DE NIÑO A HOMBRE
› La infancia de Francisco Gómez de Quevedo Villegas no pudo hacer suponer a nadie que acabaría llevando una vida de tanto riesgo. Nacer cojo y con una miopía importante le convirtieron en un niño solitario que se relacionaba mal con la gente. La lectura fue su reducto, una salida para llenar una soledad provocada por el alejamiento de sus padres, que desempeñaban cargos importantes en la corte.
Según pasaron los años, se metió a fondo en los estudios, gracias a los cuales aprendió varias lenguas –italiano, francés, las clásicas– que más tarde le permitirían ejercer con soltura las labores de la diplomacia. Desde joven escribió con éxito, con frecuencia aprovechándose de su ágil pluma para atacar a otros escritores, con los que mantenía apasionados combates literarios.
Podía haber sido “simplemente” uno de los escritores más importantes en lengua castellana, pero todo el tiempo que pasó encerrado en su juventud lo recuperó en su madurez para dedicarse al complicado y arriesgado arte del espionaje. Lo de menos es que su aventura terminara mal, lo importante es que estuvo a un altísimo nivel y pocos manipularon los aconteceres de la historia tan bien como él, aunque no terminaran reconociéndoselo como era debido.