CASTILLO DE AMBRAS: el museo de las maravillas
El Hofburg, la Hofkirche, el Arco de Triunfo, los ›
jardines imperiales… A lo largo de los siglos, emperadores, emperatrices y archiduques de la dinastía Habsburgo modelaron la fisonomía de Innsbruck, convirtiendo a la ciudad en una urbe de aires imperiales y un patrimonio capaz de despertar envidias en más de una capital europea.
La mayor parte de este legado se encuentra en el Altstadt, la Ciudad Vieja, pero la capital tirolesa también vio nacer otros tesoros en las colinas cercanas. Es el caso del castillo de Ambras, un recinto que debe su aspecto actual a los empeños del archiduque Fernando II. Fue él quien lo hizo remodelar y ampliar, creando un magnífico y lujoso palacio en el que residió junto a su esposa, la plebeya Philippine Welser. El archiduque renunció a sus derechos sucesorios por amor, pero consiguió algo más valioso que un trono imperial: reunió una colección de obras de arte y piezas extraordinarias, y con ella, sin pretenderlo, dio origen al primer museo de la historia.
El archiduque era un hombre culto, apasionado de las artes y el conocimiento científico, y su espíritu inquieto le llevó a
crear una valiosa “cámara de arte y maravillas”, que ubicó en la planta inferior del castillo. En aquel gabinete se podían encontrar todo tipo de piezas: hermosas armaduras de samurái, objetos de coral, aterradoras armas medievales, juguetes mecánicos e incluso pinturas de temática extravagante. Entre estas últimas, por ejemplo, destacan los retratos de personajes “insólitos” para el pensamiento de la época, como individuos aquejados de acondroplasia (enanismo) o distintas deformidades físicas, e incluso personas afectadas de hipertricosis (síndrome del hombre lobo). La colección del archiduque cuenta también con un retrato de Vlad III el Empalador, personaje que en opinión de algunos habría inspirado el Drácula de Bram Stoker, pero Fernando II también dio forma a otros espacios y colecciones más convencionales y valiosos.
Destaca por ejemplo su Galería de Retratos de los Habsburgo, con lienzos creados por pinceles tan importantes como los de Velázquez, Rubens, Van Dyck o Lucas Cranach, entre otros muchos. En total, más de doscientas pinturas que representan a miembros de los Habsburgo, entre ellos algunos de la dinastía española, como Felipe II o su nieta, la infanta Ana de Austria. Otro espacio de gran belleza que debemos a las inquietudes artísticas de Fernando II es la Sala Española, un enorme salón de 43 metros de longitud, decorado con retratos de 27 gobernantes del Tirol y un hermoso techo con encofrado de madera.