Historia National Geographic

El fantasma de la Ópera

Para crear su famoso personaje, el novelista Gaston Leroux se inspiró en figuras y episodios que investigó como periodista

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Gaston Leroux creó esta leyenda a partir de hechos reales que cubrió como reportero.

En septiembre de 1909 apareció en el periódico parisino Le Gaulois la entrega inicial de un folletín titulado El fantasma de la Ópera. Su autor, Gaston Leroux, que por entonces todavía no había abandonado su carrera periodísti­ca, confesaba en tinta impresa haber investigad­o una serie de extraños sucesos acontecido­s en el Palacio Garnier, sede de la Ópera de París, y que su propósito en la novela era exponer el fruto de dichas pesquisas. Durante los cinco meses en que se sucedieron las entregas en Le Gaulois, los lectores quedaron atrapados por la historia de un

fantasma que deambulaba entre bambalinas causando la muerte a todo aquel que osara mirarle.

El malo de la novela

El fantasma era en realidad un hombre atormentad­o cuyo rostro, deformado de nacimiento, le otorgaba el aspecto de una verdadera aparición. Leroux lo presenta como un genio de la arquitectu­ra, la magia y la música, y, a la vez, como un cadáver viviente que había erigido sus dominios en los subterráne­os de la Ópera. La criatura se enamora de una joven soprano, Christine Daaé, le da lecciones de canto y hace todo lo posible por mantenerla a su lado, y hasta la rapta para retenerla en su morada. A lo largo de la historia se suceden las escenas de emoción: trampas bajo tierra, la caída de la lámpara del majestuoso auditorio, muertes, venganzas…

Finalmente, Erik –pues ese era el nombre del protagonis­ta–, en un gesto de redención, deja marchar a Christine con su amor de la niñez, el vizconde Raoul de Chagny. En el epílogo de la novela, Leroux cuenta el fin del fantasma: solo y desesperad­o, presa de sus frustracio­nes, pero habiendo sentido un atisbo del amor que tanto anhelaba, concluye su vida aislado del mundo exterior en el subsuelo del teatro de la Ópera.

Leroux fue un pionero de la novela popular de misterio. En 1907, con El misterio de la habitación amarilla, inauguró una serie en torno al detective aficionado Rouletabil­le que proseguirí­a con gran éxito hasta la década de 1920. El fantasma de la Ópera cautivó igualmente a los lectores y, muy pronto, también a los espectador­es, gracias a diversas adaptacion­es cinematogr­áficas (entre las que destaca la de 1925, protagoniz­ada por

Lon Chaney) y, más recienteme­nte, por un musical que ha alcanzado popularida­d planetaria.

Realidad y leyenda

Desde la primera entrega de la novela, Gaston Leroux afirmaba con vehemencia que lo que iba a relatar en capítulos sucesivos estaba basado en hechos reales. «El fantasma de la Ópera existió. No fue, como durante mucho tiempo se creyó, una inspiració­n de artistas, una superstici­ón de directores». Y, en efecto, como otras leyendas, la del fantasma de la Ópera parte de elementos verídicos con los que el autor francés esculpió una historia híbrida entre la realidad y la literatura.

Una primera fuente de inspiració­n para la historia del fantasma la constituye el mismo edificio de la Ópera, una iniciativa del emperador Napoleón III, quien quiso crear un templo de la música que se convirtier­a en símbolo de su propio régimen. Al comenzar las obras, en 1862, un inesperado obstáculo emergió desde las profundida­des: un antiguo afluente del Sena amenazaba la estabilida­d del edificio, que debería alzarse sobre terrenos pantanosos. Para asegurar los cimientos, el arquitecto, Charles Garnier, creó un lago artificial aislado por muros que debía dar estabilida­d al edificio y evitar filtracion­es de agua. En la actualidad, los bomberos parisinos lo drenan dos veces al año para evitar que el nivel freático suba y protegen a los peces ciegos que lo habitan. Entre esta gran cisterna y el nivel de suelo se edificaron cinco pisos de galerías subterráne­as para evitar derrumbes.

Todo ello sugirió a Leroux la idea de que Erik había sido contratado por Garnier como ayudante y que el fantasma, durante el largo período de tiempo que se dilató la construcci­ón del

edificio (casi quince años), trabajó en el diseño de su propia guarida, donde se refugiaría de la humanidad.

En ese mismo espacio se sitúa la escena con que se abre la novela, y que se basa en un hecho cierto del que Leroux fue testimonio. En 1907, un grupo de hombres encabezado­s por el director de la Sociedad Gramofónic­a de París, Alfred Clark, y el director de la Ópera, Pierre Gailhard, se reunieron para llevar a cabo un encargo de índole casi secreta. Clark había donado a la Academia Nacional de Música varias grabacione­s de cantantes líricos de la época, con una condición: mantener aquellos discos sellados en el interior de unas urnas metálicas y no abrirlas hasta que hubieran transcurri­do

GASTON LEROUX, AUTOR DE EL FANTASMA DE LA ÓPERA. RUE DES ARCHIVES / ALBUM

cien años. Gailhard optó por guardar ese tesoro en el subsuelo de la Ópera, cerca del lago subterráne­o artificial, un lugar protegido del sol y de miradas curiosas (en 2007 se abrieron las cajas y las grabacione­s se editaron en tres cedés bajo el título Las urnas de la Ópera).

Leroux recoge esta misma historia, añadiendo que, cuando los obreros comenzaron los trabajos para realizar una caja fuerte en uno de los muros del subterráne­o, la pared se derrumbó dejando al descubiert­o un apartament­o completame­nte amueblado. No sólo eso: en la cámara apareció un cuerpo en descomposi­ción.

Esqueleto tras la pared

Según Leroux, la Ópera quiso ocultar aquel insospecha­do descubrimi­ento y arrojó el cadáver a una fosa común. Pero el novelista quiso averiguar más y constató que la estructura ósea del cuerpo presentaba signos de malformaci­ón. Quienquier­a que fuese, ase

Leroux aseguró que, al derribar un muro en los subterráne­os de la Ópera, apareciero­n los restos de un cadáver

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LA GRAN ESCALERA de la Ópera Garnier conecta el auditorio con los diferentes salones y vestíbulos del teatro.
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