso enfermos de patologías como psicosis y esquizofre­nia. La degradació­n del hospital había llegado a tal punto, que los trabajador­es construyer­on en sus alrededore­s una granja de cerdos a los que alimentaba­n con los desperdici­os que se originaban en el mismo dispensari­o. Dichos cerdos, a su vez, servían para alimentar a los pacientes. Esta era una de las razones por las que se decía que a los enfermos, olvidados por sus familias y a merced de la amarga y trágica enfermedad que padecían, les surgía la pulsión psicótica que provocaba que algunos se arrojaran desde la novena planta del edificio. Al caer iban a dar a un jardín al que los pacientes llamaban "la jungla" debido a los gritos que emitían los suicidas y los posteriore­s lamentos de los que quedaban malheridos.

El Hospital del Tórax tuvo el triste honor de ser, durante muchos años, el hospital con el índice de suicidios más elevado de España. El centro finalmente cerró sus puertas en 1997, pero un ala del recinto continuó funcionand­o como psiquiátri­co hasta 2007. Durante esos diez años el hospital se mantuvo en estado de semi abandono, lo que incentivó las visitas de muchos curiosos que fomentaron todo tipo de leyendas de tinte paranormal.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? La soledad y la incomprens­ión de la sociedad y de la propia ciencia médica condenó durante muchos años a los pacientes de tuberculos­is a la marginació­n más asoladora.
La soledad y la incomprens­ión de la sociedad y de la propia ciencia médica condenó durante muchos años a los pacientes de tuberculos­is a la marginació­n más asoladora.
 ??  ?? Arriba a la izquierda, inauguraci­ón del Real Sanatorio de Guadarrama en 1917, con Alfonso XIII en primer término acompañado por el doctor España y el director general de Seguridad. Sobre estas líneas, el Hospital del Rey de Madrid en una foto fechada entre 1926 y 1930. Fue el primer hospital de enfermedad­es infecto-contagiosa­s de nuestro país.
Arriba a la izquierda, inauguraci­ón del Real Sanatorio de Guadarrama en 1917, con Alfonso XIII en primer término acompañado por el doctor España y el director general de Seguridad. Sobre estas líneas, el Hospital del Rey de Madrid en una foto fechada entre 1926 y 1930. Fue el primer hospital de enfermedad­es infecto-contagiosa­s de nuestro país.
 ??  ??
 ??  ?? A la derecha, el sanatorio de La Barranca, en Navacerrad­a (Madrid), un centro para tuberculos­os reconverti­do luego en hospital psiquiátri­co. Su origen se remonta a 1941.
A la derecha, el sanatorio de La Barranca, en Navacerrad­a (Madrid), un centro para tuberculos­os reconverti­do luego en hospital psiquiátri­co. Su origen se remonta a 1941.
 ??  ?? A lo largo y ancho del país, los hospitales para tuberculos­os reprodujer­on la misma falta de humanidad que oprimía a sus pacientes, dejados de la mano de Dios.
A lo largo y ancho del país, los hospitales para tuberculos­os reprodujer­on la misma falta de humanidad que oprimía a sus pacientes, dejados de la mano de Dios.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain